La Gaceta de la Iberosfera, 12 de octubre de 2021:
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12 de octubre: descubrimiento, conquista y pacificación
De entre las muchas facciones que,
transidas de indigenismo negrolegendario, alzan su voz en España cada 12 de
octubre, suele destacar la andaluza, que a los habituales argumentos propios de
este credo añade románticas dosis maurófilas. Su patria, al cabo, es la
ensoñación de Blas Infante, la de la mahomética enseña verdiblanca, la de una
jerigonza plena de faltas de ortografía que llaman andalú y que ya deja su
impronta en forma de grafitis como ese No
gemô naide con el que a diario se cruza quien esto firma.
«Nada que celebrar», tal es el lema
de quienes sostienen que el descubrimiento -sí, descubrimiento-, conquista -sí,
conquista- y pacificación, es decir, civilización de aquel Nuevo Mundo fue un
genocidio seguido de un expolio. A desmontar tales argumentos, de los que se en
su día se distanció el propio Galeano, autor del exitoso Las venas abiertas de América Latina, he dedicado muchas páginas y
debates. Huelga regresar a los argumentos mil veces esgrimidos, por lo que en
este apunte, tan solo trataré de buscar, por si de algo sirviera, algún
desajuste entre el lema antilaudatorio y ciertas realidades ante las que
quienes lo cultivan no hallan contradicción alguna.
Las celebraciones a propósito de la
fecha en la que la armada española encabezada por Colón tocó un nuevo
continente tienen una larga tradición y se llevaron a cabo bajo un lema, «Día
de la Raza», inadmisible para quienes cultivan ese racismo de nuevo cuño llamado
racialización. Quizá por su conexión con la película que se filmó inmediatamente
después de la Guerra Civil sobre un guión firmado en 1942 por Jaime de Andrade, es decir, por
Francisco Franco, raza y, por lo tanto, cualquier fecha que contenga tal
vocablo es inadmisible para los custodios del antifranquismo post mortem, incapaces de entender que
«raza» en ese contexto histórico, un contexto establecido tres décadas antes,
en 1913, año en el que la
Unión Ibero-Americana propuso conmemorar la fecha del descubrimiento de
América, decía «carácter», «cultura». Dicho lo cual, el esfuerzo aclaratorio probablemente
sobre, pues los refractarios a tal celebración lo son precisamente por entender
que nada positivo acarreó la incorporación de las gentes de aquel continente a
la Historia universal, acaso porque tal Historia, de escala imperial, esté
siendo impugnada en favor de perspectivas de marcado subjetivismo e
individualismo consumista, el alimentado por las cookies que detectan gustos e inclinaciones.
Desechada la Fiesta de la Raza desde 1935, actualmente el 12 de octubre,
contestado por el Día de la Resistencia
Indígena, en cuya estela han sido derribadas tantas estatuas colombinas
erigidas para italianizar el descubrimiento, conmemora la «Hispanidad»,
concepto dotado de un enorme clasicismo, que fue retomado en 1910 nada menos
que por Miguel de Unamuno, hecho que no encaja del todo con la amenabarización
que el Rector de la Universidad de Salamanca ha experimentado recientemente.
Sea como fuere, lo cierto es que en 1910 fue don Miguel, posterior contrafigura
de un caricaturesco retrato de Millán
Astray, fue quien contrapuso la «hispanidad» a la «argentinidad», en parte
italianizante, hegemónica en aquellos tiempos dorados para la nación
albiceleste. El testigo lo tomó uno de los últimos de Filipinas, Eugenio
García Nielfa en la misma Córdoba que más tarde sería base de
operaciones del primero comunista y luego muladí, Roger Garaudy.
Junto a los de letras, singularmente Ramiro de
Maeztu, fueron gentes de Iglesia quienes se ocuparon de cultivar, haciendo
bueno el lema «Por el imperio hacia Dios», el rótulo. Como es sabido, entre
ellos destacó un sacerdote vizcaíno, Zacarías de Vizcarra,
que estableció analogías entre «Hispanidad», «Humanidad» y «Cristiandad».
Relaciones posibles por entender que el canon cristiano albergaba una carga
plena de humanidad que otros credos religiosos no eran capaces de incorporar.
Más de un siglo después de la
recuperación unamuniana del concepto «Hispanidad», su conmemoración, que nos
remite al 12 de octubre en el que las naves colombinas abrieron la posibilidad
de la configuración de una parte formal del mundo, es contestada por las
autodenominadas izquierdas españolas, las mismas que asumen los postulados del
demócrata Joe Biden. Un presidente, Biden, miembro del partido en el que militó
el presbiteriano Andrew Jackson, bajo cuya presidencia se produjo el sendero de
lágrimas», itinerario que los cheroquis recorrieron dejando un rastro de
mortandad durante su deportación de la Georgia en la que se había descubierto
oro, que se permite el indocto lujo cultivar la visión negrolegendaria de
nuestro pasado, sin que desde las filas de sus hispanos admiradores nadie le
recuerde que su nación se expandió según los patrones racistas y supremacistas
del Destino Manifiesto.
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