domingo, 3 de febrero de 2008

Asimetría

[Publicado en Lusones]
Los acontecimientos políticos que día tras día acuden a las telepantallas y periódicos, motivan la escritura de este artículo, cuyo propósito no es otro que el de intentar perfilar ciertos conceptos e ideas de los que se habla sin cesar en dichos medios, a pesar de que su verdadero significado sea oscuro o se oculte bajo eufemismos y fórmulas retóricas.
Una de estas ideas, quizá la que más fuerza ha adquirido en los últimos tiempos, es la de Nación, pero no referida a la nación que han venido reconociendo constituciones como las de 1812, 1931 o la todavía en vigor, la de 1978: la nación española. Lo que ahora se cuestiona es precisamente la existencia de dicha nación española, intentando hacer ver que ésta no es más que un rótulo prescindible bajo el que se agruparían, de momento, otras naciones, al parecer más legítimas, prístinas, cuando no prehistóricas en algunos casos.
El proceso está vivo. Recientemente, los partidos catalanes han decidido, a pesar de la tibia oposición del PP, que Cataluña es una nación. Lo mismo tratan de hacer en los territorios denominados por Sabino Arana como Euzkadi, tal vez le sigan Galicia (acaso llamándose Galiza), después Asturias o Valencia, y así podríamos continuar. Pero ¿hasta dónde?.
Estas naciones que hoy se fundan o construyen, lo hacen apelando a sus “derechos históricos”, o lo que es lo mismo, tomando como punto de partida de un proceso guiado por una “hoja de ruta” que conduce a la independencia, fueros y leyes adscritas al feudalismo o a épocas en las que el concepto político de nación era inexistente. Hay que recordar en este punto, que la nación política, nace precisamente contra estos derechos históricos, tras la Revolución Francesa, la misma que tenía como lema: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, palabras a las que se añadía una alternativa terrible y generalmente silenciada con posterioridad: “o Muerte”.
Es por tanto inaudito, que partidos que se denominan “de izquierda”, y cuyo germen va ligado a dicha revolución, admitan la vigencia de los derechos históricos y traten de fundamentar sobre ellos la aparición de nuevas naciones de raigambre etnicista dentro de la ya existente, que es precisamente la que surge tras borrar, en la medida de lo posible, los rastros del Antiguo Régimen. La explicación de esta postura no puede ser otra que una de las siguientes: o bien que se trate de izquierdas absolutamente indoctas; o que “izquierda” no sea más que una palabra hueca que sirve para distinguirse de otros grupos políticos y acceder así al poder por contraste con los partidos que, automáticamente, y al margen de lo que defiendan, se convierten en “de derechas”.
Volviendo a la actualidad política, la propuesta nacionalista, al parecer, pasa por un estado federal, cuyos integrantes serían Cataluña, País Vasco, Galicia, y el resto, que tendría que buscarse un nombre o cargar con el ominoso peso de la palabra España. Como idea límite de este proceso, desde aquí nos permitimos decir que como verdadero propósito, estaría la independencia de estas nuevas naciones que, tras rebasar la coyuntural federación, buscarían su espacio en las instituciones internacionales como miembros de pleno derecho.
Es necesario señalar que dichas naciones, liberadas del yugo español, son coincidentes territorialmente y en principio, con territorios medievales tales como, por ejemplo, el Condado de Barcelona, posteriormente ampliado a Cataluña, o las provincias vascongadas vinculadas a la Corona de Castilla, de las que surgiría la anhelada Euskal Herria, en la que algunos padres del nacionalismo vasco, siempre tan próximos a los textos bíblicos, sitúan a Túbal, nieto de Noé.
En esta reivindicación de fronteras se advierte ya una de las principales perversiones de la Historia, junto a una confusión interesada entre todo y partes, pues una parte de la Corona de Aragón, junto a Baleares y Valencia, fue Cataluña, y algo similar ocurre entre Álava, Guipúzcoa y Vizcaya con respecto a Castilla, de la cual dependían enteramente. Pero la cuestión va más lejos, cuando estos movimientos autodenominados “de liberación” definen sus ansiadas naciones desbordando las fronteras actuales para recuperar las cartografías medievales. La expansión está ya trazada con nitidez: es la Euskal Herria que integra a Navarra, el Condado de Treviño, parte de La Rioja y el País Vasco-Francés o los Países Catalanes, que incorporan a la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares, todo ello bajo un idioma, impuesto y unificador, cuya gramática se hace, obviamente, a la contra de la castellana. Para llevar a cabo esta tarea de depuración cultural, los nacionalistas no tendrán pudor alguno en hacer de la bandera de su propio partido, nos referimos al PNV, la señera de su nación, o de borrar de las listas de escritores vascos, a figuras tan deslumbrantes como Baroja y Unamuno por cometer el pecado de haber escrito en español. Los ejemplos de maniobras de este estilo, podrían continuarse ad nauseam.
Además de lo expuesto, este paso intermedio hacia la independencia, la república federal, tiene una importante peculiaridad: los nacionalistas exigen que debe ser asimétrica. En ningún caso es admisible desde sus postulados, que el peso de Cataluña sea el mismo que Castilla, que quizá heredaría la palabra España o tendría que recuperar su denominación tras ser borrada la palabra maldita en la que se encarnan todos los males y las más negras leyendas.
Estos planteamientos de federalismo asimétrico, por asombroso que parezca, son los que esgrimen partidos políticos que entre sus siglas incorporan la I de “izquierda” (como si dicha izquierda fuera una esencia inmutable). Pero por mucho que dichas formaciones patrimonialicen dicha sigla, habrá que exigirles conocer, por poca geometría que sepan, que la Igualdad, de cuya aplicación política hablábamos anteriormente, requiere, para su realización, de tres propiedades, a saber: reflexividad, SIMETRÍA y Transitividad. Si uno de los componentes de esta terna se incumple, la igualdad, sencillamente desaparece. En cuanto a las otras dos palabras, un breve apunte: fraternidad parece accesible, modulada a veces como solidaridad, en cambio libertad es ya un concepto más escurridizo. Me permito desde aquí sugerir una de las definiciones más estimulantes, firmada por Lenin: “La libertad es el conocimiento de nuestras propias necesidades”
La pérdida de la simetría, y por tanto, de la igualdad entre las partes, haría insostenible esa república federal impulsada por independentistas que además exigiría la ruptura de la unidad actual, pues nada que no esté separado (de nuevo la cuestión entre todo y partes) puede juntarse (federarse) y menos aún del modo en que se trata de llevar a cabo esa nueva estructura, porque entonces la pregunta sería: ¿es viable una España federal en la que existan fronteras lingüísticas, tributarias y legislativas?
El proceso, repetimos, está en marcha. A diario, el Estado está siendo desalojado de las regiones que buscan, o deciden, saltándose a la torera la cuestión de la soberanía, ser nación. Es necesario, por tanto, que el ciudadano se plantee qué es lo que quiere, en qué sociedad política quiere integrarse. Con el ánimo de intentar facilitar en lo posible tan trascendentes decisiones, quedan estas palabras.


Iván Vélez

Carrascosa, junio 2005

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