domingo, 3 de abril de 2011

Reseña Contra los mitos y sofismas...

Nueva reseña del libro Contra los mitos y sofismas de las “teorías literarias” posmodernas(Identidad, Género, Ideología, Relativismo, Minoría, Otredad) aparecida en Crítica  Bibliographica.

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Mariana Moraes

Universidad de Navarra

A medio camino, entre diagnósticos apocalípticos y la confianza en una acción colectiva de emancipación de las conciencias, se sitúa esta reunión de artículos en contra de la institucionalización del relativismo y del discurso posmoderno. Testigos de la disolución y fragmentación del saber humanístico, y de la legitimación de una nueva “barbarie”, estos trabajos buscan defender su espacio disciplinar y el espacio humano del conocimiento y del ejercicio de la razón. Editada por Jesús G. Maestro (Universidad de Vigo) e Inger Enkvist (Universidad de Lund), esta obra, que suscribe al Materialismo Filosófico (sistema desarrollado por el filósofo español Gustavo Bueno que viene teniendo creciente aplicación a la Teoría de la Literatura ), propone sólidos asideros críticos para el combate a la sofística y la mitología del discurso posmoderno.

Una mirada desde el umbral del texto capta en Contra mitos y sofismas un considerable usufructo de la maquinaria paratextual: agudos y estimulantes epígrafes que patentizan la tradición de pensamiento que ampara los ejercicios críticos de este libro; el detalle icónico de la portada (el grabado número 38 de Goya, que podrá recordarse durante la lectura, por ejemplo, de pasajes sobre la validación y reproducción de la ignorancia en los sistemas educativos actuales); y títulos de sección acompañados de una fundamentación y/o glosa.

Se trata de una obra en la que dominan las reflexiones de corte filosófico y epistemológico, como es el caso de la introducción crítica de Jesús G. Maestro, en la que, de cara a explicar el estado actual de la teoría y la crítica de la literatura en Europa y la inoculación en éstas de las modas posmodernas provenientes de los Estados Unidos (donde “la preceptiva política de interpretación literaria ha triunfado sin cicatrices de oposición o dialéctica” (p. 17) y a quienes se debe la fiebre de lo “políticamente correcto”), se insiste en una delimitación de los territorios de la literatura, la teoría y la crítica literaria. Define las figuras gnoseológicas de la teoría literaria con el fin de dar sustento a su carácter de metodología en la interpretación de la literatura, y así cimentar su estatuto de disciplina científica. Igual proceder emplea respecto de la crítica, a la que, dada su organización racional, define como una filosofía. Tras estos deslindes, Maestro ataca a las “teorías literarias” de la posmodernidad mediante la puesta en evidencia de sus principales falacias (primado de la sofística sobre el racionalismo, la retórica sobre la crítica, la ideología sobre la ciencia, el relativismo sobre la dialéctica, la deconstrucción sobre la symploké dialéctica). El problema común a los discursos posmodernos es el rechazo a la razón, lo que hace imprescindible su recuperación para el ejercicio de la crítica literaria: “La razón no ha muerto con Nietzsche. Que los posmodernos hayan querido privarse de forma voluntaria de la razón para interpretar científicamente los materiales literarios no quiere decir que el resto de los mortales estemos obligados a hacer mismo” (p. 30).

Pedro Aullón de Haro se ocupa de las genealogías filosóficas que conducen a las teorías literarias (y no literarias) posmodernas, a las que cataloga de “lamentables” en tanto conducen a la instalación y expansión de un “apriorismo crítico”. La denuncia de la ruptura del vínculo entre la crítica y la ética constituye, desde nuestro punto de vista, un aporte relevante en vista de la situación actual. Aullón de Haro sostiene que la crítica de nuestro tiempo, desembarazada de sentido ético, se constituye al servicio de la “perversión ideologizada de la conciencia” (p. 55). Así se gesta el problema que el autor denomina “malversación”, básicamente en la prescindencia de la idea de verdad y en la promoción de dinámicas de ocultación, fortalecidas por el “divulgacionismo” (término acuñado por Aullón de Haro para dar cuenta de la difusión masiva e irresponsable de las interpretaciones). El origen la tradición malversadora se sitúa en la academia norteamericana (en Jakobson y De Man sobre todo) a partir de la segunda mitad del siglo XX y el resultado de su accionar es el desmantelamiento del saber humanístico so pretexto de su modernización.

