Artículo correspondiente el número de Julio de 2012 de Junio7, págs. 26 y 27.
Del útero como ámbito político
En más de una ocasión, dentro de
este periodístico espacio que nos ofrece Junio7,
hemos subrayado la influencia que la política española tiene en la mexicana. No
es extraño, por lo tanto, que en México, donde también las diferencias políticas
entre izquierda y derecha tienden a diluirse, las formaciones políticas traten
de hallar sus diferencias, esas que les permiten ofrecer su mercancía diferenciada
en el mercado electoral, en terrenos periféricos, en concreto en todo aquello
que tenga que ver con cuestiones sociales y/o éticas.
Ello explica la incursión de los
dirigentes elegidos urnas mediante, en terrenos antes no hollados por ellos,
como pueda ser la regulación del matrimonio, institución antropológica cuya
ceremonia era perfectamente asumida por la Iglesia católica que, de este modo,
contribuía a la necesaria regulación y ordenación de la propagación de unos
individuos integrados en estructuras estatales.
Y si durante siglos el matrimonio
era la institución que servía para formalizar el ayuntamiento, doméstico y
carnal –domicilio y prole eran el resultado de la ceremonia nupcial-, entre un
hombre y una mujer, el desdibujamiento de tal matrimonio, por la vía de ampliar
su radio a parejas del mismo sexo, se ha situado en el centro del debate que
continuamente mantienen quienes hacen descansar sus posaderas en los curules
parlamentarios. De este modo, hoy existe lo que se da en llamar «matrimonio
homosexual», nueva variedad nupcial emanada o, cuando menos, amparada por la autodenominada
izquierda, una izquierda a la que los calificativos de jacobina, liberal,
comunista, anarquista o socialista, empiezan a resultarle molestos. En esta
situación, los atributos de la «izquierda», a ambos lados del Océano, se darán
por sabidos pese a la imprecisión envolvente.
Parece evidente, pues, que el
debate político se ha deslizado en gran medida al ámbito de la ética, como
demuestra la regulación del aborto llevada a cabo en ambos países y, más en
particular la aprobación de la Ley de Maternidad Subrogada del Distrito Federal,
por la cual una pareja puede alquilar el útero de una mujer para tener
descendencia.
La medida, que desde algunas
filas del progresismo se entenderá como un paso adelante, ofrece interesantes
perspectivas de análisis que van más allá de ese pretendido avance que
conduciría a no se sabe qué final. En efecto, tras esta ley se ocultan
interesantes datos que deben mover a reflexión. La nueva posibilidad abierta
legalmente, pretende aumentar o mantener el crecimiento demográfico de México,
la propagación de su población, medida que empieza a ser necesaria si tenemos
en cuenta que el país norteamericano tiene un índice de natalidad algo inferior
a la tasa de reposición de la misma, establecida en 2.1 hijos por mujer. Las
mexicanas entre 15 y 49 años han pasado de tener una media de 5.7 hijos en 1976
a quedarse en 2 en la actualidad. Una cifra que, en todo caso, es envidiable
desde España, nación cuyas mujeres exhiben una exigua media de fecundidad que no
llega a 1.4 hijos por fémina, alarmantes dígitos cuyos resultados se pagarán
muy caros cuando el envejecimiento de la población española empiece a mostrar
los muchos problemas que acarrea una nación de viejos.
La nueva Ley, pese a estos
aspectos eminentemente positivos, oculta también importantes contradicciones,
aquellas que se derivan de su concatenación con otras disposiciones legales, en
particular, la aludida ley del aborto. Sabido es que desde el año 2007, el
aborto está despenalizado hasta las 12 semanas en México D.F., ciudad que en
muchos aspectos, y también en este, se tiene por punta de lanza del progresismo
mexicano. La medida, los plazos en particular, fueron duramente condenados por
la Iglesia católica, quien llegó a caracterizar a la capital como «ciudad
homicida», etiqueta que se puede suscribir desde posturas ateas y
materialistas, por entender que a las 12 semanas, lo que hay en el vientre de
la mujer, no es precisamente lo que afirmó la tristemente célebre Ministra de
Igualdad de España, la socialdemócrata Bibiana Aído, quien no tuvo rubor en
declarar, contra toda evidencia médica, que lo que se destruía con el aborto
–llamado eufemísticamente «interrupción voluntaria del embarazo»- «no era un ser humano sino un ser
vivo»…
Es, pues, la trabazón entre la Ley
de Maternidad Subrogada del Distrito Federal con la Ley del Aborto, por no
hablar de la nueva complejidad que abre la posibilidad de adopción de hijos por
parte de los ya oficiales «matrimonios homosexuales», el escenario ideal de una
fuerte controversia que se aviva al tener en cuenta que el movimiento del
embarazo por parte de la madre contratada, supondría una ruptura de contrato
que haría las delicias de los más rigoristas leguleyos.
Finalicemos. Parece evidente que
es en estas cuestiones donde en gran medida se decide la coloración de unos
gobiernos cuyas diferencias en materia económica son casi irrelevantes. Por
otro lado, la aprobación de tan controvertidas leyes, encuentra una acrítica
justificación al calor del fundamentalismo democrático, único hábitat que
conocen muchos políticos cuya vida ha transcurrido encapsulada en un mundo
circularista y a menudo desconectado de la realidad más prosaica.
México, en efecto, se mira en el
espejo español, pero, por lo que a estos temas se refiere, es muy probable que
la imagen reflejada le muestre un rostro tan desfigurado y traslúcido que termine
siendo irreconocible.
Iván Vélez
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