sábado, 19 de enero de 2019

Brujas y razón inquisitorial

Libertad Digital 17/01/2019:
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Brujas y razón inquisitorial

            Desde los ya lejanos días segundorrepublicanos, el alcarreño Monasterio de Santa María de Monsalud, obra cisterciense del siglo XII, ostenta la condición de Monumento Histórico-Artístico. Vinculado en su fundación al monasterio cartujo tarraconense de Scala Dei, de donde procedía su primer abad, Fortún Donato, el monasterio tuvo una gran importancia al situarse en una de las extrematuras castellanas, el limes cristiano, siempre cambiante, que había logrado desplazar hacia el sur el rey Alfonso VIII. A las características propias de todo núcleo monástico se añadía, en este caso la milagrosa presencia de una talla de la Virgen de Monsalud, capaz de curar la rabia, la melancolía del corazón, pero también de neutralizar el mal de ojo y socorrer a los endemoniados, razones por la cual, muchos eran los que hasta allí se llegaban para procurarse tan prodigiosos beneficios. Cada vez más alejado de la frontera castellana y de los privilegios a ella aparejados, el monasterio entró en una fase de decadencia que culminó en la desamortización de Mendizábal de 1836 con su paso a manos privadas, tras el cual el edificio comenzó a languidecer. Casi dos siglos después, el conjunto acogió un uso más propio del reino de la Cultura que del de la Gracia, al convertirse en un museo dedicado a la brujería en la Alcarria. Bajo las bóvedas de ese enclave de la España desolada, se han vuelto a cultivar las esencias negrolegendarias propias de una nación tenida por fanática e intolerante. Brujería e Inquisición conviven en Monsalud rodeadas por dovelas de piedra caliza.
            Más allá del monasterio alcarreño y los réditos económicos que pueda dar tan modesto parque temático, el auge por el interés en la brujería, plenamente visible en la consumista noche de Halloween que ha desplazado a la severa Noche de Difuntos, muestra hasta qué punto la superstición, después del repliegue posconciliar de la Iglesia católica, ha regresado, probablemente para quedarse en forma de escobas y calaveras muy distintas a las vanitas del Barroco. Tal y como puede apreciarse en algunos de los paneles que acompañan a las imágenes expuestas en Monsalud, «la aparición del fenómeno de la brujería surge como respuesta a una serie de fenómenos sin explicación lógica o religiosa. Las pérdidas en las cosechas, los amores fallidos, la desventura o los males de una villa se achacaban a las actividades maléficas de las brujas. También la repetida muerte de recién nacidos, ahogados con signos de violencia. La desgracia requiere un culpable que se busca en el colectivo de las brujas. La justicia religiosa las enjuicia y las tortura pero las condenas se limitan a latigazos y destierro», la brujería es contemplada como una suerte de emanación natural, un remedio frente a lo que se califican como «desgracias», ante el que se alzó la intolerante y rígida «justicia religiosa». Como puede advertirse, el museo mentado se acoge a la interpretación que, especialmente desde los tiempos de la Ilustración, ha hecho fortuna en relación al Santo Oficio.
            Sin embargo, frente a la opinión más extendida, lo cierto es que en la España inquisitorial la ejecución de brujas fue muy inferior a la que se dio en los países de su entorno europeo. Contrariamente al estereotipo comúnmente aceptado, que presenta a la Inquisición como una gigantesca maquinaria al servicio de la tortura y el sadismo, el Santo Oficio dispuso apenas de una veintena de tribunales en los que oficiaban dos o tres inquisidores, a menudo hombres de leyes y en ocasiones teólogos, asistidos por un reducido grupo de colaboradores. Su poder, siempre sometido a controles, era limitado y no le alcanzaba para llegar hasta los lugares más recónditos de una España en gran medida rural. Por otro lado, y para decepción de quienes se deleitan con lenguas de fuego lamiendo los cuerpos de las brujas, la Inquisición se ocupaba de un amplio abanico de delitos que desbordaban tan popular escena. Al margen de la persecución de los judaizantes, verdadero móvil de la implantación de un tribunal que con tan buenos ojos fue visto por conversos sinceros, el Santo Oficio tenía potestad para perseguir la bigamia, la prostitución y el proxenetismo, las violaciones, la pederastia, pero también la falsificación de moneda o el contrabando. O lo que es lo mismo, la Inquisición combatió una amplia casuística ligada a la alcahuetería y a otros procederes que nada tenían que ver con el culto a Satán. Ello explica el escaso número de brujas, entendidas como relacionadas con la contrafigura divina, que fueron arrojadas al fuego en España. Si la suma total de víctimas de la Inquisición oscila dentro de una horquilla que va de las 1.346 ejecuciones según los cálculos de Jaime Contreras, a las aproximadamente 3.000 víctimas que maneja Henry Kamen, el número de brujas ultimadas se redujo a varias decenas. La brujería, por lo tanto, no fue el delito que más reos entregó a la hoguera, por más que esa imagen goce del favor cinematográfico.
            En lo tocante a la persecución de las brujas, la apoteosis inquisitorial se alcanzó con el Auto Fe de Logroño, celebrado en noviembre de 1610. La jornada estuvo presidida por el inquisidor general, Alonso Becerra Holguín, auxiliado por los licenciados Juan Valle Alvarado y Alonso de Salazar y Frías, que destacó por su prudencia a la hora de abordar los hechos a los que tuvo que enfrentarse. Ante la multitud congregada, el Auto dio comienzo con una procesión presidida por el pendón del Santo Oficio, seguido por clérigos de varias órdenes. Cerraba el grupo la Santa Cruz verde, precedida por músicos. Debemos la minuciosa descripción de la ceremonia al doctor Vergara de Porres:

