miércoles, 31 de agosto de 2011

Vapor y fatiga. Notas sobre Jerónimo de Ayanz


El Catoblepas • número 114 • agosto 2011 • página 14

Vapor y fatiga

Iván Vélez

Notas sobre Jerónimo de Ayanz

1. Objetivo

El presente trabajo pretende, por un lado, contribuir a la difusión del conocimiento de Jerónimo de Ayanz, tomando como referencia las máquinas de vapor por él desarrolladas, así como la creación de un término de medición de potencia a él debido: la fatiga. Por otra parte, la elección del personaje y los temas escogidos, tratan de enfrentarse a la común y negrolegendaria creencia de que en la España imperial no hubo un desarrollo tecnológico que posibilitara la incorporación de los españoles al mundo científico que tiene entre sus hitos fundamentales precisamente la máquina de vapor.

2. Caballos ingleses vs caballos franceses

En 1782, el ingeniero y matemático escocés Jacobo Watt (1736-1819), acuñó la expresión «caballo de fuerza» –horse power–, dándole nombre a la unidad de potencia necesaria para elevar verticalmente a la velocidad de 1pie/minuto un peso de 33000 libras. El caballo de vapor hoy empleado en diversos campos industriales –el CV– posteriormente equivaldría a 745,69 Vatios –W–, magnitud adoptada por el Segundo Congreso de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en 1889, que recibió este nombre en homenaje al destacado miembro de la Sociedad Lunar. Su incorporación al Sistema Internacional de Unidades, dominado por Francia, se produjo tras la undécima Conferencia General de Pesos y Medidas, celebrada en Sevrés en 1960.

El caballo de fuerza o de potencia –HP– debido a Watt, –no confundir con el CV– permanece hoy en desuso, si bien continúa integrado en el Sistema Anglosajón de Unidades. El nacimiento de esta unidad de fuerza estuvo ligado a la gran relación que Watt tuvo con las máquinas de vapor de su época, en concreto, estudiando mejoras para la llamada máquina de Newcomen, en cuyo desarrollo, al margen del propio Tomás Newcomen y su socio Tomás Savery, había intervenido Roberto Hooke. La máquina de Newcomen, y este es un aspecto que nos interesará sobremanera en el desarrollo de nuestro trabajo, estaba destinada a desaguar minas. Pero regresemos a Watt. Éste, tomando como referencia la principal fuente energética de muchos ingenios llamados «de sangre», es decir, aquellos movidos por la tracción animal, analizó el trabajo realizado por los caballos que aportaban su fuerza motriz a bielas y engranajes que servían para hacer funcionar molinos o para tirar de los carros enganchados a sus pértigos, y de ellos tomó el nombre para su unidad de potencia. Según las estimaciones de Watt, el caballo-tipo, podía levantar 330 libras de peso a una altura de 100 pies en un minuto.

Mientras todo esto ocurría en las islas británicas, otra potencia europea, Francia, oponía a los anglosajones el Sistema Métrico Decimal, de pretensiones universales y constituido por diferentes unidades a las empleadas al otro lado del Canal de la Mancha, siendo así que el caballo de fuerza inglés, daría paso en el continente al caballo de vapor –cheval au vapeur–, cargado ahora de decimales por abandonar las tradicionales unidades que, expresadas en números enteros, había empleado Watt.

Si estas unidades de medida son hoy conocidas comúnmente, ello es debido a la efectiva implantación de las tecnologías de las que surgieron. En adelante, trataremos de las máquinas diseñadas por Jerónimo de Ayanz junto a una magnitud de su creación: la fatiga, empleada en las mismas. Si en el caso del español sus inventos no corrieron la misma suerte que los arriba citados, la exhumación de documentos de la España imperial, invita a replantearse la visión de esta época en relación con las tecnologías revolucionarias.