“¿Cuál es la racionalidad de la filosofía posmoderna y de sus teorías literarias?” (p. 90) es el punto de partida de Javier Pérez Jara, quien procede en su análisis empleando herramientas del materialismo filosófico. Sostiene que el pensamiento acusa, en las teorías posmodernas, un proceso de “corrupción”, notorio en su oscuridad, confusión e inconsistencia, lo que la constituye en una racionalidad “plagada de sofismas y retórica” (p. 94), en una racionalidad inferior en tanto se funda en premisas netamente metafísicas. Un aporte de gran interés en este artículo es la diferenciación de los dos momentos de la literatura posmoderna (en los que tienen lugar la corrupción): la tecnología y la nematología. La primera hace a las innovaciones técnicas de la literatura posmoderna; la segunda, a las teorías literarias posmodernas. Esta distinción es útil a efectos de analizar la retórica del discurso posmoderno.

Por su parte, Genara Pulido Tirado aborda la crisis de las disciplinas en el siglo XX y, en especial, el conflicto entre los Estudios Literarios y los Estudios Culturales. Según la autora, en el último tiempo se ha venido promoviendo desde la perspectiva culturalista una franca “apología antidisciplinaria”, cuestión que ha acentuado el grado normal de mutación de las disciplinas y que termina por imponer en la actualidad una situación de cambio radical “que pasa por propuestas como la disolución de las disciplinas, hecho que atenta contra la sistematización que requiere la aprehensión de cualquier tipo de conocimiento” (p. 107). Uno de los momentos críticos más álgidos en este texto se encuentra en el siguiente pasaje: “lo que hoy se publica o se escribe bajo la rúbrica de ?estudios culturales? parece ignorar que, en tiempos de globalización, su objeto de estudio, la cultura, se ha convertido en un bien de consumo gobernado por los imperativos de mercado. […] Si los estudios culturales quieren ser, como pretenden, un paradigma innovador en el área de las ciencias sociales y las humanidades, deben reconocer que la cultura se halla vinculada a un aparato de producción y distribución, el capitalismo” (p. 111). Lo subyacente a la ideología culturalista en su desideologización es su servicio al neoliberalismo, el que procede mediante un discurso igualador, anulador de las diferencias sociales. Con todo, la defensa del espacio disciplinar de los Estudios Literarios en la academia constituye una negativa a la pérdida de la literatura como objeto de estudio en su especificidad, por oposición a los Estudios Culturales, cuyo centro de interés son las prácticas culturales en general.

Tras una primera parte de reflexión en torno a aspectos de las teorías posmodernas, se accede a una sección de estudios críticos, donde destaca, en primer lugar, Héctor Brioso Santos con “La escuela del presentimiento y el Cervantes americanista”. El autor señala la existencia de una nueva escuela crítica entre los cervantistas. Se trata de una agrupación que posee dos inconvenientes: “presentir y estar resentida” (p. 122); de ahí que incurran en forzamientos a la obra de Cervantes para “americanizarlo”, al punto de convertirlo en americanista mediante la modernización de sus ideas. Estos críticos toman revancha histórica a través de la interpretación y divulgan un “mito retroactivo”. El autor desarrolla una ilustrativa muestra de la alevosa manipulación de la obra cervantina por parte de estos nuevos críticos.

Alberto Montaner Frutos sale “en defensa del sentido literal” ante la hipertrofia del significado: “Qué sentido tiene que los estudiosos de la literatura nos dediquemos a exponer nuestras (sobre)interpretaciones, en lugar de a explicar los fenómenos literarios. En definitiva, lo que hay que plantearse es la conveniencia de abandonar la centralidad de la búsqueda del sentido, a favor de la búsqueda de sentido, tomado no tanto en su acepción de significado con en la de razón de ser de las obras literarias en tanto objetos estéticos y fenómenos culturales inscritos en unas determinadas coordenadas sociohistóricas” (p. 166). Detecta dos factores de riesgo, especies de manías en las que incurre la interpretación posmoderna: la creencia de que todo texto posee un sentido oculto y que todo lo “nuevo” se condice con lo “mejor”. Para combatir el otorgamiento de significado excesivo y arbitrario el autor llama a regresar a los límites de la interpretación, que son “los de la cultura que sirve de marco de referencia a cada lector” (p. 166). El sentido literal del texto unido a la consideración del marco socio-histórico de la obra pueden evitar las interpretaciones excesivas. El autor vindica así la tradición filológica, para la que la finalidad no es sólo interpretar la obra, sino explicarla como fenómeno cultural.

Una aproximación filológica en el sentido antes descrito se encuentra en “Una aproximación a La Devoción de la Cruz, drama temprano de Calderón” de Adrián J. Sáez. Este estudio crítico combate las interpretaciones posmodernas que ha tenido el texto explicando con gran solvencia las condiciones culturales y religiosas que hacen a su composición y recepción. El autor realiza un notable ejercicio filológico que se desarrolla en un diálogo y confrontación con la tradición de lecturas de este drama calderoniano.

Ya en la sección tercera, “Sofística versus Racionalismo”, José Ramón Esquinas Algaba se encarga de establecer una delimitación de los conceptos criticismo y dogmatismo, en cuyo uso habitual, advierte, “se convierten en retórica ideológica que actúa, la mayor parte de las veces, como subterfugio para evitar la confrontación” (p. 243). A los diversos tipos de dogmatismos y criticismos, responde desde el materialismo filosófico, dando así por tierra con concepciones como la de la crítica como tolerancia y el dogmatismo como intolerancia, o la crítica como ejercicio de la razón y el dogmatismo entendido como irracionalidad, o la crítica como profusión de argumentos y dogmatismo como ausencia de argumentos, o la crítica como negatividad y el dogmatismo como positividad. Su conclusión: el dogmático es “todo aquel que se niegue a contrastar sus tesis y definirse frente a las pluralidad de opciones existentes en la realidad” (p. 265).

Bajo el sugerente título de “Progretariado contra proletariado o la necesidad de ciudadasnos”, María Teresa González Cortés realiza una incisiva cala en la realidad educativa española, a la que halla pauperizada por reformas digitadas desde gabinetes progresistas (por pedagogos que “enclaustrados en los muros de su despacho, no han puesto un pie en un solo centro de enseñanza”, p. 288). Critica una nueva concepción de la enseñanza, palmariamente politizada y discriminatoria de lo que juzga “alta” cultura, favorecedora del aprendizaje de competencias, antes que de contenidos, y pendiente del mundo emocional del aprendiz, no de sus conocimientos. El planteo de González Cortés es rico en inquietantes paradojas (un aparato formativo refractario a la crítica y a la inteligencia; una izquierda que consagra la desigualdad…), pero ése no es un mérito suyo (sino la triste realidad). Sí cabe agradecerle a la autora el hacérnoslas visibles.

El posmodernismo en Juan Goytisolo es el centro de interés del estudio de Inger Enkvist. A la luz de aportes de Todorov, la autora identifica en la obra rasgos posmodernos como el formalismo, el nihilismo y el solipsismo, no obstante concluye, atendiendo a rasgos señalados por otras voces teóricas, en que “no se le puede catalogar sin más como posmoderno” (p. 316). El acierto del ejercicio crítico de Enkvist no se reduce a la caracterización del posmodernismo en Goytisolo, puesto que permite al lector conocer un abundante y diverso caudal de apreciaciones críticas acerca de los elementos posmodernos en la narrativa y el ensayo literario.

La sección cuarta, “Retórica versus Crítica”, se abre con Marco Cipolloni y su cuestionamiento, a través del estudio del uso del case study en la formación didáctica y profesional de traductores, del lugar de privilegio que han asumido el ultrapragmatismo, la ejemplaridad y la retórica del éxito en el espacio pedagógico. Sostiene que “la lógica profunda del case studying es radicalmente militarizada, pragmática y empírica; se centra en los hechos, pero no los considera como tales, sino como valores, conformándose poco menos que a priori con la imposibilidad de controlar todas las variables del juego, es decir, desarrollando la conciencia de que toda generalización resulta, en su fondo, ininteresante y estéril. Lo que vale no es entender la acción y su contexto, sino garantizar la eficacia y resultados. La suma de los casos estudiados produce experiencia, espíritu de adaptación, oportunismo y reacciones rápidas, más que entendimiento y capacidades de gobierno y previsión” (p. 331). El autor advierte en el case study una velada afirmación de lo norteamericano y una herramienta útil a sistemas de dominación que impliquen la manipulación de las conciencias dado que muestra gran eficacia en sus usos políticos y propagandísticos.

