miércoles, 5 de octubre de 2011

Ceuta, Melilla y la territorialidad

Publicado en Junio7, septiembre de 2011, págs. 26 y 27.
http://www.junio7.com.mx/impreso/EDICIONIMPRESA.pdf

Ceuta, Melilla y la territorialidad

Un rápido vistazo sobre el mapa de los Estados Unidos de Norteamérica sirve para constatar la ingente presencia de topónimos de raíz hispana. No en vano, lo que hasta hace menos de dos siglos fue Nuevo México, se incorporó a la nación norteña mediante diversas maniobras entre las cuales destaca la marcha hacia el Oeste de un gran volumen de colonos que, por el método de los hechos consumados, de la ocupación del territorio en definitiva, propició la citada incorporación. El desplazamiento poblacional, como es bien sabido, venía auspiciado desde las más altas instancias de una nueva nación que se arrogaba la potestad de poder intervenir en las nuevas y soberanas sociedades políticas que resultaron del desmoronamiento del Imperio español. A principios del siglo XXI, la situación se ha revertido en gran medida, pues ahora son los mexicanos quienes se mueven hacia lugares de resonancias ajenas al mundo anglosajón.

Hacemos notar estos vaivenes fronterizos, porque si lo anteriormente expuesto es perfectamente conocido por el lector de Sonora, es muy probable que este ignore los detalles de otros conflictos de frontera, los que se viven en las tierras españolas situadas en el norte de África.


Las hoy ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, forman parte de la nación histórica española desde hace más de 500 años y constituyen dos visibles notas de color en la cartografía del Atlas, dos puntos que Marruecos pretende disolver e integrar en su territorio mediante una doble estrategia. Por un lado, ambas ciudades han tenido que fortificarse para tratar de contener las oleadas de inmigrantes ilegales que pretenden dejar atrás una vida precaria, circunstancia ante la que Marruecos permanece impasible; y por otro, la nación gobernada por Mohamed VI insiste en tratar de apropiarse de estas ciudades apelando a un argumento muy manido en la política española: la territorialidad.

El asunto migratorio motivado por factores económicos -pues este es el factor mayoritario que empuja a tan peligroso viaje en el caso que nos ocupa- es bien conocido, y sirve a menudo para fomentar un debate ideológico en el cual muchos quedarán alineados bajo el peregrino argumento de que “ningún ser humano es ilegal”, frase que, por muy solemne que pueda sonar, choca con la realidad de que no existen seres humanos desposeídos de atributos entre los que la pertenencia a una nación política resulta imprescindible.

Por lo que concierne al segundo de los asuntos, el de la territorialidad, este se apoya en diversos argumentos. Uno de ellos es de carácter geográfico y aun orográfico. Así es, sobre un mapa extendido, las naciones podrán dibujarse siguiendo una suerte de método fronterizo natural según el cual, como en el caso que venimos  describiendo, no podrán existir posesiones extranjeras “dentro” de un territorio nacional. Esta particular lógica obligaría a España a “devolver” Ceuta y Melilla a Marruecos, aun cuando tal nación no existiera en el momento en que los españoles se hicieron fuertes en tales plazas norteafricanas. Se trata, en suma, de un sistema de resonancias anatómicas, que apela a unas “junturas naturales” que, basadas en accidentes naturales -ríos, mares, cordilleras- serviría para resolver “anomalías” políticas como Ceuta y Melilla.

A la que podemos denominar territorialidad geográfica, se superpone la fundamentada en criterios culturales, pudiendo citarse numerosos casos entre los que se puede destacar, dentro de España, el vasco. Su funcionamiento viene dado por contenidos del Mito de la Cultura, y de forma muy resumida, en Vasconia puede exponerse del siguiente modo: borrando de un plumazo toda la  contribución de los vascos a la Historia universal, pues esta viene aparejada a la Historia de España en su despliegue imperial, el llamado pueblo vasco estaría constituido por un colectivo humano unido en torno a una lengua -el vascuence o euskera- y a una serie de atributos de carácter etnológico.

Tal pueblo, el vasco, compuesto por humildes ganaderos, labriegos o cazadores de ballenas, estaría literalmente cortado en dos debido a la existencia de la frontera existente entre España y Francia, dada en gran medida por la presencia de los Pirineos, insignificante barrera natural en este caso para la existencia de Euskal Herria. Tal argumento histórico-político, dejaría fuera del pueblo vasco a figuras tan destacadas como puedan ser las de Andrés de Urdaneta o a Juan de Zumárraga, quienes nacidos en las provincias vascongadas, desarrollaron gran parte de sus trayectorias vitales, siempre fieles a la causa hispana, en suelo mexicano.

Pese a todo, frente al fuertemente ideologizado debate existente en torno a la territorialidad, se alzan las evidencias de la realidad política. En particular, a quien se halle sometido a tales razones, se le podrá oponer un clásico pasaje de El Quijote: “El discurso de las armas y las letras”. En él, el sediciente caballero, pleno de lucidez, viene a decir que las letras, es decir, las leyes, sólo dejan de ser meros textos cuando el poder de las armas las sostiene y garantizan su cumplimiento. Ceuta y Melilla, independientemente de su ubicación, e incluso de su historia, pertenecen a la Nación española y sus ciudadanos son miembros de pleno derecho de tal realidad política, circunstancias que obligan a los gobernantes españoles a mantener con firmeza sus actuales fronteras, impidiendo que surjan otras de ámbito interno.

Iván Vélez
J7

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