jueves, 10 de diciembre de 2009

Lobo saltando sobre cerca

Lobo saltando sobre cerca

Revista Crónicas de Cuenca (5 diciembre 2009, Nº 670)

El fotógrafo abulense José Luis Rodríguez, ha obtenido el prestigioso premio Wildlife Photographer of the Year 2009 en la categoría Retratos de Animales, por su obra titulada Lobo saltando sobre cerca. En este artículo, trataremos de analizar dicha instantánea, explorando no tanto su encarecida calidad estética, sino aquellas relaciones que el lobo, -relaciones que, en todo caso no son ajenas a la imagen- entabla con aspectos de la realidad que desbordan ampliamente los límites de la representación fotográfica.
Lobo saltando sobre cerca, capta el momento en el que un lobo ibérico salta una rústica puerta de palos que cierra un corral en el que, se intuye, duerme un ganado. Se trata de una imagen de encuadre perfecto realizada con el auxilio la más avanzada tecnología fotográfica. En concreto, y para información de los versados en la materia, Rodríguez se sirvió de una Hasselblad 503CW, un objetivo Planar de 80mm lens y un sistema de luz infrarroja de diseño propio. El valor de la imagen, sin embargo, tampoco recae en los aspectos técnicos aludidos.

Son precisamente los elementos que constituyen el título: el lobo, la cerca, y su nexo, el gerundio del verbo saltar, que dice dinamismo, los que, unidos a la nocturna envoltura de la fotografía, han pesado más, creemos, en la decisión del jurado a la hora de premiar esta obra. Dichos elementos, serán los puntos de arranque de este análisis.

La foto de Rodríguez se centra en un lobo ibérico, especie de la que sobreviven en España unos 2.000 ejemplares, en un censo que ha remontado desde la década de los 70 del pasado siglo. La imagen, al margen del automatismo de su realización, escoge un momento muy puntual del proceder del lobo: el cánido está cazando de forma solitaria. Al menos esta es la intención del fotógrafo al concebir su obra, si bien lo que hay realmente al otro lado de la valla es comida colocada por el propio autor para atraer al depredador, asunto éste, que en modo alguno, y al margen de la apariencia falaz que retrata, resta intensidad a la fotografía. El plan trazado por Rodríguez, descarta, por consiguiente, otros episodios de la vida de esta especie.

En efecto, el fotógrafo podía haber buscado la imagen de un lobo, o mejor una manada, cazando un animal, obteniendo también grandes resultados. Sin embargo, esta posible escena se enfrentaría con concepciones ideológicas muy extendidas, que beben tanto del krausismo –con su pretendida idea de una Naturaleza “filtrada” y ayuna de alimañas- como de un ecologismo que alcanza cotas de gran beligerancia, llegando al extremo de proponer una “vuelta a la Naturaleza”.
Una visión edulcorada del lobo, podría consistir en presentarlo en actitudes radicalmente opuestas. De este modo, Rodríguez podría haber mostrado al lobo durante el cortejo de las hembras, o a estas últimas ocupándose de los lobeznos. Esta vía, también fue descartada.

Sea como fuere, el lobo que con éxito ahora se retrata, en tanto que especie, ha seguido un largo curso histórico, a menudo en las antípodas del actual conservacionismo.

Dejando de lado tradiciones más antiguas, y mezclada con la leyenda, aparece la loba Luperca, quien amamantaría a los fundadores de Roma, los hermanos Rómulo y Remo. La loba capitolina transmitiría a los hermanos, a través de sus ubres, su energía nutricia, conectada directamente con la Naturaleza de la cual forma parte. Su representación, presta por ello más atención a los componentes simbólicos de este numen, que a su aspecto. Por ello, y al margen de aspectos técnicos, la célebre estatua, al parecer medieval, no busca el realismo que atesora la fotografía que estamos tratando.