3. Breve apunte biográfico de Jerónimo de Ayanz{1}

Retrocedamos ahora casi dos siglos atrás para situarnos en la España de Felipe II. En el año 1567, a la corte del Rey Prudente II llega desde Navarra, concretamente desde el Palacio de los Ayanz en Guenduláin, próximo a Pamplona, un joven noble que ingresará en tan distinguido ambiente en calidad de paje, beneficiándose así de una refinada educación. Se trata de Jerónimo de Ayanz, nacido en 1553 como segundo hijo de un matrimonio cuyos orígenes iban ligados a la corona de Navarra, lo cual no impidió que este linaje se situara del lado de Fernando de Aragón en la toma de este reino por parte del Rey Católico. Ese atributo, su condición de segundón dentro de una familia que se regía por la institución del mayorazgo, provocó su temprana salida de tierras navarras con destino al Madrid que recientemente había sido elegido como capital del Imperio. La presencia en la Corte de este mozo navarro dejó honda huella no sólo por su descomunal fuerza, sino también por su talento, aplicado a las más diversas disciplinas. Nos hallamos en plena construcción de El Escorial, y por la Corte española pasan personajes de la talla de Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera, Juanelo Turriano o Pedro Juan de Lastanosa. Al auge edificatorio, que incluye necesariamente grúas, poleas y diversas máquinas, hemos de sumar el interés que empieza a despertar todo aquello que tenga que ver con la máquina, desde los relojes a los ingenios hidráulicos que salpicaban el paisaje hispano.

A partir de 1571, tras terminar su formación en la Corte, ya crecido, Jerónimo de Ayanz también destacó por su valor y audacia en los campos de batalla europeos, participando a las órdenes de Juan de Austria en la toma de Túnez, y posteriormente, tras un paso por el Milanesado –en el que tomaría contacto con ingenieros italianos como Leonardo da Vinci o Martini–, en las guerras de Flandes, a las órdenes de Alejandro Farnesio, de vuelta a España, tuvo un destacado papel en la conquista de Portugal llevada a cabo por Felipe II por medio del Duque de Alba. Tan numerosos hechos de armas, le acarrearon gran fama, hasta el punto de que sus hazañas bélicas, junto a su ingenio, fueron cantadas por Lope de Vega primero en su exitosa novela El peregrino en su patria (Sevilla, 1604), y después, tras su muerte, cuando a finales de 1617, hace de nuevo apología del navarro en la comedia Lo que pasa en una tarde.{2}

La ascensión de Jerónimo de Ayanz era meteórica, y pronto sus méritos se vieron recompensados con su ingreso a los 26 años como caballero de la poderosa Orden de Calatrava, hecho al que se unió la unión, por doble vía matrimonial –primero casó con Blanca y a la muerte de ésta lo hizo con su hermana Luisa–, con la familia murciana de los Dávalos y Pagán. Ayanz, nombrado encomendero de las diversas encomiendas que poseía la Orden en esta parte de España, contaba con 31 años y añadía a sus abultadas rentas las de su nueva familia política, así como el cargo de regidor de Murcia. Comienza aquí su relación con una actividad, la minería, que hemos de situar en el origen de uno de sus mayores logros: la invención de la máquina de vapor.

Pese a su desahogada situación, Jerónimo de Ayanz, siempre inquieto, dejó Murcia para regresar a la Corte, ya sea en Madrid ya en Valladolid. Allí, se documentará en el Archivo de Simancas, en relación con las explotaciones mineras. A las orillas del Pisuerga, en la nueva Corte de Felipe III, instaló su gabinete, en el cual desarrolló innumerables proyectos entre los que destaca la invención de un equipo de buceo que se probó con éxito el 2 de agosto de 1602 en el susodicho río. Junto a éste, otros muchos inventos, acreditados mediante el correspondiente privilegio de invención, se debieron al navarro. De este modo, Ayanz atesoró hasta 48 patentes entre las que podemos citar balanzas de precisión –que pueden pesar «la pierna de una mosca»–, hornos de todo tipo, destiladoras, sifones, diversas modalidades de molinos, presas, bombas e incluso un curioso sistema de aire acondicionado que, al parecer, funcionaba en su propia casa.

No cesaron ahí las actividades de Jerónimo de Ayanz, pues también terció en importantes polémicas como la de la determinación de la longitud en los viajes marítimos, cuestión fundamental para un Imperio cuyas más vastas posesiones se hallaban al otro lado del Océano Atlántico{3} o en el problema de la extracción de la plata en Potosí a partir de los minerales llamados negrillos.

