La Gaceta de la Iberosfera, 14 de mayo de 2021:
https://gaceta.es/opinion/juanma-implora-a-pepe-20210514-1009/
Juanma
implora a Pepe
Durante el XII Congrego de UGT
Andalucía, celebrado recientemente en Antequera, el presidente de la Junta de
Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, pidió a este sindicato, verticalmente
subvencionado, que le echara «una mano, que les echen una mano», en referencia
al gobierno que, en coalición con Ciudadanos, él encabeza, para lograr «la
recuperación social y económica» de Andalucía.
El receptor de la solicitud fue ni
más ni menos que José María Álvarez, vulgo Pepe Álvarez, el mismo que accedió a
la presidencia del sindicato socialista bajo un catalanizado nombre, Josep
Maria Álvarez, a pesar de haber visto sus primeras luces en la asturiana Alvariza
en 1956, año en el que el PCE publicó la declaración, «Por la reconciliación
nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español».
Afiliado al sindicato en 1975, don José María ha desarrollado toda su carrera a
una prudente distancia de la actividad del metal, pues el mismo año en el que
abandonó Asturias para radicarse en Barcelona y trabajar en La Maquinista
Terrestre y Marítima, ya se afilió al sindicato en el cual permanece después de
ascender a su cima hace cinco años, sucediendo a Cándido Méndez.
La petición de Juanma a Pepe venía
precedida de una noticia que, sin duda, debe ablandar el metálico corazón de
Álvarez, pues el Ejecutivo andaluz ha concedido un aplazamiento de 15 años para
el pago de los 40 millones de euros que la Unión General de Trabajadores adeuda
a la Junta de Andalucía. La paz social, deberá pensar Moreno Bonilla, bien vale
una leguleya demora que evite el embarazoso trance de ver desfilar por las
calles, para beneficio de las empresas de pancartas y pasquines, a los
habituales liberados sindicales coreando a voz en cuello oxidadas proclamas.
No es necesario acudir a la vieja
imagen, marisquera, cocalera y prostibular, que unió a algunos de los más altos
políticos andaluces con el mundo gestionado por unos sindicatos cada vez más
carentes de contenido, el de unos cursos de formación desarrollados en una
España cada vez más desindustrializada como pago por la entrada en «Europa»,
para afear a Moreno Bonilla su dócil solicitud antequerana. Basta con recordar
hechos mucho más recientes que el dirigente malagueño, apegado a la más
inmediata actualidad, o ha olvidado deliberadamente o es incapaz de percibir,
encapsulado como está, en la estructura autonómica a la que debe su poder. Basta
simplemente con recordarle que Álvarez tuvo como invitado estrella del Congreso
de la UGT, celebrado hace un par de meses en las Vascongadas, nada menos que al
veterano terrorista Arnaldo Otegui, conocido como El Gordo antes de ser pomposamente nombrado «hombre de paz» por
José Luis Rodríguez Zapatero. Cabe también traer a la memoria del implorante
Moreno Bonilla, que la UGT, junto a CC.OO., firmaron un manifiesto favorable a
la excarcelación de los políticos golpistas a los que en el Centro
Penitenciario de Lledoners tratan, con escaso éxito, de recuperar de tan
nefasta patología política.
Nada de esto parece inquietar al
político popular, ocupado como está en consolidar su autonómico poder. Al cabo,
tanto su partido como el sindicato, hace tiempo que añadieron una «A» a sus
clásicas siglas, elocuente adición que da cuenta de hasta qué punto ambos están
alineados con una estructura estatal que obstaculiza sobremanera la movilidad
laboral, contribuyendo a la consolidación de las oligarquías locales. Por
decirlo de otro modo, la verdadera paz social que tanto ansía Moreno Bonilla no
depende, apenas, del sindicato con el que se acaba de congraciar, pues este
hace décadas que dejó de ser, a pesar del mantenimiento de su interesada
propaganda, representante de una «clase obrera» cada vez más desdibujada y
distanciada de quienes se erigen en sus salvadores. Convertidos en una suerte
de funcionarios, los representantes sindicales son insuficientes para tapar con
sus pancartas la cruda realidad que tratarán de encubrir los fondos europeos.
Tras los manifiestos y las habituales ceremonias, embridadas por la mentada
moratoria, existe un mundo de trabajadores autónomos, de polígonos industriales
vacíos, de economía sumergida, pagos en «B» y precariedad laboral. Un mundo
real con el que hace tiempo perdieron el contacto un conjunto de fetichistas
enredados en bizantinos debates acerca de la memoria, la estructura del Estado
o el cambio climático.
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