Tribuna Pública publicada el lunes 17 de julio de 2017 en ABC:
Hugh Thomas, Cortés y Lutero
El
reciente fallecimiento de Hugh Thomas dejó un reguero de obituarios que
destacaban sus trabajos sobre la Guerra Civil recogidos en las ediciones que
circularon de su La Guerra Civil Española,
publicada en Ruedo Ibérico en 1961. La obra, posteriormente ampliada, tuvo un
considerable impacto. El ensayo, publicado por la editorial parisina dirigida
por el exiliado anarquista José Martínez Guerricabeitia, que acogería a los revisionistas
Fernando Claudín y Jorge Semprún, recién expulsados del PCE, ha vuelto a ser
noticia al conocerse determinadas pero significativas diferencias entre lo
escrito por Thomas en la lengua de Shakespeare y lo traducido…
El
cotejo de ambos textos, realizado por el profesor de la Universidad de Gante,
Guillermo Sanz Gallego, arroja una nítida conclusión: Guerricabeitia aplicó un
prisma guerracivilista al escrito de Thomas, cuyos efectos dan un interesado sesgo,
siempre en la misma dirección, al trabajo del británico. El método consistió en
la introducción de omisiones y en manipulaciones de cifras, como la que
multiplicaba por diez el número de falangistas involucrados en el golpe del 18
de julio de 1936.
La
fascinación de Thomas por España había comenzado años antes, cuando en 1955 su
padre le invitó a pasar unas navidades en Torremolinos, antes de que Fraga promoviera
el «Spain is different!» que conectaba con aquellos impertinentes viajeros
transidos de romanticismo que pusieron sus ojos en una nación a su juicio
exótica y orientalizante. Viajeros que de algún modo abrieron el camino a los
hispanistas. Acaso en aquel todavía apacible enclave malagueño naciera la
pasión hispana de Thomas, la que le llevó a estudiar la guerra fratricida, pero
también el periodo de máximo esplendor imperial de la Monarquía Hispánica.
Sea
como fuere, su estancia vacacional dio inicio a una serie de visitas que,
andando el tiempo, le llevarían a recoger las más altas distinciones académicas
de nuestra democracia coronada. Pocos saben, no obstante, que el mismo año en
el que aparecía su obra en París, Thomas participó en Madrid en el coloquio Soluciones Occidentales a los problemas de
nuestro tiempo. El encuentro, de anhelos federalistas y europeístas,
auspiciado por el Congreso por la Libertad de la Cultura en colaboración con la
Asociación Española de Cooperación Española, juntó en una misma mesa a Thomas, Edgar Morin e Igor
Caruso, que abordaron la siguiente cuestión: «Soluciones occidentales a la
tensión Cultura “d´elites”-Cultura de masas». No fue este el único tema de
debate. Antes, Pedro Laín, Altiero Spinelli y Julián Marías debatieron sobre «Federalismo
y nacionalismo como soluciones históricas de Occidente», mientras John H. Ferguson
y Tierno Galván buscaban «Soluciones occidentales a la tensión
Capitalismo-marxismo». Espectadores de tales debates fueron personalidades como
Lilí Álvarez, Aldecoa, Buero Vallejo, pero también Dionisio Ridruejo o Pablo
Martí Zaro, participantes años después en el Contubernio de Múnich antes de
encuadrarse en organizaciones que orbitaban alrededor de la CIA. No en vano,
junto al contingente español, también se dejaron caer por Madrid los Jelensky,
Bloch Michel, Bondy y Pierre Emmanuel, encargados de aglutinar a muchos de los
asistentes al Coloquio.
Décadas
más tarde, Thomas abrió una fructífera etapa centrada en la España imperial,
marcada en gran medida por las poderosas figuras de Hernán Cortés y Carlos I. Su
libro La Conquista de México tuvo un gran
éxito, al reconstruir el mundo mexica prehispánico y la acción de uno de los
conquistadores españoles favoritos de los cultivadores de la leyenda negra. Thomas
afirma, apoyándose en material documental, que Cortés «nació hacia 1482», en
lugar del 1485 que figura habitualmente en las biografías del metelinense. El
detalle no es baladí, pues adelantar su nacimiento encaja con la visión
providencialista con que a menudo fue tratado Cortés. No por casualidad fue el
franciscano Jerónimo de Mendieta, quien más subrayó el componente evangelizador
de la obra de Cortés, perfilado como el Moisés del Nuevo Mundo. Si el profeta
cruzó el Mar Rojo, el español, también destructor de la idolatría y el
paganismo, hizo lo propio con el Océano Atlántico. Al mentado paralelismo
mosaico se unió otro de mayor actualidad y beligerancia política y religiosa:
Cortés, al que el clérigo vitoriano hacía coincidir en su año de nacimiento con
Lutero, se convertía en una contrafigura del alemán impulsor de la Reforma.
Protector de las órdenes religiosas, Cortés era el antiLutero, tesis a las que
se adhirió posteriormente el profesor de la Universidad de Salamanca, Fernando
Pizarro y Orellana, que precisa en sus Varones
ilustres del Nuevo Mundo…: «Nació este ilústre Varón el dia mismo que
aquella bestia infernal, el Pérfido Heresiarca Lutero»
Siglos
después, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, Papa de la Iglesia
Católica bajo el nombre de Francisco, llevado por su radical irenismo, firmaba,
dentro de los actos conmemorativos del 500 aniversario de la Reforma
protestante, una declaración junto al presidente de la Federación Luterana
Mundial en la que ambos rechazaban todo tipo de violencia en nombre de la
religión. La rúbrica se estampó un año después de que el Pontífice pidiera «humildemente
perdón» por «las ofensas de la propia Iglesia católica» y «los crímenes contra
los pueblos originarios durante la llamada conquista de América».
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