Finalmente, su alejamiento de la atmósfera cortesana, irá unido a su breve y fallida andadura empresarial. En efecto, si en 1597 Ayanz fue nombrado Administrador General de las Minas, ocupando la plaza que había dejado vacante al morir el alemán Carlos Gedler, vinculado a la familia de los banqueros Fugger o Fúcares, que controlaban las minas de Almadén{4}, hacia el final de su vida, en 1611, Ayanz forma una compañía para la explotación de las minas sevillanas de plata de Guadalcanal. Es en esta explotación minera donde posiblemente se empleara por primera vez una máquina de vapor que solucionaba uno de los mayores problemas de los trabajos realizados en el subsuelo: la evacuación de las aguas.

4. Vapor y fatiga

Como hemos visto, Ayanz dedicó mucho tiempo a estudiar la tecnología asociada a la minería, tanto en lo tocante al desarrollo de nuevas técnicas que optimizaran la obtención de metales –en especial los procedentes de América–, como en los ingenios indispensables para el trabajo subterráneo y la manipulación de minerales en superficie. El navarro, conocía bien la obra del alemán Agrícola, De re metallica, y tuvo contacto con los numerosos técnicos germanos que trabajaban, copando en gran medida el sector, en la España de la época, bien en la Península, bien en ultramar, pues no hemos de ignorar que en ya 1528, Carlos I había suscrito un contrato con la familia banquera de los Welser, por el cual ésta podía explotar las riquezas mineras de oro y plata de la actual Venezuela, propósito para el cual desplazaron hasta allí a 50 mineros alemanes. Toda esta experiencia con técnicos extranjeros, propició que Ayanz señalara la necesidad de mejorar la formación de los mineros españoles.

En cuanto a la preparación seguida al acceder al cargo de Administrador General de las Minas, es destacable su labor documental en archivos, el empleo de muestras llegadas desde los lugares más dispares para trabajar directamente con ellas, así como las visitas que realizó a más de 500 yacimientos mineros, muchos de los cuales volvieron a ponerse en funcionamiento. Las labores dirigidas personalmente por Ayanz, se vieron plasmadas en un documento, una relación formada por 25 cuestiones en las que se hacía un diagnóstico de la situación y se apuntaban numerosas medidas correctoras. El navarro incidía en la necesidad de incorporar mejoras técnicas, aumentar la seguridad o permitir una mayor presencia de la iniciativa privada en las explotaciones.

Abandonemos por un momento las minas para analizar aspectos más genéricos antes de referirnos a la máquina de vapor. Al particular proceder de Ayanz, hemos de añadir el hecho de que los muchos inventos a él debidos, están registrados por medio de patentes o privilegios, institución española que arranca en 1478, reinando los Reyes Católicos, y que no se limitaba a la simple expendeduría de documentos, sino que requería de la comprobación empírica del buen funcionamiento o adecuación del artefacto a la tarea para la que había sido concebido. En resumidas cuentas, lo que pretendemos afirmar es que tanto los métodos seguidos por Ayanz, como los filtros que debía pasar cualquier invento para obtener su privilegio de uso o patente dentro de las posesiones hispanas, pueden vincularse con la revolución científica.

No pretendemos presentar a un Ayanz científico, sino más bien ingenieril, maquinista, ni afirmar que en la España de su época existiera una disciplina científica asimilable a lo que posteriormente sería la Termodinámica. Ello no impide afirmar que muchas de las condiciones de partida del desarrollo científico que precedió a la Revolución Industrial, ya existían en nuestro país en diferentes grados de desarrollo, incluso con la puesta en marcha de instituciones cuyo punto de partida hemos de situarlo en las más altas esferas políticas. Sirva como ejemplo el hecho de que, en relación con una de los componentes que comúnmente se identifican con las ciencias, las matemáticas, hemos de decir, contra la habitual visión oscurantista de la Historia de España, que desde 1582, existía ya una Academia de Matemática fundada en Madrid por Felipe II. Esta institución aúlica, tuvo importantes efectos en relación con el extraordinario desarrollo de la navegación española que ya apuntábamos más. A todo ello hemos de sumar que, desde las posiciones propias del materialismo gnoseológico{5}, nuestra concepción de las ciencias exige incorporar en ellas, antes incluso de la acotación de su campo, toda una panoplia de aparatos entre los cuales debe figurar, por ejemplo, la precisa balanza antes citada. En el caso que nos ocupa, y ahora comenzaremos a referirnos a la máquina de vapor, su aparición no irá asociada a especulaciones de salón o a íntimos autologismos, sino a la necesidad que Jerónimo de Ayanz tuvo de extraer el agua que inundaba las minas e impedía, especialmente en invierno, su explotación. Veamos:

