lunes, 14 de enero de 2013

Masones y filibusteros en la estela Monroe

El Catoblepas • número 131 • enero 2013 • página 3
http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p03.htm
Masones y filibusteros en la estela Monroe
Texto ampliado del que sirvió como base para la comunicación expuesta en las XVI Jornadas de Filosofía Sociedad de Filosofía de Castilla-La Mancha: «1812-2012. De la Hispanidad al Europeísmo. Diferencias, paralelismos y continuidades» (Talavera de la Reina, 26 y 27 de octubre de 2012)

El año de 1808 es considerado el punto de arranque de la definitiva transformación del Imperio español en lo que acabaría convirtiéndose en un conjunto de naciones políticas soberanas. No obstante, si a partir de tal fecha se precipitaron los acontecimientos, las maniobras para desestabilizar a la Monarquía Hispánica, tanto las internas, como, sobre todo, las externas, se recrudecieron a principios del siglo anterior, coincidiendo, fundamentalmente, con un momento de crisis: la Guerra de Sucesión, contienda internacional que daría como fruto la sustitución dinástica en el trono español. Es en este contexto cuando aparecen obras como Una propuesta para humillar a España, folleto impreso en Londres en 1711 que apuntaba ya a un objetivo concreto, la disgregación de la América hispana.
Si en el largamente explotado terreno propagandístico podemos citar tal texto, lejos del papel son continuas las maniobras depredadoras o ataques, como la desastrosa campaña emprendida por el almirante Eduardo Vernon (1684-1757), quien tras saquear Portobelo, tomó rumbo hacia Cartagena de Indias, donde fue estrepitosamente derrotado por Blas de Lezo (1689-1741). Precisamente entre las tropas de Vernon se hallaba Lorenzo Washington (1718-1752), hermanastro del primer presidente de Estados Unidos, Jorge Washington (1732-1799), quien a temprana edad se iniciará en la masonería.
Es lugar común situar el arranque de la masonería en Inglaterra, embrión de la estadounidense, en una tabernaria reunión celebrada en Londres el 24 de junio de 1717. Sea como fuere, un siglo más tarde, las sociedades secretas estaban consolidadas en unos Estados Unidos interesados en ampliar su territorio e influencia en el vasto mercado que suponía la América hispana. Serán precisamente muchos integrantes de la masonería los agentes principales de tales políticas. Dicho esto, nos apresuramos a aclarar que el propósito de este trabajo no consiste en identificar masonería o filibusterismo con la política seguida por Inglaterra y Estados Unidos desde hace dos siglos, sin embargo, consideramos que estos movimientos e ideologías deben tenerse en cuenta sobre todo al componerse con otras que perseguían objetivos compatibles. Parece, sin embargo, evidente, que los círculos masónicos sirvieron de caldo de cultivo de ideologías fuertemente antihispanas, pues su oposición al Antiguo Régimen pondrá en su punto de mira uno de los atributos fundamentales de tal Imperio: su carácter católico. La sustitución de las referencias religiosas por una sobreabundancia de ceremonias de las que se mofó el propio Feijoo[1], la del propio Dios terciario por el hombre y la adscripción, entre otros, al mito del progreso, abrirán un abismo entre dos concepciones del mundo que podemos representar, por un lado, por las citadas sociedades secretas, y por otro, por la Santa Alianza. Finalmente, hemos de añadir un fuerte sentimiento antipapista, el que afectaba a eminentes masones como Juan Teófilo Desaguliers (1683-1744)[2], descendiente de hugonotes salidos de Francia hacia Inglaterra tras la revocación del Edicto de Nantes de 1685. La trayectoria familiar de Desaguliers recuerda a la del propio Joel Roberts Poinsett (1779-1851), al que nos referiremos en adelante dejando de lado a importantes masones criollos como San Martín, Bolívar, Miranda o el mismo Francisco Bilbao, acuñador del vocablo Latinoamérica que disuelve el componente hispano del Nuevo Mundo.
Con éxito desigual, lo cierto es que durante el siglo XVIII, primero Inglaterra, y después los Estados Unidos, trazan planes expansionistas con los territorios hispanoamericanos como objetivo. En efecto, el propio Tomás Jefferson (1743-1826), uno de los principales redactores de la Declaración de Independencia, que tanto ascendente tuvo sobre el propio Monroe, traza algunas de las líneas maestras de tal doctrina en una carta enviada a Stuart en enero de 1786:

Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Mas cuidémonos de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles desde luego. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten débiles en demasía para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población progrese lo suficiente para ir arrebatándoselos, parte por parte.

