lunes, 13 de septiembre de 2010

Boteo

Fue por medio del boteo. El boteo, ese lenguaje surgido en las cárceles que, con un simple bote, como su nombre indica, permite la comunicación, a través de las enrejadas ventanas de unos reclusos con otros, generalmente hembras estos últimos, si los hay y están en frente. El boteo, un morse que se escribe en el aire con movimiento rítmicos, como evocando los ademanes de tantos y tantos bailarines aspirantes a robot que poblaron las pistas de baile de los 80.

El pómulo marcado como vértice donde guarda equilibrio el vértigo, costillas prominentes, cuadernas de un barco en astilleros reconvertidos.

Un delito contra la salud pública había dado con Carlos en la prisión. La manida metáfora médica de la sociedad, hizo que un individuo que castigaba la suya, fuera acusado paradójicamente de lesionar la salud de la ciudadanía. Huelga decir que fueron las extremidades de esa sociedad, los poderosos brazos de las fuerzas del orden, de la ley, quienes condujeron a Carlos a ese chabolo donde, como le ocurriera al Pirri, malogrado actor de la película El Pico II, le cholaron y le partieron el culo apenas llegó.

Un barrio donde encallaron las rurales oleadas del campo, donde irrumpe el sudor en agosto como una marea alta. Bicicletas, tabernas rotuladas con brocha, rodillas dibujadas con mercromina y un descampado propio de una película del Oeste, de un Oeste que se acerca a los hombres en las revistas intercambiables de Estefanía. Un barrio arrojado con sus habitantes sobre esta llanura amarillenta repleta de espigas para disparar en verano.

La prisión, el maco, galerías que surgen de un distribuidor, dándole una forma de estrella, una morfología ordenada según cánones decimonónicos de los que escapar sólamente con un buco. La aguja, epicentro auténtico de la cárcel. Y un vis a vis al fondo del tiempo, para conocer a Alicia, desplegar el futuro sobre un somier, reja del colchón sobre el que se encuentran pasados de ojos de pupila variable, de días inflamados. Promesas de las eternas promesas.

Cruza el patio un balón de fútbol, ya se sabe, el recurso del deporte como vía de escape de la droga, tantas veces desmentido por grandes deportistas. Atraviesa el aire una melodía rumbera: "Si me das a elegir entre tú y la riqueza/ con esa grandeza que lleva consigo/ ay amor, me quedo contigo...". La valla acota demasiado, en ella rebotan los balones y las sílabas obstinadamente y el horizonte no aparece por ningún sitio.
Alicia contesta pícara, Carlos busca en su manual de seducción las expresiones más delicadas. No las encuentra.

"Si me das a elegir entre tú y mis ideas/ que yo sin ellas soy/ un hombre perdido/ ay amor, me quedo contigo...". Rasgando el sudor de la tarde.

El boteo como fuga del deseo, como medio para conectarse con Alicia, que desde su galería contesta. Acuden a la mente los infantiles teléfonos hechos con un hilo que une dos vasos de plástico. El boteo para unir vidas que pertenecen ya a informes que reflejan el fracaso del sistema y a su vez el triunfo de cualquier reinserción en la sociedad. Segundas oportunidades expresadas en diagramas de barras, en curvas de una gráfica. Curvas que pasan rozando vertiginosas como Carlos y Alicia, para quebrarse o tocarse en un choque elástico hacia el porvenir.

Iván Vélez

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