jueves, 7 de febrero de 2008

La II República como ideología

El Catoblepasnúmero 60 • febrero 2007 • página 10

La II República como ideología

Conferencia presentada en los II Encuentros en el lugar, celebrados en Carrascosa de la Sierra en abril de 2006{1}

El día 14 de abril de 2006, se cumplieron 75 años de la proclamación de la II República Española. Numerosos han sido los actos laudatorios referidos a dicha efeméride, entre ellos los propuestos por «personalidades de la cultura y el espectáculo» (no se especifica quién pertenece a cada una de estas categorías) de la talla de Pilar Bardem, Bebe, Ana Belén o Ismael Serrano. El 25 de marzo, Almudena Grandes, integrante a su vez de este colectivo, publicó en el diario El País un artículo de marcado sentimentalismo en el que se abundaba en el análisis de la época republicana así como en todos aquellos aspectos que, según su autora, deberían ser rescatados. Por último, Rodríguez Zapatero ha recordado la República como un «período de sueños y lágrimas», y Gaspar Llamazares, por su parte, ha propuesto recuperar el «corazón y la memoria» de «este período de luces» y ha llegado a proponer que la Eurocámara condene el levantamiento militar de 1936.

Pero regresando al terreno al que queremos referirnos, es evidente que la cuestión republicana, al menos en algunos ámbitos muy representativos de la sociedad española, parece volver a estar de actualidad, por lo que es pertinente un análisis de dicha cuestión.

Mi intervención pretende defender la siguiente tesis: El uso que de la II República hacen los partidos autodenominados de izquierda, considerándose directos herederos de ella, no es más que un argumento puramente ideológico.

Conviene aclarar, antes de comenzar con el desarrollo de dicha tesis, que el objetivo de esta conferencia no es emitir un juicio sobre dicho período histórico, y digo histórico, porque dada su lejanía en el tiempo, y pese a que aún pueda ejercer una importante influencia sobre la actualidad, considero que es la historiografía la que debe analizarlo en profundidad, interrumpiendo así el mal llamado ejercicio de memoria histórica, contradictoria construcción utilitarista que trata de ser mantenida precisamente para alimentar ciertas ideologías.

Urge, por tanto, abordar desde el comienzo el significado de ideología, pues ésta, constituye el prisma bajo el cual, los grupos interesados, verán el período comprendido entre 1931 y 1936. Para ello, y dado que pensar es «pensar contra alguien», tomaremos una postura definida: la del Materialismo Filosófico. Y ello, no por animadversión hacia el autor de la definición frente a la que situaremos la nuestra, sino porque esta que ahora expondremos, se encuentra envuelta, lo sepa o no su enunciador, en un sistema de ideas del que es fruto.

Nos estamos enfrentando al sentido que al término le da José Luis Rodríguez Zapatero en el prólogo que escribió para el libro del ministro Jordi Sevilla, De Nuevo Socialismo (Crítica, Barcelona 2002). En dicho prólogo, el Presidente del Gobierno de España, acuñó la siguiente definición, presuntamente construida desde coordenadas etimológicas:

«Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas.»

El análisis de este párrafo daría para varias conferencias, en él se aglutinan, como dije anteriormente, multitud de ideas y mitos, aquellos que han dado lugar al Pensamiento Alicia{2} del que ya habló Bueno, autor de la definición de ideología que contrapondremos a ésta. Brevemente podemos decir al respecto, que esta emanación del Pensamiento Zapatero es deudora de la sacralización del diálogo, la tolerancia y el panfilismo de los que el presidente ha hecho su bandera. No se especifica, sin embargo, referencia alguna a sobre qué y para qué el diálogo, ni qué es aquello tolerable, en contraposición con su necesario antagonista, lo intolerable. Tampoco, por supuesto, se entra en las características de la ansiada Paz. ¿Se tratará de la Pax Romana?, ¿de la Pax Americana?, ¿acaso de la Pax Etarra?

