sábado, 19 de mayo de 2018

El Imperio y los gusanos

Artículo publicado el 16 de mayo de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-05-18/ivan-velez-el-imperio-y-los-gusanos-85119/
El Imperio y los gusanos
«Y en nuestro último beso/mordimos el gusano del mezcal/Y en nuestro último beso/mordimos de la noche el final». La letra corresponde al músico español Javier Corcobado, que incluyó estos versos en la canción Dientes de mezcal, integrada en su disco Arco iris de lágrimas (DRO 1995). Descansando sobre el fondo de la botella, el gusano del maguey, como las calaveras o las máscaras de la lucha libre, forma parte de la iconografía mexicana más popular. Sin embargo, como en tantas otras ocasiones, la tradición no es sino puro y reciente artificio. Destilado desde antaño, el gusano se incorporó al mezcal hace menos de un siglo. Cuatro centurias de que el hypopta agavis quedara empapado en alcohol, otro insecto mucho más valioso cobró gran protagonismo en la Nueva España: el gusano de seda. Tan frágil animal, y la industria que gravitó sobre él, resulta de enorme utilidad para refutar una extendida visión esgrimida por conspicuos representantes de la Academia, capaces de definir al Imperio español como una grosera suma de minas y esclavos.
Minas y esclavos dice codicia y explotación, y señala directamente a figuras como la de Hernán Cortés, el hombre que se hizo con el tesoro de Moctezuma, el mismo que buscó minas de oro y herró a cientos de indios con un hierro candente, si bien la letra G con que fueron marcados, es la inicial de la causa, legítima en la época, de la reducción a tan lamentable estado: Guerra. Sobre estas afirmaciones, la deformada figura del conquistador pintada por Diego Rivera en los muros del Palacio Nacional de la Ciudad de México, parece cobrar vida movida por los habituales resortes ideológicos propios de la leyenda negra. Sin embargo, más allá del sanguinario estereotipo, el de Medellín debió más a sus habilidades empresariales y diplomáticas que al filo de su espada. Y lo que es más importante, Cortés sobrevivió más de dos décadas al cénit vital que talló su mito: la conquista del Imperio mexica.
Convertido en Marqués del Valle de Oaxaca, desoyendo los consejos de su segunda esposa, Isabel de Zúñiga, que le rogó «que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona», el inquieto conquistador se involucró en grandes proyectos marítimos, al tiempo que mantenía una gran actividad económica. De entre sus negocios, entre los que había explotaciones mineras, pero también ganaderas y agrícolas, llama la atención el de la producción de seda, pues más allá de su rentabilidad, su implantación en suelo novohispano suponía, en cierto modo, aproximar el Oriente en el que florecía una industria que durante mucho tiempo anduvo envuelta en misterios.
Un lustro después de tomar Tenochtitlan, el 1 de octubre de 1526, Cortés escribió a su padre pidiéndole bastimentos, ovejas, carneros y simiente de morera. Muerto su progenitor, en 1532, el Marqués hizo lo propio con su pariente y representante en España, el licenciado Francisco Núñez, para que solicitara licencia al rey para llevar a sus tierras «dos docenas de esclavos o esclavas moriscas del reino de Granada o de otra parte que sepan criar seda para esprimentar cómo se podría criar sin que pague derechos». Una nota al margen aclaraba: «Consulta con el Emperador, nuestro señor». Puesto que los primeros conquistadores fueron desplazados, con mayor o menor fortuna, del centro de poder virreinal, trataba Cortés, al menos así lo interpretamos, de escapar de la acción fiscalizadora de Antonio de Mendoza. La maniobra, pensada para eludir por elevación al virrey, parece que no dio resultado, pues en el Archivo General de Indias se conserva un documento revelador fechado el 6 de octubre de 1537. En él, ante la ausencia del padre, quien aparece es su hijo legítimo, Martín Cortés de Zúñiga, que habría de heredar su marquesado, siendo el símbolo de una revuelta que trató de retener el régimen encomendero a que dio lugar la conquista. El Martín Cortés que en él aparece es un niño, por lo que cabe suponer que tras él se hallaba la tutela del licenciado Altamirano, apoderado de Cortés, que acaso pudiera encontrarse en sus astilleros de Tehuantepec o Huatulco. Sea como fuere, conviene reparar en el contenido de este fragmento, en el que resuena la voz del de Medellín:

«…vuestra señoría bien sabe cómo yo he seido el primero que en esta tierra he criado árboles de morales y he criado y aparejado seda y he hallado las tintas de carmesí e otras colores convinientes e provechosas para ella, y porque de criarse y multiplicarse en esta Nueva España en mucha cantidad de los dichos árboles de morales redundará en señalado servicio de Sus Magestades e acresçentamiento de su Real Patrimonio, mucho provecho de los españoles e naturales conservación e buen tratamiento dellos, yo quiero, con todas mis fuerças, travajar e dar orden cómo en esta tierra aya la dicha cantidad de árboles, e porque por lo que he visto por vista de ojos e tengo espirençia metido en la postura e criança de los dichos árboles y en la criança e sanidad de la dicha seda en las proviçias de Quojoçengo e Cholula e Taxcala, ay mucho aparejo e dispusiçión para ello.»
En él no ya no hay rastro de esclavos. La actividad, rentable para Sus Majestades, la desdichada reina Juana y su hijo Carlos, también sería provechosa para los españoles y los naturales, es decir los indios, que bajo el sistema de depósito, que no de esclavitud, se hallaban tutelados por aquéllos. Cortés, consciente de los desmanes antillanos, habla de conservación y buen tratamiento de los indios. En el párrafo también se habla de las tintas carmesí, es decir, de la cochinilla. También llamado grana, este producto, ya empleado por los mexicas y muy abundante en Oaxaca, fue durante mucho tiempo el segundo más valioso de los que salían de Nueva España, pues no se podía cultivar en Europa. Su valor tan sólo era superado por el oro.
Pionero en el impulso de esta industria, Cortés buscaba hacerse con una posición dominante en tan rentable actividad, sin olvidarse de ofrecer a los indios, a los que pretendía instruir en este oficio, unas condiciones de vida razonables:

«La merçed que vuestra señoría me ha de hazer en nombre de Su Magestad ha de ser que çiertos morales viejos que ay del tiempo de los yndios en la provincia de Cholula de que persona alguna no se aproveche, que yo sólo e no otra persona, si no fuere con mi poder, durante el tiempo de los dichos çinco años, crie seda con la hoja dellos para mi, pagando yo de la seda que con ellos crie e cogeré los derechos que vuestra señoría ynpusiere que se paguen a Su Magestad e para criar la dicha seda se me mande hazer en el dicho pueblo una casa de adobes del tamaño que fuere menester, e porque conviene que dende agora que los naturales de las dichas provincias donde se han de poner e criar los dichos morales comiençen a saber e deprendan los ofiçios e beneficios de dicha seda, e por la merçed que yo en ello resçibo se me han de dar quinze ombres de los naturales de cada una de las dichas tres provinçias.»
Si estas eran las tareas que tenía previstas para los varones, a las mujeres les había reservado la actividad a la que, junto a otras tareas domésticas, se habían dedicado durante la época prehispánica:
«Serán menester sesenta días y así criada, se me han de dar otras tantas mugeres de las naturales de los dichos pueblos para que me ayuden a hilar e aparejar la dichas seda, que se ocuparan otros sesenta días, a los quales dichos ombres e mugeres yo les daré a comer a mi costa todo el tiempo e días que los ocupare y me ayudaren.»
Cuando se redactó este documento, que obtuvo las mercedes solicitadas, a Hernán Cortés le quedaban diez años de vida. Enfrentado al Virrey Mendoza, y acompañado de su sucesor, regresó a España a principios de 1540. Cercano a la Corte y enredado en mil pleitos, falleció el viernes 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, siendo enterrado en la cripta del duque de Medina Sidonia. Sus restos mortales, sin embargo, no hallarían descanso. Tras cruzar el Atlántico en 1566, quedaron sepultados junto a los de su madre y una de sus hijas en el templo de San Francisco de Texcoco. El 8 de noviembre de 1794, día en que se conmemora su encuentro con Moctezuma, los restos de quien todavía se tenía por un héroe, fueron llevados, con gran pompa, hasta la iglesia del Hospital de Jesús Nazareno, fundado por él mismo. Junto a su busto de bronce dorado, dentro de una urna funeraria, su cráneo quedó envuelto por un paño mortuorio de lino blanco con una cruz lobulada en su centro y rematado en sus bordes por un encaje de seda negra, acaso deudora de las semillas que él mismo encargó traer a aquellas tierras en las que anheló morir de su muerte.   

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