domingo, 24 de enero de 2010

Kaláshnikov

Kaláshnikov, cortical y transcultural
Sobre una institución bélica casi ubicua en el presente
La imagen de un terrorista islámico portando en sus manos un kaláshnikov mientras muestra su adhesión incondicional a la yihad, o su deseo de «recuperar» el idealizado territorio conocido como Al Ándalus, es ya recurrente en las telepantallas y otros masivos medios de comunicación
Hasta tal punto es familiar tal estampa, que a menudo nadie repara en el contraste existente entre los ropajes de estos fanáticos y el fusil que con naturalidad manejan, un contraste similar al que se aprecia en las fotografías en blanco y negro de principios del siglo XX, en las cuales figuran unos hombres tocados con bombín alrededor de las prismáticas obras arquitectónicas –fieles al Ornamento y delito proclamado por Adolfo Loos– de Le Corbusier, que se sitúan en el origen de lo que el americano Philip Johnson daría en llamar Movimiento Moderno.
El presente trabajo, pretende someter a análisis esta casi ubicua institución bélica cuyo nombre completo, Avtomat Kalashnikova modelo 1947, es a menudo sustituido por las siglas AK-47. En definitiva, en adelante hablaremos del kalashnikov y otros asuntos involucrados.
El nombre de este fusil de asalto, como es bien sabido, procede del apellido de su inventor, el suboficial de carros de combate Mijaíl Timofeyevich Kaláshnikov (Kuriá, Rusia,1919), quien combatiría en la Segunda Guerra Mundial, integrado en el llamado Ejército Rojo, perteneciente a la U.R.S.S. Sería precisamente durante su estancia en un hospital, motivada por una grave herida en un brazo recibida en la Batalla de Bryansk, octubre de 1941, cuando Mijaíl Kaláshnikov comenzaría a pensar en un fusil que, en sus propias palabras, sirviera para «defender a la patria rusa de sus enemigos».
El trabajo de Kaláshnikov, quien nunca llegaría a cobrar dinero alguno por su invento, patentado en Suiza en 1998, vendría a continuar la senda emprendida, primero en Rusia y después en la U.R.S.S., por diversos técnicos que pretendían perfeccionar las armas de infantería. Así, ya en 1916, Vladimir Grigorevich Federov, elaboraría un diseño de rifle automático más ligero que los empleados hasta la fecha. Su idea consistía en emplear cartuchos de baja potencia que aminoraran el retroceso y favoreciesen la precisión del tiro. Este asunto, el de la munición, sería clave en el trabajo de Kaláshnikov. Sigamos, sin embargo, el curso de los hechos. Se especula, sin embargo, con que los soviéticos dispusieran pronto de prototipos del rifle alemán Sturmgewehr 44, o STG-44, así como de su munición, lo que daría pie al diseño de un cartucho corto: el m43. Surgía de ese modo, la necesidad de confeccionar un fusil adecuado al citado cartucho.
Mijaíl Kaláshnikov, como dijimos más arriba, comenzaría a pensar en un nuevo rifle durante su estado de postración. Pese a su escasa formación académica, el soldado ruso contaría con la experiencia «en primera persona», de las dificultades a las que tenían que hacer frente sus compañeros. A estas «experiencias», hemos sin duda de añadir, por la vía de la anamnesis, de todo el trabajo previo de otros camaradas al que hemos ya aludido. De ese modo, ya en 1942, Kaláshnikov presenta su primer prototipo, el AK-1, modelo que, sin embargo, fue rechazado. No sería hasta 1946, cuando tras acompañarse en el trabajo por el maquinista Zhenya Kravchenko, y después de estudiar el citado fusil de asalto alemán diseñado por Hugo Schmeisser, obtendría un éxito que rápidamente crecería de forma inusitada. Pronto, el AK-47 sería el rifle característico del Ejército Rojo, al que desbordaría, para formar parte, primero del armamento de los países del Pacto de Varsovia, y después, del de otras naciones y grupos armados de diverso jaez, en lo que constituye un ejemplo ilustrativo de globalización expansiva, especializada y omnilineal, globalización que en un principio iba incorporada a otra de mayor escala, la del modelo imperialista soviético{1}. La escala de la expansión del AK-47 nos la da el hecho de que se calcula que existen en el mundo más de 100 millones de fusiles de este tipo, sin contar los que se fabrican ilegalmente cada año.
Pero si el modelo político soviético, tras una etapa que podríamos llamar estacionaria, terminaría por desmoronarse a finales del siglo XX, el kaláshnikov sobreviviría como una reliquia bélica que pervive hasta hoy no sólo en sus aspectos utilitarios, sino también en cuanto que símbolo e incluso fetiche. Antes de referirnos a estas tres facetas, analizaremos más en detalle el arma.