El sentido de ideología que aquí se utilizará es el dado por Gustavo Bueno en su célebre artículo «La democracia como ideología» (Revista Ábaco 12/13, 1997) cuyo título, no lo ocultamos, ha servido como inspiración del presente escrito. La ideología será:

«Conjunto de ideas confusas, por no decir erróneas, que figuran como contenidos de una falsa conciencia, vinculada a los intereses de determinados grupos o clases sociales, en tanto se enfrentan mutuamente de un modo más o menos explícito o encubierto.»

Acogidos a esta definición, habrá por tanto, que buscar los factores que la conforman, no necesariamente en este orden:

En primer lugar, habrá que buscar ese conjunto de ideas más o menos confusas que en nuestro caso serán todas aquellas que van referidas al período de la II República Española. Se trata pues, de un heterogéneo grupo en el cual se mezclan datos y reliquias históricas, relatos de protagonistas de la época, sistemas políticos opuestos, etc.

Después habrá que delimitar los grupos antagónicos.

Finalmente será necesario descubrir las claves de la falsa conciencia a la que alude la definición de Bueno.

Comenzaremos por identificar los grupos enfrentados. En nuestro caso, quedan perfectamente delimitados: las izquierdas por un lado, como remedo o continuación del Frente Popular de la última fase de la II República. Unas izquierdas, en coalición con los partidos nacionalistas, que se ven legitimadas precisamente por ese continuismo, frente a la derecha, que por oposición, es presentada como heredera del franquismo, negándole así la regeneración democrática que se habría obrado al aprobarse la presente Constitución de 1978.

El método que utilizaremos para denunciar el carácter ideológico que se le da a la evocación de la II República, será el establecimiento de paralelismos entre dicho período y la actualidad, viendo, de este modo, si esos herederos son tales.

La primera contradicción que podemos descubrir nos la da la propia Constitución de 1931 en su artículo 1º. En él leemos lo siguiente: «España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.»

En abril de 2006 esta afirmación es insostenible por parte de ningún partido político presente en el Parlamento. Y no ya porque grupos como el PSOE sean partidos interclase, por utilizar la terminología marxista a la que ellos mismos renunciaron de forma explícita en el Congreso de Suresnes de 1974, sino, sobre todo, porque el contexto en el que se utilizaron estas categorías es radicalmente opuesto a aquel. Ya en octubre de 1932, sin embargo, el PSOE proclamaba lo siguiente: «Estabilizada la República, el Partido Socialista se consagrará en una acción netamente anticapitalista.»

Estos objetivos, marcarían todo el desarrollo de la República. El PSOE primero, marginada la vía moderada y legalista propuesta por Besteiro, y escorado hacia las posiciones de Prieto y Largo Caballero, no abandonaría nunca su propósito de instaurar la dictadura del proletariado. El mismo Largo Caballero, significativamente apodado «el Lenin español» lo repetiría más tarde: «Cuando hablamos de socialismo, hay que hablar de socialismo marxista, de socialismo revolucionario con todas sus consecuencias.»{3} En contraste con estas palabras, las distancias con la política seguida en la actualidad por este partido, como hemos dicho antes, son insalvables. Sin embargo, pese a este distanciamiento, cuando las izquierdas evocan la República, lo hacen con la vista puesta en sus inicios o en el período gobernado por el Frente Popular, nunca en el llamado Bienio Negro, período en que la coalición derechista CEDA, pese a ganar las elecciones de 1934 y tras superar la Revolución de Octubre organizada por esas mismas derechas, y debido a la actuación de Niceto Alcalá Zamora, nunca pudo situar a su líder, Gil Robles, como presidente del gobierno.

