El Catoblepas • número 133 • marzo 2013 • página 10
Owenismo, arquitectura, urbanismo y paleo-sionismo: apuntes y
consideraciones
José Ramón Álvarez Layna, Andrés Maidana e Iván Vélez Cipriano
José Ramón Álvarez Layna, Andrés Maidana e Iván Vélez Cipriano
El urbanismo y la
urbanización masiva son hechos relativamente recientes en la Historia. Es ésta
una disciplina que ha de considerar muy diversas cuestiones: estilo de vida, predominio
de la industria y los servicios como actividades productivas, ocupación del
territorio, legislación, continuidad de edificios, variedad de usos del suelo,
etc.
Uno de los rasgos más llamativos
de la sociedad actual es la concentración de población en ciudades, sin
embargo, pese a ser éste un fenómeno universal, el urbanismo no es uniforme.
Tomando como criterio la clasificación de Gideon, podemos distinguir varios
tipos de ciudad en función de la aplicación de criterios eminentemente
tecnológicos:
Las sociedades preindustriales,
al menos las situadas a la cabeza de los Imperios del creciente fértil, presentan
características políticas y estructurales concretas. Se trata de un acusado
formalismo proyectado por o a través del poder. Palacio, granero y templo
suelen estar interrelacionados y son el punto desde el cual la ciudad se
extiende hasta alcanzar el límite marcado por sus murallas. Frente a estos ejemplos, siguiendo a Gideon,
en las sociedades industriales, poseedoras de una tecnología compleja, el poder
social sería más difuso.
Es habitual vincular las
crisis políticas -de Grecia o Roma- a las crisis de las ciudades, ligando la
revolucionaria alteración que representa la utopía a la posibilidad de
resolución de estas crisis recurrentes y, asimismo, al considerado arte total: la
Arquitectura. La resolución de la crisis civilizatoria desde el prisma
arquitectónico pasa por ser habitual. Y es la Arquitectura –asociada a la
utopía–, quien ofrece propuestas formalmente intencionalmente civilizatorias.
Algunas de estas soluciones
invitan a la reflexión: las de los «socialistas utópicos» –Owen, Fourier, Saint
Simon, Cabet…- en el siglo XIX, las de Ebenezer Howard que anticipan la utopía
en el XX y las de arquitectos como el italiano Aldo Rossi –y su «nueva racionalidad»–
apuntando ya al siglo XXI. Dejando de lado las vanguardias de principios del
XX, también se plantea la reinterpretación de la tradición, cuestión planteada
–contra los señalados purismos- en la sexta década del siglo XX por figuras
como la del norteamericano Roberto Venturi en su influyente: Complejidad y Contradicción en la
Arquitectura.
Entre los siglos XIX y XX
surgen propuestas idealistas que tratan de resolver el problema rompiendo con
la tradición, convencidas de que en la ciudad postindustrial la planificación
urbana fracasa debido al choque-disociación entre planteamientos
arquitectónicos y filosóficos y, entre otras, las leyes del mercado. Formas
ideológicas y formas urbanas se reconocen relacionadas, pero si de éstas
disponemos de clasificaciones que atienden, sobre todo, a modelos geométricos, no
ocurre lo mismo en relación con las ideológicas por carecer de una definición
nítida de las mimas. En nuestro caso, nos acogeremos a la ofrecida por Gustavo
Bueno en su artículo «La democracia como ideología». Así, la ideología será:
Un conjunto de ideas
confusas, por no decir erróneas, que figuran como contenidos de una falsa
conciencia, vinculada a los intereses de determinados grupos o clases sociales,
en tanto se enfrentan mutuamente de un modo más o menos explícito o encubierto[1].
Formalmente, la ciudad
viene dada por la conjugación de volúmenes y espacios cuya suma configura una
trama, entendida ésta como un doble juego de llenos: los edificios, y vacíos:
calles, plazas, parques, etcétera. Conviene también señalar la ambigüedad que
encierra la terminología que gravita sobre la ciudad. Si la ciudad es el lugar
en el cual se da el intercambio de bienes, información y relaciones, ésta sirve
para configurar dos esferas: una visible y otra no visible. Lo que en Roma
llamaban urbs -territorio físico de
la ciudad–, se pone en relación con la civitas
-los ciudadanos que la habitan-. Arquitectura e ideología quedan consecuentemente
unidas, pues el habitante de Roma, rodeado por la edilicia de la Ciudad
Imperial, también se diferenciará de los bárbaros, por su doble condición de
ciudadano de tal urbe. El potente modelo romano servirá a San Agustín para
construir una nada fisicalista urbe: su Ciudad
de Dios.
