jueves, 8 de enero de 2009

http://www.nodulo.org/ec/2009/n083p18.htm
El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 18

Urtain

Iván Vélez

¿Tendrían cabida el franquista toro vasco o el potro vallecano espejo de la democracia de mercado pletórico en el particular bestiario de Cavestany?

La compañía teatral Animalario, célebre por organizar la ceremonia de entrega de los Premios Goya del año 2003, conocida como la gala del No a la Guerra, y la obra de teatro Alejandro y Ana (lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente), ha estrenado en el Teatro Valle Inclán la obra Urtain, con tal éxito, que su representación ha tenido que ser prorrogada.
La obra, por lo que a su estructura se refiere, consiste en una sucesión de episodios biográficos del célebre púgil vasco presentados bajo la forma de asaltos de un combate de boxeo que se suceden de una forma inversa a su orden cronológico. De este modo, la primera escena nos presenta la muerte del boxeador, fruto de su suicidio un 21 de julio de 1992, días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, cuando José Manuel Ibar Aspiazu se arrojó por la ventana de su piso de Madrid. El final de la representación muestra la infancia del boxeador y la violenta muerte del propio padre de Urtain.
La puesta en escena de Urtain es impecable, pues el elenco de actores da vida a sus personajes con gran solvencia, destacando de entre éstos, la imponente presencia del protagonista, encarnado por Roberto Álamo. Un ring de boxeo, al que el público se asoma del mismo modo que lo haría a una pelea, sirve como único escenario, en una atmósfera acotada no sólo por las doce cuerdas del cuadrilátero, sino también por las luces de poderosos focos envueltos en humo que recrean con fidelidad el ambiente de una velada de boxeo.
En cuanto al libreto, sin embargo, cabe la interposición de diversas y profundas objeciones, máxime cuando al margen del mismo, su autor, Juan Cavestany, desvelando las verdaderas intenciones que se ocultan tras la representación, manifiesta lo siguiente en el programa que el público recibe al comenzar la obra:
«Urtain fue un boxeador tan mediocre como era la España franquista de finales de los años 60 y comienzos de los 70 del pasado siglo. Sin embargo (o tal vez gracias a ello) alcanzó una gran fama y se convirtió en uno de los grandes personajes «mediáticos» de nuestro país. Se quitó la vida saltando desde la terraza de un décimo piso en 1992, cuatro días antes de que España purificara su imagen mundial a través de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.Urtain constituye un viaje a través de una España que se mueve por un camino marcado por la sangre y la política, el destino y la fabricación, la inocencia y la mentira, el deseo atormentado y la posibilidad siempre fugaz del éxito.»
En efecto, tal y como afirma Cavestany, el llamado Tigre de Cestona, se nos presenta como un hombre bruto, de ahí su apodo de Morrosco, víctima de las maquinaciones propias del proceloso ambiente boxístico. En la obra de Animalario están, además, presentes los previsibles detalles constitutivos de un subgénero novelesco ambientado en el mundo pugilístico por el que pululan estafadores y “juguetes rotos” –una obra canónica de tal subgénero podría ser la novela y posterior película Más dura será la caída–. Urtain habría sido, en suma, un deportista manipulado y engañado por propios y extraños debido a su ingenuidad, llegando a ser utilizado políticamente por un régimen, la dictadura de Franco, necesitado de símbolos que exportar.
Pese a todo, la ingenuidad del Morrosco se sostiene a medias, pues éste habría peleado en diversos combates amañados, tongos que le ayudarían a ascender en el escalafón del boxeo profesional. Al margen de las sospechas sobre la solidez de su carrera, Urtain muestra una gran avidez de dinero, lo cual no le librará de ser estafado tras su combate perdido con el inglés Henry Cooper, derrota que truncaría la posibilidad de disputarle el título mundial de los pesados al mismísimo Cassius Clay, ya transformado en Muhammad Ali tras su conversión al Islam.
