La Gaceta de la Iberosfera, 21 de agosto de 2021:
https://gaceta.es/opinion/alicia-en-kabul-20210821-1729/
Alicia
en Kabul
En 2006 se publicó la obra de
Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento
Alicia. Un presidente en el País de las Maravillas, libro que
gozó de un gran éxito de ventas, en el cual, el filósofo español realizó una
profunda crítica del modo de razonamiento infantil de muchos de los gobernantes
occidentales -singularmente el del presidente español que aparecía en su
título- y, por consiguiente, de aquellos que facilitan su acceso al poder
depositando la papeleta en la urna. El adolescente pensamiento Alicia se
caracteriza por su simplicidad, por su miopía ante los problemas reales que
envuelven y condicionan cualquier conflicto o problema.
Tres lustros después de que Zapatero y el Pensamiento Alicia viera
la luz, la sociedad española y los medios oficialistas siguen dando vueltas, con
un enfoque idéntico, a los mismos temas que analizó Bueno: Alianza de las
Civilizaciones, feminismo, diálogo, Franco y el franquismo, memoria histórica,
pluralismo cultural, España y la Nación española, democracia y humanismo.
Asuntos a los que podríamos sumar la tauromaquia, el cambio climático o la
autodeterminación de género.
Varios de ellos -feminismo y
diálogo, por ejemplo- han reaparecido recientemente a causa de la retirada de
las tropas norteamericanas de Afganistán, con el consiguiente regreso de los
talibanes al poder. La oportunidad de volver a ejercitar el Pensamiento Alicia
estaba dada, y un socialista español, el mismo que nos regañó a los que
acudimos a la multitudinaria manifestación celebrada en Barcelona contra el
golpe de Estado dado por los secesionistas, por pedir prisión para esos
facciosos, alzó la voz. En efecto, Josep Borrell, Alto Representante de
Política Exterior y Seguridad Común de la UE, defendió la apertura de un diálogo
con los talibán para evitar que su acceso al poder derive en una crisis
humanitaria y en un desastre migratorio. «Diálogo, diálogo, diálogo», con inserciones
inclusivas, esa es toda la estrategia propuesta por nuestro pacifista
compatriota, que omite las causas históricas que han llevado a esta situación.
Unas causas que podemos esquematizar de este modo.
Afganistán, que durante el siglo XIX
se mantuvo en la órbita inglesa, fue uno de los muchos escenarios de la guerra
fría. Durante los años 60, la URSS armó al ejército afgano y se atrajo a
ciertas élites del país, a las que agasajó con un sistema de becas, método que
ya había dado sus frutos a su principal rival. El golpe de estado de 1978 dio
paso a una importante represión de religiosos y a una desestabilización que
permitió que, con el apoyo de los Estados Unidos, cuajara un complejo frente
anticomunista, caracterizado por su fanatismo religioso, cuya base de
operaciones fue el vecino Pakistán. En 1989, año de la caída del Muro de
Berlín, los soviéticos abandonaron aquellas tierras sin conseguir implantar su
modelo político. Un par de décadas después,
los Estados Unidos, que apenas habían hecho algo más que propiciar el cambio de
poder, se vieron obligados a intervenir con mayor profundidad en el Afganistán
en el que había sido acogido Osama Bin Laden. Sin embargo, en una tierra
marcada por los conflictos tribales, la implantación de la democrática pax americana se hizo inviable. Al igual
que ocurrió con las fallidas primaveras árabes, las condiciones materiales, tal
y como se ha demostrado con el rapidísimo avance de los talibanes, no estaban
dadas.
En semejante contexto, conviene, no
obstante, prestar atención a un factor que puede resultar clave en el
desarrollo de los próximos acontecimientos. El Afganistán que aparece en el
horizonte, a pesar de su adhesión a la ley islámica, la misma que limita los
Derechos Humanos occidentales a los que muchos se aferran aliciescamente, tiene
un explícito carácter nacional que acaso precipite su choque con un Daesh para
el cual las fronteras son inexistente. En el tiempo que ahora se abre,
Afganistán vuelve a situarse en el centro de la pugna entre imperios. Tocados
por el gorro que llevaran hasta allí las tropas de Alejandro Magno, blandiendo
en sus manos el soviético AK-47, los talibán resultan atractivos para China,
que ya ha reconocido contactos con estos, necesitados, por ejemplo, de técnicos
que les permitan adquirir las destrezas necesarias para manejar el sofisticado
armamento que ha quedado en sus manos.
Una China nada ingenua, que no tiene
el menor interés en implantar el confucionismo o en detenerse a analizar las
contradicciones que aloja en su seno, sino en adquirir materias primas y abrir
nuevas vías y mercados para su enorme industria, ajena a cuotas contaminantes.
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