miércoles, 31 de octubre de 2012

Un escolástico clamor

El Catoblepas • número 128 • octubre 2012 • página 9
Un escolástico clamor
Iván Vélez
Recordando a Otto Carlos Stoetzer y su libro
Las raíces escolásticas de la emancipación de la América española


1       1.   Notas sobre Otto Carlos Stoetzer

Hace poco más de un año fallecía en la ciudad argentina de San Luis Otto Carlos Stoetzer (1921-2011), tras una larga vida que llevó al bonaerense –doctor en Derecho por la Universidad de Friburgo en Alemania en 1945 y en Ciencias Políticas por la Universidad de Georgetown en Washington en 1961- a residir en países como España, Alemania o Estados Unidos, naciones en las que obtuvo un merecido reconocimiento que, por lo que a la nuestra respecta, se sustancia en el nombramiento como Caballero de la Orden de Isabel La Católica por la defensa de la hispanidad producido en 1959.
Activo colaborador del Plan Marshal desde su puesto en el Departamento de Estado norteamericano, Stoetzer también obtuvo la secretaría de la Organización de Estados Americanos. Tan intensa vida profesional no le impidió, más bien le empujó, a desarrollar una importante obra ensayística de la que podemos destacar el libro del que nos vamos a ocupar en adelante: Las raíces escolásticas de la emancipación de la América española (Nueva York 1979)[1] cuya lectura puede ser muy esclarecedora a la hora de interpretar los procesos ocurridos hace dos siglos.

2       2. Una institución democrática y civil: el cabildo

El libro comienza describiendo el equilibrio de poderes característico del Imperio español, especialmente hasta la extinción de la dinastía de los Austrias. Un equilibrio que venía propiciado por las relaciones entre el llamado gobierno civil, representado por la Audiencia, sujeta al Consejo de Indias, y el gobierno eclesiástico ejercido bajo el Real Patronato de Indias, que suponía una práctica independencia respecto de Roma ya abierta por las propias bulas papales que respaldaban la conquista, supeditada a la conversión de los indios, del Nuevo Mundo.
De todos estos poderes, asentados en las plazas de armas, es del máximo interés el cabildo, descrito por Stoetzer, quien lo llega a caracterizar como «tercer estado»[2], del siguiente modo:

El Cabildo –el Concejo municipal- fue una institución medieval típicamente española, y como voz representativa del gobierno municipal estaba intrínsecamente vinculada al auge de las villas y ciudades. De acuerdo con Eduardo de Hinojosa, el Concejo municipal es el precursor del Estado moderno y su historia una de las realizaciones más extraordinarias de la civilización occidental, por cuanto echó los cimientos de muchas de nuestras libertades: libertad personal, libertad de propiedad, libertad de trabajo, inviolabilidad del hogar, igualdad de derechos civiles y políticos y, finalmente, progreso intelectual y científico. Por razones muy especiales, no obstante, el auge de villas y ciudades fue una realización todavía mayor en la Península Ibérica que en el resto de la Europa occidental y central.[3]

Es precisamente esta apelación, por lo demás nada despectiva, a la Edad Media española, la que permite a Stoetzer regresar al Fuero Juzgo o Las Partidas, para poder reconstruir el modelo civilizador, en su doble sentido, del Imperio español. En efecto, cuando los españoles cruzan el Atlántico en su intento globalizador –católico- ya disponen de una amplia experiencia de vida urbana desarrollada en tierras de frontera, circunstancias que favorecieron, especialmente en Castilla, el ayuntamiento de hombres libres al tiempo que dificultaba las injerencias de una Corona que no llegó a las cotas de absolutismo de sus pares europeas coetáneas. El modelo español, con representantes de las ciudades en las Cortes, como bien señala nuestro autor, se adelante en siglos a Inglaterra o Francia[4].
Hasta tal punto el cabildo, que regulaba lo relacionado con la milicia, civilidad o urbanidad –distribución de tierras, recaudación de impuestos, obras públicas- es la herramienta fundamental del despliegue y consolidación de Imperio hispano, que en 1549 se comienzan a constituir cabildos indios en los que se mantuvieron en gran medida, a su institucional amparo, estructuras indígenas prehispánicas[5].
Por otra parte, los cabildos, y esta es una cuestión central en el libro que nos ocupa, son sedes de una soberanía que, siempre según las tesis escolásticas, en especial las de Francisco Suárez, la otorgaba Dios al pueblo, y éste se la cedía al rey. Es en ausencia de los representantes del monarca cuando los cabildos adquieren perfiles corticales, como es el caso de la defensa de La Habana entre agosto de 1762 y julio de 1763, cuando Cuba es tomada por sir George Keppel[6], en el fondo, lo ocurrido en La Habana, recuerda la fórmula castellana de cabildo abierto, propia de tiempos de guerra. El caso habanero, por otra parte, anticipa el preponderante papel que estas instituciones tuvieron a partir de 1808.

