Artículo publicado en el blog "España defendida" de La Gaceta el sábado 9 de enero de 2016:
Huríes
terrenales para machos islamizados
En 1612, veía la luz la comedia de Lope
de Vega, Las famosas asturianas, obra
inspirada en el mítico tributo de las cien doncellas, al que habría accedido
Mauregato como pago a Abderramán I por favorecer su ascenso al trono asturiano.
La obra alcanza su clímax cuando Sancha, hija de don García, exhibe su cuerpo
desnudo entre los suyos para cubrirlo después, ya en manos mahometanas. La moza
justifica su destape en la cobardía de unos cristianos incapaces de evitar tan
oprobioso pago. Al cabo, dada la cobardía de los suyos, Sancha se cree entre
mujeres, lo que no impedirá que don Félix Lope de Vega, quien terminó su
mujeriega vida convertido en sacerdote, remate la obra, y el tributo, gracias a
la rebelión del enamorado de la doncella, Nuno Osorio, súbdito del casto
Alfonso II –«quito de mujeres»-, monarca que pone fin al pago humano.
Como muchos otros episodios de la
Reconquista, de aliento inequívocamente antimusulmán, el tributo de las cien doncellas
se mueve en el neblinoso terreno del mito, si bien, no me consta ningún tributo
similar que tuviera por origen el no menos mítico terreno denominado Al Ándalus
cuya recuperación, tras la «pérdida de España», suposo el desarrollo de un
ortograma imperial de escala global y católica del que son fruto tanto nuestra
nación como las hispanoamericanas, frutos políticos surgidos de la
transformación del Imperio Español.
Viene al caso el recuerdo de la obra
del Fénix de los Ingenios, porque
coincidiendo con la Nochevieja, un gran número de hombres islamizados
convenientemente coordinados por la tecnología de los cafres, se tomó el
tributo por su mano en la católica ciudad alemana de Colonia. En efecto, días
después de un suceso que se trató de ocultar o distraer bajo los gruesos velos
de la ideología políticamente correcta, se empiezan a conocer los detalles de
lo ocurrido. Prueba de tal proceder es el tratamiento que dio a la noticia el
tardofranquista diario El País,
calificando lo ocurrido en las inmediaciones de la estación alemana y de la
catedral de Colonia, como «agresiones machistas».
Se empleaba así el manido recurso de
anegar el género en la especie con el deliberado propósito de evitar precisar
quiénes eran aquellos que agredían. Porque, en efecto, fueron machos humanos
quienes agredieron a hembras, mas unos machos muy particulares, unos machos
islamizados, es decir, sometidos. Despersonalizados y convertidos en meros
instrumentos al servicio de un dios imposible de representar deudor del
entendimiento agente universal, los hombres coranizados deben consagrar sus
acciones a combatir a politeístas como las impías y poco recatadas –así lo ha
señalado hasta la propia alcaldesa de la ciudad, Henriette Reker- alemanas que
se entregaban a unas fiestas regadas con alcohol de las cuales no se excluía la
carne porcina.
El caso, de enorme gravedad, se ha
complicado aún más al saberse que entre los 31 detenidos por los hechos de
Colonia –con réplicas en otras ciudades alemanas y extranjeras- que ya han
dejado un rastro más de 170 denuncias, 18 están en situación legal de solicitud
de asilo, o lo que es lo mismo, entraron en Alemania gracias a las aperturistas
medidas que dispuso Angela Merkel para los refugiados sirios. La sospecha de
que entre tan golpeado contingente se filtraran elementos difícilmente
asimilables han terminado por confirmarse pese al burdo intento de ocultar la
realidad por parte del gobierno alemán, que ahora ha encontrado una cabeza de
turco en el jefe de la Policía de la ciudad: Wolfsgang Albers. Como reacción,
casi como reedición de romances medievales, ya se han constituido en la
vampírica ciudad de Düsseldorf una serie de masculinas patrullas ciudadanas formadas
por individuos que se autodenominan con el novelesco nombre de «caballeros».
Lo ocurrido en esta primera semana de
2016 muestra a las claras hasta qué punto esa misma Alemania que aupó democráticamente
al autor de Mi lucha, ahora reeditado
con oportunas y disuasorias anotaciones, ha pasado de adorar mitos racistas y
señalar como degeneradas unas formas emparentadas con el arte primitivo, a
quedar atrapada en los rígidos márgenes de un multiculturalismo con el que
parece querer expiar sus genocidas e históricas culpas a despecho de los resultados
de una tal ideología que ya ha mostrado su faceta más violenta en la vecina
Bélgica o en los cinturones urbanos de Francia en los que se concentra la
progenie de los fallidos imperios depredadores y coloniales.
El problema, huelga
decirlo, tiene una muy difícil solución, pues pese a que en los incidentes
colonienses han tenido una amplia participación machos de nacionalidad siria,
muchos son ya los ciudadanos alemanes sometidos a la religión de Mahoma. Es
precisamente esa sumisión, que desdibuja las fronteras nacionales y establece
una única línea, la que separa el territorio de Dar al-Islam y el de la guerra,
o Dar al-Harb, lo que convierte en incontrolables a los hombres que sueñan con
un paraíso en el que podrán disponer de 72 voluptuosas vírgenes o «huríes» de
las cuales se han tomado un anticipo terrenal en la noche alemana
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