La Gaceta de la Iberosfera, 16 de octubre de 2021:
https://gaceta.es/opinion/la-capsula-guna-20211016-0946/
La
cápsula guna
En 1914, José Ortega y Gasset incluyó esta desasosegante pregunta, «¡Dios mío ¿Qué es España?!», en sus Meditaciones del Quijote, interrogante que bien pudiera aplicarse a otras naciones. Entre ellas a Panamá, nación a un canal pegada -antes lo fue a un ferrocarril interoceánico-, que cumple este 2021 sus doscientos años de vida política.
En 1826, en Panamá se celebró, a
instancias de Simón Bolívar, un Congreso de Plenipotenciarios de los diferentes
Estados hispanoamericanos, cuyo objeto era la formación de una liga capaz de
neutralizar la ofensiva británica a la que el así llamado Libertador, movido por el odio a su madrastra España, había abierto la puerta. El intento de
remediar lo irremediable fue, naturalmente, estéril, a pesar de que tras la
reunión se acordara el establecimiento de un tratado de amistad perpetua entre
todas aquellas jóvenes naciones. Muerto Bolívar, Centroamérica sufrió los
embates del filibusterismo gringo hasta tales extremos, que en 1856, Facundo
Goñi, encargado de negocios de España en Costa-Rica y Nicaragua, fue convocado
en Guatemala para tratar de poner remedio a los efectos de un Destino
Manifiesto que se ramificaba hacia el Sur. La idea era recuperar la liga
bolivariana con, así lo consignó don Facundo, «España como la Madre de toda la gran familia». El
papel reservado para dicha madre era el de entrar en la alianza «con las
condiciones de superioridad y con las ventajas que le corresponden de derecho».
En su informe, Goñi
señaló que las repúblicas hispanoamericanas se habían emancipado de España «prematuramente
y sin la preparación ni medios ni elementos para ser Estados independientes y
constituir economía separada» y se dolía de que esas nuevas naciones hubieran
imitado irreflexivamente a los Estados Unidos. Goñi se preguntaba: «¿Pero qué
derechos políticos, que igualdad, ni que voto público podría existir en pueblos
compuestos en su mayoría de indígenas y en el resto de negros y mestizos
principalmente?». Con el poder en manos de los criollos panameños, estos, al
igual que había pasado en la Península, se dividieron cainitamente entre
serviles y liberales, debilitando más, si cabe, las estructuras políticas y
económicas de una población que, según los cálculos del diplomático navarro, tenía
esta composición: «una mitad de indígenas, un cuarenta por ciento de mestizos y
negros, y un diez por ciento de blancos originarios de España».
Ajustadas o no, las cifras manejadas
por Goñi permiten afirmar que la mitad de aquellas sociedades, pues el término
mestizo es harto impreciso, se mantenían en un segundo plano con respecto al
poder blanco, lo que no quiere decir que estuvieran enteramente sojuzgadas,
pues muchas poblaciones indígenas mantuvieron sus propias estructuras de poder.
Las fuerzas y los intereses del periodo virreinal y, más tarde, del
independiente, eran limitadas y no permitían llegar hasta los confines de un
territorio tan, en ocasiones, impenetrable. Todo ello determinó la
supervivencia de ciertos grupos étnicos, algunos de las cuales han llegado, en
mayor o menor grado de aculturación, concepto oscuro donde los haya, hasta
nuestros días.
Si durante la conquista, nunca
completa, del Nuevo Mundo, fueron los clérigos quienes llevaron a cabo la tarea
de elaborar gramáticas de lenguas indígenas que permitieran llevar a cabo la
evangelización de los naturales, siglos después, consumada la inversión
teológica, con el protestantismo yanqui como continuador de aquella
tarea, España, a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional
(AECID), auspicia desde hace años la conservación de la lengua guna, hablada
por una etnia asentada en Panamña, de la que recientemente tuvimos noticia
debido a las reticencias que el Secretario de comunicación del Congreso Guna,
Anelio Merry López, expresó en un perfecto español a propósito del uso del
barbijo.
Las peculiaridades de la lengua guna
son suficientes para que la AECID ayude a mantener lo que, en la práctica, no
es sino una suerte de reserva, una reducción acogida no a las doctrinas de la
Compañía de Jesús sino a las del mito de la cultura. Sustituida la bandera
confeccionada en 1925, una enseña en cuyo centro aparecía una esvástica que
dice mucho de las referencias del indigenismo de principios del siglo XX, por
otra compuesta por ocho estrellas y dos antebrazos con arco y flecha, que suele
ondear al lado de la bandera panameña, los Guna reciben una ayuda, la de
España, que debe ajustarse, según figura en la web
de AECID, a unos objetivos que resultarán muy familiares al lector:
Las prioridades sectoriales de la
AECID en Panamá son tendentes a favorecer el logro de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS) establecidos en la Agenda 2030 como nuevo compromiso y
estrategia internacional.
Como ya hiciera la Iglesia católica,
no en vano católico quiere decir universal, el nuevo intento de globalización,
sujeto a la agenda del disco multicolor en lugar de a la cruz, conserva estas
lenguas para establecer un particular divide
et impera que supone un poderoso obstáculo para llevar a cabo proyectos
como los que figuran en los decimonónicos despachos de Goñi.
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