Por su parte, Ángel Escobar trata la amenaza de extinción de la Filología Clásica de la educación superior, habiendo perdido ya en las últimas décadas su lugar en la enseñanza primaria y secundaria. La Filología Clásica forma una parte inalienable del saber humanista, saber que no responde a la lógica del utilitarismo, la pragmática ni el mercado, ni ayuda a la consolidación de la plutocracia. Otro factor en contra es la asociación de los estudios clásicos, guardianes de las raíces culturales, con el pasado. Asimismo, la filología aparece como una verdad incómoda ante la ideología de democratización absoluta y la modernización. Escobar denuncia el desprestigio del filólogo y sus manifestaciones como efecto de una nueva concepción del saber que alimenta la pauperización cultural. La ojeriza hacia la Filología Clásica parte de un rechazo a la lejanía histórica de su objeto de estudio y al carácter tradicional de su metodología. Esto es, básicamente, lo que la opone a las disciplinas de “nuevo diseño”, signo del triunfo de lo contemporáneo. El sombrío diagnóstico de Escobar no queda exento de un llamado a la unidad de acción de los filólogos: “Hoy más que nunca es obligación del filólogo la de denunciar –incluso en solitario, si es preciso– lo que no son en realidad cambios de “paradigma cultural” (como suele resumirse en la cursilería al uso), sino canalladas históricas y modelos de esclavitud que nos devuelven a otra edad oscura, de la que costará salir, y que socavan directamente la dignidad humana –o humanitas– para fundirnos otra vez con la feritas” (p. 360).

La sección quinta, recoge artículos que responden al enfrentamiento de Ideología y Ciencia. “Materiales sobre la idea de impostura intelectual” de Edison Otero constituye una puesta en evidencia del falso saber de los académicos en la actualidad. Ya el pleito de Sócrates con los sofistas se enmarca en esta denuncia de la impostura, la que también tiene presencia en el Elogio de Erasmo de Rotterdam. La impostura parece dominar el campo de las humanidades y las ciencias sociales, cuyas investigaciones son frecuentemente sometidas a la discusión acerca de su estatuto de ciencia. Siguiendo a Sorokin y Andreski, el autor explicita algunas de las estrategias más comunes de la impostura intelectual: “el complejo de descubridor”, el uso de nuevos términos para viejos conceptos (“Una jerga permite identificación y diferenciación, da la apariencia de novedad, provoca la ilusión de un contenido profundo e importante y de su dominio intelectual por parte del manipulador terminológico, y genera un marco de impunidad, dada la imposibilidad de verificación”, p. 382), la propaganda mutua entre investigadores asociados, complementado con apreciaciones de Sokal y Bricmont en el mismo sentido. Asimismo, detecta en los impostores el gusto por la forma y propone, para combatirlos, la elaboración de una “teoría de la impostura intelectual”.

Susan Haack ingresa al ruedo con “The Whole Truth and Nothing but the Truth”, en la que explora el concepto de verdad y las confusiones que se generan a su alrededor. Sostiene: “Truth is not dependent on what we believe or accept; it is not relative to culture, community, theory, or individual; and is not a matter of degree, nor is it a conglomeration of properties that might be satisfied in full or only in part” (p. 399). Y agrega: “that some truths are relative to place, time, culture, legal system, etc., does not entail that what it is to be true is similarly relative” (p. 404). Señala algunas formas de socavar la verdad ?la verdad “entera”? que se dan con notoria frecuencia: la omisión de información relevante, el empleo de términos con sentido extenso, la falta de referencia o explicitación de las fuentes empleadas en un trabajo académico. La verdad parcial halla una gran aliada en la vaguedad. Las implicancias de estos malos usos de la verdad, en tanto se trata de la verdad cercenada, posee diversos grados de perjuicio, piénsese los que pueden generar en el caso del testimonio legal, en el ámbito de los negocios, en la publicidad, la política o la propia academia.

El texto de Iván Vélez Cipriano se centra en el estudio del debate en torno al proyecto del escultor Eduardo Chillida de construir un panteón circularista en la Montaña de Tindaya, el cual dividió opiniones en torno a intereses asociados a la Naturaleza e intereses asociados al Arte/Cultura. Desde la óptica del materialismo filosófico Naturaleza y Cultura son consideradas mitos. El trabajo de Vélez declara precisamente ser un aporte al estudio y cuestionamiento (“trituración”, señala) del “Mito de la Naturaleza”.

