domingo, 24 de mayo de 2020

ReAMLOpolitik

Libertad Digital, 23 de abril de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-04-23/ivan-velez-reamlopolitik-amlo-mexico-lopez-obrador-coronavirus-90585/

ReAMLOpolitik


Hace poco más de un mes, Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, sorprendió más a extraños que a propios, al mostrar, en el transcurso de un acto público, una estampita con la leyenda: «detente enemigo que el Corazón de Jesús está conmigo». Obsequios de un pueblo al que, una vez más, aduló, AMLO comparó los detentes recibidos con el escudo protector –término también usado por Unidas Podemos- confeccionado, a su decir, con grandes dosis de honestidad. Un escudo de tintes morales y manifestaciones prosaicas, útil para enfrentarse a la profunda crisis que se atisba, agravada por la irrupción de la pandemia coronavírica. Como es habitual, las declaraciones de Andrés Manuel encontraron un amplio eco en los medios de comunicación. En esta ocasión, muchas de las plataformas que habitualmente se alinean a favor de la Cuarta Transformación que él encabeza, tuvieron que hacer verdaderos contorsionismos para no criticar un gesto que, desde determinadas posiciones confusamente laicistas, serían inadmisibles si su impulsor hubiera presidido, por ejemplo, Polonia.
            Olvidaban muchos de los extrañados, que AMLO llegó a la presidencia mexicana aupado en el Movimiento Regeneración Nacional, cuyo acrónimo, Morena, coincide con el nombre que popularmente se da a la Virgen de Guadalupe que se venera en el Cerro del Tepeyac. Una Virgen cuya estampa no sólo viaja en las carteras de los mexicanos, sino que está presente, desde el lupanar más sórdido hasta el despacho más lucido. AMLO es consciente de que la realidad mexicana está determinada, en gran medida, por factores religiosos. Con una aplastante mayoría de católicos, el presidente es sabedor de que, aunque en menor medida, otros credos y descreimientos tienen acomodo en la sociedad mexicana. Ello explica sus alusiones a los que llamó «librepensadores», pero también a las iglesias evangélicas, que ganan posiciones y que acaso aumenten su implantación si el gobierno federal, tal y como se ha sabido, termina por ofrecer concesiones públicas de radio y televisión a grupos religiosos que, de ser proporcionales al número de fieles, bien podrían tener como anagrama algún motivo guadalupano.
            El uso de estos detentes, similares a los empleados como defensa de las balas durante la Guerra Civil Española, singularmente por aquellos requetés que, al decir de Indalecio Prieto, eran los más peligrosos animales inmediatamente después de tomar la comunión, se ha interpretado como la petición de un acto de fe realizada por alguien de cuya sinceridad religiosa, e incluso de su credo, se duda, pero que ha establecido oportunos vínculos con fechas y lugares ligados a la Virgen patrona de unos mexicanos que ahora se exponen a los efectos de la pandemia, sin un escudo sanitario público que los ampare. En México no se están empleando los test, allí llamados reactivos, por aquello de no entregarse lingüísticamente al gringo, necesarios para conocer el alcance de la infección. Pero también es un hecho, acaso derivado de la escasez de un control sanitario exhaustivo, que el número de muertes por COVID-19 es bastante bajo hasta la fecha, resultado de un confinamiento que, en la Ciudad de México, está siendo riguroso.
            La actitud de Andrés Manuel responde, a nuestro juicio, a un ejercicio de realpolitik ajustado a la sociedad política en la que opera, un México, no lo olvidemos, que celebra anualmente el Grito de Dolores lanzado por un sacerdote, Miguel Hidalgo Costilla, bajo el estandarte guadalupano, símbolo que precedió a la tricolor. En este contexto, el uso de imágenes religiosas tiene una indudable intención funcional, la búsqueda del tiempo y el refugio proveídos por la fe, y unos destinatarios concretos, las generaciones veteranas de mexicanos, escasamente expuestas a corrientes supersticiosas o a los vientos protestantes que soplan desde el norte. Y decimos una determinada fe, porque al otro lado del Atlántico, en la vieja España, la fe está puesta en la Ciencia, con mayúsculas y en singular. Una Ciencia, la invocada por el presidente Sánchez, que no jura sino que promete, y de la que se espera una pronta y salvadora solución en forma de vacuna. Un fideísmo cientificista que, al igual que el que envuelve al detente, sirve para difuminar carencias comunes a ambos lados del charco, tales como la falta de realización de pruebas al grueso de la población o la carestía de mascarillas y medios materiales adecuados contra el contagio.
            Se trata, pues, de dos especies de fe destinadas a sociedades diferentes, de ahí que los discursos de los negrolegendarios AMLO y Sánchez, aunque dirigidos a paliar los efectos de la misma pandemia, no son intercambiables. Difícilmente podríamos escuchar al ex alumno del Ramiro de Maeztu apelaciones a la familia tradicional o a la nación, pues gran parte de su éxito se ha basado, precisamente, en atender a las fisuras abiertas en ambos frentes. Sin estructuras sanitarias estatales suficientes, Andrés Manuel, con su cartera repleta de corazones, es sabedor de que en México el hambre da más cornadas que el coronavirus. Sin apenas estructuras estatales ni industriales, entregadas a las comunidades autónomas, las primeras, y a Europa, es decir, a Alemania y Francia, las segundas, Sánchez espera la llegada de una solución desde aquellas tierras unidas por una bandera en la que flota, lo sepa o no, la corona de la virgen.

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