domingo, 11 de septiembre de 2011

El ruedo hispano

Artículo publicado en el número de agosto de 2011, páginas 26 y 27.
http://www.junio7.com.mx/impreso/JUNIO72011AGOSTO.pdf


El ruedo hispano

En los primeros planos novohispanos que se conservan, junto a la catedral que se construyó sobre las ruinas de los palacios de Moctezuma, se observa un espacio despejado destinado a correr toros.
Casi medio milenio después, 5 toreros mexicanos 5: Arturo Saldívar, Ignacio Garibay, Joselito Adame, Diego Silveti y Sergio Flores, -este último, aún novillero-,  han hecho este año el paseíllo en la plaza de toros de Las Ventas, considerada en el mundo taurino como la más importante dentro un vasto conjunto de cosos que se reparten por diversos países, casi todos de habla hispana. Y decimos casi todos porque a nadie se le escapa que en el sur de Francia la tauromaquia vive momentos de esplendor. En cualquier caso, las corridas de toros, con lejanos precedentes ceremoniales de carácter religioso primario, van asociadas a nuestra cultura.
Huelga decir que, de entre los países hispanoamericanos, también destaca México en este aspecto, contando en su capital con la más grande plaza de toros del orbe: la Monumental de México, que con más de 45.000 localidades, es cita obligada para todo el que quiera ser alguien en el mundo del toreo.
México ha visto nacer a destacados matadores como Arruza, Cavazos, Armillita o Rodolfo Gaona, quien dio nombre a un vistoso lance de capa: la gaonera. Por último, en Aguascalientes se produjo la terrible cogida que un astado de la ganadería mexicana de De Santiago, infringió a la máxima figura de la actualidad, José Tomás, al que se le trasfundió sangre mexicana para salvar su vida tras ser cogido de fea manera por el toro. La tierra azteca, con sus excepciones –el mismo Hermosillo es una ciudad de escasa tradición que las citadas-, es tierra de toros y debe quedar, en este sentido, englobada en unos territorios entre los cuales se cuentan Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador o Venezuela, estas con grandes trabas para la celebración de festejos, para cuya prohibición se han esgrimido argumentos relacionados con la lucha contra el maltrato animal.
No pretendemos negar el sufrimiento de los toros durante las corridas, pero parece que esta razón tan cara para los animalistas, no es la única que opera en contra de las corridas de toros, o como se le llama en España: la fiesta nacional. Incluso el proteccionismo, abre fisuras internas en algunas naciones como Ecuador, donde se ha prohibido en ciertas regiones pero no en otras, en función de la cantidad de aficionados a la tauromaquia que se distribuyen por su territorio.
Por lo que respecta a España, el pasado año los partidarios de la desaparición de la fiesta obtuvieron un triunfo al conseguir que, tras un debate celebrado en el Parlamento de Cataluña, las corridas de toros quedaran prohibidas en este territorio fuertemente aquejado de secesionismo. Curiosamente, los toros enmaromados, los encierros y los toros embolados, fueron protegidos por considerarse estas prácticas, propias de la cultura catalana, lo cual resulta ser muy revelador de las verdaderas intenciones de la casta política catalana.
Porque, en realidad, de lo que se trata, es de separar, con una mezcla de razones culturales y animalistas, Cataluña del resto de España. Y todo ello sin reparar en que tanto el toro como las dehesas en las cuales se cría este soberbio animal, fruto de una cuidada selección, existen con un fin: la propia ceremonia en la que se lidia y da muerte. La prohibición de las corridas de toros se encuadra en una estrategia más amplia en la que destaca el intento de erradicación del idioma español de todo aquello que tenga que ver con la administración que opera en territorio catalán, región que, al margen de las medidas antitaurinas, ha seguido una estrategia que ha privilegiado la llegada de inmigrantes de habla no española, más receptivos, pues, a su lengua y su particular credo catalanista.
Regresando al asunto de los cuernos, el hispanófobo sólo verá en la tauromaquia un símbolo de lo que más odia: la idea de España y por ende, del hispanismo, ambas de bárbara consideración para quien quiere salirse del ruedo hispano. No es de extrañar, por tanto, que en Cataluña se haya abatido varias veces el toro de Osborne –el mismo que jalona las carreteras novohispanas- que corona el histórico monte del Bruc, paraje en el que se celebró una de las más mitificadas victorias de los españoles durante la Guerra de la Independencia librada contra la misma Francia que trató de colocar un emperador en México.
Cabe cuestionarse si atacar a España por medio de los toros, ¿no es atacar de algún modo a toda la Hispanidad?, y por último, y ello al margen de los ruedos: ¿qué interés puede tener para un mexicano que no esté aquejado de los síntomas de la Leyenda Negra, la pérdida o desafección de un retal de tierra como Cataluña de los vastos territorios donde se habla la lengua de Cervantes y Vasconcelos?
Extraiga el lector de Junio7 sus propias conclusiones.  
Iván Vélez

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