Según apunta García Tapia, Jerónimo de Ayanz pudo emplear tal máquina en la explotación de las minas del Guadalcanal, integradas en un complejo completado por el empleo de diversos sifones. La máquina en cuestión, constaba de una caldera de cobre o «bola de fuego», en la que el agua, que llenaba sus dos terceras partes, se calentaba hasta convertirse en una vapor que ascendía por un tubo hasta llegar a un par de depósitos en los que se almacenaba el agua de la mina. Allí, la presión del vapor procedente de la caldera, servía para empujar y elevar el agua hasta el exterior. Una vez evacuada el agua de los depósitos, se reanudaba la operación. Precisamente para optimizar el proceso, Ayanz añadió una nueva caldera a la anterior, que entraba en acción cuando la primera de ellas se enfriaba o perdía el agua. La afirmación según la cual en Guadalcanal se empleó tal máquina, se apoya en el hecho de que Ayanz solicitó poder disponer de toda la leña de los bosques aledaños, hecho al que hemos de añadir el uso que se hizo de una mina de cobre cercana, metal necesario en la construcción de los depósitos y las tuberías. El secretismo con el que se llevaron a cabo los trabajos, parece, según el investigador, avalar dicha tesis.

Esquema de la máquina de vapor de dos depósitos, inventada por Jerónimo de Ayanz

No está demostrado, sin embargo, que la máquina llegara a construirse y a funcionar de manera eficiente. García Tapia parece favorable a su uso en virtud del aludido secretismo y la confianza de los socios del navarro en poder sacar rentabilidad a una mina técnicamente tan complicada.

Todo esto ocurría en 1611 y a Ayanz, le quedaban tan solo dos años de vida. Pese a su brillante trayectoria, no despertó una admiración unánime y muchos fueron los enemigos que fue congregando el noble navarro. Poco a poco su figura se fue olvidando, siendo incluso víctima de una deliberada damnatio memoriae, y con ella sus inventos. En particular, por la importancia que tuvo en la llamada Revolución Industrial, el olvido de una máquina de vapor española, ha servido a uno de los argumentos negrolegendarios más manidos: la incapacidad de los españoles para la ciencia. De este modo, es lugar común apuntar una serie de nombres y fechas en relación con tal máquina. Acaso la fecha más temprana conocida sea el año 1663, en el cual Eduardo Somerset (1601-1667) describe por escrito una máquina de vapor, sin que se pueda afirmar que la desarrollara más allá del papel. Tras Somerset, figura el nombre de Savery, quien 1698 –recordemos que Ayanz había muerto ochenta y cinco años antes– diseña la que se ha considerado primera máquina de vapor, patentada en 1702.

Cierto es que la implantación de esta tecnología fue tardía en España, pero no hemos de olvidar que en 1783, el Conde de Floridablanca envía a Inglaterra al cerrajero Tomás Pérez y Estala, con la misión de hacerse con una máquina de vapor, tarea que llevó a cabo de forma clandestina trayendo a España las piezas con que se construirían los tres primeros ingenios movidos por este tipo de energía. La máquina de Ayanz, según parece, no fue capaz de rebasar el ámbito de su discreto uso en Guadalcanal o el de los archivos de los que ahora se ha rescatado, y es ésta la principal incógnita que cabe plantearse, pues apunta a una desconexión entre avances tecnológicos y empleo de los mismos.

Momento es de referirnos a la fatiga. El uso de este término por parte de Ayanz, aparece en relación con un ingenio de vaivén empleado para mover una noria de cangilones:

«Para medir la energía desarrollada por la máquina (lo que Ayanz denomina fatiga) había un medidor de balanza, consistente en una pesa que podía deslizarse por un brazo oscilante, como en una romana. El producto del peso por el brazo nos da el trabajo de la máquina que, relacionado con la fuerza humana, proporciona el rendimiento del mecanismo. En realidad está calculando el momento de la fuerza»{6}