Por su parte, IU, que acoge en su federación al PCE, partido minoritario durante la República que fue adquiriendo notoriedad en sus postrimerías, debe, si pretende reivindicar su actuación de este período, no sólo enarbolar banderas tricolores, sino además, poder defender sus actuaciones. El análisis del PCE de inicios de los treinta nos muestra un partido no sólo apoyado, sino dirigido por la idealizada URSS de Stalin. Conviene ampliar aquí la perspectiva de nuestro análisis, pues el comunismo se hallaba entonces en plena expansión en su intento de recubrir el planeta bajo la dirección de la clase proletaria que, tras procesos revolucionarios, se haría con los medios de producción y transformaría radicalmente la sociedad. Tras la caída del Muro de Berlín, el comunismo, en sus distintas variantes nacionales, se quedó sin referencias, y en el caso español, tan sólo quedan las apelaciones nostálgicas y sentimentales de las que hablamos más arriba o desviar toda la atención más que a la República, al régimen franquista posterior.

Otro de los lugares comunes referidos a la República consiste en presentarla como un período de esplendor democrático, algo que, de inicio, choca con la propia génesis de la República, pues no debemos olvidar que ésta se proclama tras unas elecciones municipales cuyos resultados son los siguientes: 5.575 concejales republicanos frente a 22.150 monárquicos. Es imprescindible aclarar que fue en las ciudades donde se consiguió el mayor número de votos republicanos.

No obstante, y pese a la aprobación de una constitución que ampliaba las libertades democráticas, la más significativa de ellas, otorgar a la mujer el derecho a voto, no se puede considerar que el desarrollo fuera plenamente democrático. El ejemplo de la Revolución de Asturias es elocuente, pero también lo son las palabras de Largo Caballero, que ilustran el verdadero talante del PSOE republicano. Ante las elecciones de febrero de 1936 manifestó que: «Si triunfan las derechas, tendremos que ir a la guerra civil declarada.» El veredicto electoral desfavorable no se asumiría. No hay en sus palabras ni rastro de la reiterativa apelación al Estado de Derecho que hoy encontramos en cualquier discurso de un líder político. Como se puede observar, los métodos nada democráticos, que no eran patrimonio exclusivo de las izquierdas, chocan frontalmente con el fundamentalismo democrático que inspira la definición de ideología dada por Zapatero en la que cabe cualquier cosa siempre que venga de la mano de la renuncia a la violencia. En cuanto a ésta, a la violencia vivida en la época, baste aportar algunos datos. En cinco años, se produjeron 2255 muertes de carácter político{4}, la mayoría de ellas, causadas por las izquierdas, destacando entre ellas, el asesinato de Calvo-Sotelo a manos de la escolta de Indalecio Prieto. Una muerte, por cierto, ya anunciada en el Congreso por parte del diputado socialista Ángel Galarza. Sus palabra fueron: «La violencia puede ser legítima en algún momento. Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida.»{5}

En cuanto a la presencia del ilegalizado partido Falange, así como de la amenaza de que España cayera en manos del fascismo, basten las palabras de Salvador de Madariaga. «El argumento de que el señor Gil Robles intentaba traer el fascismo era a la vez hipócrita y demostrablemente falso.»{6} Volviendo a la actualidad. en nuestros días, el adjetivo fascista es usado de modo indiscriminado con todo aquel que defiende posturas de firmeza e incluso de patriotismo, pues la palabra España, produce en algunas mentes, casi como si de perros de Paulov se tratase, un acto reflejo que se ilustra con la imagen de Franco. En el terreno político, la correlación de fuerzas y sus adscripciones a cada uno de los bandos republicanos, colocaría casi de forma automática al PP como partido heredero de este fascismo.

En cuanto el poderoso movimiento anarquista, salvo grupos residuales, en la actualidad, nadie quiere recoger su herencia. Quizá tan sólo los movimientos antiglobalización, parecen rescatar rasgos anarquistas si bien con métodos menos violentos.

Por otra parte, la imagen propagandística que habitualmente se tiene de este período, nos muestra un panorama en el que destaca el florecimiento cultural. De nuevo en El País, en esta ocasión en un artículo firmado por Carmen Morán el día 17 de abril de 2006 podemos leer: «El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta, desnutrida y llena de piojos como ansiosa por aprender.»

