lunes, 25 de septiembre de 2017

Al Ándalus empieza en los Pirineos

Artículo publicado en el Blog de Carmen Álvarez Vela el 31 de agosto de 2017.
https://carmenalvarezvela.wordpress.com/2017/08/31/al-andalus-empieza-en-los-pirineos-texto-de-ivan-velez-ivanvelez72/
Al Ándalus empieza en los Pirineos
Hace siglo y medio, el francés Teófilo Gautier, en el comienzo de su orientalizante ruta a bajo coste, en el viaje a España que dio título a su célebre libro, era capaz de percibir en Fuenterrabía, hoy Hondarribia gracias a la imposición lingüística del indigenismo vascongado, ciertos aromas moriscos. España, el país que se abría al sur de los Pirineos, representaba un exotismo. No había más que mirar los cetrinos rostros españoles o prestar atención a determinados vestigios arquitectónicos para encontrar esas evidentes diferencias que ensalzara Fraga Iribarne a mediados del siglo XX, cuando ese mismo exotismo y el sol que provocaba la pertinaz sequía, podían servir de atractor para millones de viajeros que ya no eran impertinentes: los turistas canonizados por el landismo.
Ya en la segunda década del siglo XXI, con el turismo como principal actividad económica española una vez consumada la reconversión de la industria del franquismo, determinadas facciones marcadas por una miscelánea ideológica en la que destaca la hispanofobia y el más ramplón anticlericalismo católico, comenzaron a poner en el punto de mira a los turistas que inundaban, especialmente, las calles de la cosmopolita Barcelona. Al cabo, los turistas, desde la perspectiva de estos grupos que en cierto modo recogen el testigo del anarquismo catalán, representan los más obscenos efectos del capitalismo opresor frente al que oponen un difuso multiculturalismo teñido a menudo de animalismo. De este modo, mientras se daba la bienvenida a los refugiados y se hostigaba al incómodo y consumista visitante, se gozaba de las bondades del enriquecimiento cultural aportado por un importante contingente humano también extranjero: los hombres islamizados atraídos por las políticas de Pujol, mucho más receptivos a emplear el idioma del nada leído Verdaguer que el del barcinófilo Cervantes.
Como es sabido, durante décadas llegó a Cataluña una ingente cantidad de mahometanos, preferentemente marroquíes, que venían a cubrir el hueco dejado por los envejecidos murcianos, castellanos y gallegos que aportaron su energía a la industrializada Cataluña que surgió tras la pérdida de Cuba, isla donde se enriquecieron, con ron, tabaco y negros, algunas insignes familias del Maresme. Algo, no obstante, escapaba a los cálculos de los Pujol y de sus mimados émulos de aberchales: además de exóticos acentos y ropajes, el nuevo flujo humano traía consigo el yugo del Islam. Cataluña, la cristianísima Cataluña que atiborra su toponimia con nombres de santos y vírgenes, comenzó a poblarse de mezquitas en las que se predicaba la grandeza y misericordia del entendimiento agente, Alá, pero también la idea de recuperar para el orbe islámico todos aquellos territorios que alguna vez estuvieron sujetos a los dictados del Corán. En el caso que nos ocupa, el territorio es el mitificado Al Andalus, es decir, las naciones de Portugal y España, tenga esta última, o no, una estructura plurinacional, tal y como afirman, graves, muchos de los que viven de la cosa pública.
En efecto, poco o ningún valor pueden tener para un hombre capaz de ceñirse un cinturón-bomba, idiomas regionales o bailes, sean estos sueltos o agarraos. En definitiva, la piel de toro no es sino una tierra de cafres, llena de cruces, imágenes religiosas y cerdos. Un trozo de tierra que sustenta a una nación biológica casi estéril que, como ya se anunció, podrá ser recuperada para la Umma por la acción uterina de sus mujeres. Y mientras todo esto ocurre, la católica España de iglesias vacías y procesiones que colapsan sus calles en Semana Santa, va cediendo por diferentes vías: por la gastronómica, cediendo ante la superstición porcina; por la laboral, relajando las condiciones de trabajo durante el ramadán; o por la sexista, soportando, por una cuestión de reverencial respeto cultural, la visible discriminación de la mujer musulmana.
Todas estas realidades, y otras más graves, aunque acaso menos evidentes, han quedado, no obstante, difuminadas tras la veladura de sangre de Las Ramblas, que se llenaron de fanáticos catalanistas capaces de instrumentalizar una manifestación contra el terrorismo para buscar culpables: los más altos cargos de la nación, infectados, a su decir, de islamofobia y catalanofobia. Recogidos los cadáveres, instalado el altar de velas y rotuladas las habituales consignas, se abrió paso una interpretación no tan minoritaria como sería deseable: la furgoneta asesina iba manejada por los vendedores de armas, por el Occidente siempre culpable cuya capital sigue estando en Las Azores.
Beatificado por tan irenistas como inconscientes conciudadanos, el Islam, convertido en las pancartas en religión de paz, conserva, no obstante, esta clara exhortación que no olvida quien realmente está sometido: «¡matad a los politeístas dondequiera que los encontréis!»

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