Libertad Digital 17/01/2019:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2019-01-17/ivan-velez-brujas-y-razon-inquisitorial-86972/
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2019-01-17/ivan-velez-brujas-y-razon-inquisitorial-86972/
Brujas
y razón inquisitorial
Desde los ya lejanos días
segundorrepublicanos, el alcarreño Monasterio de Santa María de Monsalud, obra
cisterciense del siglo XII, ostenta la condición de Monumento
Histórico-Artístico. Vinculado en su fundación al monasterio cartujo
tarraconense de Scala Dei, de donde procedía su primer abad, Fortún Donato, el
monasterio tuvo una gran importancia al situarse en una de las extrematuras
castellanas, el limes cristiano, siempre cambiante, que había logrado desplazar
hacia el sur el rey Alfonso VIII. A las características propias de todo núcleo
monástico se añadía, en este caso la milagrosa presencia de una talla de la
Virgen de Monsalud, capaz de curar la rabia, la melancolía del corazón, pero
también de neutralizar el mal de ojo y socorrer a los endemoniados, razones por
la cual, muchos eran los que hasta allí se llegaban para procurarse tan
prodigiosos beneficios. Cada vez más alejado de la frontera castellana y de los
privilegios a ella aparejados, el monasterio entró en una fase de decadencia
que culminó en la desamortización de Mendizábal de 1836 con su paso a manos
privadas, tras el cual el edificio comenzó a languidecer. Casi dos siglos
después, el conjunto acogió un uso más propio del reino de la Cultura que del
de la Gracia, al convertirse en un museo dedicado a la brujería en la Alcarria.
Bajo las bóvedas de ese enclave de la España desolada, se han vuelto a cultivar
las esencias negrolegendarias propias de una nación tenida por fanática e
intolerante. Brujería e Inquisición conviven en Monsalud rodeadas por dovelas
de piedra caliza.
Más allá del monasterio alcarreño y los
réditos económicos que pueda dar tan modesto parque temático, el auge por el
interés en la brujería, plenamente visible en la consumista noche de Halloween
que ha desplazado a la severa Noche de Difuntos, muestra hasta qué punto la
superstición, después del repliegue posconciliar de la Iglesia católica, ha
regresado, probablemente para quedarse en forma de escobas y calaveras muy
distintas a las vanitas del Barroco. Tal y como puede apreciarse en algunos de
los paneles que acompañan a las imágenes expuestas en Monsalud, «la aparición
del fenómeno de la brujería surge como respuesta a una serie de fenómenos sin
explicación lógica o religiosa. Las pérdidas en las cosechas, los amores
fallidos, la desventura o los males de una villa se achacaban a las actividades
maléficas de las brujas. También la repetida muerte de recién nacidos, ahogados
con signos de violencia. La desgracia requiere un culpable que se busca en el
colectivo de las brujas. La justicia religiosa las enjuicia y las tortura pero
las condenas se limitan a latigazos y destierro», la brujería es contemplada
como una suerte de emanación natural, un remedio frente a lo que se califican
como «desgracias», ante el que se alzó la intolerante y rígida «justicia
religiosa». Como puede advertirse, el museo mentado se acoge a la interpretación
que, especialmente desde los tiempos de la Ilustración, ha hecho fortuna en
relación al Santo Oficio.
Sin embargo, frente a la opinión más
extendida, lo cierto es que en la España inquisitorial la ejecución de brujas
fue muy inferior a la que se dio en los países de su entorno europeo.
