domingo, 6 de abril de 2008

Del cayado al cetro, de Unamuno a Bueno

El Catoblepasnúmero 74 • abril 2008 • página 10

 
Del cayado al cetro, de Unamuno a Bueno
Iván Vélez

El presente artículo pretende reconstruir el proceso unamuniano utilizando las herramientas del materialismo filosófico
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En su libro La vida literaria,
{2} Miguel de Unamuno comienza uno de los artículos que lo conforman, en concreto el titulado Arabescos en torno del cetro, realizando unas consideraciones filológicas en torno al origen de este vocablo.
La indagación llevada a cabo por el escritor vizcaíno conduce a la institución garrote o cayado como originaria del cetro, resultando ser éste una transformación de aquéllos. La cita, aunque extensa, merece la pena ser reproducida pues en ella queda explícito el método que utiliza el bilbaíno:
«El cetro –septrum, del griego skeptron– era un bastón, una cayada y un signo de autoridad. Era el palo con que imponía orden el jefe del pueblo y el del ejército, el cual no necesitaba llevar armas. Fue progenitor del actual bastón de mando, aunque sin borlas entonces. Las borlas se las han puesto después, quitándole los clavos. Porque el cetro por el que juraba su gran juramento Aquiles, y que lo echó a tierra después de haber jurado por él, estaba claveteado con clavos de oro (verso 246). Hoy hay bastones que están así claveteados en su puño. Sólo que entonces debía ser para hacer más daño con él cuando el rey lo esgrimía en reprimenda contundente y manejándolo como una pequeña maza.Porque cetro –skeptron–, del verbo skèptomai, apoyarse, y del sufijo tro, de instrumento, es instrumento de apoyo, aquello en que uno se apoya, o sea, un bastón. Sólo que el rey o jefe tiene que esgrimir como arma reprensiva el bastón mismo en que se apoya. Y como el rey –basileus– significa pastor del pueblo, usaba como bastón una cayada, con el mango curvo para poder coger por el pie a las ovejas que se descarriaban, echándoles la zancadilla. Tal es el báculo o cetro episcopal. Y el que no tiene báculo o bacillus –que es lo mismo– en que apoyarse es imbécil –imbecillis–, esto es, sin apoyo de báculo o bastón, e inerme.»
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El presente artículo pretende reconstruir el proceso unamuniano utilizando las herramientas del materialismo filosófico. En concreto emplearemos todos aquellos recursos que nos proporciona la teoría del espacio antropológico a las que añadiremos las derivadas de las categorías institución y ceremonia. En nuestro caso, procederemos de un modo inverso al de Unamuno, es decir, no pasaremos del cetro al cayado, sino que obraremos en sentido contrario.
Parece lógico comenzar señalando que la posibilidad de empuñar un garrote sólo es accesible a los hombres y los primates, y ello es debido a que ambos comparten la cualidad de tener el pulgar opuesto a la palma de la mano, peculiaridad morfológica que permite agarrar objetos. Los primates, no obstante, al igual que los hombres, empuñarán palos con diversas intenciones. Como ejemplo nos referiremos a la conocida operación de pesca de termitas llevada a cabo por medio de una vara fina que es introducida en los orificios de los hormigueros para extraer insectos. No obstante, y pese a sus semejanzas, dicho palo y otros empleados por los simios en otras operaciones distan mucho de ser garrotes. La institución garrote no es accesible a los primates por carecer éstos de un lenguaje doblemente articulado que permita una transmisión de conocimientos que desborde las pautas etológicas que conducen, por ejemplo, a la pesca de termitas, pautas que incorporan, por cierto, al propio palo termitero. Parece evidente, por otro lado, que a mayor complejidad de las sociedades, en concreto a partir de su abandono de las culturas ágrafas, el garrote se irá haciendo más complejo y comenzará a operar en los tres ejes del espacio antropológico.
El cayado, como hemos visto, es una institución objetual de escala corporal. Se trata de un instrumento que puede ser manejado con una sola mano y que consta de dos partes formalmente diferenciadas: uno de los extremos, el asidero, es curvo, mientras el resto, o mallo, es recto. Estamos, por otra parte, ante un objeto fabricado. En efecto, sin perjuicio de que en el entorno del hombre existan ramas de forma similar a la del garrote, éstas sólo pueden ser así denominadas tras el desarrollo artificial y completo del garrote, o lo que es lo mismo, la rama encontrada a los pies de un árbol sólo podrá comenzar a verse como un garrote, acaso como un garrote «natural», después de que el hombre haya fabricado otros.
El conjunto de transformaciones que dan paso al garrote desde el palo o rama originaria se podrán adscribir al eje radial del espacio antropológico, siendo la transmisión de las técnicas entre humanos, un claro componente del eje circular.