El método de medición del rendimiento de la máquina, en realidad el momento de una fuerza, se sirve de una palanca de primera clase con un peso en su extremo, sistema que, como bien apunta García Tapia, era el empleado en un objeto tan cotidiano como la romana. La referencia que constituyen los llamados ingenios de sangre, en este caso de sangre humana, es clara, y nos conecta con los pasos seguidos para perfilar los caballos con los que comenzamos este trabajo. Es evidente que el cansancio en trabajos llevados a cabo por seres corpóreos, estaba presente en la mente de Ayanz, quien, huyendo de la terminología localista propia de sus tiempos –estamos pensando en la diversidad de «pies», «varas» o «arrobas» existentes en la época-, se decanta por emplear el vocablo «fatiga». La nueva acepción dada por Ayanz, sin embargo, tuvo poco éxito, pues rastreando la palabra por los diccionarios, la hallamos incluida en el Diccionario de Autoridades editado en 1732, y anteriormente en el Tesoro de Covarrubias, mas con un significado en absoluto tan específico como el tratado.

Si a mediados del siglo XVII, Jerónimo de Ayanz trató de establecer cánones de medida de la fatiga física mediante el empleo del artefacto indicado, será con la implantación de las nuevas tecnologías revolucionarias, cuando los estudios en torno a la fatiga sufrida tanto por las propias máquinas como por los operarios, comiencen a ponerse en marcha. La energía del vapor tuvo una importante aplicación en los medios de transporte, en particular, sirvió para la expansión del ferrocarril, cuya implantación cambió la fisionomía de muchas ciudades e incluso del paisaje. Cuando los trenes adquieren gran presencia en Inglaterra, el término fatiga pasa de referirse a los materiales y mecanismos del ferrocarril al cansancio físico y mental de los propios pasajeros. El término pasó de este modo de la fisiología a la mecánica y desde allí regresó a las revistas médicas{7}. La influencia entre estos dos campos, será mutua a partir de ese momento.

Será a principios del siglo XX, cuando un ingeniero estadounidense, Frank Bunker Gilbreth (1868-1924), ayudado por Frederick Winslow Taylor (1856-1915), se ocupe con mayor precisión de la fatiga en relación con la productividad del obrero. El resultado de sus trabajos fue la construcción del llamado ciclógrafo, así como de la confección de un conjunto de medidas tendentes a evitar la fatiga en el trabajo.

Hasta este momento, y sin que quepa establecer una disociación completa, nos hemos referido sobre todo a la fatiga en su dimensión física, pues si bien, insistimos, no cabe eliminar de ésta la importancia del agotamiento mental, el ingenio al que Ayanz asocia la fatiga, es una noria de cangilones. En resumidas cuentas, la máquina opera en el medio físico, tratando de elevar el agua de una cota inferior. Por emplear la terminología del Materialismo Filosófico, la fatiga de la que estamos hablando, está inserta en M1{8}. Además de este tipo de fatiga, si bien con gran carga metafórica, podemos citar la llamada fatiga de materiales, aquella que permite el paso del periodo elástico al periodo plástico, es decir, a la deformación formal de los elementos sometidos a esfuerzos, concepto muy empleado en resistencia de materiales o cálculo de estructuras. Sin embargo, junto a las citadas, otra fatiga se irá perfilando con el desarrollo de la Psicología, abriéndose paso en otro género de materialidad: M2, aquel formado por los fenómenos de la vida interior etológica y psicológica.

El avance de la Psicología, fue situando la fatiga y la sensación de fatiga en diferentes planos. No obstante, a principios del siglo XX, el fisiólogo italiano Angelo Mosso, trató de dar una visión unitaria de ambas. Frente a tales tesis, se situaba Josefa Ioteyko, que trataba de mantener dicha separación{9}. Sea como fuere, tal interés por el cansancio, impulsó numerosos estudios relacionados con las condiciones laborales a las que estaban expuestos los obreros. Entrado el siglo XX, nos encontramos con la obra del Arnulf Rüssel, Psicología del trabajo publicada en 1963, si bien dichos estudios y los anteriormente citados, tendrán lejanos precedentes. En efecto, en el propio siglo XVIII y después en el XIX, nos encontraremos con vocablos tales como «febrícula» primero, y «neurastenia» después, que podríamos situar en conexión con la fatiga mental.

