lunes, 31 de enero de 2011

Cayetano Soler y El fallo de Caspe

El Catoblepas • número 107 • enero 2011 • página 13
Cayetano Soler y El fallo de Caspe
Iván Vélez

Otra contribución a la historia del rótulo «leyenda negra»

1. Cayetano Soler y la publicación de El fallo de Caspe

Coincidiendo en el tiempo con la aparición del libro La España de ayer y la de hoy (en el que, como ya escribimos en esta revista, introdujo Emilia Pardo Bazán el concepto de «leyenda negra»), puesto que la dedicatoria al canónigo de Vich, don Jaime Collell y Bancells, está firmada en Barcelona, casualmente el día 27 de abril de 1899 [recordemos que la famosa conferencia de doña Emilia tuvo lugar en París el 18 de abril, y que la prensa española ya la resumió el 20 de abril], festividad de Nuestra Señora de Montserrat, veía la luz la obra El fallo de Caspe (Imprenta y librería de Subirana Hermanos, editores; Calle de la Puertaferrisa, 14; Barcelona 1899, 252 págs.), cuyo autor fue el clérigo badalonés Cayetano Soler y Perejoan.

El libro, que podemos inscribir dentro de un amplio grupo de obras que desde mediados del XIX trataron sobre este episodio histórico, constituye una apasionada y razonada defensa del llamado Compromiso de Caspe, tanto en lo que respecta al proceso mismo que colocaría en el trono de Aragón al infante de Castilla, Fernando de Trastámara, como a la propia actuación que éste tuvo tras su entronización, ya como Fernando I de Aragón, en particular en lo que respecta al trato que dio a su principal oponente a tal puesto, el conde Jaime de Urgel, durante su breve reinado. Pero, sobre todo, el libro constituye una refutación de la, por él considerada, visión catalanista, no exenta de elementos románticos, que existía al respecto de este episodio histórico. En particular, Soler desmonta la versión dada por Antonio de Bofarull y Brocá, historiador y archivero del Archivo General de la Corona de Aragón sito en Barcelona, quien vertió sus tesis sobre esta y otras cuestiones en su Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cataluña, (1876-1878, 9 tomos en ocho volúmenes), obra que supuso una respuesta a la Historia de Cataluña (1868) del escritor y político Víctor Balaguer y Cirera. Dejemos para más adelante el análisis de El fallo de Caspe y demos una pinceladas biográficas a la figura de Cayetano Soler.

2. Breve semblanza de Cayetano Soler
Cayetano Soler había nacido en 1863 en el seno de una familia humilde, distinguiéndose, tras su etapa de formación que culminó en 1889, como un clérigo integrista muy cercano al furibundo antiliberal Félix Sardá y Salvany, quien facilitó la incorporación de su pluma a la Revista Popular, semanario ilustrado de carácter católico. Las relaciones entre el párroco barcelonés y las letras, fueron tempranas. Así, en 1893 funda la revista Lo Missatger del Sagrat Cor de Jesús, donde llegó a publicar mosén Jacinto Verdaguer.

Ese mismo año, el día de san Jorge, 23 de abril, pone en marcha la revista mensual Tradició catalana, de vida efímera, pues su último número está fechado el 15 de agosto del año siguiente. La orientación ideológica de la publicación es el «regionalismo», del que, en palabras del propio Soler, los colaboradores que él preside son, siempre con la ayuda de Dios, «paladines corajudos», en oposición al manido «centralismo» –recurso inagotable del catalanismo de ayer y de hoy– caracterizado por «sus brutales imposiciones y su descrédito científico». Y es que, como veremos más adelante, determinados factores procedentes de los laboratorios, Soler también emitía un lamento todavía familiar: la división del «catalanismo militante».