Para analizar esta idea, la de cultura, lo haremos utilizando los dos sentidos que Bueno les dio en su libro El mito de la cultura{7}, a saber: cultura objetiva y cultura subjetiva.

Dentro de esta cultura subjetiva, término que puede ser sustituido por educación, crianza, enlazaremos con la cuestión religiosa, dada la enorme presencia que la religión católica tenía en la enseñanza.

Aún cayendo en ciertos reduccionismos, definiremos estos dos sentidos mediante ejemplos: cultura, en su sentido objetivo, y para ser breves e ilustrativos, se identificaría con todo aquello que recae sobre la jurisdicción del Ministerio de Cultura, así, serían contenidos de cultura objetiva, los cuadros de Velázquez, pero también los objetos cotidianos elevados a la categoría de arte u objetos fetiche expuestos en un museo etnográfico. En cuanto a la cultura subjetiva, como hemos dicho, sería todo aquello que sirve para la formación del individuo, así el Teorema de Pitágoras como los conocimientos de tácticas futbolísticas.

Hecha esta apresurada distinción, podemos entrar en el asunto con mayores garantías. En la España de la época, la enseñanza estaba en gran medida en manos de las órdenes religiosas, algo que difícilmente encajaba con el Art. 3 de la Constitución: «El Estado español no tiene religión oficial.» Por contra, hay que señalar que el 75% de la población, aunque de forma irregular, se hallaba alfabetizada desde tiempos de la dictadura de Primo de Rivera. Mucho se ha escrito al respecto de las misiones pedagógicas que la República impulsó, y este trabajo no pretende quitarles valor alguno, sin embargo, del laicismo con el que la República comenzó a rodar, se pasó, de inmediato, a un anticlericalismo de gran radicalidad que, mediante la Ley de Congregaciones Religiosas, prohibió en 1933 la dedicación de éstas a la enseñanza.

El daño causado a la estructura educativa del país fue importante, pues, aunque se hizo un gran esfuerzo en la construcción de escuelas, un esfuerzo que no decayó durante el bienio gobernado por la derecha, la pérdida de profesorado y de colegios, hizo que muchos recursos se perdieran en paliar una situación creada precisamente por esa prohibición. Este anticlericalismo, que no ateismo, pese a ser un sentimiento muy extendido en la sociedad española de la época, cobró carta de naturaleza el 14 de octubre de 1931 cuando Manuel Azaña, Ministro de la Guerra, proclama en el Parlamento que «España ha dejado de ser católica», errando, a nuestro juicio, de forma total, pues, como se vería posteriormente, tanto durante la guerra como después, durante el franquismo, el peso de la iglesia católica en España continuó siendo inmenso, y nos sólo para dar apoyo al dictador, sino también, para fundar ETA o fomentar la recuperación (ya en el período franquista) de las lenguas y culturas vasca, catalana o gallega. Se podrá objetar que en el discurso de don Manuel transita no por las áreas vulgares de la población (cultura subjetiva) sino precisamente por una elite, y ello basándose en las propias palabras de Azaña de ese mismo discurso, concretamente cuando dice:»desde el siglo pasado el catolicismo ha dejado de ser la expresión y el guía del pensamiento español» (cultura objetiva). Pero de nuevo la realidad refuta la conclusión de Azaña, pues: ¿no eran católicos Eugenio d'Ors, Claudio Sánchez Albornoz, Josep Pla y Menéndez Pidal? ¿acaso no es el catolicismo la principal fuente de la que beben los Marías, Zubiri, Aranguren, &c., educados durante la República?

