Artículo publicado en La Gaceta el sábado 12 de diciembre de 2015:
Socialistas en la Iglesia, cristianos en el partido
El Grupo
Federal Cristianos Socialistas (CS/PSOE) es –así figura en su web- un grupo de «militantes
y simpatizantes socialistas al servicio de tender puentes entre el PSOE y la
Iglesia. Buscando entablar una alianza estratégica, de crear sinergias
sociales, éticas y de acción política en orden a una transformación de la
sociedad basada en objetivos compartidos por la tradición socialista y la
cristiana, como la emancipación, la libertad, la paz, la igualdad y la justicia
social». No es extraño, pues, que tal colectivo haya pedido el voto para el
partido simbolizado por una rosa ya liberada del opresor puño, por entender que
es el que más puede acercarse a unos objetivos que rayan, según su propia confesión,
en la «utopía cristiana».
La
petición del voto ha llamado la atención de muchos debido a la obsesiva sed de
laicismo mostrada por un PSOE que pide incluso la eliminación de la religión de
las actividades extraescolares. Ello, sin embargo, no ha sido obstáculo para que
el coordinador federal de Cristianos Socialistas -«socialistas en la Iglesia, cristianos
en el partido» es su lema- Juan Carlos González, pese a lamentar ciertos
desajustes programáticos con respecto al Evangelio, señale al PSOE como el
partido más útil para atender a los más desfavorecidos. Al cabo, se consuela
González, el partido presidido por Sánchez pretende promover la incorporación
de «la enseñanza cultural sobre el hecho religioso».
Las
cuestiones suscitadas por las declaraciones emanadas de esta organización
tienen, no obstante, hondas raíces que conviene sondear siquiera someramente
para poder entender las conexiones que han causado cierta extrañeza en estos
días preelectorales.
El
nombre de la federación que así se ha expresado hace convivir las palabras «socialista»
y «cristiano», vocablos que están sujetos a diversas modulaciones que van desde
lo doctrinal a lo práctico. Como es sabido, socialista se dice de muchos modos.
Por hacer una rápida aproximación, citaremos el socialismo utópico
decimonónico, cuyo surgimiento remite al mundo de la explotación industrial,
minera y textil sobre el que se recortarán figuras como la de Robert Owen, empeñado
en una transformación pacífica de la humanidad extendida a todos los
individuos, sin distinción de sexo, clase, religión, partido político, país.
No
faltarán owenistas en el convulso diecinueve español, como fue el caso de Joaquín
Abreu. Sin embargo, fue Pablo Iglesias González, fundador en 1879 del partido
del que dice ser heredero el PSOE actual, quien inició una senda de carácter inequívocamente
político que culminará, por lo que a la cuestión religiosa se refiere, en la republica
burguesa en la que operó un anticlerical Largo Caballero vinculado a otro
socialismo, el realmente existente, representado por la Unión Soviética sobre
cuyas estructuras emergió un Vladimiro Putin hoy protector de la Iglesia
ortodoxa. Que el cristianismo también tiene especies…
Especies
y tradición irenista, la de la paz de la victoria dialogada que ya expuso Nicolás
de Cusa hace más de cinco siglos en su obra La
paz de la fe, publicada pocas décadas antes de que el mundo se ampliara con
un nuevo continente que evidenciaba la problemática realidad de un gran
conjunto de hombres dejados de la mano de Dios.
El cusano, nacido en la
Tréveris en la que fue decapitado Prisciliano y en la que vio sus primeras
luces Carlos Marx, fue autor de estas palabras: «los hombres no desean la felicidad,
que es la vida eterna misma, en otra cosa que no sea su propia naturaleza; el
hombre no quiere ser sino hombre, no ángel u otra naturaleza; quiere ser un
hombre feliz, que obtenga la felicidad última. Esta felicidad no es sino el
goce o unión de la vida humana con su fuente, de la que emana la misma vida,
que es la vida divina inmortal». Si la felicidad se hallaba en los predios de
la inmortalidad, en la Tierra se vivían los convulsos días posteriores a la toma
de Constantinopla por los hombres islamizados. Urgía la búsqueda de una paz
definitiva y duradera a la que en el libro aludido se accede tras la
celebración de una heterogénea reunión celestial presidida por el Todopoderoso,
a la cual concurren 17 representantes de diversas religiones y naciones
históricas -un español, un francés y un alemán, entre otros- y étnicas, caso
del representante tártaro. Un cónclave que se cierra con el triunfo de la
verdadera fe, la cristiana, tras la que se logrará el advenimiento de la paz
Siglos
más tarde, ante el amenazante influjo que ejercía el ateísmo científico que se
cultivaba tras el Telón de Acero, se celebraría el Concilio Vaticano II, tras
el cual la Iglesia realizó el célebre aggiornamiento
que arrinconaría a la Escolástica. Una actualización que se dejó ver en España
dando como resultado más visible una nueva arquitectura desnuda de santos y
molduras clásicas de las que terminarían por salir los curas rojos, obreristas
y pacifistas, algunos de los cuales acabaron abandonando los hábitos para
integrarse en partidos y sindicatos socialistas.
Será
en la España posconciliar donde se fortalecerá la socialdemocracia que construyó
la actual España autonómica y diferencial, en la cual el socialismo busca una
imprecisa e ingenua paz a la que todavía no se ha accedido pese al célebre
proyecto de la Alianza de Civilizaciones. Mirándose en su propio espejo,
socialistas cristianos y laicos, unidos frente a las urnas, se aferran, en lo
que a la cuestión nacional se refiere, a uno de sus últimos credos: el
federalismo.
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