Hechas esas consideraciones, nos proponemos desvelar aquellas contradicciones existentes entre el Urtain teatral y el real, y no sólo con los datos que nos aporta el texto, sino también con los propios de la biografía del boxeador.
Nuestra crítica se dirigirá a lo que consideramos el núcleo mismo de la obra, esto es, la presentación de Urtain como un hombre sometido a una utilización propagandístico-política. Instrumentalización que planea constantemente sobre el drama escenificado por Animalario, merced, sobre todo, a la fotografía que Franco se hizo con el púgil guipuzcoano. Este extremo queda desmentido, al menos parcialmente, desde dentro de la misma representación, pues hemos de advertir que el personaje interpretado por Roberto Álamo, el Urtain teatral, no oculta el aprecio que tiene por dicha fotografía. En diferentes momentos veremos al boxeador expectante ante la posibilidad de realizar la instantánea, yendo a recogerla al diario Marca o presumiendo de ella en el bar que montaría una vez retirado de los cuadriláteros. Encontramos aquí uno de los puntos flacos de las tesis de Cavestany, pues Urtain es plenamente consciente de los beneficios, sobre todo económicos, que de tal encuentro se podrían derivar. La conexión con Franco, cuya presencia se adivina sin ningún actor que encarne su figura, viene reforzada por la relación que se establece entre Urtain y Vicente Gil, Presidente de la Federación Española de Boxeo que, además, es el médico personal de Franco.
Como queda dicho, en la obra Urtain se muestra a Urtain como símbolo de la España de Franco, hasta el punto de que en el programa aludido, el propio director, Andrés Lima, llega a identificar a ambos:
«Urtain fue España. España acabó con Urtain. Se suicidó.»
Este ejercicio de identificación, fabricada por así decirlo, a espaldas del boxeador, que resultaría ser una víctima de tal proceso, vendrá reforzado a través de otros detalles. Entre ellos nos parece interesante señalar las diferentes ocasiones en que se subraya la condición de euscaldún de Urtain, rasgo que le conecta con su País Vasco natal, donde parece localizarse la telúrica felicidad de un muchacho fuerte que comenzaría a destacar en el levantamiento de piedras, y al que el boxeo alienaría hasta convertirlo en un suicida. Por decirlo de forma directa, el Urtain que vive según las señas de identidad vasca negada por el franquismo, debe trasladarse a Madrid, donde llegará a preguntarse «¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio?». Sin embargo, las contradicciones vuelven a asurgir, pues Urtain abandonará la feliz Cestona de la mano de un promotor vasco, Lizarazu, y se trasladará a Madrid para lanzar su carrera, dejando mujer e hijos en las Vascongadas. Desde ese instante, veremos cómo se aleja del núcleo familiar y de su tierra hasta llegar incluso a formar otra familia y emprender una errática carrera de negocios ruinosos cuyaquiebra no es achacable en absoluto al franquismo, sino más bien a la imprudencia y afán lucrativo del boxeador.
El lema “Urtain fue España”, entendida ésta como la España de Franco, presenta otras dificultades, pues ¿a qué España de Franco se refieren tanto Cavestany como Lima? A nuestro entender, ambos no han reparado en que la propia dictadura, a la que a menudo se despacha con el simplismo de la aplicación de los epítetos de “gris” y “tiránica”, sufrió una indudable evolución, hasta el punto de que el sistema político actual es hijo de aquélla.
La trayectoria de Urtain correría pareja a la de la sociedad española del franquismo. De hecho, en la propia obra se alude a las extraordinarias audiencias televisivas que alcanzaron sus combates, audiencia necesariamente mixta, compuesta por franquistas, pero también por antifranquistas, aunque a menudo fuera ésta una simple fórmula retórica. En concreto, el cénit de la carrera del Morrosco, coincidiría con la cuarta década del franquismo (1966-1975), fase en la que se hace extensiva la implantación de la televisión en los hogares españoles, analizada por Gustavo Bueno en su libro Telebasura y democracia (Ediciones B, Barcelona, 2002). En la etapa aludida, se sentarían las bases de la actual democracia coronada, incluyendo el juramento de los Principios del Movimiento por parte de Juan Carlos I. Es también la época de eclosión de la publicidad, dirigida a una sociedad que, tras el éxodo del campo a la ciudad, se incorpora al consumismo representado por vehículos como el Seat 600, los pisos de protección oficial o los novedosos electrodomésticos que llenarán los hogares. En este contexto, un nada contestatario Urtain, protagoniza la publicidad del brandy Soberano, tal y como muestra el propio Cavestany.