Pese al cierre de la revista, las actividades del cura catalán no cesaron. En efecto, El 15 de marzo de 1900 lo encontramos interviniendo en un ciclo de conferencias celebrado en el Ateneo de Madrid bajo el título Centralismo, descentralización y regionalismo en el que participaron, entre otros, Abadal, Canalejas y Azcáratae. Su intervención en el mismo, tendría como base su obra titulada: Descentralización y regionalismo (Imprenta Giró, Barcelona 1899, 94 pp.) en la cual trata de buscar, nos atenemos a la interpretación que hace Azcárate, las raíces de un estado descentralizado en la constitución gaditana o en la propia Revolución Francesa. Soler apuesta por una «España compuesta por pueblos que no solo presentan ahora características notables», sino que además «tuvieran vida autónoma y dieran expansión a su naturaleza». Al mismo tiempo, Soler trabaja denodadamente a favor de la predicación en catalán. Precisamente coincidiendo con su estancia en la capital de España para pronunciar su conferencia, Soler se entrevistó con el Auditor del Nuncio, con objeto de tratar en torno a la polémica Pastoral emitida por el Obispo de Barcelona, Josep Morgades y Gili, quien se inclinaba por el uso del catalán en los oficios religiosos. En una carta dirigida a éste tras la celebración de la entrevista, Soler incluye una elocuente cita de Claret empleada durante el parlamento con Monseñor Barona: «mayor daño hace a Barcelona la predicación y catecismo en lengua castellana, que una herejía sostenida públicamente». En paralelo a estas actividades, Soler buscaba la construcción de un partido catalanista-católico.

Poco después, el inquieto Soler, preocupado como tantos otros, por las condiciones en las que vive el proletariado que la rápida industrialización desplegada durante el siglo XIX había concentrado en los suburbios de las ciudades, publica, en 1902, un folleto en 12ª titulado: Las soluciones prácticas del problema social (Juan Gili, Barcelona), en el cual propugna la recuperación de los gremios –iniciativa tan cara para figuras como el propio Gaudí– en una búsqueda armónica entre obreros y patronos, la puritana separación de horarios de entrada y salida de las fábricas en función de los sexos de los trabajadores, la prohibición de la propaganda anticatólica y una serie de atenciones a los jubilados, sin olvidar la necesaria mejora de las condiciones de salubridad laborales.

El miércoles 7 de mayo de 1902, el periódico La Vanguardia dedica en su tercera página unas líneas al libro. En la misma, encontramos un extracto del libro que recoge algunas de las recetas sociales –en la línea de darle al patrón lo que es del patrón y al obrero lo que es del obrero– propuestas por el presbítero tendentes a mantener el estado de las cosas. Veamos:

«Precisa, pues, que las clases llamadas directivas lo sean de verdad, tanto en las obras como en las palabras. Si ellas visten con riqueza proporcionada a su posición, fácilmente el pueblo vestirá con la modestia que le corresponde; si ellas practícan (sic) la religión, el pueblo se sentirá inducido a practicarla; si ellas honran la virtud, el pueblo se inclinará a estimarla; si ellas no dan a las riquezas un valor inmerecido, haciéndolas título indiscutible de nobleza, el pueblo vivirá contento con su honrada mediocridad; si ellas se ocupan provechosamente, el pueblo no aborrecerá el trabajo, ni lo considerará una deshonra; y, por último, si ellas no desdeñan tratar al obrero, socorrer al pobre, y le dan pruebas de amable humildad, en vez de dárselas de orgullo desdeñoso, el pueblo amará a sus señores, y estará gozoso de servirles».

Entre 1906 y 1911, Soler es asiduo colaborador del Diario de Barcelona bajo el seudónimo Justí. Es destacable su artículo publicado el 26 de junio de 1906 en dicho periódico bajo el título «Sano regionalismo» firmado como C. S., seguido el 3 de julio por «El reverso de la medalla», en los cuales critica los planteamientos de la Liga Catalanista y en particular a Prat de la Riba por su libro La Nacionalidad Catalana, calificado de «obrilla» de poco rigor histórico. Soler establece una dicotomía entre las facciones catalanistas operatorias e irreconciliables. Por una parte el católico, representado por Torras y Bages:

«...fundado en la razón y la tradición, dirigido a promover una restauración social benéfica: a restaurar la fe y las costumbres sociales y jurídicas de nuestra amada Cataluña».

Frente a este movimiento, el grupo por él llamado indiferentista:

«Fundado en las concupiscencias políticas, dirigido a lograr, más que el bien social, el prestigio político de nacion-estado [sic]».

En definitiva, el catalanismo, según Soler, será católico o no será. Poco después, sin embargo, el aparentemente cohesionado bloque católico, sufriría su primera gran fisura, al conseguir la heterogénea Solidaridad Catalana el apoyo del vicario general de la diócesis de Mallorca: Antonio María Alcover, que contó con el respaldo de parte de las más altas instancias del clero catalán. De resultas de esta polémica, Soler publicó, en 1907 y dentro de Revista popular, el artículo «La solidaridad catalana y la conciencia católica» (Revista popular, LXXII, págs. 84-86).

