La Gaceta de la Iberosfera, 19 de mayo de 2021:
https://gaceta.es/opinion/notas-sobre-la-invasion-de-ceuta-20210519-0241/
Notas
sobre la invasión de Ceuta
A raíz de la invasión marroquí de la
ciudad de Ceuta y, en menor medida, de Melilla, la prensa oficialista se ha
apresurado a buscar todo tipo de fórmulas con las que encubrir la realidad y
tratar de seguir engañando, con la eticista complacencia de esta, a gran parte
de la sociedad española. La expresión más repetida es «crisis migratoria»,
rótulo que no ha tardado en verse acompañado de alguna imagen doblemente
infantil, por el uso de escenas protagonizadas por niños y por el inmaduro
efecto que estas suelen producir en un público incapaz de percibir hasta qué
punto los infantes, los menores, son meros instrumentos en el tablero político.
Los medios, esos medios, tratan de
recubrir con una pátina «humanitaria» lo que es simple y llanamente una crisis
política que involucra no solo a España y a Marruecos, sino también al Sáhara
Occidental, afectado por la postura hecha pública en los tiempos trumpianos y sostenida,
como es lógico, pues las directrices imperiales están sujetas a una poderosa
inercia, en los bidenianos. Al fondo de este conflicto geoestratégico se
situaría Israel, cuya Cúpula de Hierro, mantenida por su ejército, ha permitido
a la grey judía mantener la observancia de sus preceptos religiosos. Sin
embargo, y aunque sean seres humanos quienes se echan al agua para doblar el
espolón y entrar en tierra española, el conflicto es, insistimos, político. Las
razones que permiten adjetivarlo así son evidentes pues, si se tratara de la
ambición de los marroquíes por buscar una vida mejor ¿por qué precisamente en
este momento?, ¿por qué de forma tan coordinada?
Preguntas cuya carga retórica se
percibe con nitidez si se tiene en cuenta que los hechos se han producido justo
después o, por decirlo de otro modo, como consecuencia de que España haya
acogido a un líder político argelino. Las imágenes son elocuentes: policías
marroquíes colaborando con el desbordamiento de sus fronteras, parálisis del
Gobierno de España, abismado ante una realidad que hace añicos sus tan queridos
mantras -«ningún ser humano es ilegal»- y, por último, la entrega de treinta millones de euros a Marruecos que
suenan a pago feudatario. Marruecos, cuyo papel en algunos trágicos episodios
nacionales permanece sin esclarecer, ha vuelto a demostrar hasta qué punto es
capaz de controlar y dirigir el flujo humano con fines económicos y, por ende,
políticos, pues toda economía es política. El problema adquiere mayores
dimensiones si se tienen en cuenta otros aspectos, en concreto aquellos que
tienen que ver con nuestros recursos, lo que nos lleva a desplazar el foco de
atención a nuestras, las de todos los españoles, aguas territoriales en el
archipiélago canario, bajo las cuales hay importantes reservas de teleno. Aguas
de las que ya se ha apropiado nuestro «socio y amigo», Sánchez dixit, del sur.
La invasión ceutí recuerda
poderosamente a aquella Marcha Verde lanzada en unos tiempos -los
fundamentalistas democráticos sabrán disculparme- de aguda crisis gubernativa. Casi
medio siglo después, la nación española, cuyo gobierno está sostenido por
secesionistas y sectas extractivas, está aún más debilitada, a pesar de haber
alcanzado el sueño desindustrializador de entrar en la Europa que acoge a
nuestros golpistas y permite, sin apenas exigencias, la entrada de productos
marroquíes.
Cabe, por último, buscar razones que expliquen por qué gran parte de nuestros compatriotas permanecen despreocupados ante la grave amenaza que se cierne sobre Ceuta. Como todo el mundo sabe, la actual democracia coronada se ha desarrollado bajo la hegemonía del PSOE, partido cuyos representantes en la ciudad de las siete colinas son abiertamente maurófilos y proislámicos, cuestión no menor, habida cuenta de que ambos poderes están concentrados en la figura de Mohamed VI. Hace casi dos décadas, el diplomático español Máximo Cajal, encuadrado en las filas socialdemócratas y entusiasta de la Alianza de Civilizaciones, publicó un libro cuyo título venía marcado por un interrogante: Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar ¿Dónde acaba España? En lo tocante a las ciudades norteafricanas, don Máximo, admirador del Jordi Pujol que abrió la puerta a los magrebíes en detrimento de los hispanos, refractarios al uso del idioma de Verdaguer, hablaba textualmente de «quinientos años de supuesta españolidad acompañados, invariablemente, de casi otros tantos de obstinado rechazo de tal carácter, de violenta oposición a la invasión, de negación -aunque a la postre frustrada- de algo colectivamente indeseado. Y ello dando por bueno que aquellos miserables presidios, aquellos baluartes fueran desde la primera hora tierra española y no unas fortalezas como tantas otras en el norte de África o, a mayor abundamiento, en Nápoles, en el Franco-Condado o en Flandes». De aquellos ideólogos, estos propagandistas.
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