El AK-47, reconocible por su característico cargador curvo, es un fusil muy seguro y de sencillo uso, sin apenas mantenimiento y de bajo precio, que permite a un tirador medio alcanzar un blanco humano a unos 300 metros, distancia nada arbitraria, pues en la época en que se diseñó, se calculaba que esta era la distancia máxima a la que se mantenían la mayoría de los combates. He aquí una de las claves del éxito de este fusil.
El kaláshnikov, al margen de sus características ergonómicas, se concibe para intervenir en combates de infantería –no en vano este cuerpo perteneciente al Ejército de la U.R.S.S. lo adoptaría con rapidez para dejar de emplearlo en 1978–, en acciones donde la relación entre oponentes, al margen de la interposición de lentes de aumento, es visual. Se trata de acciones donde el enemigo, un enemigo en todo caso corpóreo e individualizado, es reconocible. El AK-47, a diferencia, por ejemplo, de los misiles de largo alcance, se diseña para intervenir en combates de escala antrópica, escala en la que, no obstante, es necesario un vacío entre cuerpos egoiformes, lo que nos lleva a relacionar el invento soviético con otros históricos adelantos técnicos de carácter bélico. Este vacío codeterminador de las tácticas de combate y de las propias armas, nos remite a ejemplos clásicos de las mismas. Así pues, en la fabricación de esta distancia, siempre ligada a la infantería, aparecerían armas clásicas como la sarissa, larga lanza que portaba la falange macedonia dirigida por Alejandro Magno. Del mismo modo que la sarissa cubría a los infantes griegos, «fabricando» gracias su longitud, un espacio que permitía maniobrar a los soldados macedonios a suficiente distancia de los carros persas desplegados por Darío III en la batalla de Gaugamela o en la de Issos, representada en el célebre mosaico del mismo nombre, el fuego de los kaláshnikov, que no sólo servía para abatir a enemigos sino que también mantenía alejados a los soldados nazis a cientos de metros, favorecía el movimiento de los infantes soviéticos en sus operaciones en el frente de batalla.
El fusil del que hablamos, sin embargo, debe ser relacionado con las diversas armas de fuego que, por medio de su desarrollo, terminarían condicionando los actos bélicos. Por lo que respecta a los tratados de guerra, el oficial prusiano Carlos von Clausewitz (1780-1831), en su ya clásico De la guerra, dedica un amplio espacio a la importancia de la infantería en una guerra de carácter popular, lo que sin duda trae a la mente la española Guerra de la Independencia, protagonizada por la llamada guerra de guerrillas de la que es ajeno el uso de artillería pesada e incluso de una caballería formalmente reglada. En las escaramuzas de entonces y en las de ahora, las armas ligeras tendrán un gran protagonismo, razón por la cual, los fusiles, y singularmente el kaláshnikov durante el siglo XX, se ha convertido en el arma más empleada por grupos insurgentes, ejércitos rebeldes y organizaciones terroristas que no se pueden poner en correspondencia con los ejércitos de levas o los profesionalizados de los que dispone la amplia mayoría de las naciones políticas que operan en la actualidad.
En cuanto a su dimensión simbólica, el arma de fuego que más víctimas ha causado en la historia de la humanidad, aparece en las banderas de Mozambique, Zimbabwe y Timor Oriental. Por su parte, las FARC, lo superponen a la bandera colombiana, y forma parte de los símbolos de Hezbolá, al margen de su ocasional empleo por el Frente Polisario saharahui, unido a una paloma de la paz en perfecta simbiosis. Nos hallamos, sin duda, ante la dimensión cortical de este fusil, que en este caso va más allá de su integración en el ejército, institución cortical por antonomasia. Si, con Clausewitz, mal que les pese a los aquejados del síndrome del pacifismo fundamentalista, aceptamos que la guerra es la continuación de la política, el ejército, equipado con sus kalahsnikov, vendría, por tanto, a sumarse a las acciones diplomáticas, tan corticales como la apertura de fuego sobre el enemigo, inmune ya a los taumatúrgicos efectos del diálogo y la negociación.
El kalahsnikov, por otro lado, forma parte de un gran conjunto de instituciones que, tras su desarrollo en la Unión Soviética, fueron adoptadas al otro lado del Telón de Acero. De entre esta heterogéneo legado, podríamos destacar el llamado Estado de Bienestar, nacido en la U.R.S.S., cuyo reflejo en el mundo capitalista no se hizo esperar, hasta llegar, en la actualidad, a constituirse en bandera de muchas facciones políticas, entre las que destaca la socialdemocracia occidental. Huelga detenerse en otros ejemplos, pues por todos son conocidas las aportaciones soviéticas en los más diversos campos como, por citar uno sólo de ellos, el referente a la carrera espacial.
