Artículo publicado en el blog "España defendida" de La Gaceta el domingo 27 de diciembre de 2015:
Tiempo muerto en Sabadell
Domingo de votación. Una semana
después de la celebración de las elecciones generales que han dejado el
incierto panorama político que hoy vive España, la ciudad barcelonesa de
Sabadell ha servido de escenario para la celebración de una maratoniana jornada
de votaciones en el seno de la CUP (Candidatura de Unidad Popular). La
organización, decisiva para la formación del gobierno que debe responder a los
resultados de las votaciones regionales del ya lejano 27 de septiembre, se
define en su página web, disponible
únicamente en catalán, como una «organización
política asamblearia de alcance nacional, que se extiende en los Países
Catalanes y que trabaja por un país independiente, socialista, ecológicamente
sostenible, territorialmente equilibrado y desligado de las formas de dominación
patriarcales». Para la consecución de tan sublimes objetivos, la CUP se ofrece
como «un espacio de confluencia de los movimientos cívicos y populares, en la
lucha por la liberación nacional y social de los Países Catalanes».
Con los Países Catalanes anochecidos,
tras tres rondas de polarizantes votaciones, las urnas han arrojado un insólito
resultado: empate a 1515 votos entre los partidarios de investir a Mas y los
refractarios a mantener en su puesto a quien representa a la decadente
burguesía catalana. Unos resultados oportunos, ideales, perfectamente ajustados
a la situación política de una España en la que pudieran abrirse paso proyectos
útiles para los rupturistas objetivos de esta organización pancatalanista.
Recuerde el lector que mientras se conocían los improbables datos de Sabadell,
en la madrileña calle Ferraz se reunían los así llamados barones del PSOE, partido ausente en una Cataluña en la que opera
un disminuido PSC con el que a menudo ha sido confundido por muchos de los que
habitaban el mitificado Cinturón Rojo de Barcelona.
Es en tan dominical y asambleario
contexto, con un gobierno de España en funciones, en el que se revela la
utilidad de los datos de Sabadell, pues por todos es conocida la socialdemócrata
fe federalista que profesan muchos de los representantes territoriales del
PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza. Cautivos de su propia estructura, los
socialdemócratas invocan el federalismo, del que tanto se sabe en Cataluña,
ignorando acaso que para la transformación de España en un estado federal es un
inexcusable paso previo la independencia de determinados territorios españoles
que ulteriormente se federarían... o no.
Lejos de tan tibio objetivo, la CUP no
cierra su horizonte en la tierra en la que han operado bandas depredadoras que
operaron bajo el marchamo de apellidos como Pujol o Millet, tan aficionados a
peregrinar a la católica Montserrat como a hacerlo a la calvinista Suiza. La
arriscada CUP no comulga con tan viejos credos, pues su impiedad sólo conoce
límites en los que impone el reino de la Cultura que vino a sustituir al de la
Gracia. Su paraíso, terrenal e igualitario, sostenible y socialista, solo se
detiene en las fronteras de los Países Catalanes, aquellas que lo separan de
una España impronunciable –la misma que expide los DNI con los que han acudido
los votantes de Sabadell- a la que mejor referirse como Estado español. El
Estado español, cárcel de naciones cuya Constitución ya caracterizó de «candado»
un partido hermano de las CUP, Podemos, ardoroso partidario de un referéndum de
autodeterminación en Cataluña que sirviera para lograr el ansiado y al parecer
nunca logrado, encaje de Cataluña en España, después de que los de Somosaguas
sedujeran, tal es su irresistible y locuaz atractivo, al electorado que el 27
de septiembre pasado se decantó mayoritariamente entre diversas opciones de
chantaje o ruptura con España.
En esta situación, tácticamente ideal,
el armónico y casual equilibrio logrado por la CUP muestra las dos grandes
corrientes que desde los años 60 se han ido configurando en Cataluña y en menor
medida en sus futuros objetivos expansionistas, Baleares y Valencia. Por un
lado aparecen los componentes habitualmente considerados por la prensa mercenaria
como «antisistema», unos ideales convenientemente actualizados y ajustados a ciertos
mitos actuales –feminismo, ecologismo, cultura-, congruentes con determinados
aspectos comúnmente identificados con la «contracultura» y el anarquismo,
corriente esta última tan presente históricamente en una Barcelona que vio cómo
en su suelo se levantaba la Escuela Moderna de Ferrer y de su aventajado
alumno: el terrorista, sedicente regicida, Mateo Morral.
No obstante, si en la CUP aparecen, en
gran medida de forma puramente cosmética, muchos de los habituales símbolos de
tales movimientos, la hispanofobia es quizá el aglutinante más poderoso tanto
en lo relativo a su cohesión interna como en la simpatía que despierta en
grupos de similar estructura y ámbito regional. Grupos que, jugando el papel de
reclusos dentro de tan grande prisión, no ocultan su complicidad con el
camarada catalán presto a lograr su anhelada fuga.
Este factor, el del odio a una España
cuyos menguantes límites ya nadie alcanza a definir tras comprobar que en tan
fallida y opresora nación no caben tampoco la celta Galiza, la irreductible
Euskal Herria o la comunera Castilla, invita a pensar que el inaudito
equilibrio de Sabadell podrá romperse en favor de un «derechista» Mas, mal
menor frente a un posible gobierno español «de derechas», o, en el caso de que
cristalizara una coalición estatal identificable como «Frente Popular», forzar
un nuevo domingo de votación.
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