Si pensamos que la ciudad
moldea la sociabilidad de sus habitantes –hasta extremos como el de un Sócrates
que percibe mayor fortaleza en las leyes atenienses que en sus murallas-, veremos
que es aquí donde se hace visible el poder de las normas. La ciudad es una
importante herramienta para transmitir contenidos ideológicos. También lo es la
arquitectura, incluso como soporte de otras artes. Sirva como ejemplo el uso de
la pintura, con intenciones doctrinarias, dado en el Románico, recurso
fundamental ante una población analfabeta que ante el Pantocrátor o los
capiteles historiados, era más receptiva al mensaje de la Iglesia Romana.
La noción de ideología
empleada nos remite a Hegel y a Marx. La
ideología Alemana, aporta elementos para explicar el proceso de producción
de conciencia social en un contexto epocal dado, vinculada a la producción
económica. Así, la ideología va a ser, como se denunciaba en la Estrella de la Redención, una ilusión metafísica
de los hombres, que pasan a definirse tanto a sí mismos como a sus relaciones,
muchas polémicas, con los otros.
Las ideologías han tenido
gran peso a la hora de trazar modelos arquitectónicos y urbanísticos. Entre los
siglos XIX y XX, estas estructuras van a encontrar su plasmación desde el
Estado socialista, fascista, comunista o nazi[2],
cuando el formalismo llegó a extremos tales que permite incluso el intercambio
de edificios y estilos entre regímenes que se auto-representaban como antagónicos.
En el arranque del siglo XXI, presenciamos la proliferación de lugares con una
fuerte impronta formal y tecnológica, atributos que se presentan como el legado
último de una modernidad que exhibe orgullosa sus novedades en obras de
Arquitectura y nodos de flujos de personas: los llamados «no lugares»[3].
La ciudad, por tanto, es
el resultado de factores económicos, ideológicos, políticos y sociales,
resultando que ella misma se transforma continuamente. Ante algunas ideologías
cuyas consecuencias no nos resultan ahora desconocidas, se propuso en el XIX y
se propone en el XXI, la revisión de las utopías urbanísticas y arquitectónicas
que tienen hoy, en la deslocalización de los servicios y la producción, en la
independencia que ofrecen las fuentes de energía alternativas y en el impacto
de las nuevas tecnologías e Internet, fuertes rasgos asimilables a nuevos
espejismos. La reacción ante el crecimiento de la ciudad, el intento de
reequilibrar los sistemas de producción y las relaciones sociales, y en último
extremo, la búsqueda de personas más felices –suponiendo que ello fuera posible
e incluso deseable-, esto es lo que se busca en los viajes por las Icarias del
siglo XXI.
Sostener que 1850 sentó
las bases ideológicas de las ciudades actuales es arriesgado, pero conecta con
el cercano y decisivo 1848 en los ámbitos de la filosofía y la historia. En
cualquier caso, las acciones materializadas por Owen pueden ser analizadas y contextualizadas
en el siglo XXI. Concretamente en relación a: división de usos, higiene de los
conjuntos habitacionales, geometría de los asentamientos, interacción entre
habitantes y, sobre todo, la intención de equidad social.
Momento es de tratar de las
ciudades, tomando como criterio de distinción la irrupción de las máquinas y
las nuevas energías que las alimentaron.
2 De la ciudad preindustrial:
Acercarse al análisis de la ciudad industrial o postindustrial y a sus
funciones, impone la elaboración de una sucinta reflexión en torno a la ciudad
preindustrial.
Consideramos ahora la ciudad como la forma más compleja de
interdependencias entre los seres humanos, y sus actos, ya tengan éstos un
resultado fisicalista o no, que se manifiesta en la historia desde que la
agricultura y la ganadería hicieron sedentarias a las bandas humanas. En el
proceso preindustrial, la ciudad se desarrolla con un fuerte vínculo con el
medio rural, relación que será retomada en el XIX por los higienistas, entre
ellos el propio arquitecto español Ildefonso Cerdá. Otra característica de la
ciudad preindustrial, era su escasa escala demográfica.
En el asentamiento preindustrial de la Edad Media, la forma urbana, no presenta, salvo
excepciones, grandes dosis de planeamiento. A ello hemos de añadir que la
ciudad incorporaba un fuerte apego a determinadas nociones de sacralidad que la
definían y que encontraban una plasmación arquitectónica concreta. Ejemplo de
ello es, a finales del siglo XIII, la obra del dominico Santiago de la
Vorágine, quien escribe que:
La forma precisa de una ciudad, no se llama ciudad si no se ve honrada
con la dignidad y presencia episcopal[4].
Religiosidad de matriz judeocristiana que será resquebrajada por el
proceso industrializador y sus ideologías asociadas –vinculadas al Estado y el
mercado–. La pérdida de protagonismo del factor religioso vendrá dada por la
inversión teológica que ha desplazado a Dios de su puesto preeminente, siendo
éste ocupado por el hombre.