«Lo primero, cincuenta y tres personas que fueron sacadas al Auto en esta forma: Veinte y un hombres y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinto y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con sogas a la garganta, con lo cual se significa que habian de ser azotados. Luego se seguian otras veinte y una personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos, y algunos sogas a la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con sambenitos de relajados, y otros cinco ataudes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la Inquisicion, con tan buen órden y lucidos trajes los de los penitentes, que era cosa muy de ver. Tras ellos iba, entre cuatro secretarios de la Inquisicion en muy lucidos caballos, una acémila, que en un cofre guarnecido de terciopelo llevaba las sentencias […] aquel primero dia se leyeron las sentencias de las once personas que fueron relajadas a la justicia seglar, que por ser tan largas y de cosas tan estraordinarias ocuparon todo el dia hasta que queria anochecer, que la dicha justicia seglar se entregó de ellas, y las llevó a quemar, seis en personas y las cinco estatuas con sus huesos, por haber sido negativas, convencidas de que eran brujas y habian cometido grandes maldades. Escepto una que se llamaba María de Zozaya, que fué confitente, y su sentencia de las mas notables y espantosas de cuantas allí se leyeron. y por haber sido maestra y haber hecho brujos a gran multitud de personas, hombres y mujeres, niños y niñas, aunque fué confitente, se mandó quemar por haber sido tan famosa maestra y dogmatizadora.»

Reanudado el proceso:

