lunes, 17 de marzo de 2008

Extracto del libro Vasos comunicantes (Ed. Dossoles, Burgos, 2005)

90º

Sabe la esquina
de la erosión y el frío,
del estrépito
de las máquinas
y los ladridos de los perros.
Del cante distraído
de los caminantes ensimismados
que la rutina
arrastra por la ciudad.

Pero también conoce
el tacto traslúcido
de unas medias que,
como hiedra,
ascienden en una caricia
hacia las caderas
de la mujer
en cuyos pómulos
la piel busca
la magnética exactitud
del ángulo recto.


Domingo tarde

Contienen las tardes de domingo
una gota de plomo,
una mellada canica,
una colección de antiguas
y tiernas heridas,
un eco
de crónicas radiofónicas,
el remordimiento
de unos deberes sin hacer,
la inquietud
de prematuros lunes,
la tristeza
fugaz
de las despedidas
en el borde de un andén.


Horizonte

En el mutismo
de las antenas
concéntricas palabras.


Lunática

Llueve en la noche
y la luna,
se deja jirones
en el brillo
de las calles cuarteadas,
iluminadas
por la luz enferma
de las farolas.

Un hombre mira por la ventana
sabiendo
que cada charco contiene
un fragmento de tempestad.

Llueve en las calles,
pero dentro,
tras los cristales,
en los edificios de aliento eléctrico,
los hombres y las máquinas
entregan sus sueños
a las estrellas fugaces
que laten
dentro de los fluorescentes.


Ocaso

Llegará la tarde
en que las yemas de tus dedos
acaricien el áspero recuerdo
de las cartas viejas.

Se nublarán los espejos
mientras la escarcha
se adueña de tus pupilas.

Será entonces
cuando anheles
el contenido de los mensajes
que arrojaste al mar
en botellas vacías,
y el olor a pólvora,
único,
de las balas perdidas.


La sien del asesino

Aún atesoran las manos
el terciopelo de la piel,
su tenue calor,
el cese de la vida
bajo la presión de los dedos
que acariciaron la nuca
de la mujer amada.

Con la precisión
automática
de las máquinas,
el instinto recorre
su torcida geometría,
y busca
en la sien del asesino
el epicentro criminal.


Sirenita

Te marcharás, sirenita
mecida en el suave oleaje
que precede a la tempestad.

Escucharás el murmullo
recóndito
de las viejas cartas
encerradas en botellas,
el dulce sabor de la apnea,
la embriaguez sonámbula y submarina.
Y dormirás sin párpados
en las proas
de los barcos hundidos
que surcaron los mares antiguos.

Vivirás despeinada,
sonriente y rociada de sal,
en un brazo tatuado,
burlándote de las anclas inertes.

Te marcharás, sirenita,
y habitarás las canciones
de los hombres que sueñan,
o morirás golpeada
por el metal de la tormenta.

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