martes, 20 de marzo de 2012

México alejado de la auténtica democracia

Artículo publicado en el número de febrero de 2012 de Junio7, págs. 26 y 27.


México alejado de la auténtica democracia


 Junto al gastado tópico del mexicano entequilado e indolente, se va fraguando, al menos desde puntos de vista externos como puede ser el de España, el de individuos criminales integrados en bandas carentes de escrúpulos. La creciente ola de asesinatos ocasionada por el narco, avala una imagen a la que se suma, aunque en los medios tiene menor presencia últimamente, el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez. Esta nueva imagen, la ligada al narcotráfico y a una corrupción generalizada que afecta especialmente a las fuerzas del orden, es relativamente nueva, hija del siglo que apenas comenzó. Sin embargo, México no acusa las tensiones rupturistas, en el plano político y territorial, que otras naciones, por ejemplo España, sufren.
 La situación, grave de por sí especialmente a partir de 2006, cuando Felipe Calderón declara la guerra al narco, se agudiza desde la perspectiva politológica española, sobre todo si tenemos en cuenta lo que para muchos así llamados «hombres de izquierdas» significan los Estados Unidos Mexicanos. En efecto, México fue la tierra de acogida del último gobierno de la mitificada II República española, quien situó en su capital la sede gubernamental en el exilio, y dejó a su paso, en la Ciudad de México, una honda y fecunda huella todavía perdurable, de la cual tanto españoles como mexicanos pueden hoy beneficiarse. Sin embargo, no es este el tema que aquí queremos resaltar. Muy al contrario, lo que nos interesa es señalar hasta qué punto el fundamentalismo democrático atenaza a muchos analistas políticos, especialmente a aquellos que desarrollan su trabajo en España. Es este el caso del periodista británico John Carlin, colaborador habitual del periódico favorito de la socialdemocracia española, el diario El País, fundado por un colectivo de gentes bien posicionadas en el régimen franquista, a cuya cabeza de sitúa Juan Luis Cebrián, quien contó con el apoyo del recientemente fallecido Manuel Fraga Iribarne.
 Sea como fuere, lo cierto es que Carlin publicó hace unos días un artículo de revelador título: «Enemigo público nº 1 de la democracia», en el que, además de mostrar un buen conocimiento del país americano, hace una afirmación que merece ser comentada: «No hay Estado de derecho en México. O no uno que funcione. Es decir, México, por más elecciones que haya celebrado a lo largo de los últimos 80 años, no es una auténtica democracia.», para luego afirmar que el civismo del pueblo mexicano es admirable.
 Llama la atención, en dicho artículo, que Carlin no se cuestione la propia viabilidad futura de la nación y que cargue sus tintas contra su capa conjuntiva política, la encargada de redactar y hacer cumplir la ley, a lo que hemos de añadir el hecho, siempre desde sus coordenadas, de que no nos hallemos ante una «auténtica democracia», problema que tiene una antigüedad, al parecer, de ocho décadas.
 Para Carlin, la solución a los males mexicanos parece pasar por más democracia o por una purificación de ésta. Sin embargo, cabe ampliar tan reducida visión del conflicto y cuestionarse por qué en México y no en otros lugares se produce tal auge del crimen. Ello debemos ponerlo en consonancia con una realidad que no se niega en el artículo, el hecho de que México no muestra, de momento, síntomas de desmembramiento. Carlin, no obstante, soslaya cuestiones que parecen cruciales si se tiene un concepto más amplio de democracia que la que él parece manejar, especialmente si se atiende a una etimología que remite a un territorio sobre el que se asientan ciudadanos. El problema mexicano y su posible solución, a nuestro juicio, no reside únicamente en los hemiciclos, sino que incorpora a la tierra que, coloreada, figura en los mapamundis bajo el nombre de México.
 Son precisamente, así nos parece, la escala y situación del territorio mexicano factores decisivos para su propia subsistencia, al menos hasta la actualidad, como nación política. Máxime si comparamos su situación con la suerte que han corrido los pequeños países centroamericanos. Por otro lado, la unidad incluso favorecerá el funcionamiento de unos grupos de narcotraficantes que se valen de las infraestructuras y el tamaño de una nación que, para más fortuna de sus ilícitos intereses, limita al norte con otra plataforma política, la anglosajona, receptiva para los productos que tales cárteles manejan.
 Es indudable, sin embargo, que las particularidades territoriales no son la única circunstancia que permite que México se mantenga «atado», otros factores –lingüísticos, culturales, religiosos- favorecen tal unidad. Sorprende, sin embargo, que el periodista, el mismo que reconoce las deficiencias de un sistema, el democrático que, al menos nominalmente lleva ocho décadas implantado, ni siquiera se plantee otras formas de gobierno que puedan añadir orden y seguridad. La democracia parece ser un punto político de no retorno que sólo permite la huida hacia adelante, hacia la depuración de la misma. Todo ello, y con el mantenimiento de unos inauditos niveles criminales, nos obliga a mirar al próximo verano. Así es, en julio se celebrarán elecciones generales en México, suponiendo de paso, una nueva oportunidad para el acceso a la auténtica democracia que muchos perciben como estación término de toda sociedad política.

Iván Vélez

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