Hoy, el conflicto con la Iglesia continúa en las numerosas leyes educativas, pero últimamente, la solución, si bien revestida de toques eticistas como los que impregnan la asignatura llamada Educación para la Ciudadanía de indudable sesgo doctrinario, parece consistir en una educación en la que se fomenta un cierto relativismo tanto cultural como religioso. Los problemas a corto plazo se antojan inevitables, pues, ¿cómo conciliar catolicismo e Islam? Si ambas religiones mantienen sus dogmas (y de prescindir de ellos quedarían disueltas en un puro teísmo), el musulmán seguirá viendo al católico como un politeísta debido al dogma de la Santísima Trinidad, mientras que para el católico, su compañero de clase será un hereje que, por ejemplo, peca al permitir la poligamia. La situación se complica cuando entran en escena aspectos que no son puramente religiosos, sino simplemente supersticiosos (energías positivas y negativas, prohibición de comer carne de cerdo, de efectuar transfusiones de sangre, &c.). Conviene en este punto introducir un dato fundamental con la religión islámica como centro. Tras las amenazas lanzadas por Bin Laden hacia España, tras los atentados del 11 M de Madrid y el episodio de las caricaturas de Mahoma, cabría replantearse a fondo este denominado pluralismo religioso que se quiere impulsar desde las aulas y valorar el riesgo que puede comportar en un futuro próximo.

Pero el anticlericalismo no se tradujo tan sólo en prohibiciones, algunas de las cuales llegaron a los extremos de negar la posibilidad de practicar la mendicidad o imponer tasas por el toque de campanas o la celebración de entierros. En lo que respecta a los aspectos culturales objetivos, cabe señalar la desaparición de obras de arte sacro y de templos bajo el fuego. Famosas son las intervenciones en el Parlamento por parte de Gil Robles, en plena era de censura periodística{8}, en las que enumeraba los destrozos cometido contra el patrimonio. Sólo entre el 16 de febrero y el 15 de junio de 1936, 411 iglesias fueron incendiadas.

Por último, es muy conocida la reivindicación que se ha hecho de los «republicanos» Unamuno, Ortega y Gasset, Picasso, Lorca, Dalí, Buñuel, &c. Es necesario puntualizar que todos ellos se habían formado y habían comenzado sus brillantes carreras durante el periodo de Primo de Rivera y que muchos de ellos (Ortega, Unamuno, el franquista confeso Salvador Dalí) enseguida abandonaron su entusiasmo republicano para ponerse del lado franquista.

Analizados estos aspectos, conviene finalizar entrando en la cuestión definitiva, pues si en lo anteriormente expuesto se ha denunciado el uso manipulador del pasado, ahora trataremos de ver qué futuro se pretende impulsar desde la plataforma republicana.

Unas y otras formaciones propugnan, con mayor o menor transparencia, con mayor o menor cálculo electoralista, un giro a la situación política española. Un cambio en el que convergen casi todos los partidos de los que venimos hablando: las izquierdas y los partidos nacionalistas. Este final consistiría en una especie de restauración republicana que cada uno impulsará por diferentes motivos. Así, los nacionalistas irán «por la República a la independencia» y las izquierdas, aunque de un modo más confuso irían «por la República (acaso con el adjetivo federal) a la hegemonía política», ambos frente a la derecha a la que caracterizan como cavernaria y no precisamente en el sentido platónico.

Las opciones son variadas. En primer lugar, nos detendremos en el modelo de república federal que sobre todo ha sido reivindicado por el PCE. Según este partido, todos los males que aquejan a España, derivarían del particular encaje de las llamadas comunidades o nacionalidades históricas, que ya en el período republicano se intentaron tratar de un modo distinto al resto de España, algo que vemos con nitidez en los programas del PCE. El 25 de febrero de 1935, en Mundo Obrero, paralelamente a la Alianza fraternal con la URSS y la entrega de armas al pueblo, se propugna la liberación de los pueblos oprimidos: Cataluña, Vizcaya (sic), Galicia y Marruecos. El seguidismo de las teorías stalinistas es claro, con la salvedad de que los pueblos oprimidos en Europa permanecían en un estado de subdesarrollo incomparable con la situación de las prósperas Vascongadas o Cataluña, no así en el caso de Galicia, punteras en desarrollo industrial y acumulación de capital.

