La Gaceta de la Iberosfera, 30 de abril de 2021:
https://gaceta.es/opinion/afromexicanidad-20210430-1151/
Afromexicanidad
Debida al dos veces desterrado,
precisamente a los Estados Unidos, Nemesio García Naranjo, la frase «pobre
México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos» constituye uno de los
más frecuentados lugares comunes de la nación del águila y el nopal. A menudo,
su simple enunciación sirve para evitar elaboradas explicaciones acerca de las
causas de los males mexicanos, atribuidos a la norteña nación blanca y
protestante. Sin embargo, la gringofobia que se aloja en el entrecomillado, se
desdibuja en todas aquellas ocasiones, que no son pocas, en las que México se
mira, a veces con deleite, en dicho espejo septentrional.
Prueba de ello es el acto que el
gobierno mexicano dedicará al presidente Vicente Guerrero Saldaña en el
contexto del bicentenario de la independencia de la nación. Según se ha
explicado, entre los motivos que llevan a Andrés Manuel López Obrador a
homenajear a Guerrero figura su ascendencia africana o, por decirlo de otro
modo, su afromexicanidad, mérito al que ha de añadirse su lucha contra la
esclavitud.
Temprano seguidor del Grito de
Dolores, Guerrero sucedió a José María Morelos en la causa que desembocó en la
independencia mexicana cuando este fue ejecutado. Su cénit político lo alcanzó durante
nueve meses que transcurrieron entre 1829 y 1830, cuando ocupó la presidencia
mexicana, durante la cual aprobó el decreto de abolición de la esclavitud, pero
también la Ley de Expulsión de los españoles. A su acceso al poder no fue ajena
su adhesión al presidente Guadalupe Victoria, que en 1826 firmó un acuerdo con
Inglaterra que prohibía el comercio de esclavos, ni su pertenencia a la
masonería yorkina, implantada en México por el agente norteamericano Joel
Roberts Poinsett, caracterizada por su federalismo y antiespañolismo, rasgo que
acaso explique el decreto de expulsión de unos gachupines que eran más
partidarios del modelo masónico escocés, de marcado centralismo.
Por lo que respecta a abolición de
la esclavitud culminada por Guerrero, esta vino acompañada por la liberación
inmediata de los esclavos, pero también por la indemnización de sus
propietarios cuando las exhaustas arcas mexicanas lo permitieran. Sea como
fuere, es innegable el papel jugado por el presidente en este proceso. Esta circunstancia
se une ahora al caudal africano que corría por las venas de Guerrero,
disimulado en los retratos desracializadores que en su día se le hicieron
tratando de difuminar este aspecto, proceso que se ha invertido dos siglos
después, pues lo que antes se distraía, hoy, en plena Cuarta Transformación, se
exalta hasta el punto de que recientemente Martín Luther King III visitó Oaxaca
para honrar la oscura memoria de
Guerrero, símbolo de una afromexicanidad que apenas une al 2% de los mexicanos
tienen esa ascendencia.
Estos y otros factores permiten
dudar de la sentencia de don Nemesio, pues si bien es complicado medir la
distancia que hoy separa a México de Dios, parece claro que su cercanía a los
Estados Unidos puede ser mayor que nunca si trata de buscar en su seno algo
parecido al racismo yanqui, cuyos nefastos efectos se evidenciaron durante el
mandato de Trump y, lógicamente, continúan sintiéndose en los primeros cien
días de gobierno de Biden, pues no se trata de un problema puntual, sino de un
factor constitutivo de la nación que se reclama, de la libertad. Aunque
Vasconcelos negó a los negros su pertenencia a la raza cósmica, por él consideraba
el mayor logro mexicano, solo cabe desear que sus compatriotas no caigan en un
absurdo mimetismo que desemboque en un Black Lives Matter asentado al sur del
Río Bravo.
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