martes, 30 de diciembre de 2014

La Idea de Deporte desde el Materialismo Filosófico

El Catoblepas • número 154 • diciembre 2014 • página 11
La Idea de Deporte desde el Materialismo Filosófico
Iván Vélez

Reseña del libro de Gustavo Bueno: Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte

Es probable que, como ocurrió con la publicación de obras en las que se trataba de la televisión o la corrupción, algunos hayan contemplado con suficiencia y desdén la publicación de un nuevo libro de Gustavo Bueno: Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte (Ed. Pentalfa, Oviedo 2014, 168 pp.) en el que el filósofo calceatense aborda una idea ligada a la omnipresente actividad deportiva de las sociedades más desarrolladas de nuestro presente. Sin embargo, en el caso de que fuera necesaria una justificación de las razones que puedan llevar a un filósofo a acometer tal trabajo, la respuesta ya la ha dado Bueno en las reiteradas ocasiones en las que alguien ha mostrado su extrañeza ante el desbordamiento del terreno de lo sublime, predios que el fundador del Materialismo Filosófico ha abandonado para ampliar los campos de su quehacer filosófico. Una respuesta que se encuentra en el Parménides de Platón, diálogo en el cual se afirma que incluso el pelo y la basura tienen sus ideas. La conclusión parece clara, si tan vulgares realidades las tienen, ¿cómo negarle al deporte un estatuto al menos similar? De hecho, la “filosofía del deporte” es una disciplina bien arraigada en cátedras y revistas, y este libro se puede entender en gran parte como una crítica y reinterpretación de los materiales removidos por esa disciplina.

Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte se abre mostrando las clásicas conexiones entre filosofía y deporte, aspectos que Bueno ya ha tratado en otras ocasiones[1], y que le sirven para extraer una primera conclusión que reaparecerá a lo largo de la obra:
Y así como la actitud ambital que daría lugar a la agonística y a la dialéctica la consideramos propia de zoon politikon, así también la actitud ambital que daría lugar al armonismo ideológico, sería propia de individuos y sociedades distanciadas de las sociedades políticas, gracias a las cuales, sin embargo, podían supervivir. Sociedades orientadas, por decirlo así, hacia un regresus a la “sociabilidad soteriológica”.[2]
 La etimología de la palabra es conocida y su origen suele situarse en la Edad Media, en el provenzal de-portare, ligado a la salida de los marineros que en el puerto se entregaban a actividades imposibles dentro de sus barcos. Sin embargo, la etimología no explica ni agota la idea del deporte, razón por la cual, Bueno realiza un repaso de las definiciones de deporte, ante cuya variedad deberá acudirse a una clasificación de las mismas, lo que obligará a responder a la pregunta “¿qué es?”, y a la búsqueda de la representación de la esencia de aquello que se pretende definir. En este punto, la obra introduce la oposición entre las esencias porfirianas y plotinianas, entre el fijismo y el evolucionismo, y la necesidad de introducir en las definiciones las operaciones del sujeto operatorio, decisivas en la construcción de las mismas, pues frente al puro mentalismo que las supone meros actos de la mente, la definición no podrá darse al margen de procesos quirúrgicos[3].
Llevada a cabo la clasificación de las definiciones de deporte –positivas y pseudofilosóficas en sus diferentes variedades-, a lo largo de la segunda parte del libro[4], y adoptada la perspectiva de las esencias evolucionistas, con su carácter histórico, será preciso distinguir entre núcleo, cuerpo y curso. Y puesto que el deporte es una actividad humana, institucional, por más que metafóricamente se haya pretendido detectar actividades deportivas en animales, será obligado someter a crítica ideas como creacionismo, evolucionismo, esencialismo, homo sapiens o zoon politikon, y ello no como simple artificio, sino como auténtica necesidad para poder deslindar la ruptura entre individuos capaces de practicar deporte, entendiendo este como algo distinto de la pura actividad física, del resto de los vivientes. Y si tales ideas son puestas en cuestión, no lo será menos la de Humanidad, ya sea en su dimensión de hombres que viven en la actualidad ya en una de mayor alcance histórico, aquella que sirve para ensayar definiciones tales como “la Humanidad siempre ha hecho deporte".
 Así pues, el deslinde entre presapiens y sapiens y sus diferentes tipos de conducta, irá relacionado con el control muscular y su cotejo con sus semejantes, que así interpreta Bueno el famoso nosce te ipsum[5] del oráculo de Delfos, alejándolo de esa coloración metafísica con que a menudo se emplea. Nosce te ipsum adquiere de este modo una carga dialéctica, la resultante de la medición de las fuerzas, de la hybris que habrá de dominarse en función de las fuerzas que envuelven al individuo asociadas a otros animales u hombres. Demos la palabra al propio Bueno, quien interpreta el oráculo de esta forma literal:

“Conoce o mide los límites de tus fuerzas, en relación con las fuerzas de los demás, y sólo entonces redefine tus planes y programas de acción”.[6]