Algo similar piensan amplios sectores del PSOE, los mismos que al hilo de la celebración de este aniversario republicano, se plantean su restauración. La reivindicación, no obstante, sigue siendo tímida, sin duda debido al cálculo electoral del que hablábamos más arriba. Y es que, aunque la acusación de electoralista, constituye en nuestra democracia un arma arrojadiza, no deja de ser en la mayoría de las ocasiones el verdadero motor de las formaciones políticas, que a veces se apartan de las líneas maestras desde las que se formaron, para, en un ejercicio de adecuacionismo, amoldarse a las circunstancias de cada tiempo. Sin embargo, esta propuesta que tan bien suena en oídos comunistas y socialistas tiene un problema, la imposibilidad de llevarla a cabo en el terreno de la política real.

Un estado en el que concurrieran Galicia, Vascongadas (quizá llamada Euskal Herria una vez superado el neologismo aranista actual, Euskadi), Cataluña y lo que quedara de España, jamás podría dar lugar al famosos estado federal (no nos atrevemos a bautizarlo), pues en un estado federal, al modo en que se construye una totalidad atributiva, la soberanía de cada una de las partes, se cede a la federación, quedando las personalidades políticas de los estados que hasta ahora habría oprimido España, disueltas en una nueva, precisamente la de esa federación.

Por tanto, los que ven en la decisión de que Cataluña se autodetermine como nación, algo puramente semántico, yerran, ya que con ello, la soberanía española queda anulada o «partida en dos» naciones que, paradójicamente, se volverían a fusionar en la nueva federación surgida tras hipotéticas consultas populares.

El caso de los nacionalistas es muy otro, en sus propuestas de autodeterminación (idea metafísica que tan buena fortuna ha tenido en sectores de la población española) se esconde un propósito claro: la secesión. Y es en la República donde buscan su última gran oportunidad, por supuesto frustrada por la intolerancia española. Esa oportunidad no es otra que la aprobación de sus respectivos estatutos de autonomía, estatutos que se aprueban, el primero en 1933 en Cataluña, pero que no es en absoluto un precedente del actual por sus propios contenidos (la palabra nación, por supuesto, ni aparece, Cataluña sería una región autónoma dentro del estado español). Y eso sin contar con el famoso episodio del Estado Catalán, de 10 horas de duración, con sus promulgadores escapando por el alcantarillado de Barcelona antes de que la autonomía catalana fuera suspendida. El caso del vasco, sospechoso de pucherazo se da en plena contienda y con la desafección de Álava y por fin, el gallego, sobrevenido tras el «santo pucherazo»{9} en palabras de uno de sus impulsores con la votación del 10 % de los votantes.

Ambos procesos, sin embargo, corren en paralelo amparados en los derechos históricos que una sesgada y arbitraria historiografía ad hoc se encargará de situar en el momento más oportuno a las tesis nacionalistas que tanto han calado en la propia autodenominada izquierda. En este punto es obligado explicar qué se quiere decir con la expresión «autodenominada izquierda». Si se utiliza esta expresión es para señalar la flagrante contradicción que encierra la reivindicación de los derechos históricos, pues la izquierda nace de la negación del Trono y el Altar, esto es, del Antiguo Régimen, el mismo que permitía que la nobleza catalana o vasca explotar a los propios vasallos, tan vascos o catalanes como ellos mismos. He aquí la contradicción de unas izquierdas que reivindican derechos históricos, dándole la espalda a su propio origen, la sangrienta Revolución Francesa en la que se funda la nación de ciudadanos.

Cabría preguntarle a estos grupos si estarían dispuestos a restaurar los muy históricos derechos de los zares rusos, o si permitirían que el clero catalán recuperara su histórico cupo de representantes en el Consejo de Ciento.

