Artículo publicado el lunes 15 de febrero en el blog "España defendida" de La Gaceta:
http://gaceta.es/ivan-velez/perros-lentes-horizonte-falso-15022016-0051
Perros, lentes y un horizonte falso
Alberto García-Alix (León 1956) es uno de los más
sólidos artistas plásticos de cuantos forjaron su carrera en la mitificada
Movida madrileña, de la que a menudo sólo se recuerda su dimensión musical.
Fotógrafo de prestigio internacional, García-Alix retrató rostros famosos de
aquella época, pero también muchos de los marginales y devastadores efectos de
la llegada de una modernidad contracultural a la que acompañaba un alto gramaje
de estupefacientes.
Superviviente de aquellos días, título de una de
sus fotografías en las que se ven dos brazos con jeringuillas inyectando
heroína a sus venas, la vida de Alberto puede rastrearse en sus tatuajes, en
sus motos, en sus mujeres. También en proyectos literarios como la revista El
canto de la Tripulación o esa editorial de castizo nombre Cabeza de chorlito,
donde ofrece espacio a la poesía quien siempre admiró a Ramón Gómez de la
Serna. Rock y tango han puesto el fondo musical a una vida apurada hasta el
límite.
Recientemente se ha inaugurado en Madrid, en el
edificio de Tabacalera, la exposición «Un horizonte falso». En ella aparece su
reconocible sello: rostros frontales y cuerpos en escorzos sobre ásperos
fondos; pero también algunas obras que muestran la evolución de este fotógrafo
hacia terrenos y formas menos concretas. Garcia-Alix, tan apegado en su carrera
a la forma humana, ha comenzado a disparar sobre edificios desenfocados o sobre
formas arquitectónicas que, como él mismo reconoce en un audiovisual, parecen
extraídas de una pintura de Giorgio de Chirico.
Hay en la exposición una obra que llama la
atención, la que lleva por título «El lamento de un perro». En ella, la cabeza
de un perro blanco cortada horizontalmente por el borde inferior de la
fotografía destaca sobre un fondo desvaído. No parece descabellado pensar que
la imagen está inspirada en ese «Perro semihundido» que pintó Goya en su Quinta
del Sordo, dentro del conjunto de obras conocido como Pinturas negras que
muchos han interpretado como precedente de algunos estilos de la modernidad.
Como si de una obra en espejo se tratara, la imagen de García-Alix sitúa a su
can mirando en el sentido opuesto al de Goya. Los ojos de ambos canes, sin
embargo, están perdidos mirando hacia arriba.
La pintura de Goya ha sido una y mil veces
interpretada, por lo que sería inútil tratar de aportar originalidad alguna a
ese respecto. Sin embargo, la relación que parece existir entre la obra
fotográfica y la pictórica nos sitúa frente a uno de los más poderosos y
oscuros mitos de la modernidad: la constante necesidad que todo artista tiene
de ser genial, original.
Un mito que definimos como oscuro por verse tantas
veces desmentido, pues entendemos que todo artista necesita, para construir o
confeccionar sus obras –nunca crearlas- debe recorrer dos procesos de vieja
tradición: el de la anamnesis y el de la prolepsis. O, dicho de otro modo: todo
artista, en este caso plástico, deberá buscar en sus recuerdos, en su
formación, los materiales con los que podrá proyectarse hacia la realización de
su obra. Un proceso que ya no se limitará a la mímesis de la Naturaleza. Tal
imitación o reinterpretación podrá tener por modelo otras producciones humanas
convertidas a veces en modelos únicos o, en los cánones, tan denigrados por la
modernidad. En su inmensa mayoría, modelos idiográficos y modelos nomotéticos
serán las dos grandes familias formales a las que el artista acudirá, sépalo o
no.
Junto a los referentes formales, el artista deberá
manejar con destreza la tecnología, y es en ese plano en el que aparecerá
también el recuerdo en la obra de Alberto García-Alix. El de sus primeros años,
de un hogar en el que se recortaban dos importantes figuras: la de su madre,
Mercedes Pérez de Angüello, licenciada en Historia, y, sobre todo, la de su
padre, Carlos García-Alix Sánchez (1923-1990), oftalmólogo familiarizado con
lentes y máquinas que pudo completar su formación en Nueva York gracias a una beca
que en 1949 le permitió estudiar junto al doctor Castroviejo, como puede
comprobarse consultando el libro Estudiantes españoles en los Estados Unidos.
Diez años de intercambio, editado por la Asociación Cultural Hispano-Americana
en el ajetreado año de 1956. Un libro que venía a completar la obra Índice de
intelectuales españoles en Estados Unidos, 1946-1952, del padre jesuita José A.
de Sobrino, facilitador de tales becas tras su paso por instituciones como
Universidad Católica de América, la Universidad de Georgetown y la Embajada de
España en Wahsington
Lo ocurrido en esa década sería el preludio de
otras colaboraciones en las que jugaron un importante papel determinadas
fundaciones norteamericanas que sirvieron para incorporar en el mundo cultural
español una serie de estilos y corrientes contradistintos a los que procedían
de Moscú. La figuración soviética debía ser neutralizada por la abstracción, la
filosofía analítica tenía que ganar espacio frente al marxismo. Paralelamente a
los ambientes académicos y artísticos, la presencia de los norteamericanos que
poblaron las bases militares sirvieron para que muchos españoles comenzaran a
acercarse a un tipo de cine y de músicas populares entre las que se contaban el
swing y el rock and roll tan apreciados por nuestro fotógrafo.
En este contexto es donde entendemos que se formó
un artista como Alberto García-Alix, capaz de capturar con su máquina el
goyesco destello encerrado en la pupila de un perro.
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