Pero si hasta ahora nos hemos referido a la dimensión nacional, o doméstica del púgil, es obligado detenerse en su proyección internacional, aspecto donde se cifra la utilización de su figura por parte del régimen de Franco. En este sentido, Urtain comenzará a operar como elemento de la capa cortical de la sociedad política española, como demuestra el hecho de que en los combates internacionales, pelee bajo la bandera y el himno nacional, cuestión nada baladí, como se ha podido comprobar recientemente tras la reivindicación de dichos símbolos por parte de destacadas figuras como Pau Gasol o Rafael Nadal, objetivos de las facciones secesionistas catalanas, que han puesto el grito en el cielo ante la exhibición de “españolismo” de ambos, quienes de este modo, se habrían desviado de la sublime misión que representan dichos grupos antiespañoles, aspirantes a formar una nación independiente bajo cuyos símbolos competirían los descarriados deportistas. En cualquier caso, el empleo propagandístico del deporte no es exclusivo, ni mucho menos, del franquismo, ni siquiera lo es de las derechas o las izquierdas. Huelga decir que en todos los casos, los deportistas han servido como imagen de sus países y Urtain no iba a ser la excepción.
Pero si, según Cavestany, Urtain sería el símbolo de la España de Franco, cabe, de manera análoga, buscar otros púgiles que se identifiquen con otras etapas históricas españolas. Una historia española que, vista a través de la llamada memoria histórica, deja fuera de foco todo período anterior a la Guerra Civil, acaso porque de adentrarse más allá, los dividendos que ofrece tan sesgada visión del pasado, no serían tan apetitosos ni prácticos.
Así pues, si Urtain es la España de Franco, otro boxeador guipuzcoano encarnaría la dictadura de Primo de Rivera e incluso la II República, llegando a constituir una verdadera contrafigura del de Cestona. Nos referimos a Paulino Uzcudun (Régil, Guipúzcoa, 1899-Madrid, 1985). El toro vasco, comenzaría en el deporte de manera similar a la seguida por Urtain, siendo primero aizcolari, para pasar después al boxeo profesional. Tras una exitosa carrera en España y Europa, de la que llegaría a ser campeón de los pesos pesados, combatiría en América, donde caería bajo los puños de Joe Louis, El bombardero de Detroit, quien pondría fin a su carrera en 1935, al inflingirle su único K.O. en el Madison Square Garden. De vuelta a España, Uzcudun colaboraría activamente durante la Guerra Civil con el bando de Franco, para después de la contienda permanecer al lado precisamente de Vicente Gil.
Para terminar nos referiremos al boxeador que bien podría representar a la España democrática, la que según Cavestany surgiría del cadáver de la de Franco, simbolizado por el propio cuerpo sin vida de Urtain tras lanzarse al vacío. Dicho boxeador, nacido en Palomares, Madrid, en 1966, lleva por nombre Policarpo Díaz y cuenta también con un apodo de inspiración numinosa, El potro de Vallecas. Díaz, fue varias veces campeón de Europa de los pesos ligeros, alcanzando gran popularidad en la España de los años noventa. Al igual que sus antecesores, su carrera sufriría un grave revés en Estados Unidos en el año 1991, al perder el combate por el título mundial frente a Pernell Whitaker. Tras esta pelea, el Poli Díaz caería en la adicción a las drogas, iniciando una vida caótica que le llevaría a pasar por la cárcel y a protagonizar películas pornográficas.
La pregunta final es obligada ¿tendrían cabida el franquista toro vasco o el potro vallecano espejo de la democracia de mercado pletórico en el particular bestiario de Cavestany?



No hay comentarios: