La Gaceta de la Iberosfera, 24 de abril de 2021:
https://gaceta.es/opinion/amlo-en-chakan-putum-20210424-1103/
AMLO
en Chakán Putum
Sin que haya tenido trascendencia en
España, hace un mes tuvo lugar en Champotón, Campeche, una solemne ceremonia
protagonizada por el licenciado Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los
Estados Unidos Mexicanos y Comandante Supremo de la Fuerzas Armadas y el Presidente
del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Arce Catacora. El motivo de estos
fastos plurinacionales y pluriétnicos fue la conmemoración de lo que se ha
presentado como la Victoria de Chakán Putum. Según se afirmó, la ceremonia debe
servir para reafirmar la lucha contra el clasismo, la discriminación y el
racismo, conjugada con la «reivindicación de la grandeza cultural de los
pueblos originarios», ejes ideológicos asumidos por la Cuarta Transformación
liderada por AMLO. En los discursos, pronunciados mayoritariamente en español, aderezados
con unas dosis mayas que hubieron de ser traducidas, se fantaseó con un mundo
indígena caracterizado por su honestidad y escasa violencia, en el que se
practicaba el amor al prójimo y el respeto a la Naturaleza. Una visión infantil
que, naturalmente, busca réditos políticos a costa de deformar sin rubor los
hechos históricos.
Más allá de la grandilocuencia
desplegada, conviene detenerse en lo que en realidad de celebró hace un mes en
la arena campechana. Lo ocurrido hace más de medio milenio fue la victoria de
un conjunto de guerreros mayas sobre la expedición capitaneada por Francisco
Hernández de Córdoba tierra adentro de la no por casualidad bautizada como Bahía
de la Mala Pelea. Antes de llegar a ese enclave, la expedición había hecho
escala en lo que se denominó el Gran Cairo, por tratarse de un lugar dominado
por pirámides. Fue allí donde los españoles vieron lo que creyeron ser cruces.
Antes de llegar al lugar a la citada bahía, necesitados de agua, los españoles
volvieron a tierra y visitaron otros templos en una ciudad a la que dieron en
llamar Lázaro, por ser ese santo quien ocupaba la jornada en el almanaque. Ya
en Champotón, los cristianos fueron atacados por guerreros pintados de blanco y
negro que mataron a medio centenar de barbudos, hirieron a otros muchos e
hicieron dos prisioneros que fueron sacrificados. Apenas repuesta de aquel
desastre, la maltrecha armada navegó hacia la bahía de Florida y regresó a
Cuba. Hernández de Córdoba, que volvió moribundo a La Habana, falleció días
después en su hacienda de Sancti Spiritus a causa de las heridas recibidas.
Es evidente que los mayas
victoriosos nada tenían que ver con la estructura política que hoy les homenajea.
No existe conexión entre aquellos hombres y los Estados Unidos Mexicanos, ni se
les puede asignar una resistencia que exceda la del propio grupo involucrado en
el enfrentamiento que tuvo lugar el 25 de marzo de 1517. Calificar aquel
episodio como el origen de la resistencia indígena es un exceso intolerable,
pues presupone la hostilidad global, e incluso coordinada, de todo un mosaico
de naciones étnicas habitualmente enfrentadas, ante los hombres que pisaron
aquellas tierras sujetos a la obediencia del rey Carlos I. La realidad, como
todo el mundo sabe, era muy otra. Por lo que respecta al área maya, esta, como
el resto de la tierra sobre la que se asienta el actual territorio mexicano,
distaba mucho de ser un territorio pacífico y armónico. Las luchas entre
indígenas eran frecuentes y sangrientas, lo que explica la posibilidad del
establecimiento de los pactos que permitieron a Cortés rodearse de indios
amigos que le proveyeron de una enorme fuerza bélica.
Estos y no otros son los hechos que
obvia el cuento campechano al que se ha sumado con entusiasmo Arce, por cuyo
discurso desfilaron los habituales mitos y contradicciones característicos de
los participantes en estas eclécticas ceremonias. En efecto, las pluripiruetas
dialécticas que Arce hizo en las arenas mexicanas -guiños a la medicina natural alternados con
peticiones de vacunas antiCovid, lamentos por la deuda… nacional-, chocaron con
la realidad histórica que desdibuja determinadas fábulas indigenistas. Pese al
sensiblero voluntarismo de sus propagandistas, aquellos pueblos, los que se
asentaban sobre las actuales Bolivia y México, no habían establecido contacto
entre sí ni tenían conciencia de pertenecer a un continente, sencillamente
porque el concepto «continente» exige una visión mínimamente global de la que
carecían quienes se creían habitantes de uno de los estratos de un mundo
presidido por dioses zoomorfos a los que era preciso nutrir de sangre.
Hijas de las estructuras políticas,
económicas y religiosas de los virreinatos, las actuales naciones
hispanoamericanas, que todavía albergan en su seno reliquias prehispánicas, han
asumido los erosionadores postulados de una etnología que es la antesala del
expolio y de la división de las mismas. Una división que, como es sabido,
precede al imperio.
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