martes, 21 de julio de 2020

Luz sefardí en Sofía

Libertad Digital, 16 de julio de 2020:
Luz sefardí en Sofía

            Fray Tomás de Torquemada se librará de la oleada iconoclasta y, en general, anticatólica, que ha dejado a su paso pedestales que ya no sirven para sostener el bronce fundido en su día en honor de prohombres cuyas acciones no tienen encaje en una sociedad marcada por el más radical presentismo. La efigie del inquisidor general no caerá, pues su figura se ensombreció definitivamente en el siglo XIX sin dejar huella iconográfica en los espacios públicos. Dos siglos después, el apellido del prior de Santa Cruz se ha convertido en un adjetivo que concentra una aplastante carga de intolerancia, y no parece que en el sexto centenario de su nacimiento, la situación vaya a cambiar, pues el personaje histórico, del que poco se sabe, continúa atrapado en su propio arquetipo.
            Durante su desempeño como inquisidor general, el Santo Oficio llevó a cabo la expulsión de los judíos españoles, idea que ya fue acariciada por otros hombres de religión e incluso por un buen número de cristianos que veían con recelo y preocupación el fenómeno de los conversos. No es el análisis de esta controvertida decisión el que mueve este artículo, sino el rescate de una noticia que da cuenta de la persistencia de comunidades sefardíes en diversos enclaves europeos. Hebreos de raíces hispanas que mantuvieron una importante cohesión lejos de la tierra que un día hubieron de abandonar «con muchos trabajos e fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros nasçiendo, otros enfermando, que no había christiano que no oviese dolor dellos», según la emotiva narración de Andrés Bernáldez.
            En particular, queremos rescatar una noticia publicada en La Correspondencia Militar el 28 de agosto de 1908, protagonizada por el militar español, Joaquín de la Llave García, cuya formación académica y acciones bélicas durante la última guerra carlista, le procuraron continuos ascensos y condecoraciones. La breve nota periodística aludida, informa de su participación en una comisión que viajó por Bulgaria y Rumanía, a fin de estudiar la organización militar de esos países. Fue en la capital búlgara donde ocurrió el siguiente suceso:

Durante su permanencia en Sofía, el coronel La Llave recibió las visitas de muchas significadas personas de Sofía. Entre las que fueron al hotel en que se alojaba, con objeto de saludarle, merece especial mención la de un Mr. Farchy, que se presentó solicitando el honor de ser recibido por el señor coronel. Hízole pasar nuestro compatriota, y se le presentó hablando en castellano perfectamente inteligible. Era un israelita seffardi (sic), de los que se consideran descendientes de los expulsados de España en 1492. Deseaba saber si podría hacer sin inconveniente un viaje á España, creyendo, sin duda, que aún se halla en vigor el decreto que inspiró Torquemada.

            Medio siglo después de que los sefardíes fueran redescubiertos en Tetuán, De la Llave pudo saber de la existencia de unos 10.000 sefardíes que publicaban en Sofía un periódico, titulado La Luz, escrito en español, pero impreso con caracteres hebraicos. Farchy, además, estaba suscrito al periódico ABC y a Blanco y Negro, y aunque se le suponía perfectamente informado de la realidad española de principios del siglo XX, mostró un singular celo legal. No faltaban razones para ello, pues el decreto de expulsión, firmado el 31 de marzo de 1492, se derogó formalmente el 21 de diciembre de 1969, un año después de que se inaugurara la primera sinagoga sefardí en Madrid. Se cerraba de este modo una exclusión de cuatro siglos apenas interrumpida durante un lustro, el que transcurrió entre la aprobación de la Constitución de 1869, durante el gobierno provisional del general Prim, protagonista casi una década antes de los hechos de Tetuán, y el regente Serrano, y diciembre de 1874, año en el que se produjo el golpe de Martínez Campos que determinó la restauración borbónica y la derogación de una constitución que garantizaba la completa libertad de culto, a pesar de mantener la confesionalidad del Estado.
            Sirvan este apunte para completar el mosaico del afloramiento de las comunidades judías españolas que supieron mantener una lengua, el ladino, que todavía conserva los ecos de aquellos que «salieron de las tierras de sus naçimientos».

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