Durante la fabricación de un garrote se desplegarán numerosas ceremonias cuya correcta sucesión conducirá al éxito del proceso fabril. Entre ellas destacaremos la denominada «doma del garrote». Consiste ésta en una serie de operaciones que conferirán al palo su forma final. En concreto se trata de conseguir la forma curva del asidero sin que el leño se quiebre. El proceso seguido es el siguiente:
Una vez cortado el leño, a menudo de sabina por la calidad de esta madera, se buscará un pino mellizo al cual se le cortará una de sus dos guías por su parte baja. Posteriormente el leño de sabina se calentará al fuego hasta que sus fibras se reblandezcan y se insertará en el hueco que dejan el tallo cortado y el que permanece intacto. Una vez encajado, el leño se irá curvando mediante movimientos de torsión. Cuando se ha alcanzado una curvatura suficiente, se atará la cabeza del leño a su parte recta mediante un alambre y se dejará unos días hasta que recobre su original rigidez una vez enfriado. Pasado este tiempo se cortará el alambre y se extraerá el garrote por encima del tallo del pino cortado.
El uso originario del garrote, tal y como refiere Unamuno en su artículo, fue el relacionado con el pastoreo. En efecto, además de servir para apoyarse, el cayado se emplea en los trabajos ganaderos bien para golpear o incluso para capturar a un animal por una de sus patas por medio del asidero. Estas dos posibilidades de uso nos remiten a la distinción que Bueno introdujo en su obra España no es un mito
{4} entre unidad e identidad en torno a la diferente disposición que puede adoptar una estructura formada por dos largueros y una serie de travesaños paralelos entre sí y perpendiculares a los primeros. Colocada en posición vertical, la estructura que tendremos es una escalera, sin embargo, si la apoyamos sobre uno de los largueros nos hallaremos frente a un cerca.
En el caso del cayado, de cuya unidad no es posible dudar pues ni siquiera parte de elementos separados que deban unirse, podemos establecer algunas distinciones clasificatorias en función de su empleo. Si el que empuña el cayado lo hace por el asidero con el fin de apoyarse, estaríamos ante un uso concerniente al eje radial del espacio antropológico; por contra, si lo que agarra es el marro con el fin de capturar un animal por sus patas, entrará el eje angular en acción, pues en las operaciones de quien lo maneja, tendrán que tenerse en cuenta las posibles reacciones del animal, que modo alguno procede como una máquina.
Prosigamos ahora el curso de transformaciones que ha sufrido el cayado siempre en función del cetro, una transformación que en absoluto es lineal. Es el propio Unamuno el que introduce en su texto otras instituciones diferentes al cayado tales como la maza. Rota esta línea habremos de fijarnos en otros instrumentos que habrán contribuido a delimitar el cetro. Nos estamos refiriendo a herramientas tales como el flagelo o el mayal.
El flagelo, por continuar en nuestra tarea clasificatoria, pertenecería, por lo que respecta a su uso, al eje angular, pues con él se azota a las bestias. No obstante, se ha empleado para infligir castigos a los reos e incluso a los esclavos, adoptando de este modo una coloración circular que en el caso del esclavismo viraría hacia la angular si, situados en el punto de vista emic de los esclavistas, se admite que los esclavos no son personas.
Por lo que respecta al mayal, bastón articulado que servía para separar el grano de la paja antes de la aparición de la trilla, trabajo que requiere de la domesticación de animales de tiro, su clasificación en el espacio antropológico recaería en el eje radial.
Ambos, mayal y flagelo, segregados de su utilidad originaria podrían haber pasado a ser exhibidos como símbolos de poder, de un poder sobre la tierra o los animales extensible a los propios congéneres. Será en el Neolítico, precisamente de modo paralelo al desarrollo de la ganadería, cuando comienzan a aparecer estos símbolos de autoridad. Sociedades complejas tales como la egipcia y la mesopotámica usarán ya rudimentarios cetros. En la primera de ellas es constante la presencia en las manos del faraón del llamado nejej, instrumento que se ha emparentado con el mayal o con un flagelo espantamoscas. Además del nejej, portaban los faraones el hega, pequeño cayado que nos remite al báculo papal que ha aglutinado poder religioso y político en no pocas ocasiones y que en el caso de la civilización egipcia tendría en Akhenaton a su más representativo exponente.
Por lo que respecta a España, existen noticias de que entre los celtíberos se usó una especie de cetro o bastón, distintivo de alguna autoridad. Solían estar rematados por una punta triangular de bronce adornado, en una suerte de simbiosis entre lanza y cayado.
Posteriormente el cetro acortó su longitud. El Imperio romano los usó con profusión. Los generales romanos gustaban de exhibirlos en actos conmemorativos. Especial interés tiene el fasces romano, compuesto por un conjunto o haz de bastones
{5} que simbolizaba la capacidad de imponer castigos de orden menor. Este fasces era usado por magistrados de rango inferior (ediles, censores y cuestores) mientras que el fasces que incorporaba un hacha, otorgaba la facultad de aplicar la pena capital, razón por la cual era propiedad de pretores y cónsules.
