Artículo publicado el 9 de noviembre de 2017 en Red Floridablanca:
http://www.redfloridablanca.es/feijoo-la-razon-faldas/
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Feijoo,
la razón con faldas
En 1970, Carmen Martín Gaite
(1925-2000) publicó El proceso de Macanaz. Historia de un
empapelamiento. La editorial que permitió reconstruir la convulsa
trayectoria de Melchor Rafael de Macanaz (1670-1760) fue Moneda y Crédito, casa
de libros vinculada a la Sociedad de Estudios y Publicaciones y, por ende, a
personalidades como el banquero liberal y católico Juan Lladó (1907-1982), partícipe
en la redacción de la Constitución de 1931 y fundador de la revista Cruz y raya. Revista de afirmación y
negación (1933-1936). Como motor financiero de esta iniciativa editorial,
operó el Banco Urquijo, que canalizó importantes fondos extranjeros que
contribuyeron al fortalecimiento del colectivo liberal que fue cohesionándose
durante el último tramo del franquismo.
Marcado por el apoyo de importantes
sectores de la Iglesia que lo elevaron a la condición de Cruzada, el movimiento
encabezado por Franco acusaba ya el paso del tiempo. Las costuras que unieron a
diversos colectivos coyunturalmente unidos contra un enemigo común cuya capital
se hallaba en Moscú, se fueron aflojando. Sofocados los más impetuosos ardores
revolucionarios del falangismo, el grupo liberal comenzó a buscar referentes
alejados del Altar, razón por la cual Macanaz, sometido a un proceso por parte
de la Inquisición, era una pieza codiciada que sintonizaba con corrientes
lejanas, aquellas que nos conducen a la Ilustración y su reivindicación. En tal
contexto, las circunstancias personales por las que atravesó Macanaz
propiciaron su rescate por parte de Carmen Martín Gaite, quien concentró sus
esfuerzos en la reconstrucción de un personaje que simbolizaba a esa España que
no pudo ser, en gran medida, tal es la interpretación más común, por una asfixiante
atmósfera dominada por la Iglesia. La operación, favorecida por los 4.000
francos franceses que recibió la autora tres años antes en concepto de beca de
libros otorgada por el Comité español del Congreso por la Libertad de la
Cultura, permitía también establecer paralelismos con la España del
tardofranquismo, toda vez que el Jefe del Estado había recibido las bendiciones
eclesiásticas antes referidas. Con la Europa democrática y capitalista como
estación término, una Europa que desde los Estados Unidos se deseaba federal,
España estaba todavía a tiempo de vivir su hurtada Ilustración, pues se
entendía que en la España dominada por frailes y curas no cupo tal posibilidad.
Al cabo, nuestro país se había quedado al margen de la razón impulsada por
personajes como Kant o Voltaire.
Es precisamente tal tesis, la de
que en esa España a la que desde la perspectiva enciclopedista nada se debía, la
que trataremos morosamente de contradecir en este breve artículo. Y lo haremos reivindicando
otro racionalismo, el hispano, que siguió un curso distinto al europeo vinculado
en gran medida a elementos propios de su ámbito filosófico, pero también de su
escala imperial. Un racionalismo representado por del benedictino fray Benito
Jerónimo Feijoo (1676-1764), autor del Teatro
Crítico Universal (8 tomos, 1726-1739) y de las Cartas Eruditas y Curiosas (5 tomos, 1742-1760). Producto
inequívoco de esa España que se quiso ver como representante de la superstición
y el fanatismo, Feijoo estuvo incluso conectado con Macanaz, pues este, desde
la prisión de La Coruña en que se hallaba recluido, le dirigió sus Varias notas al Teatro crítico de Feijoo, a
cuya corrección van sujetas. Más allá del ámbito doméstico, y contraviniendo
la idea de una España ensimismada y de espaldas a Europa, Feijoo estuvo al
tanto de las obras de los principales ilustrados, en particular de las de su
principal representante, Voltaire, a quien citó en una de su carta, «Paralelo
de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno». Junto a esta epístola
debemos situar otro escrito que tuvo por protagonista a Rousseau: «Impúgnase un
temerario, que a la cuestión propuesta por la Academia de Dijón, con premio al
que la resolviese con más acierto, si la ciencia conduce, o se opone a la
práctica de la virtud; en una Disertación pretendió probar ser más favorable a
la virtud la ignorancia que la ciencia».
En
definitiva, la obra de Feijoo, capaz de someter a crítica a tan señeras como
mitificadas plumas europeas, demuestra hasta qué punto llegaban a España las
principales obras y autores en los que se cimenta la Ilustración. Obras que, al
tiempo que denostaban el carácter español, tuvieron una gran operatividad en un
frente geopolítico concreto codiciado por las potencias europeas: los
territorios hispanoamericanos, punto este en el que hemos de detenernos para
mostrar algunas de las principales taras que acusa ese heterogéneo colectivo
englobado bajo tan luminoso rótulo. Nos referimos, concretamente, a esa teoría
cultivada en el blanco corazón europeo, según la cual los americanos, por
causas climáticas y raciales, eran precoces en el aprendizaje, mas se
estancaban a una edad temprana. Feijoo refutó tales tesis en lo relativo a los
individuos, es decir, en lo que tiene que ver con la evolución de los
«españoles americanos», pero también, transitando por la línea del dominico
Vitoria, sondeó la posibilidad de emancipación de las sociedades americanas. De
la influencia de Feijoo en los virreinatos da cuenta la ingente cantidad de
volúmenes de su obra que circularon en vida del propio clérigo.
Momento
es de regresar al último tramo de la dictadura de Franco, aquel en el que se
sentaron las bases para que en España se alcanzara también, en palabras de
Kant, la «mayoría de edad de la razón», entendiendo esta razón, política para
más señas, como una razón democrática. En el incierto tránsito que condujo a la
actual democracia coronada, los ilustrados europeos, junto con la figura de un
rey, el cinegético Carlos III, fueron reivindicados como remotos precedentes de
un tiempo en el cual no había cabida para faldas como las que vistió Benito
Jerónimo Feijoo, a quien hemos querido rendir un fugaz homenaje en este escrito.
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