Pero si a estas propuestas la izquierda se negaría escandalizada, el nacionalismo no tiene reparo alguno en recurrir a sus especialistas en etnología e historia para buscar fundamentaciones prehistóricas y aún democráticas a sus naciones que, una vez libradas de yugo español, podrían unirse libremente a lo que sobreviviera a esta mutilación. Las fórmulas van desde el federalismo asimétrico a la nación de naciones, estructura ésta, que regresando a la metáfora geométrica se definiría como totalidad distributiva o partición de un conjunto que, de vuelta al terreno político, se traduce en un conjunto de partes, naciones, que se unen de forma confederal, para, sin renunciar a una soberanía que podrían recuperar cuando quisieran, dar lugar al nuevo ente político. Pero tras el estado confederal ¿qué pueden esconder los herederos del que caracterizó a España como la nación más abyecta de Europa? La respuesta es sencilla: la independencia, el famoso «en Europa nos encontraremos» hablando quizá en inglés.

En cualquier caso, para cada una de dos las soluciones, es imprescindible la ruptura de la nación española en beneficio de otras que nacerían de su seno.

Tras lo expuesto, creo que lo más perjudicial para España, no es tanto la disyuntiva entre una monarquía como la que tenemos, frente a una posible III República, que podría servir incluso para afianzar la unidad e identidad de España. Lo realmente grave, son las intenciones perversas que se esconden bajo dicho argumento por parte de las fuerzas secesionistas o abiertamente antiespañolas.

Conviene, por último, y para evitar caer en la mitificación de este período, recordar las palabras que sobre la realidad republicana pronunció el socialista vizcaíno Indalecio Prieto en el mitin celebrado el 1 de mayo de 1936 en Cuenca, el mismo Prieto que sentía a España hasta el tuétano de sus huesos. Esas palabras fueron las siguientes:

«¡Basta ya! «¡Basta ya! ¿Sabéis por qué? Porque en estos desmanes no veo signo alguno de fortaleza revolucionaria. No, un país puede soportar la convulsión de una revolución verdadera. Lo que no se puede soportar es la sangría constante del desorden público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de un poder público y de su propia vitalidad económica.»

Notas

{1} Presentamos aquí el texto que sirvió de base para la conferencia del mismo título celebrada el domingo 23 de abril de 2006 en el salón de actos del Ayuntamiento de Carrascosa de la Sierra (Cuenca), dentro de los II Encuentros en El Lugar, bajo el título genérico de «España».
{2} «Pensamiento Alicia (sobre la Alianza de Civilizaciones)», El Catoblepas, nº 45, noviembre 2005. Ya en 2006, Bueno publicó el exitoso libro Zapatero y el Pensamiento Alicia. Un presidente en el País de las Maravillas (Temas de hoy, Madrid 2006), donde el citado pensamiento se analiza en profundidad y se aplica a diferentes áreas de la realidad actual.
{3} Cit. Por Pío Moa, 1936: El asalto final a la República, Áltera, Barcelona 2005, pág. 51.
{4} Ver cifras en el libro de Stanley Payne, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), La Esfera de los Libros, Madrid 2005, pág. 536.
{5} Cit. por Pío Moa, 1936: El asalto final a la República, Áltera, Barcelona 2005, pág. 149.
{6} Cit. por Stanley G. Payne, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), La Esfera de los Libros, Madrid 2005, pág. 155.
{7} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona 1996.
{8} Desde febrero de 1933 al 16 de junio de ese mismo año, 33 periódicos de derechas habían sido asaltados o dañados y 10 totalmente destruidos.
{9} «El referéndum, celebrado el 28 de junio de 1936 fue uno de los mayores fraudes electorales que la historia registra...» Un santo pucherazo según Avelino Pousa Antelo, militante de las Juventudes del Partido Galleguista.. Jesús Laínz, Adiós España, Ed. Encuentro.

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