Será el conocimiento de estos límites junto con el manejo de las medidas, el contexto circularista en el cual sea posible la cristalización de diversas disciplinas deportivas, muchas de las cuales, y no por casualidad, nacerán en una Grecia apoyada en un sistema esclavista ante cuya escala, y aun amenaza, los ciudadanos libres y propietarios, habrán de ejercitarse en presencia de un público garante de la objetividad de la medición de sus capacidades sobre un terreno transformado y sometido a las instituciones cuantificadoras propias de la agrimensura.
El contraste de tales capacidades se vinculará a las ciudades de las que proceden los atletas, y será la pugna entre polis representadas por determinados individuos la que permita apreciar el curso evolutivo a que da lugar el desarrollo de un cuerpo constituido, entre otras, por instituciones objetuales, técnicas y ceremonias que se verán transformadas por diversos factores envolventes.
Son estas condiciones envolventes las que no sólo permitirán la supervivencia de tal o cual prueba, sino el propio sentido de las mismas. El carácter angular o cortical, en su sentido bélico, que coloreaba las disciplinas de las olimpiadas de la Antigüedad será muy distinto de la actual ideología pacifista posterior a la Guerra Fría que preside la celebración de esas nuevas Olimpiadas restauradas por Coubertain, con su idea de una «nueva religión», y cuyos mayores impulsores fueron los nazis, al incorporar los recursos cinematográficos de la mano de una Leni Riefensthal capaz de fundir en el celuloide doríforos escultóricos y humanos.
El último tramo del libro aborda las relaciones del deporte con la Cultura, la Naturaleza y la Educación, relaciones que se moverán a menudo en la mitología y las nematologías asociadas a tales mitos. Por lo que se refiere a la afirmación de que el deporte es algo «natural», algo que forma parte de la Naturaleza, algo inherente a la condición humana, tal aseveración, de tan largo recorrido que nos remite desde Rousseau a Zerzan, abre la puerta a regresos primitivistas que permitan desprenderse de todo artificio, entendiendo a las instituciones –incluso la indumentaria en el caso de Desmond Morris- como tales. En el límite, el deporte constituirá la vía de escape de una civilización identificada como una suerte de gran prisión. Por el contrario, la consideración del deporte como algo propio de un hombre entendido como animal cultural, acarreará la a menudo incómoda realidad, evidenciada por la Etología, de la existencia de las culturas animales.
En definitiva, la clásica dualidad no disyuntiva Naturaleza/Cultura, deudora del par Reino de la Naturaleza/Reino de la Gracia, que sirve para establecer tan maniqueas clasificaciones, queda rota desde el Materialismo Filosófico gracias al reconocimiento de la existencia de morfologías terciogenéricas ajenas a tal dualidad, como son las propias de la geometría, ajenas a ambos reinos[7] pero no a unas disciplinas que desde sus propio inicios incorporaron contenidos no extraídos de la Naturaleza, pero tampoco exclusivos de una cultura concreta ni menos aún universal.
Quedan, finalmente, las relaciones del deporte con la Educación, nexos que de nuevo excederán las especificaciones de lo humano para ampliarse a lo animal, pues no en vano los animales son enseñados por sus progenitores. Es, no obstante, en el contexto del aprendizaje, donde la impregnación ideológica encuentra su terreno más fértil e incluso su operatividad en las sociedades industriales. El deporte será un vehículo eficaz para incorporar valores a sus muchos practicantes, individuos que elegirán la vida deportiva para ocupar sus crecientes momentos de ocio frente a las alternativas que se enumeran en esta cita con la que cerramos nuestra reseña:

El precio que deben pagar estos nuevos atletas o “gimnastas soteriológicos” es la imbecilización de sus practicantes. Pero a la vez el materialismo tendrá que admitir que no basta con señalar este precio, sino que habrá que reconocer su funcionalismo, y aún su necesidad, siempre que no puedan ofrecerse alternativas evidentes para desviar a millones y millones de ciudadanos de la depresión, de la guerra o de la drogadicción, es decir, para dar un sentido a sus vidas.[8]




[1] Véase su análisis en clave pugilística del Protágoras: «Análisis del Protágoras de Platón», en Platón, Protágoras (edición bilingüe), (Ed. Pentalfa, Oviedo 1980, pp. 15-84)http://books.google.es/books?printsec=frontcover&id=8gEN-SWHnzEC#v=onepage&q&f=false
[2] Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte, p. 15.
[3] Ibid., p. 43.
[4] Ibid., pp. 67-94.
[5] Ibid., p. 109.
[6] Ibid., p. 110.
[7] Ibid., p. 156.
[8] Ibid., p. 65., como lectura complementaria a esta obra que venimos reseñando, sugerimos esta: Gustavo Bueno, «Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo de introducción del concepto antropológico de 'heterías soteriológicas'», El Basilisco, n. 13, noviembre 1981-junio 1982, pp. 12-39, http://www.fgbueno.es/bas/bas11302.htm

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