Jefferson era consciente de las ventajas que podía ofrecer el Imperio hispano, cimentado en sólidas instituciones cuyo asiento eran los cientos de ciudades fundadas por los españoles. El atractivo del Imperio español era evidente, como podemos comprobar acudiendo a la figura del abogado Henri Marie Brackenridge (1786-1871), enviado a América del Sur entre los años 1817 y 1818, quien señala en su informe publicado al año siguiente:

Los españoles americanos, como descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, basan sus derechos políticos en las disposiciones del Código de Indias. Afirman que su constitución es de una naturaleza más alta que la de España, por cuanto descansa sobre un pacto explícito entre el monarca y sus antepasados.[3]

Branckeridge, que en 1841 formó parte de la comisión encargada de establecer el tratado con México, era un devoto de la Doctrina Monroe, cuyas raíces podemos rastrearlas en la idea del Destino Manifiesto que fascinó a muchos colonos desde el siglo XVII. El origen del concepto del Destino Manifiesto se podría remontar desde la época en que comenzaron a habitar los primeros colonos y granjeros llegados desde Inglaterra y Escocia al territorio de lo que más tarde serían los Estados Unidos. En su mayoría profesaban los cultos puritano y protestante. Sirvan como ejemplo de esta ideología providencialista las palabras del ministro puritano John Cotton (1585-1652), quien escribía lo siguiente en 1630:

Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así como a someterlos.

John O'Sullivan (1813-1895) es, sin embargo, quien emplea la expresión en el artículo «Anexión», publicado en el número de julio-agosto de 1845 de la revista neoyorquina Democratic Review , en el que se declaraba favorable a la anexión de Texas. En él se decía:

El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.

Regresemos de nuevo a finales del XVIII. Cuando se escribe la epístola de Jeferson a Stuart, Poinsett era apenas un niño. Décadas más tarde, con 31 años, el descendiente de hugonotes exiliados, tras una etapa de formación en Europa, entra al servicio del gobierno de los Estados Unidos. El masón yorkino Poinsett comenzará a operar políticamente en Buenos Aires. Su misión consistirá en transmitir la idea de que los Estados Unidos pretendían mantener buenas relaciones con las naciones que se estaban emancipando del Imperio español, propósito que encubría otro: sondear la situación real de estos territorios sudamericanos, contactando con las juntas de gobierno constituidas en los mismos. La ruptura de relaciones entre la junta bonaerense y la Central será otro de sus objetivos. Las acciones de Poinsett en Sudamérica, rivalizarán con las de los agentes ingleses, quienes finalmente consiguieron una mayor implantación en el cono sur. En este sentido, sobresale la figura del primer ministro inglés, Jorge Canning (1770-1827), masón desde 1810 y simpatizante, no obstante, de la Doctrina Monroe. El resultado de las maniobras de Canning daría sus frutos, pues en 1825 Inglaterra reconoció la independencia de la República Argentina, reconocimiento que llevó ligada la firma de un tratado rubricado en Buenos Aires en el que se fijaban las condiciones de amistad, comercio y navegación entre estos dos países.
Poco antes del acuerdo anglo-argentino, Poinsett, es enviado en 1822 al México de Iturbide en el que ya tenía una fuerte implantación la masonería que se regía por el rito escocés, que se vería reforzado a partir de la llegada del encargado de negocios de Inglaterra, Henry George Ward, quien ya había pisado tales tierras en 1823. Su estancia se prolongó entre 1825 y 1827, tiempo en el que funda varias logias.
Poinsett, por su parte, y tras una primera toma de contacto en la que sondeará las posibilidades de bloquear el acceso a la nueva nación tanto de ingleses como de franceses, implantará el rito yorkino, impulsando unas organizaciones que abogaban por un sistema federalista, al tiempo que exhibían una hispanofobia muy superior a la de sus análogos escoceses, quienes eran más conservadores y centralistas.
La Doctrina Monroe se haría pública un año más tarde, recibiendo el lógico beneplácito y eco de algunos de sus inspiradores como el propio Jefferson, que en octubre de 1823 se manifiesta de este modo en una misiva enviada al mismísimo Monroe:

Por mi parte, confieso sinceramente haber considerado siempre a Cuba como a la adición más importante que pudiera ser hecha a nuestro sistema de Estados. El control que, junto con Florida, nos daría esa Isla sobre el Golfo de México, y sobre los países e istmos que lo bordean, al igual que sobre aquellos cuyas aguas en él desembocas, habrá de colmar la medida de nuestro bienestar político… Sin embargo, no vacilo en abandonar mi primitivo deseo con miras a oportunidades futuras, y prefiero su independencia, sobre la base de la paz y la amistad inglesa, y no su anexión a nosotros al elevado costo de la guerra y la enemistad con Inglaterra.