En una sociedad cada vez más psicologizada como la actual, el crecimiento de este tipo de fatiga, y en consecuencia de su estudio, cobrará enorme protagonismo e incluso propiciará iniciativas que traten de buscar escapistas soluciones que propugnan el alejamiento del hombre de las opresivas sociedades industrializadas que máquinas como las diseñadas por Jerónimo de Ayanz, contribuyeron a construir. No cabe, sin embargo, ocuparse en nuestro trabajo de estas últimas cuestiones apuntadas con premura. Sirva, sin embargo, este artículo como homenaje a Jerónimo de Ayanz Beaumont.

Notas

{1} La mayor parte de la información que hemos manejado para elaborar este trabajo, la hemos obtenido de la obra del ingeniero e historiador Nicolás García Tapia, verdadero rehabilitador de la figura de Jerónimo de Ayanz. En concreto, hemos hecho uso de sus obras Un inventor navarro, Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553-1613) (Departamento de Educación y Cultura. Institución Príncipe de Viana, Pamplona 2001) y de Tecnología e Imperio. Ingenios y leyendas del Siglo de Oro (Nicolás García Tapia y Jesús Carrillo Castillo. Ed. Nivola, Madrid 2002). Asimismo, en la propia revista El Catoblepas, apareció el artículo firmado por Manuel de la Fuente Merás que llevaba por título: «Una mirada a los inicios de la máquina de vapor en la España Imperial» (El Catoblepas, número 39, mayo de 2005, página 24), en el que se abordan estas cuestiones.

{2} He aquí las alusiones a Jerónimo de Ayanz incluidas en la obra Lo que pasa una tarde:

[…] «MARCELO:

Esta es fuerza, señor, de la prudencia.
La fuerza corporal al cuerpo alcanza,
como la que se vio por excelencia
en el gran don Gerónimo de Ayanza.

GERARDO:

Allá en mi mocedad, con eminencia
la tuve yo. Del tiempo la mudanza
todo lo trueca.

DON FÉLIX:

Alcides nuevo llama
al fuerte don Jerónimo la fama.

GERARDO:

Hacía lechuguillas de un trincheo,
y con un dedo de las manos duras
le pasaba. Con brazo giganteo
rompía cuatro fuertes herraduras.

MARCELO:

Yo sé a su muerte un epigrama, y creo
que es excelente.

GERARDO:

Dile, si procuras
entretener mi justo pensamiento
mientras curan a Blanca.

MARCELO:

Estáme atento:
Tú sóla peregrina, no te humillas,
¡Oh Muerte! a don Jerónimo de Ayanza.
Tu flecha opones a su espada y lanza
y a sus dedos de bronce, tus costillas.
Flandes te diga, en campo, en muro, en villas,
cuál español tan alta fama alcanza.
Luchar con él es vana confianza,
que hará de tu guadaña lechuguillas.
Espera, arrancará por desengaños
las fuertes rejas de tu cárcel fría.
Mas ¡ay! cayó. Venciste. Son engaños.
Pues, Muerte, no fue mucha valentía,
si has tardado en vencerle sesenta años
quitándole las fuerzas cada día.»

{3} En relación con la navegación y otras cuestiones involucradas, especialmente las relaciones con las ciencias, recomiendo la lectura del artículo de Lino Camprubí Bueno, «Viaje alrededor del Imperio: rutas oceánicas, la esfera y los orígenes atlánticos de la revolución científica» (El Catoblepas, número 95, enero 2010, página 1, http://www.nodulo.org/ec/2010/n095p01.htm).
{4} Véase De mineral, metalúrgica y comercio de metales (Julio Sánchez Gómez, Ed. Universidad de Salamanca e Instituto Tecnológico Geominero de España, Salamanca 1990).
{5} Cf. Gustavo Bueno, ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. (Pentalfa, Oviedo 1995).
{6} Véase Tecnología e Imperio, pág.134.
{7} Cf. Wolfgang Schivelbusch, The Railway Journey. The industrialization of time and space in the 19th century (Universidad de California, Los Ángeles 1987).
{8} Cf. Gustavo Bueno, Ensayos materialistas (Taurus, Madrid 1972).
{9} Cf. E. Berrios, Germán; Bulbena Vilarrasa, Antonio; Fernández de Larrinoa Palacios, Pedro, Medición clínica en psiquiatría y psicología. (Ed. Masson, Barcelona 2000).

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