Contrariamente al estereotipo comúnmente aceptado, que presenta a la Inquisición
como una gigantesca maquinaria al servicio de la tortura y el sadismo, el Santo
Oficio dispuso apenas de una veintena de tribunales en los que oficiaban dos o
tres inquisidores, a menudo hombres de leyes y en ocasiones teólogos, asistidos
por un reducido grupo de colaboradores. Su poder, siempre sometido a controles,
era limitado y no le alcanzaba para llegar hasta los lugares más recónditos de
una España en gran medida rural. Por otro lado, y para decepción de quienes se
deleitan con lenguas de fuego lamiendo los cuerpos de las brujas, la
Inquisición se ocupaba de un amplio abanico de delitos que desbordaban tan
popular escena. Al margen de la persecución de los judaizantes, verdadero móvil
de la implantación de un tribunal que con tan buenos ojos fue visto por
conversos sinceros, el Santo Oficio tenía potestad para perseguir la bigamia,
la prostitución y el proxenetismo, las violaciones, la pederastia, pero también
la falsificación de moneda o el contrabando. O lo que es lo mismo, la
Inquisición combatió una amplia casuística ligada a la alcahuetería y a otros
procederes que nada tenían que ver con el culto a Satán. Ello explica el escaso
número de brujas, entendidas como relacionadas con la contrafigura divina, que
fueron arrojadas al fuego en España. Si la suma total de víctimas de la
Inquisición oscila dentro de una horquilla que va de las 1.346 ejecuciones
según los cálculos de Jaime Contreras, a las aproximadamente 3.000 víctimas que
maneja Henry Kamen, el número de brujas ultimadas se redujo a varias decenas.
La brujería, por lo tanto, no fue el delito que más reos entregó a la hoguera,
por más que esa imagen goce del favor cinematográfico.
En lo tocante a la persecución de
las brujas, la apoteosis inquisitorial se alcanzó con el Auto Fe de Logroño, celebrado en noviembre de 1610.
La jornada estuvo presidida por el inquisidor general, Alonso Becerra Holguín, auxiliado
por los licenciados Juan Valle Alvarado y Alonso de Salazar y Frías, que
destacó por su prudencia a la hora de abordar los hechos a los que tuvo que
enfrentarse. Ante la multitud congregada, el Auto dio comienzo con una procesión
presidida por el pendón del Santo Oficio, seguido por clérigos de varias
órdenes. Cerraba el grupo la Santa Cruz verde, precedida por músicos. Debemos
la minuciosa descripción de la ceremonia al doctor Vergara de Porres:
«Lo primero, cincuenta y tres
personas que fueron sacadas al Auto en esta forma: Veinte y un hombres y
mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las
cabezas, sin cinto y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con
sogas a la garganta, con lo cual se significa que habian de ser azotados. Luego
se seguian otras veinte y una personas con sus sambenitos y grandes corozas con
aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos, y algunos
sogas a la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con
sambenitos de relajados, y otros cinco ataudes con los huesos de las personas
que se significaban por aquellas estatuas. y las últimas iban seis personas con
sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres
personas entre dos alguaciles de la Inquisicion, con tan buen órden y lucidos
trajes los de los penitentes, que era cosa muy de ver. Tras ellos iba, entre
cuatro secretarios de la Inquisicion en muy lucidos caballos, una acémila, que
en un cofre guarnecido de terciopelo llevaba las sentencias […] aquel primero dia se leyeron las sentencias de las once
personas que fueron relajadas a la justicia seglar, que por ser tan largas y de
cosas tan estraordinarias ocuparon todo el dia hasta que queria anochecer, que
la dicha justicia seglar se entregó de ellas, y las llevó a quemar, seis en
personas y las cinco estatuas con sus huesos, por haber sido negativas,
convencidas de que eran brujas y habian cometido grandes maldades. Escepto una
que se llamaba María de Zozaya, que fué confitente, y su sentencia de las mas
notables y espantosas de cuantas allí se leyeron. y por haber sido maestra y
haber hecho brujos a gran multitud de personas, hombres y mujeres, niños y
niñas, aunque fué confitente, se mandó quemar por haber sido tan famosa maestra
y dogmatizadora.»