Un año más tarde de la publicación, Poinsett entrará en contacto con el entonces Secretario de Estado, James Monroe (1759-1831), masón y quinto presidente norteamericano, con cuya doctrina, hecha pública el 2 de diciembre de 1823, simpatizará durante toda su vida.
La estrategia norteamericana tenía un potente adversario: el Imperio inglés, ávido de ocupar el lugar del español, quien, por otro lado, había apoyado la emancipación norteamericana. A la oposición inglesa, hemos de sumar la que constituían amplios sectores de las sociedades hispanas, muchas de las cuales tardarían en cristalizar políticamente. Poinsett, consciente de estas resistencias, tratará de obstaculizar los proyectos unionistas, como el del propio Bolívar, quien desde 1824 trataba de organizar el Congreso Hispanoamericano, finalmente celebrado en junio de 1826, Congreso al que el presidente mexicano Guadalupe Victoria se había sumado. Es, sin embargo, la figura de Lucas Alamán (1792-1853) en quien encontró su mayor adversario, al constituirse en el mayor defensor del legado español, sustanciado en la lengua y la religión católica.
Tras este somero tratamiento del papel jugado por la masonería en pro del expansionismo yanqui, es preciso avanzar en el tiempo para abordar la cuestión del filibusterismo[4].
Antes de repasar algunos casos significativos, hemos de señalar que, desde 1818, en virtud de la Ley de Neutralidad, las actividades filibusteras estaban oficialmente prohibidas en los Estados Unidos, si bien, muchos fueron los oficiales que, tras participar en acciones bélicas, y seguidos por parte de sus tropas, emprendían el camino del filibusterismo estableciendo una suerte de continuidad con sus actividades castrenses y contando con grandes complicidades tanto de parte del mundo oficial como de lo que podemos denominar sociedad civil estadounidense.
Probablemente la primera expedición filibustera fue la encabezada por Joseph C. Morehead, intendente general del ejército de los Estados Unidos. En 1851, tras preparar una ofensiva contra los indios, es invitado por separatistas de Sonora y Baja California. Morehead propondrá la anexión de estas provincias a la Unión. A bordo del Josephine partirá de San Francisco rumbo a México. Aunque fracasó, Morehead abre la vía del filibusterismo a otros compatriotas.
Si nos interesa perfilar la actuación de los filibusteros norteamericanos, es obligado atender a figuras de otra procedencia. Entre ellas podemos citar el caso de Gastón de Raousset-Boulbon (1817-1854), conde francés que, tras una juventud disoluta, llegará a Norteamérica, donde consigue del presidente mexicano Mariano Arista (1802-1855) la concesión de una explotación minera en Arizona, a nombre de la Compañía Restauradora. Pronto abandonará el aristócrata estos propósitos empresariales y pondrá sus ojos en Hermosillo, ciudad que acabará tomando en 1852 y sobre la que quiso fundar el estado independiente de Sonora. Tras un primer intento de hacerse con el poder, con sus huestes diezmadas por la disentería, habrá de retirarse para regresar al mando de 400 hombres, atraídos por Santa Anna, quien ofrecía ventajosas condiciones al alistarse en el ejército mexicano que combatía a los apaches y, precisamente, otros filibusteros. Aprovechando las confusas circunstancias, Raousset infiltrará a sus hombres en este ejército y asestará un nuevo golpe en 1854. Finalmente, en la Batalla de Guaymas, los franceses son derrotados y Raousset-Boulbon fusilado.
El filibusterismo cuenta también con otro episodio protagonizado por un criollo, el venezolano de ascendencia vasca, Narciso López de Urriola (1798-1851). López combatió en Venezuela del lado realista y, tras la derrota final, se instalará en Cuba, en cuya masonería se integra. López participará también en la Primera Guerra Carlista del lado de los liberales tras la cual, en 1840, regresará de nuevo a Cuba, donde se casa una hermana del poderoso Francisco de Frías y Jacob, conde de Pozos Dulces.
Los acontecimientos políticos de la Península le harán perder peso político y le llevarán a alinearse con los autonomistas cubanos, participando en una serie de conspiraciones tras las cuales debe abandonar la isla y refugiarse en EE.UU. Tras esta etapa, su independentismo saldrá fortalecido y organizará, en 1850, una expedición desde Nueva Orleáns para tomar la isla al mando de 600 hombres afectos a la causa esclavista, que desembarcan en Cuba, siendo inmediatamente repelidos. En esta expedición figuraba un futuro colaborador de William Walker: Callender Fayssoux (1820-1897).
Un año más tarde hará otro intento, también fallido, al cargo de 400 mercenarios, tras el cual encontrará la muerte de forma abrupta, al serle administrado el garrote vil en la ciudad de La Habana el 1 de septiembre de 1851, en cumplimiento de la sentencia de alta traición. El coronel norteamericano William Crittenden (1820-1851) fue en esta ocasión uno de sus principales apoyos. Por el lado financiero, a los esclavistas useños hemos de sumar la participación de un importante banquero: el criollo cubano Domingo Goicouría (1804-1870).
El legado de López incluye el diseño de la bandera de Cuba –similar a la de Texas-, en la cual figura una estrella que pretendía incorporarse a la constelación estadounidense. El también masón José Martí (1853–1895), reunirá a López y Walker en uno de sus escritos tomando como nexo de unión las dos banderas.
