Artículo publicado en el blog "España defendida" de La Gaceta el 21 de diciembre de 2015:
Hacia la realización del régimen (del 78)
Celebradas
las elecciones del 20D, el resultado de las votaciones arroja un resultado de
enorme indefinición en lo que respecta gobernabilidad de la nación. Los
partidos hegemónicos de la democracia coronada han obtenido unos magros
resultados que cabe explicar por su alto grado de corrupción delictiva, una
corrupción que se ha ido haciendo cada vez menos admisible por un electorado golpeado
por la grave crisis económica que padece España. Sin embargo, toda economía es política…
O lo
que es lo mismo, todo pacto de gobernabilidad va referido a algo más prosaico
que unos debates en los cuales sus integrantes, siempre atentos al escrupuloso
respeto a su turno de palabra, por más que este sirva para mostrar sus
limitaciones, exhiben programas cuya efectiva realización es más que
cuestionable dentro de la siempre tozuda realidad.
Todo
pacto de gobierno, y a este juego asistiremos parcialmente pues gran parte del
mismo se definirá entre esas bambalinas de las que tanto se renegaba hace unos
meses por parte de las facciones más democráticamente fundamentalistas, tiene
que ver con la gestión de un territorio en el cual se mantiene una población
cuya hipotética voluntad será superada por un juego de intereses
partitocrático.
Así
las cosas, el partido que representa la quintaesencia del actual régimen
acaricia con los dedos algunos de sus más íntimos anhelos. No en vano Pablo
Iglesias Turrión se ha apresurado a subrayar que su partido es el que más votos
ha cosechado en los escaparates vascongado y catalán integrados en lo que a los
ojos de este profesor universitario es un estado plurinacional: el así llamado,
recurriendo a la fórmula franquista, «Estado español». Detalle este que no debe
ser tomado a la ligera, pues, a pesar de las promesas de rentas básicas y fin
de los recortes, conviene insistir en el hecho de que toda economía es política,
detalle a menudo obviado por podemitas y anarquistas que se refugian en el
impreciso vocablo «liberal».
En
definitiva, si tenemos en cuenta este detalle nada baladí, podremos reordenar
mejor las proporciones de votos salidas de la «fiesta de la democracia». Si
hace unas semanas muchos se felicitaban por alejar la pesadilla de unos pactos
condicionados por las fuerzas regionalmente sediciosas, el panorama de esta
noche de diciembre, en efecto, deja a tales formaciones en una condición
aparentemente residual. Aparente tan solo porque, de darse algunas
posibilidades de alianza entre algunos de los partidos más favorecidos por las
urnas, tales formaciones, como es costumbre, serían clave para formar gobierno
a fuerza de chantajear al partido gobernante. No obstante, existen otras
posibilidades que permiten soslayar a tales partidos. Posibilidades que obligan
a detenerse en los objetivos mostrados por Podemos, partido que ha recogido
completamente el credo ideológico, en lo que a la estructura de la nación se
refiere, de los sectores más reaccionarios de la nación, los representados por
los clásicos PNV y CiU y sus aliados estraégicos: ERC y Bildu. En definitiva,
parece evidente que la amenaza de balcanización de España ha salido fortalecida
tras este 20D.
Esa
y no otra es la conclusión que cabe deducir de las palabras de un Iglesias que
se derrite ante las llamadas «señas de identidad» regionales, o lo que es lo
mismo, ante esos atributos etnolingüísticos cultivados durante ese franquismo
que él tanto critica con un claro objetivo: constituir un dique ante el
comunismo, y que han tenido continuidad durante el régimen en el cual él vio
sus primeras luces.
En
efecto, unidos frente al socialismo que acechaba tras el Telón de Acero,
socialdemócratas, liberales y religiosos teológicamente liberados, fueron dando
forma a una España que afloraría tras la muerte del Caudillo al que habían
acudido solícitos décadas antes. Se avecinaban nuevos y europeístas tiempos,
para los cuales cristalizó una democracia debidamente homologada. Sin embargo,
la inercia balcanizante no se detendría, antes al contrario, pues –dándole la
vuelta a la célebre frase- se prefirió una España rota antes que roja.
Décadas
más tarde, pasado un tiempo equiparable con ese franquismo del que es obligado
abjurar incluso por su progenie biológica, España está preparada para dar el
salto –suicida- plurinacional. Tarea esta, cuyo fruto más visible es la
desigualdad entre ciudadanos, a la que han consagrado sus esfuerzos el
federalizante PSOE y el balcanizante Podemos, cuyo voluntarismo alcanza su mayor
refinamiento al proponer procesos de secesión a los que opone su poder de
convicción, su seducción…
Frente
a ellos, el europeísmo de Ciudadanos y la tibieza un Partido Popular que ha ido
añadiendo a sus siglas una tercera letra en determinadas regiones al tiempo que
asumía, con medido ralentí, las propuestas de los pseudopartidos nacionalistas
que inexplicablemente operan en la legalidad española.
Arranca
de este modo un tiempo que probablemente nos acerque a la realización de un
régimen cuyo resultado, por lo que a la cuestión nacional se refiere, es la más
grave de las corrupciones, la que conduce a una descomposición para la cual los
más preclaros e irresponsables diseccionadores creen conocer sus junturas
naturales.
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