Reanudado el proceso:
«Uno de ellos fué
desterrado de todo el distrito de la Inquisición, y el otro que pagase y
restituyese gran cantidad de dinero que habia estafado con embustes y maldades
que cometió socolor del santo Oficio; diéronsele doscientos azotes, y fué
desterrado perpetuamente de todo el distrito de la Inquisicion, y los cinco
años a las galeras, a remo y sin sueldo. Otros seis fueron castigados por
blasfemos con diversas penas. Otros ocho, por diversas proposiciones heréticas,
fueron castigados con abjuracion de levi, destierro y otros castigos, conforme
a la gravedad de sus delitos. Otros seis, cristianos nuevos de judíos, los
cuatro de ellos porque guardaban los sábados, y en ellos se ponían camisas y
cuellos limpios y mejores vestidos, y hacian otras ceremonias de la ley de
Moysén, abjuraron de levi con destierro y otras penitencias; y otro porque
habia cantado diversas veces este cantar: “Si es venido, no es venido,/El
Mesías prometido,/Que no es venido”, y por otras proposiciones erróneas que habia dicho, fué castigado con la
misma pena. El otro, por haber sido judío judaizante por tiempo de veinte y
cinco años, y haber pedido misericordia con lágrimas y demostración de
arrependimiento, fué admitido a reconciliacion con sambenito y cárcel, en la
casa de la penitencia del santo Oficio. Un moro, que confesó haberlo sido con
apostasía, fué reconciliado con sambenito y cárcel perpetua. Otro, por haber
sido luterano, creyendo y teniendo proposiciones de la secta de Lutero, fué
también reconciliado con sambenito y cárcel perpetua, y se le dieron cien
azotes. Las diez y ocho personas restantes fueron reconciliadas por haber sido
toda su vida de la seta de los brujos, buenas confitentes, y que con lágrimas
habian pedido misericordia, y que querian volverse a la fe de los cristianos.
Leyéronse en sus sentencias cosas tan horrendas y espantosas, cuales nunca se
han visto; y fué tanto lo que hubo que relatar, que ocupó todo el dia dende que
amaneció hasta que llegó la noche, que los señores inquisidores fueron mandando
cercenar muchas de las relaciones, porque se pudiesen acabar en aquel dia. Con
todas las dichas personas se usó de mucha misericordia, llevando consideracion
mucho mas al arrepentimiento de sus culpas que a la gravedad de sus delitos y
al tiempo en que comenzaron a confesar; agrávandoles el castigo a los que
confesaban mas tarde, segun la rebeldía que cada cual habia tenido en sus
confesiones.
Acabado el Auto al punto que anochecia,
las veinte y una personas que habian de ser reconciliadas fueron llevadas a las
gradas de la parte donde estaba el dosel y tribunal del santo Oficio, y puestos
de rodillas en la grada mas alta, se hizo un solemnísimo y devotisimo acto, con
que fueron recibidas a reconciliacion, y absueltas de la escomunion en que
estaban por el señor doctor Alonso Becerra y Holguin, inquisidor mas antiguo; y
esto se hizo con tan grande gravedad y autoridad, que toda la multitud de gente
estaba admirada y suspensa con la grande devocion.»
El Auto de Fe de Logroño condenó a las pretendidas y célebres
brujas, apenas siete mujeres autoras de grandes «maldades», de Zugarramurdi.
Entre ellas destacaba la «confitente», es decir, «confesante» María de Zozaya. Debido
a sus prácticas, pero también a su brujeril proselitismo, que alcanzó a niños y
–maravíllese el lector con la temprana perspectiva de género empleada por el
doctor Vergara- y niñas, Zozaya fue entregada a las llamas, sin embargo,
aquella jornada terminó con masivos actos de reinserción, pues los denunciados
inicialmente alcanzaban la cifra de trescientas personas. El Auto de Fe de Logroño tuvo gran trascendencia. Alonso de Salazar Frías, después de recorrer los
territorios donde supuestamente se avecindaban las brujas, señaló la
imposibilidad de la existencia de éstas y de sus pactos con Satán, atribuyendo tal creencia a
influencias francesas encabezadas por el clérigo cazador de brujas y miembro del Consejo de
Estado, Pedro De Lancre. Salazar también rechazó las declaraciones de los niños -1.384 de un
total de 1.802-, atribuyendo las acusaciones hechas por los infantes a su fértil
imaginación. En su informe, Frías introdujo dos afirmaciones que muestran bien a las claras la
posición mayoritaria adoptada por el Santo Oficio en relación a las brujas,
unas conclusiones que ha de tener en cuenta todo aquel que visite Monsalud: «No he encontrado una sola prueba, ni
incluso la más mínima indicación que inferir un acto de brujería» y «no hubo brujos ni embrujados en el
lugar hasta que se comenzó a tratar y hablar de ellos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario