La Gaceta de la Iberosfera, 31 de octubre de 2021:
https://gaceta.es/opinion/lortu-arte-20211031-1149/
Lortu
arte!
Las calles vascas ya están
empapeladas con carteles en los que se anuncia una nueva movilización promovida
por uno de los principales socios del Gobierno de Pedro Sánchez, EhBildu,
principal gestor de los réditos políticos y sociales obtenidos por la banda
terrorista ETA en la que figuró destacadamente el otrora Gordo, «Hombre de paz» desde los tiempos del zapaterato.
La manifestación, impresa sobre un
inmaculado fondo blanco, se convoca bajo una verdosa geometrización de la
heráldica vasco-navarra. Al cabo, bajo la pátina marxistoide del mundo etarra
siempre subyacieron elementos propios del antiguo régimen, amén de un mal
disimulado supremacismo, como bien ha mostrado Jon Viar en su excelente Traidores,
emitido discretamente en la antes llamada UHF, hoy La 2 de TVE, pues La 1 suele
reservar su franja horaria estelar a los cómicos y sicofantes encargados de
administrar las dosis adecuadas de anestesia política y sociológica.
La fecha escogida para que el mundo
filoetarra procesione por la así llamada Euskal Herria, probablemente
acompañado por elementos cercanos, cuando no directamente vinculados, al PSOE o
Unidas Podemos, es el próximo 20 de noviembre, día dotado de una enorme carga
simbólica. En efecto, como todo el mundo sabe, el 20 de noviembre de 1975 Francisco
Franco, indiscutible protagonista de la política actual, exhaló su último aliento
en el madrileño y público Hospital de la Paz. La data elegida por quienes, al
amparo del hacha y la serpiente, dejaron un enorme caudal de sangre obtenida gracias
al coche-bomba y el tiro en la nuca, no es casual. Con su elección, EhBildu
pretende recuperar la idea, también desmentida en la obra de Viar, de que ETA
fue una organización antifranquista, característica que, para los fideístas de
la Memoria antes Histórica, hoy Democrática, dota de legitimidad a todo aquello
que se hiciera en contra del régimen del general gallego.
Un simple vistazo a las cifras de
asesinados por ETA antes del 20 de noviembre de 1975, desde el primer crimen
cometido contra el guardia civil Pardines, arroja un cómputo de 44 muertos. En
el periodo de igual duración inmediatamente posterior al óbito de Franco, eleva
la cifra hasta, al menos, 348 asesinados. Para cualquier observador no
fanatizado por la papilla ideológica que nutrió a los etarras y a sus
cómplices, la conclusión es evidente: ETA no fue una organización
antifranquista, sino algo muy diferente. ETA fue una compleja trama que no sólo
asesinó. Sus acciones fueron, efectivamente, terroristas, pues lograron
paralizar a gran parte de la población vasca y una no pequeña parte del resto
de españoles que hoy tienen prisa por olvidar más de cuatro décadas de
crímenes, mutilaciones, daños psíquicos y materiales. Convenientemente aggiornata y ajustada a unos dictados,
los de la nueva ideología verde, en la cual el metal de las pistolas tiene escasa cabida, la autoproclamada
izquierda abertzale se esfuerza por mostrar una cara amable y pacífica,
democrática, en suma.
Una nueva y
sostenible máscara, acaso capucha, tras la que se esconde lo que siempre fue
ETA: una banda terrorista que no mató para sacudirse las estructuras de un
régimen que proclamaba ser una «democracia orgánica», sino para lograr lo que
se esconde bajo el lema -«Lortu arte!», es decir «¡Hasta conseguirlo!» -elegido.
Ahora al igual que en los tiempos predemocráticos,
las acciones de ETA buscaron una única cosa: alzarse con una tierra que
sembraron de cadáveres y de la que expulsaron a muchos de sus hijos.
El objetivo último, la secesión, cuenta
ahora con poderosos apoyos y una agenda para la cual los estados-nación de la
escala de España son su mayor estorbo.
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