Por último nos referiremos al kalahsnikov en tanto que fetiche. Introducido en las sociedades de mercado pletórico como un objeto de consumo más encaminado al coleccionismo, sin perjuicio de su puntual uso, el AK-47 está presente en multitud de hogares junto a objetos de dispar procedencia. Se trata en este caso de un objeto cuasi sagrado, un fetiche en definitiva, equiparable a una obra de arte, que podemos asignar al eje radial del espacio antropológico. En este sentido, los kalahsnikov de oro hallados en un palacio perteneciente a Saddam Hussein pueden situarse en el cénit de esta escalada fetichista.
El AK-47, tras la caída del Muro, se incorporaría plenamente en los circuitos comerciales, bien mediante su venta a la población civil, bien prestando su iconografía o su nombre a diversos productos. Incluso, tras las guerras balcánicas de los noventa, la canción de bélica Kalasnjikov, de la mano del músico serbio Goran Bregovic, se vería mercantilizada junto al revisionismo y puesta al día de las músicas tradicionales de la antigua Yugoslavia.
Sería precisamente la caída del Muro de Berlín, con la consiguiente ruptura del equilibrio entre los llamados dos Bloques, la que permitiría que se percibiera un horizonte más amplio en el que comenzaría a recortarse una inesperada amenaza: el Islam, percibido hasta el momento por gran parte del mundo occidental, como un mero material etnográfico o religioso asentado sobre un suelo bajo el cual se hallaban grandes bolsas de petróleo, que pronto mostraría su verdadera escala política por la vía de la Guerra Santa o yihad en sus diversas manifestaciones.
El kalashnikov no sería ajeno a la yihad, guerra santa que en absoluto se refiere a un camino interior, como bien puede comprobar el lector si acude, por ejemplo, a los textos de Averroes{2}, sino que se trata de una guerra con evidentes y mayoritarios aspectos extrasomáticos. De este modo, y como señalábamos al principio, la imagen de mujaidines, algunos de los cuales ya operaron en la Guerra de Yugoslavia en apoyo de los bosnios musulmanes, pertrechados del fusil diseñado por el siberiano Kalahsnikov, comenzaría a hacerse familiar.
Tan familiar, que llegaría, incluso, al punto de ser una prolongación de otro arma, el propio cuerpo del guerrero talibán que manifiesta textualmente «no ser una persona, sino un arma»{3}. Dirigidos por Alá, en forma de entendimiento agente, esos cuerpos que manejan el kalahsnikov o se ciñen un cinturón de explosivos para provocar una masacre entre los cafres o los musulmanes desviados, protagonizan a diario noticias de matanzas y atentados diversos, algunos de los cuales han conseguido constituirse en verdadero terrorismo no solo por lo que respecta a sus daños, sino por haber logrado alcanzar sus objetivos políticos, gracias, a menudo, a sectores occidentales cuyo acrítico pacifismo, les impide conocer la magnitud de la amenaza que representa el Islam.
Institución, primero cortical y, posteriormente, transcultural en virtud de su imparable globalización, el AK-47 mantiene aún su vigencia, sostenido por manos de hombres de diversa condición, sirviendo en ocasiones para saciar las apetencias de los consumidores satisfechos occidentales, pero también, respondiendo al fin para el que fue concebido, como útil herramienta cuyo objeto es hacer blanco en cuerpos humanos cuyos perfiles se deben a su pertenencia a sociedades políticas concretas. De este modo, el kalahsnikov, contribuye, en ocasiones a reforzar y en otras a destruir, los tejidos de los que están constituidos otros cuerpos, los cuerpos políticos de los que está construido el mundo actual, el mundo realmente existente.
Notas

{1} Véase La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización (Ediciones B, Barcelona 2004). Págs. 216 y ss.
{2} Vid. El libro de la Yihad, integrado en la Bidaya, y traducido por el sacerdote, arabista y militar español Carlos Quirós Rodríguez, recientemente publicado por la Fundación Gustavo Bueno en su Biblioteca de Filosofía en Español.
{3} Véase el artículo «No soy una persona, soy un arma», publicado el 20/12/2009 en el diario El País, en el que aparecen estas y otras manifestaciones del terrorista mauritano integrado en Al Qaida del Magreb Islámico, Sidi Oul Sidina, quien afirma que su único abogado es Alá.

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