Es oportuno señalar que si bien estas iniciativas tienen un alto contenido privado, se desarrollarán en el contexto de la publicación del Manifiesto de Ostende, en el cual varios diplomáticos norteamericanos proponen la compra de la isla, llegando a tasarla en 120 millones de dólares o insinuando la posibilidad de su invasión en el caso de que España rechazar tal oferta.
Si en Cuba el independentismo y la literatura se unen en José Martí, convertido en todo un símbolo, no menos simbólica es, para Filipinas, la figura de José Rizal (1861–1896) independentista y masón, cuya trayectoria revolucionaria, que le condujo a su ejecución por el delito de sedición, sería aprovechada, como en el caso cubano, los Estados Unidos. Es interesante señalar que Rizal escribió una segunda parte de su conocida novela Noli me tangere, una obra de elocuente título: El filibusterismo, publicada en Gante en 1892, y en la cual, el mestizo Crisóstomo Ibarra, protagonista de la primera, afila y violentas sus acciones revolucionarias, de ahí el empleo del vocablo de que venimos hablando.
En 1854, será de nuevo un independentista cubano, Francisco Estrampes Gómez (1827-1855) quien, desde su exilio en Nueva York, fletará dos barcos cargados de armas que llegarán a la isla, donde es capturado y acabado por medio del garrote vil el 31 de marzo de 1855. Antes, mucho antes de precipitarse estos acontecimientos, Estrampes había mostrado su simpatía para con López, desarrollando una serie de actividades conspirativas que provocarán su huida a los Estados Unidos, desde donde regresó para encontrar una muerte similar a la de su modelo.
Momento es de situar en el centro de la escena al célebre William Walker (1824-1860). Formado como médico, abogado y periodista, participará activamente en la política  estadounidense. En la estela de Morehead, en 1853 intentó conquistar los territorios de Sonora y Baja California, tras su fracasado intento de aliarse con Raousset-Boulbon, llegando a fundar una fracasada república. Walker se proclamó presidente de Sonora el 18 de enero de 1854, unas semanas después de que Antonio López de Santa Anna firmara un tratado conocido como la «Venta de la Mesilla». No obstante, Walker prosiguió con sus planes hasta ser detenido, juzgado y absuelto por un jurado popular.
En 1855, junto a un grupo de 58 hombres conocidos como «Los Inmortales», se interna en Nicaragua, que se hallaba inmersa en una guerra civil. Walker se alineará, alentado por su expresa invitación, con el bando democrático, que trataba de derrocar al presidente legitimista: el General Fruto Chamorro Pérez (1804-1855), hijo natural del alcalde de Granada, leal a la causa realista y descendiente de españoles peninsulares sevillanos. Chamorro había entrado de forma temprana en los ambientes políticos nicaragüenses, ascendiendo con rapidez hasta ser nombrado diputado y luego senador. Tras la firma del Pacto de Chinandega en 1842, se impulsa la confederación entre Honduras, El Salvador y Nicaragua, siendo Fruto elegido Supremo Delegado de la misma. Más tarde, en 1853, Chamorro es nombrado Supremo Director de Nicaragua, tras lo cual convoca una Asamblea Constituyente y es elegido Presidente de Nicaragua en 1854, aprobando una Constitución inspirada en la moral cristiana que no llegará a entrar en vigor debido al estallido de la guerra civil. La llegada de Walker, invitado por el bando republicano, y la participación de sus tropas en la Batalla de Rivas, avivará la ruptura de la República en la que el ambicioso Walker pretendía medrar, reimplantar la esclavitud y favorecer la apertura de un canal interoceánico.
Los proyectos y acuerdos comerciales con esta región, estaban ya asentados antes de que a ella accediera el filibustero. En 1849, el poderoso empresario norteamericano Cornelius Vanderbilt (1794–1877),  hizo un contrato con Nicaragua para que la Compañía Accesoria de Tránsito diera el servicio de transporte entre la costa este y San Francisco, pasando por San Juan del Norte, Río San Juan, Lago de Nicaragua y San Juan del Sur. Este servicio conformaba la Ruta de Tránsito. La apertura de dicha ruta estaba alentada por la fiebre del oro, que impulsaba a muchos aventureros a desplazarse hasta California atravesando el istmo de Panamá en un viaje menos costoso y peligroso que el terrestre.
Walker contará con el apoyo de la prensa estadounidense y conseguirá refuerzos llegados desde Baltimore y San Francisco. Bien relacionado con algunos sectores del clero nicaragüense, y apoyado por amplios sectores de la prensa norteamericana, se hará con el control militar y colocará a Patricio Rivas en la presidencia. Dentro del terreno propagandístico, en octubre de 1855 funda el periódico semanal El Nicaragüense, publicado en inglés y español durante un año y en el que, no por casualidad, se llega a definir a Walker como «el Predestinado de los ojos grises».
El conflicto pronto se extenderá a toda la región, uniendo contra los filibusteros a Guatemala, Costa Rica, Honduras y El Salvador. A estas circunstancias se unirá una epidemia de cólera y la pérdida de algunos de los apoyos que el filibustero tenía por parte de empresarios estadounidenses. No obstante, en junio de 1856, Walker ganará unas amañadas elecciones,  alcanzando la presidencia de Nicaragua, haciendo engalanar la plaza de Granada con las banderas de Nicaragua, Estados Unidos, Francia y la estrella solitaria de Cuba. Ocupado este cargo, expresa su voluntad de hacerse con toda la región e incluso con Cuba. No en vano, Goicuría reaparecerá para llegar a acuerdos con Walker, enviándole a principios de año, un contingente de filibusteros cubanos encabezados por Francisco Alejandro Lainé, cuyo viaje corre a cargo de Vanderbilt.