Conviene detenerse un instante en este punto. El fasces, desligado ya de cualquier uso radial originario, puesto en manos de la autoridad romana simboliza el poder de imponer castigos, o lo que es lo mismo, de sostener la ley mediante la violencia, tesis clásica alejada de cualquier atisbo de pacifismo fundamentalista que fue sostenida, entre otros muchos, por Miguel de Cervantes, puesto en boca de don Quijote en su famoso Discurso de las armas y las letras.
{6} Las letras, en realidad las leyes, sólo podrán hacerse efectivas con el concurso de bastones o hachas, en definitiva, de armas. La fuerza de estos símbolos aún pervive en nuestros días en forma de vara de mando municipal o formando parte del escudo de la Guardia Civil, que incluye un haz de lictores que envuelven un hacha.
Como hemos visto, este breve recorrido muestra cómo el sistema triaxial del espacio antropológico ofrece fecundos resultados en cuanto al análisis y clasificación de las instituciones en él insertas. Resultados a los que hemos de incorporar los conseguidos mediante el método etimológico empleado por Unamuno.
Al margen de lo expuesto, será precisamente en función de semejanzas y analogías formales, como los términos flagelo, bastón o garrote se extiendan a otras áreas. Veamos algunos ejemplos:
La semejanza entre el garrote y las varillas que se sueldan a las placas de anclaje que están en la base de los modernos pilares metálicos serán denominadas garrotes, siendo un elemento característico del eje radial por más que metafóricamente se diga de éstas trabajan solidariamente con el hormigón en masa de las zapatas en que se apoyan dichas estructuras.
Por lo que respecta al flagelo, esta palabra sirve para designar la cola de los espermatozoides, hecho que sólo fue posible mediante la interposición de una compleja institución, el microscopio.
Cerraremos esta serie de ejemplos refiriéndonos a dos diferentes varas. En primer lugar tendremos la vara que servía como unidad de medida. Hasta la homologación de pesos y medidas, la vara era una unidad de medida de ámbito regional que se establecía por metonimia tomando como modelo una vara física. Finalmente citaremos una liviana vara de mando, la usada por el director de orquesta, es decir, la batuta.
Hacia el final del fragmento reproducido, Unamuno introduce el término imbecillis, que se dice, recurriendo de nuevo a la etimología, de aquel que carece de báculo, de bacillus. El imbécil será aquel que no posee dónde apoyarse, aquel que vacila, que carece en definitiva de firmeza.
Concluyamos. Entre Miguel de Unamuno y Gustavo Bueno existen numerosos aspectos comunes, tanto por lo que respecta a sus trayectorias vitales –siendo Salamanca un claro punto de intersección– como en lo que concierne a sus obras. En concreto, las posiciones antieuropeístas y antinacionalistas son comunes a ambos. Por citar un ejemplo, aludiremos a la conocida aversión, teñida a menudo de ironía, cuando no de mofa, que siempre mantuvo Unamuno con respecto al por entonces denominado bizkaitarrismo. Por su parte, Bueno se ha significado en numerosas ocasiones en contra de los herederos de los así llamados bizkaitarras.
Queremos finalizar este artículo haciendo algunas consideraciones en torno al concepto de firmeza. La introducción de esta idea nos permite establecer un triángulo que tiene por vértices a Unamuno, a Bueno y al filósofo de origen español Espinosa. Para Benito Espinosa, la firmeza, junto a la generosidad, constituyen los dos pilares sobre los que se asienta su ética expuesta en una obra de gran influencia en Bueno y de elocuente título: Ética demostrada según el orden geométrico. Geométrico es también el sistema empleado por Gustavo Bueno para construir su teoría del espacio antropológico, teoría que sostiene y dota de firmeza, si la tuviere, a este trabajo.
Notas
{1} Este artículo, con las debidas modificaciones, pertenece al libro, por ahora inédito, Técnicas e ingenios de la Sierra de Cuenca.{2} Miguel de Unamuno, La vida literaria, Espasa Calpe, Madrid 1981.{3} Op. cit., págs. 45-46.{4} Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de hoy, Madrid 2005, pág. 18.{5} El propio Unamuno en su artículo titulado «El estatuto o los desterrados de sus propios lares» (El Sol, Madrid, 2 de julio de 1931) procede de un modo similar al seguido en la cita sobre la que gravita este trabajo. En un contexto de análisis político, dice lo siguiente en referencia al fascis del que tomará su nombre el fascismo italiano: «Fajismo, de fajo –palabra que tomamos hace siglos del italiano fascio, haz, las dos del latín fascis– no es sino religionismo, bien que pagano». Dicho artículo se recoge en la antología República española y España republicana, Ediciones Almar, Salamanca 1979, pág. 92.{6} Para ahondar en estas cuestiones, recomendamos al lector que acuda a los artículos publicados en 2007 por Pedro Insua en la revista El Catoblepas: «Guerra y Paz en El Quijote (I)» y «Guerra y Paz en El Quijote (II)».

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