Pero si Roma contaría con el lobo en el sentido citado, los daños producidos por este animal en la ganadería, harían de él una pieza codiciada. Las legislaciones herederas de Roma, tratan al lobo como una fiera dañina. Sirva como ejemplo la clásica caracterización de “alimaña” que ya Alfonso X le da en sus Partidas (Partida VII, Tít. 15, Ley 23).

En otro sentido, por su forma de actuar, el lobo condicionaría a veces el paisaje, dando lugar a callejones y loberas para su apresamiento, o, por lo que se refiere al mundo objetual, sería el motivo del uso de carlancas para proteger a los perros pastores de sus ataques.

Esta relación entre pastor y lobo, propiciaría la confección de innumerables relatos en los que el lobo muestra su fiereza e inteligencia. La transmisión oral de dichas historias, invitaba a la adición de elementos a veces ajenos a la realidad y propios de la fabulación. El lobo, adquiere de este modo una dimensión que excede sus verdaderas características anatómicas y conductuales. De este modo, el animal aparece en las fábulas a veces con un aspecto personiforme, atesorando negativas cualidades humanas. La asociación entre el comportamiento de estos dos animales, el hombre y el lobo, tendría un lejano origen. Baste citar la famosa máxima del latino Plauto que reformularía siglos más tarde Hobbes: «El hombre es un lobo para el hombre».

En España, la extensión de estas fábulas por su territorio, vendría garantizada por una poderosa institución: el Honrado Concejo de la Mesta, cuyos numerosos y diversos integrantes recorrerían la nación por cañadas y veredas, intercambiando y expandiendo los aludidos relatos.

Las leyendas, cuentos y romances, no ya de lobos, sino de hombres-lobo, de remoto origen mítico, persistirían en los siglos venideros hasta alcanzar su cénit en el Romanticismo, y en los movimientos estéticos posteriores, imbuidos de un fuerte psicologismo.

Lejos del terreno del relato, las leyes seguían considerando, en buena lógica, al lobo como a un enemigo. Ya en el siglo XIX, podemos leer en las Ordenanzas de Caza y Pesca del 3 de mayo de 1834, que: «se declaraba libre la caza de animales dañinos, a saber, lobos, zorras, garduñas, gatos monteses, tejones y hurones en las tierras abiertas de propios, en las baldías y en las rastrojeras no cerradas de propiedad particular, durante todo el año, inclusos los días de nieve y los llamados de fortuna.»

En 1902, la Ley de Caza del 16 de mayo, permite a los alcaldes organizar batidas de lobos, previa autorización del gobernador, para matar animales dañinos, premiando cada loba abatida con 20 ptas., cada zorra con 10 y las aves de rapiña con 4 y 2 ptas.

Finalmente, todavía en 1953, el lobo permanece considerado como alimaña, catalogación que cesa con la Ley de 1970, en la que el lobo pasa a ser una especie considerada cinegética. La figura del naturalista Félix Rodríguez De la Fuente, en plena expansión de la Etología, y con la ayuda de una televisión pública y única para toda España, resulta clave para el cambio de percepción de la figura del lobo.

Regresemos ahora a la imagen premiada. El lobo que salta la valla, ya no es un monstruo casi desconocido de borrosos y fieros perfiles, sino un animal de complejas relaciones sociales y rico lenguaje gestual, que se asoma a las telepantallas de hombres que ya no deben velar por sus ganados en la soledad de la noche. Sin embargo, algo de inquietante permanece en la foto de José Luis Rodríguez. Algo que no se halla en los Parques Naturales ni puede describirse en la clasificación linneana de las especies, sino en el recuerdo de la vida rural, de la Naturaleza pasada por el tamiz antrópico.

El lobo, envuelto en la oscuridad del crepúsculo, salta por encima de una cerca hecha por manos humanas y penetra en la majada para cobrarse una pieza animal, una res domesticada. Es en ese momento donde la obra de Rodríguez adquiere su majestuosa belleza y el lobo su verdadera dimensión

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