«Uno de ellos fué desterrado de todo el distrito de la Inquisición, y el otro que pagase y restituyese gran cantidad de dinero que habia estafado con embustes y maldades que cometió socolor del santo Oficio; diéronsele doscientos azotes, y fué desterrado perpetuamente de todo el distrito de la Inquisicion, y los cinco años a las galeras, a remo y sin sueldo. Otros seis fueron castigados por blasfemos con diversas penas. Otros ocho, por diversas proposiciones heréticas, fueron castigados con abjuracion de levi, destierro y otros castigos, conforme a la gravedad de sus delitos. Otros seis, cristianos nuevos de judíos, los cuatro de ellos porque guardaban los sábados, y en ellos se ponían camisas y cuellos limpios y mejores vestidos, y hacian otras ceremonias de la ley de Moysén, abjuraron de levi con destierro y otras penitencias; y otro porque habia cantado diversas veces este cantar: “Si es venido, no es venido,/El Mesías prometido,/Que no es venido”, y por otras proposiciones erróneas que habia dicho, fué castigado con la misma pena. El otro, por haber sido judío judaizante por tiempo de veinte y cinco años, y haber pedido misericordia con lágrimas y demostración de arrependimiento, fué admitido a reconciliacion con sambenito y cárcel, en la casa de la penitencia del santo Oficio. Un moro, que confesó haberlo sido con apostasía, fué reconciliado con sambenito y cárcel perpetua. Otro, por haber sido luterano, creyendo y teniendo proposiciones de la secta de Lutero, fué también reconciliado con sambenito y cárcel perpetua, y se le dieron cien azotes. Las diez y ocho personas restantes fueron reconciliadas por haber sido toda su vida de la seta de los brujos, buenas confitentes, y que con lágrimas habian pedido misericordia, y que querian volverse a la fe de los cristianos. Leyéronse en sus sentencias cosas tan horrendas y espantosas, cuales nunca se han visto; y fué tanto lo que hubo que relatar, que ocupó todo el dia dende que amaneció hasta que llegó la noche, que los señores inquisidores fueron mandando cercenar muchas de las relaciones, porque se pudiesen acabar en aquel dia. Con todas las dichas personas se usó de mucha misericordia, llevando consideracion mucho mas al arrepentimiento de sus culpas que a la gravedad de sus delitos y al tiempo en que comenzaron a confesar; agrávandoles el castigo a los que confesaban mas tarde, segun la rebeldía que cada cual habia tenido en sus confesiones.
Acabado el Auto al punto que anochecia, las veinte y una personas que habian de ser reconciliadas fueron llevadas a las gradas de la parte donde estaba el dosel y tribunal del santo Oficio, y puestos de rodillas en la grada mas alta, se hizo un solemnísimo y devotisimo acto, con que fueron recibidas a reconciliacion, y absueltas de la escomunion en que estaban por el señor doctor Alonso Becerra y Holguin, inquisidor mas antiguo; y esto se hizo con tan grande gravedad y autoridad, que toda la multitud de gente estaba admirada y suspensa con la grande devocion.»

El Auto de Fe de Logroño condenó a las pretendidas y célebres brujas, apenas siete mujeres autoras de grandes «maldades», de Zugarramurdi. Entre ellas destacaba la «confitente», es decir, «confesante» María de Zozaya. Debido a sus prácticas, pero también a su brujeril proselitismo, que alcanzó a niños y –maravíllese el lector con la temprana perspectiva de género empleada por el doctor Vergara- y niñas, Zozaya fue entregada a las llamas, sin embargo, aquella jornada terminó con masivos actos de reinserción, pues los denunciados inicialmente alcanzaban la cifra de trescientas personas. El Auto de Fe de Logroño tuvo gran trascendencia. Alonso de Salazar Frías, después de recorrer los territorios donde supuestamente se avecindaban las brujas, señaló la imposibilidad de la existencia de éstas y de sus pactos con Satán, atribuyendo tal creencia a influencias francesas encabezadas por el clérigo cazador de brujas y miembro del Consejo de Estado, Pedro De Lancre. Salazar también rechazó las declaraciones de los niños -1.384 de un total de 1.802-, atribuyendo las acusaciones hechas por los infantes a su fértil imaginación. En su informe, Frías introdujo dos afirmaciones que muestran bien a las claras la posición mayoritaria adoptada por el Santo Oficio en relación a las brujas, unas conclusiones que ha de tener en cuenta todo aquel que visite Monsalud: «No he encontrado una sola prueba, ni incluso la más mínima indicación que inferir un acto de brujería» y «no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y hablar de ellos».

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