No terminaría aquí la trayectoria pública de Soler, pues en 1913 ingresa en la catalana Academia de las Buenas Letras y posteriormente en la Real Academia de Historia. La muerte le sorprendió poco después de acceder a esos reconocimientos, el 31 de diciembre de 1914.

3. El fallo de Caspe
Como decíamos al principio, El fallo de Caspe constituye una encendida defensa tanto del proceso como de la decisión tomada en tal cónclave, esto es, el acceso al trono aragonés por parte de Fernando de Antequera. El desarrollo interno del Compromiso que ofrece Soler no presenta dudas en cuanto a la legitimidad del infante de Castilla para hacerse con el trono, elección ajustada a derecho tras la muerte sin descendencia de su tío Martín I de Aragón. De entre los seis candidatos al trono, entre los que destaca el propio Fernando y su mayor rival, Jaime de Urgel, instrumentalizado en todo momento por su ambiciosa madre, Margarita de Montferrato, Fernando es quien lo hereda, siguiendo un criterio biológico que desdeña otros cauces como pudieran ser las cualidades personales, la acumulación de poder o riquezas, factores que tampoco fueron del todo ajenos al propio Fernando.

Así pues, Fernando hereda el trono por ser hijo de Leonor de Aragón, casada con Juan I de Castilla y hermana de Martín I el Humano, lo que da cuenta, una vez más, de hasta qué punto la red de enlaces matrimoniales unía ambos reinos antes de su definitiva soldadura mediante la boda entre el nieto del propio Fernando, el rey Fernando II de Aragón y Isabel de Castilla, los Reyes Católicos, cuya unión que quedó subrayada mediante el famoso lema Tanto monta.

No es el propósito de este breve trabajo, analizar un asunto tan trillado como es el Compromiso de Caspe, sino someter a crítica diversos aspectos de la obra de Soler, libro que recibió pronto los elogios de Sardá y Salvany, quien el 13 de julio de 1899, escribe en la Revista popular, lo siguiente:

«Investigación histórica crítica y severa en contraste con los patéticos y apasionados discursos de quienes han hecho de este punto algo como una leyenda romántica, más apta para interesar en el drama o en la novela que para satisfacer al imparcial amigo de la verdad histórica.» (Revista popular, 13 de julio de 1899, págs. 31-32.)

En efecto, Cayetano Soler, con la querella sobre el trono como pretexto, introduce cuestiones de mayor escala. De este modo, Soler no duda en subrayar el carácter democrático de los catalanes, sin aclarar que tal carácter estaba representado por los poderes estamentales, siendo así que en las deliberaciones de Caspe concurren representantes de la milicia, el clero y el mundo jurídico.

El padre Soler es un firme defensor de la nación catalana, muy distinta, al parecer a la castellana, pero también de los otros territorios de la propia corona aragonesa. Y para demostrar estas diferencias, el clérigo contrapone los modelos jurídicos por los que se rigen dichos territorios. Mientras en Cataluña se seguían empleando los llamados usages, en Aragón y Valencia los modelos jurídicos se aproximaban a los seguidos en Castilla. Según nuestro personaje:

«La forma intelectual catalana, como es de todos sabido, es analítica; la de aragoneses y valencianos, la sintética; nosotros inclinados al casuismo particularista; ellos a la abstracción generalizadora; nosotros como positivistas, aferrados al hecho; ellos como idealistas, propensos a elevarse a la filosofía del Derecho.» (pág. 132.)

Los partidarios del bando fernandino serían aristotélicos, frente a los escolásticos defensores del conde don Jaime. Estas diferencias «de carácter», sin duda pesaron en la decisión de Caspe –en ningún momento cuestionada por Soler– en detrimento del aspirante de Urgel. Pero el sacerdote, en una nota al pie que se halla en la misma página de la que hemos extraído el párrafo citado, añade otro factor decisivo a la hora de establecer diferencias. Se trata de los fríos datos que suministra la por entonces pujante Antropología que tantos adeptos –Pompeyo Gener, Valentín Almirall- tuvo en el entorno de Cayetano Soler. Ahora, a las doctrinas jurídicas, hemos de sumar otra sustancial diferencia de índole craneal:

«La Antropología nos demuestra que guardan más analogía étnica entre sí Aragón y Valencia que ninguna de ellas con Cataluña. El sistema craneal es el dólico-céfalo en aquellas regiones lo mismo que en Castilla; en Cataluña, el mixto de dólico y braquicéfalo.»