Lainé será capturado por las tropas aliadas en octubre del 56, siendo fusilado por la espalda por considerar que su traición era doble debido a su condición de hispano.
Reanudada la guerra que enfrentaba a la alianza, excepción hecha de una Costa Rica que, aunque recibía apoyo inglés, estaba asolada por el cólera, Walker será finalmente derrotado en la primavera de 1857, huyendo para regresar dos veces más a la región, apoyado por compañías mercantiles y esclavistas sureños. El 12 de octubre de 1860, tras escribir su autobiografía, en la que reafirma su apuesta por el comercio de esclavos y sigue considerándose todavía presidente de Nicaragua, es fusilado en Honduras.
Tan turbulentos acontecimientos contaron con un observador de excepción: el Ministro Plenipotenciario español, al servicio de Isabel II, el navarro Facundo Goñi y López[5], autor en 1848 del Tratado de las relaciones internacionales de España. Durante el desempeño de su misión en Centroamérica, en  junio de 1856, dos años después de ser nombrado «encargado de negocios en Costa Rica y Nicaragua» con el objetivo conservar y fomentar las relaciones entre España y las repúblicas de Costa Rica y de Nicaragua, y «establecerlas si es posible con las de Guatemala, San Salvador y Honduras», es convocado a una reunión que da cuenta de la gravedad de la situación por la que atravesaban los antaño territorios que formaban parte del Imperio español. La cita, celebrada en Guatemala el 25 de mayo de 1856[6], la solicitan los ministros plenipotenciarios de Costa Rica, el cirujano guatemalteco Nazario Toledo (1807-1887), y el de México, Juan Nepomuceno Pereda (1802-1888), en quien nos detendremos.
Nacido en Comillas, primo hermano del novelista José María Pereda (1833–1906), tras una juventud como comerciante en México, abandona el país debido al decreto de expulsión de los españoles de 1828, avecindándose en Burdeos durante 4 años. Allí publica, de forma anónima, su Exposición dirigida a S. M. el Rey don Fernando VII, obra en la que muestra su rechazo a cualquier intentona peninsular de reconquistar un México al que regresará en 1832 para iniciar una carrera diplomática por los territorios hispánicos que arranca en 1836, cuando el gran viajero Francisco Michelena (1801-1872) le nombra vicecónsul de Venezuela en México, donde alcanza el puesto de cónsul antes de recuperar la ciudadanía mexicana en 1842. El caso de Michelena es también paradigmático. De padre vasco y madre criolla, tras una acomodada juventud alejado, en las Antillas, de los conflictos bélicos de su Venezuela natal, es nombrado, a los 24 años, secretario de la representación de la Gran Colombia en Lima. En 1829, se traslada a México como agente confidencial. Su misión se desvanecerá con la disolución de la Gran Colombia.
Tras esta etapa diplomática, retomará su pasión viajera, que quedó recogida en una serie de cuadernos publicados por entregas en Caracas y reunidos en su libro: Viajes científicos en todo el mundo desde 1822 hasta 1842, impreso en Madrid en 1843. Entre 1847 y 1848, se desempeña como representante de Ecuador en Francia, y entre 1852 y 1853 es designado enviado extraordinario de Venezuela ante los gobiernos de Madrid y Roma. A fines de 1853 Michelena regresa a Venezuela, si bien, en 1855 es nombrado agente confidencial en el Amazonas venezolano, donde alcanza el grado de gobernador en 1857, cargo que le sirvió para escrutar la situación de la frontera con Brasil, donde halló la muerte durante una tormenta. Cabe, por último, destacar su visión crítica de Humboldt, a quien dedica una obra de interminable título: Exploración oficial por la primera vez desde el norte de la América del Sur, siempre por ríos, entrando por las bocas del Orinoco, de los valles de este mismo y del Meta, Casiyuiare, Río Negro o Guainía y Amazonas hasta Nauta en el Marañon o Amazonas, arriba de las bocas del Ucayali.
Como se puede observar, la movilidad de un apretado conjunto de hispanos era absoluta en la Hispanoamérica de principios del XIX, y ello a pesar de que existieran ya conflictos territoriales que a menudo se cimentaban en las rivalidades entre poderosas familias y grupos urbanos criollos.
Volvamos de nuevo a la figura de Juan Nepomuceno Pereda. Ya en representación de México, emprende en 1846 diversas misiones en Europa con el objeto de armar buques corsarios para atacar a la marina mercante de los Estados Unidos. En el desarrollo de tal labor acabará recalando en España, donde capta a Lorenzo y Mariano Sisa, quienes, a bordo del buque Único, con patentes de corso y la nacionalidad mexicana en su poder, apresarán a la corbeta useña Carmelita, conduciéndola al puerto de Barcelona en virtud de una autorización que México, entre otras naciones, tenía para hacer uso de los puertos españoles. En efecto, España permitía que en su puertos «se admitieran las presas que condujesen los corsarios de la república mejicana», mas no su armamento, descarga o venta de su cargamento. El episodio, no obstante, terminará en un juicio en el que los corsarios hispanos serán defendidos por Manuel de la Granja. He aquí la información de que disponemos:

