viernes, 15 de septiembre de 2017

Los pedestales vacíos

Artículo publicado en la Tribuna libre de ABC el jueves 14 de septiembre de 2017:

Los pedestales vacíos
El Ayuntamiento de Los Ángeles votó recientemente a favor de sustituir el Día de Colón por el de los Pueblos Indígenas. La justificación de este cambio viene motivada por la presión de diversos grupos indigenistas que identifican al marino con un genocida. Nada nuevo bajo el sol negrolegendario.
Son tiempos de iconoclasia que afectan especialmente a Colón. Hace años, Cristina Kirchner ordenó retirar la estatua bonaerense a él dedicada, para sustituirla por la de la guerrillera Juana Azurduy. Convertida en símbolo de la pugna ideológica, Mauricio Macri repuso al navegante, que llevaba desde 1921 erguido sobre su pedestal. Al cabo, Colón, tanto a un lado como a otro del Atlántico, se ha convertido en centro de las iras de determinadas y autodenominadas izquierdas, aquellas que contraponen al Bolívar denostado por Marx, y convenientemente indigenizado en algunos retratos, con un Colón que habría abierto la puerta al expolio y la destrucción de América por parte de España. No por casualidad, en la vanguardia de este movimiento colombófobo figura Hugo Chávez quien, llevado por la ficción de creerse un «indio alzado», declaró genocida a Colón y mandó retirar sus efigies de todo el país.
            Sea como fuere, la presencia pública de las figuras vinculadas con el Imperio español es decreciente en Hispanoamérica, mientras en los Estados Unidos, la anulación, también creciente, de las conmemoraciones ligadas a Colón, convive con la exaltación de Bernardo de Gálvez, que cuenta con un retrato en el Capitolio, o con el bronce que reproduce en San Agustín a Pedro Menéndez de Avilés. No obstante, el caso de Colón es, sin duda, singular. No por casualidad ha sido la comunidad italiana la que ha elevado la voz para expresar su queja ante la decisión angelina. Colón era italiano, como en gran medida fue italoamericano el movimiento conmemorativo del navegante en el continente al que llegó creyendo que sus piadosos pies hollaban Asia, error que fue corregido por el español Juan de la Cosa. Es precisamente la ignorancia en relación a la inserción de las tierras a las que llegaron las carabelas por él dirigidas dentro de la esfericidad de la Tierra, la «redondez» de la que hablarían las crónicas posteriores al viaje de Elcano, la que cuestiona incluso el título de descubridor otorgado a Colón. El genovés, a lo sumo, y empleamos aquí la distinción manejada por Gustavo Bueno, fue un descubridor material, que no formal, de un continente que sólo pudo llegar a serlo tras una serie de verificaciones.
Afirmación esta, cargada de polémica, que nos conduce de nuevo a las estatuas colombinas. El auge figurativo de Cristóbal Colón aumentó considerablemente alrededor de los actos que conmemoraban los cuatrocientos años de lo ocurrido el 12 de octubre de 1492. Un cuarto centenario que en España vino precedido por la estatua erigida en Barcelona, capital de esa Cataluña que tenía tantos vínculos con la isla antes llamada Juana. Un monumento que la CUP pretende derribar para poner en su lugar una alegoría de la resistencia de los pueblos indígenas. Paralelamente a las iniciativas españolas, no hemos de olvidar la estatua en piedra que se yergue en Madrid, la figura de Colón fue instrumentalizada por los intereses italoamericanos, impulsores de un Día de Colón que personalizaba en el marino el logro náutico, tratando de opacar las condiciones materiales que propiciaron el viaje, los viajes.
Porque, en efecto, lejos de constituir una suerte de empeño personal al que se habrían sumado los Reyes Católicos, el viaje hacia Las Indias sólo pudo ser posible gracias a una sociedad política, la española, que contaba ya con un desarrollo técnico suficiente, pero también con una serie de intereses, comerciales, políticos y religiosos, que propiciaron la puesta en marcha de una ruta que trataba, en el fondo, de envolver al Islam contra el que se había construido una España que no era una mera reconstrucción del reino visigodo. Las Columnas de Hércules, no suponían, en definitiva, los límites ideales del Imperio.
Es en ese contexto donde creemos que ha de insertarse la figura de Colón, quien, al margen de desconocer la ubicación de la tierra en la que desembarcó, tenía planes incompatibles con los de la reina Isabel I de Castilla. Una incompatibilidad sustanciada en su proyecto de establecer en las tierras aludidas una muy genovesa factoría esclavista, que fue inmediatamente neutralizado. Aquellos hombres eran súbditos, que no esclavos, de los monarcas, decisión de enorme trascendencia que permitió la paulatina incorporación de los naturales al orbe hispano por diferentes vías, entre ellas la de la evangelización, aspecto este que probablemente late en el fondo de la decisión tomada ahora en Los Ángeles.

Concluyamos. La sustitución conmemorativa en una nación que, guiada por el Destino Manifiesto, exterminó a los indígenas, no deja de ser un sarcasmo cuyo precio pagará Colón. Sin embargo, las consecuencias que puede acarrear el desalojo de los próceres nacionales de sus pedestales, pueden ser muy graves. Idealizados bajo los patrones románticos del siglo XIX, los héroes de las independencias comienzan a estar cuestionados, y con su crisis se corre el riesgo de que las fronteras de las naciones políticas hispanoamericanas se desdibujen, paso previo para que el bisturí de la Etnología trace otras donde aterricen proyectos depredadores.

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