Con sus lógicas consecuencias:

«Cuando la unión con Castilla, pronto Valencia y Aragón confraternizaron con ella, dejándonos aislados; actualmente no hay que decir que los lazos de unión son más íntimos con Castilla que con su antigua hermana.»

Momento es de regresar al principio de este escrito. Aunque de temática muy diferente, La España de ayer y la de hoy y El fallo de Caspe, publicados casi simultáneamente, están unidos por el empleo de una expresión, «leyenda negra». Si bien, a pesar de esta coincidencia, hemos de advertir que los sentidos dados por Emilia Pardo Bazán y Cayetano Soler, acusan sutiles diferencias. Veamos.

En dos ocasiones, aunque con variantes, emplea Soler la fórmula:

«Compadézcasele, repito; mas no por ello se deje de admirar la mano de Dios que por los ásperos caminos de las prisiones le llevó a inmortal gloria, pues fama es, atestiguada por el historiador Fr. Fabricio Gauberto, que en el tiempo que «estuvo en la cárcel hizo tal penitencia y tal enmienda de su vida y reconoció tanto a Dios y murió tan santamente, que ganó mayor corona» que la que perdió perecedera; con cuyo testimonio conviene perfectamente la carta consolatoria de la reina doña María a la penitente hermana del Conde doña Leonor (carta que ha descubierto mi amigo el Sr. Giménez) participándole la piadosa muerte de su hermano en Játiva después de recibir los Sacramentos con grande y admirable devoción, digno remate de tan santa vida; y la alocución del Condestable de Portugal, don Pedro, nieto de D. Jaime de Urgel, y por tanto, testigo de mayor excepción, dirigida a los partidarios de D. Juan II, en la cual les dice ser él «net del cómte Durgell, lanima del qual per son loable fi es cregut regena de los cels,» anulándose así para siempre la luctuosa leyenda de La Fi del Compte.» (pág. 67.)

Soler se refiere al libro El fin del conde de Urgel, obra anónima publicada en la segunda parte del siglo XV en la que se trata el período comprendido entre la muerte del rey Martín I y la de Jaime de Urgel, libro estudiado, entre otros, por el citado historiador y arabista zaragozano Andrés Giménez Soler, quien lo consideraba una falsificación hecha en el siglo XVII. El libro, no obstante, había sido reimpreso en 1889 y de nuevo en 1897 por su operatividad en el contexto propagandístico catalanista existente. En definitiva, el sentido de la expresión «luctuosa leyenda» empleado por Cayetano Soler parece referirse al relato, de evidentes rasgos novelescos, que narra la muerte del Conde. Es evidente, que en ningún caso, esta «luctuosa leyenda» puede equipararse con la «leyenda negra» a la que se refiere Emilia Pardo Bazán en su citada obra. Sin embargo, hemos de decir que, con la aparición de un incipiente catalanismo que desde su comienzo trata de buscar la ruptura con España, la referida leyenda cobra operatividad por cuanto puede interpretarse como el comienzo de la dominación de España –identificada a menudo con la tiránica Castilla– sobre Cataluña.

Es más adelante donde, alterando el orden de las palabras, que no su sentido, hallamos el rótulo leyenda negra:

«Digamos desde luego, que tan falsa es la leyenda de oro de nuestros Reyes catalanes, como la negra leyenda de los Reyes de castellana alcurnia.» (pág. 150.)

Parece claro que de nuevo nos encontramos ante relatos referidos a personas concretas o a una institución, la monarquía, de fuerte contenido personalista. Cayetano Soler pone de relieve hasta qué punto el catalanismo consideraba a sus instituciones diferentes, de suyo, a las castellanas, esto es, a las españolas. Se trata, en definitiva, de la aplicación de los componentes de la leyenda negra a partes formales y constitutivas de una España de la que se reniega y de cuyo influjo, una vez perdidas las posesiones de ultramar en las que tantos intereses tenía la burguesía catalana, se intenta escapar. Por todo ello, y a pesar de que, como vimos, la llegada a Cataluña del infante Fernando, con el juramento por parte de éste de sus privilegios, se ajustaba a la legalidad vigente, el nuevo monarca, y con él todos los de origen castellano, serán vistos desde las más tempranas facciones separatistas hasta nuestros días, con o sin argumentos craneales de por medio, como opresores de la nación catalana.

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