«Defensa legal de D. Lorenzo y D. Mariano Sisa, ciudadanos mejicanos, presentada en el Supremo Tribunal de Guerra y Marina de España, en la causa criminal formada por el juzgado del tercio y provincia de Barcelona, por haber apresado el buque nombrado Único, armado en corso con expresa autorización de la república mejicana, al mando del D. Lorenzo como capitán del mismo, a la corbeta de los Estados-Unidos, Carmelita.»:
 […] «El buque de que se trata fué armado y tripulado de orden y por autorización expresa del poder supremo de la República mejicana. La prueba traída a la causa por D. Pedro Iglesias nos demuestra que el general encargado del supremo poder ejecutivo de Méjico confirió amplias facultades a D. Juan Nepomuceno de Pereda para el armamento de corsarios que persiguieran el comercio y navegación de los Estados Unidos del norte de América en la injusta guerra que habían declarado a la República Mejicana. La misma prueba de D. Pedro Iglesias acredita que desde la Habana escribió Pereda al cónsul de Méjico en Barcelona, manifestándole que pasaría a aquella capital llevando consigo suficiente cantidad de patentes de corso y de cartas de naturalización y conducción. Consta también de la propia prueba que con efecto pasó Pereda a Barcelona y llevó las patentes de corso y de cartas de conducción y de naturalización, habiendo por sí mismo practicado gestiones para el desempeño de armar buques con bandera mejicana contra los Estados Unidos. Tenemos pues autorizado por el poder supremo de Méjico este hecho incontestable.»
Antes de probar que la propiedad del buque, la presa y la tripulación del Único son mejicanas, necesitamos hacer una ligera reseña de los hechos que en esta causa se versan. El dependiente del consulado mejicano en Barcelona D. Pedro Iglesias, nos ha dicho en la ampliación de su indagatoria, folio 141 vuelto, "que verdaderamente había prestado auxilios en calidad de dependiente del cónsul de Méjico para la expedición del corsario, recordando que en tal calidad y por encargo del propio cónsul entregó en Barcelona a D. Lorenzo Sisa las patentes, cartas de naturalización y demás documentos y cantidades para hacer el corso a favor de la República de Méjico contra los norte-americanos, añadiendo que estos documentos y cantidades las había llevado a Barcelona el D. Juan Nepomuceno de Pereda, enviado extraordinario de la República de Méjico de que arriba hemos hablado. Asienta también el propio Iglesias que sirvió de intérprete al cónsul mejicano en las conversaciones que con él y a su presencia tenían mis defendidos." Esto mismo confirma D. Lorenzo Sisa en su declaración del folio 162, manifestando se le había asegurado repetidamente que los documentos estaban en regla no sólo por el propio Iglesias, sino, lo que es más, personalmente por el cónsul mejicano en Barcelona. Séame permitido llamarla atención de V. A. sobre esta importante circunstancia, que acredita más y más que el único autor responsable de haberse facilitado los documentos para hacer el corso a mis patrocinados, es el poder supremo de la República Mejicana, cuyas legítimas firmas y las de sus ministros aparecen al pié de los documentos facilitados a mi defendido D. Lorenzo Sisa y cuyos órganos y representantes eran el D. Juan Nepomuceno de Pereda, su plenipotenciario y el cónsul de Barcelona.[7]

