La Gaceta de la Iberosfera, 17 de septiembre de 2021:
https://gaceta.es/opinion/de-la-traicion-considerada-como-una-de-las-bellas-artes-20210917-0800/
De
la traición considerada como una de las bellas artes
«La composición de un buen asesinato
exige algo más que un par de idiotas que matan o mueren, un cuchillo, una bolsa
y un callejón oscuro. El diseño, señores, la disposición del grupo, la luz y la
sombra, la poesía, el sentimiento, se consideran hoy indispensables en intentos
de esta naturaleza». Las palabras reproducidas aparecen en el libro Del
asesinato considerado como una de las bellas artes, obra que el ácido Thomas de
Quincey entregó a la imprenta un lustro después de que tan extravagante miembro
de la aristocracia inglesa, publicara las Confesiones
de un comedor de opio, sustancia que conoció mientras estudiaba en el
Worcester College.
La obra, atravesada por un agudo y
macabro sentido del humor, echa a andar describiendo los crímenes de John
Williams, y constituye una suerte de exquisito reglamento criminal. De Quincey, por ejemplo, aconseja
escoger sujetos que gocen de buena salud para desplegar ante él todo el arte,
una de las bellas artes al decir quinceyano, asesino. Asesinar sí, pero cuidando
las formas, tal y como queda expuesto en el que es, acaso, el pasaje más
célebre de la obra: «Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da
importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del
Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el
día siguiente».
Vienen estas evocaciones literarias
a cuento, porque lo ocurrido esta semana en el Parlamento de Cataluña presenta ciertas
analogías con algunos de los pasajes que dan cuerpo al libro referido. Dos son,
por ejemplo, bien que respaldados por poderosas facciones políticas, mediáticas
y económicas, los sujetos dispuestos -el calificativo se lo dejamos al lector-
a consumar un asesinato, el de la nación española, objetivo planteado en una
mesa, llamada de diálogo, en la cual se ha perdido la «buena educación». Una
puesta en escena envolvente del mercadeo de la soberanía española o, cuando
menos, de la consolidación de privilegios, sujeta a gestos y a símbolos, los
presentes y los ausentes, cargados de un simbolismo de los que mi compañero
Manuel Beas, maestro del protocolo, podría ilustrarnos en profundidad. La
retirada de la bandera española en el curso de una ceremonia que en todo
momento trató de establecer una aparente equiparación entre dos naciones, la
española y la fantasmagórica república catalana, fue el punto culminante de una
jornada que habla a las claras de hasta qué punto el rehén del golpismo que
pernocta en La Moncloa está dispuesto a traficar con algo que no le pertenece. Un
tráfico, término que empleamos por la enorme carga de corrupción política
aparejada a la asunción de una negociación bilateral, en pie de igualdad, entre
un gobierno nacional y uno regional, para el cual, ningunos de los negociantes
está autorizado, pues ninguno de ellos puede poner sobre la mesa lo que no les
pertenece. Aragonés es, en rigor, el más alto representante del Estado en
Cataluña. Aragonés preside la Generalidad de Cataluña, no una nación política,
pues la Comunidad Autónoma de Cataluña no tiene semejante condición, por mucha
bilateralidad que se imposte.
Existe, no obstante, y de nuevo regresamos a De Quincey, «la disposición del grupo» o, por mejor decir, la de muchos grupos, para erosionar la nación con objetivos localistas y, por ende, disolventes. Los ya aludidos, escudados tras el genuflexo Sánchez y su ufano anfitrión Aragonés, pero también otros. De hecho, en un ejercicio de mimetismo que, al cabo, servirá para legitimar las maniobras del Gobierno y el golpismo catalanista, acaso por la vía de la reforma de la Constitución en un sentido federalizante que, en realidad, sería confederalizante, ya se reclama la puesta en marcha de mesas semejantes. En este empeño se halla, por ejemplo, el blasinfantista Juan Manuel Moreno Bonilla, habitual usuario del vocablo «cogobernanza», tan próximo al anhelo de la España multinivel, aventado por el Gobierno, y veterano integrante de un Partido Popular que cuando gozó de la mayoría absoluta no se atrevió a socavar los cimientos -educativos, propagandísticos, paradiplomáticos-, sobre los que se asienta la mesa de la traición que, acompañada por una escenografía cinematográfica y un rótulo tan cursi como el de la «agenda del reencuentro», se ha exhibido, de impúdica manera, ante el conjunto de la nación.
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