sábado, 19 de enero de 2019

Zaragoza 1118, nueve siglos de su toma

El Debate 15/12/2018:
https://eldebate.es/rigor-historico/zaragoza-1118-nueve-siglos-de-su-toma-20181215


Zaragoza 1118, nueve siglos de su toma

            El próximo 18 de diciembre se cumplirán nueve siglos desde que Alfonso I, el Batallador, conquistara la ciudad de Zaragoza. La vieja Caesar Augusta, en poder de los almorávides, por fin caía del lado cristiano después de haber resistido a las campañas encabezadas por Alfonso VI de León en 1086 o Sancho Ramírez de Aragón en 1091. A pesar de la resistencia de la ciudad, desde Huesca y Barbastro, el reino aragonés se había expandido sobre la taifa que ocupaba el valle del Ebro. Fue en ese contexto en el que el término «extrematura» comenzó a sustituirse por otro de carácter bélico: «frontera». Tal y como demostró Pablo Dorronzoro Ramírez, a finales de su reinado, en 1059, el primer monarca aragonés, Ramiro I, ya empleó tal vocablo.
            Junto al poder ostentado por los sucesores de Ramiro I, la corona aragonesa creció fuertemente vinculada al poder eclesiástico, a sus obispos, pero también a Roma, por su condición reino vasallo, circunstancia que la distingue de los reinos castellanos y leoneses. No hemos de olvidar que la invención del sepulcro de Santiago por parte de Alfonso II, el Casto, y el obispo Teodomiro, sirvió para tomar distancias con el Papado. Distancias que, con Bernardo del Carpio como elemento principal, también se marcaron con respecto a Francia. La menor entidad del reino aragonés determinó que los obispos participaran en unas campañas militares que tenían carácter de cruzada. La misma conquista de Zaragoza se impulsó después de un concilio celebrado en la primavera de 1118 en Toulouse, que otorgó honores de cruzada a una campaña en la cual se integraron numerosos franceses, algunos de ellos, presentes en la Cruzada de Jerusalén de 1099. En apoyo del contingente militar, desde Roma llegó la indulgencia papal concedida por Gelasio II en diciembre de 1118. Si el factor religioso fue determinante en la configuración de la tropa, años antes lo había sido en la formación del propio Alfonso Sánchez, que fue tutelado en Jaca por Esteban de Huesca, obispo de la sede catedralicia jacetana desde 1099.
            Habitada por 25.000 almas, Zaragoza, dominada por el poder almorávide, sintió el vacío que dejó la muerte, en 1116, de su último gobernante africano, Ibn Tífilwít. Su fallecimiento precipitó la reacción cristiana. El asedio, en el que participaron, aragoneses, franceses, castellanos, navarros y catalanes, comenzó en mayo de 1118, antes incluso, de la llegada de Alfonso I desde Castilla. La razón de la inicial ausencia del rey aragonés hemos de buscarla en su matrimonio con Urraca I de León. Fue este enlace el que permitió que Alfonso se hiciera llamar, entre 1109 y 1127, «emperador de León y rey de toda España» o «emperador de todas las Españas». En las capitulaciones de esponsales, Urraca y Alfonso acordaron designarse recíprocamente en soberana potestas en las posesiones del otro, circunstancia que de algún modo anticipa lo ocurrido con el matrimonio de los Reyes Católicos. El pacto nupcial también incluyó que si el matrimonio tenía descendencia, el hijo sería el heredero y relegaría al primogénito del matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña, Alfonso Raimúndez, que perdería sus derechos al trono de León. Entre los contrarios a estos acuerdos destacaron los nobles gallegos, encabezados por el Obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, partidarios del infante Alfonso Raimúndez, que finalmente ocupó el trono de los reinos de León y Castilla y pasó a la Historia como Alfonso VII, el Emperador, dando continuidad a la condición, en absoluto psicologista, de su padrastro. Como demuestra la continuidad del título, la carga imperial, cayó siempre del lado castellano-leonés. En efecto, el 26 de mayo de 1135, Alfonso, hijo de Urraca, se hizo coronar en la Catedral de León ​como Imperator totius Hispaniae. La ceremonia la ofició el obispo Arriano ante el enviado del papa Inocencio II. Durante la misma, el emperador recibió el homenaje de su cuñado Ramón IV, conde de Barcelona, de su primo, el rey García Ramírez de Pamplona, del conde de Tolosa, de los embajadores de Gascuña, del señor de Montpelier, e incluso de algunos caudillos musulmanes.
            Hechas estas consideraciones, es preciso regresar al cerco de Zaragoza. En ayuda de sus compañeros de fe, numerosas fuerzas almorávides acudieron a la ciudad ribereña del Ebro. Sin embargo, el gobernador granadino, Abd Allah ibn Mazdali, principal apoyo de los asediados, falleció el 16 de noviembre. Su muerte decanto la balanza hacia el lado cristiano, cuyas filas habían sido abandonadas por algunos señores franceses, cuyo hueco fue cubierto por mendigos a los que el obispo Esteban entregó sus tesoros. Rendida por el hambre, Zaragoza quedó en poder de los cristianos el 18 de diciembre de 1118. En las capitulaciones se dio a los musulmanes un plazo de un año para abandonar la ciudad e instalarse extramuros, donde podrían seguir practicando su religión.
            La victoria reforzó al rey batallador que, un año más tarde, conquistó Tudela y Tarazona. Con la incorporación de estas plazas, la ciudad de Jaca perdió importancia política. Muerta Urraca sin más descendencia que su primogénito, este ocupó el trono heredado de su madre después de la firma del pacto de Támara. A partir de 1127, el aragonés Alfonso dejó de emplear el rótulo imperial para usar el lema Regnante Adefonsus, Dei gratia rex. A su muerte en 1134, Alfonso I de Aragón legó sus reinos a las órdenes militares. Sus deseos, sin embargo, no fueron aceptados por la nobleza, que eligió a su hermano Ramiro II el Monje en Aragón y a García Ramírez el Restaurador en Navarra. Disuelta la posibilidad unificadora con la anulación de su matrimonio, su propio reino quedó también dividido.

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