Tales incidentes no eclipsaron la carrera de Juan Nepomuceno Pereda, quien en 1853 es enviado a Guatemala como ministro plenipotenciario de México, puesto en el que se mantuvo hasta finales de 1858, cuando se cierra tal legación. Es en este ambiente en el cual se desarrolla una reunión de la que Goñi nos cuenta los pormenores:

En ella manifestaron dichos dos Señores que la invasión cada día creciente de los Estados Unidos en el territorio ocupado por los pueblos hispano-americanos habrá tomado ya todos los caracteres de una lucha entre las dos razas: que en tal concepto la hispano-americana debía proponerse seriamente y desde luego la cuestión de su futura existencia y adoptar las medidas necesarias para su conservación y común defensa.

El águila norteamericana comenzaba a enseñar sus garras y las naciones que se creían aliviadas del pesado yugo español, sopesaban el establecimiento de una coalición cuya ligadura era, evidentemente, el sustrato hispánico. Una liga que Goñi estima deseable, con las debidas cautelas, para España:

También parece incuestionable la conveniencia para la España de entrar en aquella liga, si fuese fácilmente hacedera, y si las condiciones de la política europea y general no opusieran obstáculos o embarazos. Y la conveniencia de España no solo estribaría en las ventajas naturales para su comercio, intereses materiales, y poderío, sino muy principalmente, y con relación a un porvenir más lejano, en la conservación de su raza y su lengua.