La sección sexta, “Relativismo versus Dialéctica”, recoge un artículo en contra del “mito” del multiculturalismo. Gustavo Bueno realiza un cuestionamiento del proceder de los gremios étnicos, exponiendo los principales caracteres de las tres filosofías de la cultura que intervienen en el debate acerca de la inmigración e integración de culturas (el monismo cultural (etnocentrismo cultural), el relativismo y el pluralismo cultural). Va más allá y desentraña la fuente de este trilema, el supuesto sobre el que funciona: las esferas culturales, “entendidas como entidades sustantivas que ofrecen al investigador muy diversas ?señas de identidad? de su sustancia (¿de qué sino?): de una sustancias que se supone procedente de los tiempos más arcanos y que pretende mantener su identidad, considerada como un valor supremo y sagrado. Pero no existen esferas culturales en este sentido. Las esferas culturales son sólo construcciones ideológicas, pura y simplemente mitos” (p. 436). De lo que se desprende “que ya no una o todas las esferas culturales pueden tomarse como sujetos o soportes de valor, sino ninguna” (p. 436). Lo dicho anularía la existencia de conflictos entre culturas y de integración de culturas.

Un planteo muy sugestivo y sumamente necesario para la confrontación con la filosofía posmoderna es el de Carlos Madrid Casado, quien emprende una reivindicación de la ciencia ante el relativismo epistemológico. En primer lugar, realiza una aclaración necesaria: “no debe confundirse la crisis de la filosofía de la ciencia del siglo XX con la crisis de toda filosofía de la ciencia” (p. 442). Señala asimismo que no pueden ignorarse las críticas señaladas a la ciencia y que es factible desarrollar una filosofía de la ciencia experimentalista, acompañada de una “gnoseología materialista”. En respuesta al culturalismo, arguye: “La ciencia, aunque haya surgido en una cultura muy concreta (la cultura occidental de tradición grecolatina), es universal. Y si es universal, entonces, una vez constituida, no forma parte de la cultura, ya que toda cultura es siempre ?cultura particular?” (p. 457).

La sección séptima, “Deconstrucción versus Symploké”, incluye una crítica de la interpretación posmoderna del relato “Coyote” de Juan Villoro a cargo de Manuel Llanes. El autor busca demostrar la arbitrariedad con que se emplea la categoría de lo fantástico, la endeblez de un concepto tan manido por la crítica posmoderna como es el de identidad cultural y el abuso de intentar, a través de la interpretación crítica, una reivindicación del estado anterior de la Conquista de América.

Por su parte, el artículo de Enrique Prado se diferencia por consistir en un ensayo de “hermenéutica materialista”. Parte de la pregunta “¿por qué se representa la luz mediante líneas rectas singulares capaces de desviarse y rebotar?”. La teoría de la luz se ha nutrido de la teoría filosófica y se ha constituido históricamente. Prado expone una galería de ejemplos que van “desde la cerámica griega y la Ilíada al cómic actual” y que demuestran que “el concurso de las estructuras metafinistas y los contextos determinados y determinantes junto con las teorías filosóficas pertinentes coadyuvaron, mediante operaciones anamórficas, a la constitución del rayo visual como flujo rectilíneo y energético” (p. 484).

El cierre de la obra es un decálogo que parodia el discurso de los adeptos a los estudios culturales, compuesto por Jacques Joset. Los principales componentes de las teorías posmodernas se encuentran burlados allí: la corrección política, el relativismo, el culturalismo, identidad, el americocentrismo, la minoría, etc.

Como ha podido verse, conviven en este libro artículos heterogéneos. Esta diversidad enriquece el planteo. No obstante, ciertos artículos despiertan la duda acerca de la pertinencia de su inclusión en el volumen, puesto que sus reflexiones se vuelven marginales al núcleo temático convocante, o bien suponen, más que un cuestionamiento crítico a las teorías literarias de la posmodernidad, aplicaciones ejemplares de un método crítico (en especial los casos de Vélez Cipriano y Prado).

En suma, Contra mitos y sofismas representa una crítica extremadamente explícita a las falacias de la posmodernidad, al mismo tiempo que un soberbio ejemplo del racionalismo crítico que propone. La realización de juicios críticos que evidencian una ética intelectual, la denuncia de procedimientos maliciosos con respecto al conocimiento, la explicitación de quién pierde y quién gana con la universalización de lo posmoderno, entre otras peculiaridades, lo convierten en un libro arriesgado y solitario. En definitiva, recomendable.

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