  1. El escolástico modo imperial
Trazadas las líneas maestras del cabildo, Stoetzer dedica un amplio espacio a analizar, distinguiendo entre los principales reinatos, el Perú y Nueva España, los «pensamientos» -medieval, renacentista y barroco, según el argentino- que sustentaron al Imperio hasta la llegada de los Borbones. La legitimidad de la conquista, la forma de gobierno, el tratamiento de los naturales, son cuestiones que se resolverán recurriendo a las leyes citadas más arriba, pero, sobre todo, gracias a la obra de un conjunto de destacados teólogos y juristas entre los que destacan Vitoria, Sepúlveda, Suárez, Molina, Báñez, Soto, Cano o Mariana, quienes a su vez incorporan en su erudición fundamentalmente a Santo Tomás si bien el influo de San Agustín no desaparecerá del todo.
En relación con la reciente enumeración, se observa un singular desplazamiento de los núcleos dominicos a los jesuitas, viraje que tendrá sus consecuencias. Stoetzer aprovechará estas páginas para homenajear a la escuela filosófica española junto a figuras de las armas y las letras que prefiguraron, cuando no anticiparon, las obras de autores extramuros del orbe hispano.
            Sentadas estas bases, Stoetzer está en disposición de establecer una comparativa entre las ideas de pacto que subyacen en las obras de Suárez y Rousseau, cotejo muy importante pues, como es sabido, la maniquea ideología de la Ilustración tratará de arrogarse la tutela ideológica de las emancipaciones hispanoamericanas por el manido y negrolegendario método de sumergir a Suárez en una época de sombras inquisitoriales, la característica, a los ojos europeos, del Imperio español. Las diferencias –soberanía transferible y colectiva frente a la individual, hombres políticos frente a buenos salvajes, autoridad atributiva frente a la distributiva, limitación en la cesión de soberanía[7]- son notables. Así define Stoetzer las tesis del Doctor Eximio:

De acuerdo con Suárez, el Estado se establece mediante el contrato social; no es simplemente una pluralidad de individuos y familias en forma atomista, individualista y mecanicista, sino que es una unión orgánica producida libremente a base de consentimiento mutuo para la realización del bonum commune. El resultado es un corpus politicum mysticum unido.

El siglo XVIII y su cambio dinástico supondrán una gran transformación del Imperio debido al intento centralizador que introducen los Borbones. Estos cambios contribuirán a agitar la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares, y a desestabilizar el sistema de contrapesos por el que se regía el Imperio, si bien, según Stoetzer, estas turbulencias no fueron las causantes del desmantelamiento imperial final. Ni siquiera la relativamente ágil –a pesar de las prohibiciones existentes- circulación de obra ilustradas, llegó a erosionar significativamente la arquitectura imperial hispana. Y ello a pesar de la expulsión de los jesuitas, ocurrida en 1767, pues si esta orden hubo de emigrar, en las consolidadas universidades hispanoamericanas el influjo de su magisterio se mantuvo, alcanzando a los principales protagonistas de las revoluciones de principios del siglo XIX. En América se leyó a Raynal o Rousseau, pero mucho más a Feijoo, de cuya obra, Stoetzer señala que se vendieron más de 528.000 ejemplares. También se tuvieron abundantes noticias de la Revolución Francesa, si bien estos acontecimientos se interpretaron a menudo, al igual que ocurrió en la Península, como un ataque al modelo hispánico cimentado en el Trono y el Altar. En este sentido, Stoetzer da cuenta de las distancias entre las transformaciones políticas vividas en Francia y las acaecidas en el Imperio español, de una escala muy superior y hondas raíces ideológicas.
Son precisamente estas novedades borbónicas, las que sirvan como móvil para una serie de revueltas, entre las que podemos destacar la de Túpac Amaru II –el distinguido José Gabriel Condorcanqui-, de sangriento final, pero que, en cualquier caso, no discutían la autoridad real o la religión católica, ni pueden interpretarse en modo alguno como movimientos nacionalistas.