Una posibilidad política que, dado su alcance, llevará al diplomático navarro a extenderse en su análisis sobre las repúblicas hispanas, a su parecer políticamente inmaduras, que iban cristalizando en la primera mitad del siglo XIX. El de Barbarin, que desliza argumentos racistas en su correspondencia, no duda al señalar los motivos de la disolución imperial:

Las naciones extranjeras que las alentaron y ayudaron en la obra de su independencia solo llevaron en mira por una parte debilitar a España, y por otra explotar a las colonias sublevadas

Tampoco vacila en señalar a los Estados Unidos como los culpables de la situación de Hispanoamérica, con México como principal víctima:

[…] el carácter las tendencias y los designios de los Estados Unidos, que se habían revelado bastante hasta aquí se presentan hoy demasiado imponentes en su desnudez para no poner pavor en el corazón de todos los pueblos hispano-americanos. Se anexaron a Tejas, adquirieron California, se agregaron a Nuevo Méjico, quedando así privado el antiguo Reino de Nueva España desde el año de 1832 hasta el 2 de Febrero de 1848 fechas del Tratado de Guadalupe Hidalgo de la mitad más mil novecientos treinta y nueva leguas cuadradas de territorio y replegadas sus fronteras desde el río Sabina hasta el río Grande del Norte. Después de esto y sin abandonar sus proyectos sobre el resto, han extendido los anglo-americanos sus miradas sobre el grande Istmo llamado Centro América, cuya ocupación dejaría a Méjico en el aislamiento. Años atrás estaban limitados a las costas del Atlántico: el Tratado de Oregón y la adquisición de la California les abrieron puertos al Pacífico atrayendo su población hacia el Oeste. Pero hoy quieren más: quieren absorber a Méjico todo y a la América Central poniendo sus fronteras en Panamá, quedando dueños de ambos mares; teniendo en su mano el Comercio del Mundo y la llave de comunicación con la América del Sur. Y marchan sin interrupción y con perseverancia. Sus águilas no detienen su vuelo sino para tomar descanso. El intemperante apetito de absorción de que parece hallarse poseída esta raza no tiene ejemplo en la historia. Se han visto pueblos guerreros animados del espíritu de conquista, y hordas de bárbaros invasores; pero no se ha visto un pueblo que ajeno a los sentimientos marciales, e insensible a la gloria militar, dueño de los recursos de la civilización material más avanzada, aspire como éste a extenderse por extenderse, y a absorber por absorber, como si obedeciese a un secreto y misterioso impulso, que le hace desear que solo su sangre sea la sangre que circule por las venas del género humano, que solo su lengua sea la que modulen los labios de los hombres. Y es tan poderoso éste instinto, que parece comunicarle su propia sangre, y tan vehemente, egoísta y exclusivo el sentimiento de raza que sintiéndose incompatible con las demás, aspiran a exterminarlas, especialmente las que consideran y llaman inferiores. Los españoles durante su dominación en América no solo consintieron a los indígenas sino que los favorecieron por medio de leyes sabias y benéficas; la raza anglo-americana por un sentimiento de aversión que parece innato propende a extinguir a los indios, y así lo verifica cuando se apodera de un territorio nuevo habitado por ellos.

La Liga, como es sabido, nunca llegó a constituirse, y al filibusterismo y la masonería, siguieron otras maniobras políticas y comerciales a las que se sumó, en pleno siglo XX, una oleada de evangelistas y antropólogos norteños cruciales en el fortalecimiento de la ideología indigenista que amenaza con delinear más fronteras en la cartografía hispana.
  
Iván Vélez




[1] Véase: Cartas eruditas y curiosas. Tomo cuarto, Carta XVI, «De los Francs-Masones», Madrid 1753. Edición digitalizada por el Proyecto de Filosofía en Español: http://filosofia.org/bjf/bjfc416.htm
[2] «De la masonería», Juan C. Gay Armenteros y María Pinto Molina. El Basilisco, núm. 12, enero-octubre 1981.
[3] Stoetzer, Carlos. Las raíces escolásticas de la emancipación de la América española. Nueva York 1979, pág. 277.
[4] Existieron otras iniciativas con el territorio hispano como escenario. Tal es el caso de la llevada a cabo por Robert Owen, apóstol del socialismo utópico, en Sonora a partir de 1828, finalmente fracasada.
[5]Véase la página a él dedicad:  http://www.filosofia.org/ave/001/a359.htm
[6] El extenso informe de la misma se puede consultar en: http://www.filosofia.org/aut/002/g8560630.htm
[7] El Foro Español. Periódico de jurisprudencia y administración, nº 12, Madrid 30 de abril de 1849, pág. 286; y nº 13, Madrid 10 de mayo de 1849, pág. 309.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo Iván, sabes tanto de tantas cosas, que no hay nada que se te escape. Todo lo sabes, nada ignoras; o sea, eres un aprendiz de muchas cosas.
Firmado : Aristóteles