Artículo publicado en La Gaceta el domingo 3 de enero de 2016:
La cabeza de Mas, de momento
Una
semana después del casual y armónico empate a 1515 votos, un grupo de
distinguidos integrantes de la CUP, los miembros del Consejo Político y del
Grupo de Acción Parlamentaria, acarrearon sus mochilas hasta un centro cívico
de Barcelona para debatir a propósito de la investidura de Arturo Mas como
presidente de la Generalidad.
Horas
más tarde, en un manejo de los tiempos próximo al ensañamiento terapeútico,
esta batasunizante plataforma política decidió pedir, o mejor dicho, volver a
reclamar, la cabeza de Mas, inserta en esa extravagante e imaginativa
isocefalia en la que figuran testas tan destacadas como las de Junqueras,
Romeva y Munté. En definitiva, la CUP, inmisericorde y ajena al piadoso ayuno
de un grupo de catalanistas que pedían la investidura de Mas, exige
precisamente la salida de este de cualquier posibilidad de un gobierno que ellos
conciben con un único e indisimulado propósito: destruir España mutilando de su
actual territorio la región catalana, paso previo a un desgajamiento mayor, el
de los Países Catalanes.
En
tal contexto, después de la continuada humillación a la que ha sido sometido un
Mas que dejará quebrantado a su partido tras haberse sometido a todas aquellas
exigencias cupianas que salvaran su sillón, es muy posible que Cataluña vuelva
a las urnas. De tal cita sólo podrían escapar los censados en tal región si la
hispanofobia, común denominador de una amplia mayoría de formaciones políticas
catalanas, operara una vez más como aglutinante y propiciara que Mas se echara
a un lado por el bien del «país» y cediera el curul presidencial quizá a Munté…
Seguiría
Arturo, de este modo, la senda que ya transitara Juan José –Ibarreche- tras el
fracaso del plan al que dio nombre: la de un retiro dorado en el cual se
marchitan diversas carreras políticas que un buen día comenzaron a desentonar
incluso para los propios. Entretanto, y mientras las urnas esperan, conviene
recapitular, reconstruir estos agitados meses para tratar de entender mejor lo
ocurrido. Unos meses marcados, tal nos parece, por un acusado tacticismo.
Por
lo que respecta al cupiesco ambiente, todo parece indicar que sus dilaciones no
sólo respondían al anhelado guillotinamiento –metafórico- de Mas. Conscientes
de que la secesión de una parte de España no es un mero juego, la CUP ha
dilatado los tiempos al máximo en la esperanza de que en España –ellos
prefieren la fórmula franquista «Estado español»- cristalizara un gobierno que
comulgara más o menos con su credo catalanista, a saber: facciones de
implantación nacional transidas de fundamentalismo democrático que aceptaran la
secesión de Cataluña por la vía del «derecho a decidir»; o confusos grupos que
invocan con los ojos en blanco a un mágico federalismo que solucionara para
siempre las llamadas «tensiones territoriales».
Un
tal gobierno, huelga decirlo, debería haber estado constituido, liderado, mejor
dicho, por PSOE o Podemos, partidos obsesionados por distinguir a los españoles
en función de su lugar de residencia, tendencia a la que el PP se suma mediante
su inacción ante los notorios agravios que reciben nuestros compatriotas
dependiendo del suelo que pisen. Un tal gobierno que, de momento, no ha sido
constituido, porque ni los balcanizantes podemitas, esos seductores, tienen el
suficiente número de votos, ni los socialdemócratas, liderados, de momento, por
la vana cabeza de Sánchez, tienen la menor idea de cómo construir ese
federalismo que predican y que parece concebido únicamente para contentar a su
socio en Cataluña, el PSC con el que tanto ha jugado a confundir a muchos
catalanes empeñados en no percibir la realidad. Así las cosas, a la CUP se le
ha pasado el tiempo mirando, como siempre ocurre con los catalanistas ya sean
montaraces ya trajeados, a Madrid.
Porque
en Madrid el tiempo también se ha detenido, o más bien ralentizado, después de
un 20 de diciembre que no ha permitido, de momento, la formación de un gobierno
nacional que, o bien mantenga la actual situación, o se entregue a unos
proyectos desnacionalizadores que desde las filas del «progresismo» se dicen
modernizadores.
Es
tiempo de tacticismo, y mientras Rajoy parece esperar, una vez más, que el
calendario le sea propicio, Iglesias no ha perdido la oportunidad de intentar
remover las aguas del PSOE, en una versión renovada del divide et impera, con el que trata de resquebrajar la unidad del
partido hegemónico de la democracia coronada de la que él tanto reniega y de la
que es fruto.
Pretende
Iglesias que el grupo por él considerado como «sensato» dentro del PSOE le
ayude a derribar al gobierno en funciones, el PP de un Rajoy que ya ha dejado
aprobados los Presupuestos Generales del Estado. Con el objetivo final de
fagocitar al PSOE, Iglesias, quintaesencia del actual régimen, insiste de nuevo
en poner sobre la mesa el mayor anhelo de la CUP: la celebración de un
referéndum separatista en Cataluña. Se tocan de este modo tan extremadas y
asamblearias posiciones mientras en el horizonte comienza a recortarse la
posibilidad de la celebración de unas nuevas elecciones que se asemejan a la
segunda vuelta tan común en otros países y que probablemente supusieran el
fortalecimiento de PP y Podemos.
Mientras
tanto, desde Sevilla, Susana Díaz lanza un acertado gorjeo: «Lo insensato es
querer presidir un país que se está dispuesto a romper con un referéndum de
secesión. Lecciones ninguna, Iglesias.»
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