  1. Un hispánico griterío

Tras el recorrido descrito, Stoetzer debe afrontar el período emancipatorio de la América española, y decimos América en lugar de las naciones americanas, pues éstas surgirían tras un complejo proceso en cuyo arranque no estaban contempladas tal y como hoy territorialmente están hoy definidas. Lo dicho en términos territoriales sirve también para la cuestión social. Quienes protagonizaron el griterío de inicios del XIX fueron aristocráticos criollos, y en el proceso abierto por tales proclamas, que siempre incluían al Rey y a Dios, apenas hubo espacio –para lamento de indigenistas y multiculturalistas -para negros e indios.
El problema abierto por la crisis que supuso la ausencia del monarca que ataba todos estos vastos territorios y su sustitución por José I, no tenía ni fácil ni única solución, lo que propició la pugna entre diversos grupos humanos sujetos a la Monarquía Católica. Stoetzer distingue tres periodos dentro de los años decisivos que condujeron a las independencias hispanoamericanas.
El primero de ellos está protagonizado por las juntas, de marcado carácter urbano y sustentadas en las tesis de Suárez. Se trata de una fase compleja que sirve para que se desarrolle el que llama planteamiento «español o fidelista», localizado, sobre todo, en las cabeceras de los primeros virreinatos, Ciudad de México y Lima, es decir, allí donde la escolástica había arraigado con mayor fuerza frente al llamado planteamiento «revolucionario español». Atravesando dicha disyuntiva, hallaremos los denominados «argumentos» virreinal y provincialista, en el primer caso; y los unitaristas, confederalistas o provincialistas en el segundo. Una compleja situación que se enrevesará todavía más si atendemos a las luchas entre criollos y peninsulares. La gran erudición stoetzeriana permite observar las dificultades que los hispanoamericanos de principios del XIX tuvieron para encontrar las «junturas naturales» de las estructuras políticas que pretendían establecer.
El segundo período (1814-1820) es el acotado por la reacción absolutista que resultó de la vuelta a España de Fernando VII. Es en estos seis años donde Stoetzer sitúa los momentos decisivos en las derivas independentistas, motivadas, en gran medida, por la incomprensión que desde España se tuvo con respecto a las juntas americanas. Por su parte, estas juntas, mucho más tradicionalistas que las españolas, según el escritor porteño, pretendieron mantener las esencias del Imperio español, muchas de las cuales, desde su punto de vista, se habían perdido en España debido a las influencias extranjeras[8].
Por último, el ciclo termina con el restablecimiento del liberalismo (1820-1823), que dará comienzo con iniciativas tan conservadoras como las del Plan de Iguala –que señalaba a la religión católica como la única permitida y rompía definitivamente con España-, en el que se invita a un miembro de la Familia Real a ser emperador de México y que en el resto de territorios abundará en el distanciamiento entre las estructuras políticas ya fortalecidas en el Nuevo Mundo y España, dando lugar a naciones que trataron de borrar de sus nombres cualquier referencia al período virreinal.
Se cierra el libro con una interesante conclusión: los procesos emancipatorios de las naciones hispanoamericanas que luego serían, se llevaron a cabo, con los célebres «gritos» -muchos de ellos salidos de gargantas clericales- como punto de partida mediante la fiel observancia de la tradición escolástica española. De este modo, el proceso del que ahora se conmemora su bicentenario puede sin duda caracterizarse como un tiempo marcado por el conservadurismo.

Iván Vélez




[1] Hemos manejado la edición hecha por el Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1982, 480 pp.
[2] Stoetzer insiste en el concejil democratismo procedimental de esta institución tan dada a la votación popular de la que, no obstante, estaban excluidos moros y judíos. Op. cit, pág. 18.
[3] Ibid., pág. 17.
[4] Ibid., pág. 18.
[5] Buen ejemplo de ello es el mantenimiento de la mita, sistema de trabajo prehispánico que, no obstante, se carga en el debe del Imperio español.
[6] Óp. cit., pág. 23.
[7] Para matizar esta enumeración remitimos al lector a la página 48 de la obra citada.
[8] Op. cit., pág. 411.

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