Proetarras tras el cuero
Marzo de 2011 por Iván Vélez Cipriano
Cuadernos de Fútbol, nº 19
Mikel Aranburu, Mikel Labaka, Imanol Agirretxe, Eñaut Zubikarai, Markel Bergara, Jon Ansotegi, Mikel González y David Zurutuza. A nombres de tan extravagante ortografía, responden los ocho jugadores que expresaron su apoyo a la manifestación celebrada en Bilbao el sábado 8 de enero de 2011 en favor del traslado de los presos de E.T.A. a cárceles vascas, campaña que encuentra eco en la celebración de diversos eventos deportivos.
Los argumentos a los que se adhirieron estos jugadores de la Real Sociedad S.A.D., son los habituales dentro del marasmo de organizaciones hispanófobas, y a menudo terroristas, que la siempre generosa Nación Española permite operar dentro su territorio, en virtud de la viscosa ideología que maneja una partitocracia que considera que todo proyecto político -cualquier sensibilidad dirán los más cursis- puede ser defendido en ausencia de violencia y por vías democráticas, fundamentalismo éste, que ha hecho presa en todo el espectro parlamentario español
Así pues, los susodichos profesionales del balompié, se muestran favorables al reagrupamiento de etarras en lo que denominan Euskal Herria, acusando de paso, al sistema penitenciario español, de ser cruel y de aplicar una justicia a la medida de los, siempre según sus coordenadas, presos políticos. Nos hallamos, por tanto, ante ocho sediciosos. Su objetivo no puede ser más claro, romper España, para dar paso a Euskal Herria, denominación que, en oposición al neologismo aranista Euzkadi, sirvió en años precedentes para desatar una agria y nominalista polémica entre jugadores vascos y asimilados, con manifiestos de por medio, que llegó hasta el punto de impedir la celebración del habitual partido anual y propagandístico entre la selección de la Comunidad Autonómica Vasca y la de otra nación, a menudo soberana, y otras veces en grado de tentativa como pueda ser Cataluña.
La conducta de estos jugadores, muestra bien a las claras hasta qué punto el radio de acción del fútbol rebasa ampliamente los límites del terreno de juego, allí donde se localiza el núcleo de su esencia. En efecto, para los que ven en el fútbol tan sólo las operaciones de los futbolistas con el balón, aquello que con ramplona y grosera visión de tales maniobras es descrito como «22 tíos en calzoncillos detrás de un balón», las acciones de los ocho abertzales deben ser juzgadas desde su condición de ciudadanos, acaso, eso sí, hispanófobos, mas nunca relacionarse con su actividad futbolística, a la cual se pretende extirpar cualquier connotación que escape del dato acumulativo y estadístico. Pero si debemos entender que el fútbol posee, además de un núcleo, un cuerpo, la cuestión se complica, porque este cuerpo estaría formado por relaciones que están a veces muy alejadas de planteamientos tácticos o de las decisiones arbitrales. Nos hallamos ante un cuerpo complejo que incorpora importantes elementos políticos, como todo el mundo puede observar al ver hasta qué punto los estadios, y Anoeta no es precisamente una excepción, son verdaderas cajas de resonancia de planteamientos políticos con los cuales algunos futbolistas se alinearán por motivos varios, entre los que, al margen de sus convicciones o extravíos ideológicos, no hemos de desdeñar el miedo a perder la privilegiada posición que tales profesionales disfrutan en sociedades de mercado pletórico como la española.
Por supuesto, las relaciones política-fútbol, no se agotan en iniciativas más o menos individuales como las seguidas por el citado octeto. Institucionalmente la propia Real Sociedad es una buena prueba de ello, pues, como es sabido, hasta los años noventa, se nutrió de jugadores salidos de su cantera, jugadores vascos, en todo caso. No obstante, es en esa década cuando el equipo guipuzcoano inicia una primera y muy particular apertura consistente en que cualquier futbolista, vasco o no, podía alinearse con el club blanquiazul, cualquiera menos aquel que pudiera ser caracterizado como maketo. En este sentido, aquella política del equipo de San Sebastián, ya cancelada, se distingue de la seguida por el otro gran club vasco, el Athletic Club de Bilbao que, con métodos que algunos acusan de depredatorios, nutre su cantera de jugadores nacidos en un ámbito geográfico que no es Euskadi, sino la inexistente Euskal Herria, peculiar planteamiento que le permite alinear jugadores del País Vasco, Navarra, e incluso riojanos naturalizados en Vasconia. A éstos, hemos de sumar la integración en su plantilla de un vasco del otro lado de los Pirineos, el internacional francés Vicente Lizarazu. El club vizcaíno, ha llegado a considerar, dada la limitación a la que le conducen sus propias directrices ideológicas, la idea de incluir en sus filas jugadores nacidos en Hispanoamérica, pero de origen vasco, condición que ya ostentan algunos distinguidos separatistas vascongados, como el propio Ignacio Anasagasti, venezolano de nacimiento y vasco de crianza.
Dicho lo cual, cabe preguntarse qué sentido tiene permitir que clubes que se distinguen por su notorio apoyo a aspiraciones secesionistas, sociedades deportivas que integran en sus plantillas individuos que buscan la destrucción de España, puedan seguir compitiendo en torneos que se soportan precisamente en la nación contra la que se manifiestan abiertamente. Es evidente que, de prosperar los proyectos separatistas a los que dan amparo tales insitituciones, las Ligas españolas y la Copa de España, deberían ser disueltas o al menos verse recortadas para excluir a clubes ya foráneos, quedando el actual conjunto al que da cohesión precisamente la Nación Española, fragmentado en varias competiciones en las que se integrarían los equipos de los territorios escindidos de España. Liberadas del yugo hispánico, ya independientes, estas neonaciones políticas podrían también realizar el anhelado deseo de poner en marcha selecciones deportivas oficialmente reconocidas que tendrían capacidad de celebrar algo más que navideños partidos amistosos, pudiendo acaso decir aquello de «en el Mundial nos encontraremos».
Post scriptum
Una semana después de su publicación, el consejo de redacción de Cuadernos de Fútbol juzgó oportuna la retirada de este artículo de su revista.
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