Al margen de la religiosa, hemos de destacar hasta qué punto la
simbología usada para representar el urbanismo medieval remite a la muralla,
con gran protagonismo para las torres y puertas de acceso que, con el correr de los
siglos, se irán reproduciendo hasta horadar otros puntos el muro, vinculando los
huecos a otros usos. El proceso finalizará con el derribo de las murallas, que
servirá para abrir la ciudad a los asentamientos extramuros.
Pese a los cambios, quedarán en la ciudad muchas reliquias de su proceso
acumulativo. Es la tradición a la que no van a renunciar los llamados
«socialistas utópicos», que, en su romántica y libre interpretación de la
sociedad, van a proponer una serie de proyectos urbanísticos y arquitectónicos
que son objeto de nuestra atención.
De hecho, en lo tocante a la tradición, los nuevos constructores de
ciudades del XIX, tomarán muchos elementos de la ciudad medieval: un lugar
cerrado en su perímetro, pero con accesos por cada uno de sus lados, la torres
de sus esquinas, como vigilando, la altura de sus construcciones que estén en
su interior, estará ahora en relación con el poder económico, o el poder
productivo, con su estela oscura de progreso que emana de su punto más alto:
las chimeneas de las fábricas que se elevan por encima los campanarios. La visión
sacralizada de la industria se percibe en la consideración de templo industrial
que se le ha dado, desde la crítica, a la fábrica de turbinas de la AEG,
construida por Peter Behens a principios del siglo XX.
3 De la ciudad industrial:
El hacinamiento y la
insalubridad vinieron a ser los rasgos típicos de una ciudad en proceso de
expansión en la etapa de la
Revolución Industrial. La organización de grandes procesos
productivos, textiles, metalúrgicos, etcétera, transformaba las ciudades, desde
aquella trama medieval, en espacios oscuros e insalubres.
Las dos tradiciones
europeas más habitualmente reconocidas, la que podemos llamar continental, y la
británica, van a oponer diferentes presupuestos a la cuestión que nos ocupa. desde
diferentes tradiciones históricas y de pensamiento:
3.1 La Salina Real de Arc-et-Senans (1774-79): un apunte continental.
Ilustrativo es el
esfuerzo de realización de una morfología urbana con una clara concepción dieciochesca:
el arquitecto Claudio Nicolás Ledoux, iba a construir a fines del siglo XVIII,
en el Franco Condado, una fábrica monumental para el Rey de Francia. Se trata
de un esfuerzo, por parte del autoritario y católico estado borbónico de
Francia, de imponer un nuevo orden económico que iba a contar con una temprana
representación sobre el plano.
Un esfuerzo relacionado
con un lugar industrial que constituía el centro de una ciudad ideal que nunca
llegó a realizarse, pero que ejerció influencia en el Owen más lanarkiano, en
Fourier y en Godin. También en el americano Pullman[5] y la
ciudad a la que dio nombre, que, por su dependencia del ferrocarril, podemos relacionar
con la Ciudad Lineal de Arturo Soria.
Si el proyecto de las
salinas de Arc-et-Senans giraba en torno a la clásica industria de la sal,
extraída según métodos tradicionales, otros ejemplos irán unidos a la
tecnología revolucionaria. Nuevas máquinas cuyo desarrollo e implantación
correrán en paralelo a las transformaciones sociales, incluidos los graves
problemas acarreados, que los utópicos pretendieron solucionar. En efecto,
muchos de ellos tuvieron relación directa con la tecnología empleada en la
industria textil. Como es sabido, la Revolución Industrial acaecida en Europa
entre los siglos XVIII y XIX, tuvo en el desarrollo de la nuevas máquinas de
tejer uno de sus principales protagonistas. El éxodo rural a las ciudades, y
sus consecuencias, en forma de hacinamiento, insalubres condiciones de vida y
explotación humana, movieron a algunos enriquecidos empresarios de este sector
a proponer nuevas y, a menudo, visionarias formas de organización social. De
entre las figuras del primer socialismo utópico –nombre acuñado por Engels por
su similitud con la ciudad de Utopía de Tomás Moro-, al margen de las
iniciativas de Owen, podemos citar proyectos como el familisterio del
economista francés Carlos Fourier, hijo de un comerciante de paños. La idea de
Fourier la retomó Juan Bautista Godin, filántropo industrial que impulsó la
construcción del falansterio de Guise, donde introduce, como variante a los
proyectos anteriores, la propiedad privada. Para finalizar esta serie, podemos
referirnos a Esteban Cabet, que también vio en América la tierra de promisión
en la que erigiría una urbe de elocuente nombre: Icaria, en la que quedaba
abolida la propiedad privada y el uso del dinero.
Estos movimientos
tuvieron su versión española, concretamente en la ciudad gaditana de Tempul,
proyecto fracasado e ideado por el furierista español Joaquín Abreu. A pesar de
no alcanzar los graves problemas sociales aludidos, no faltaron en España
empresarios que, con mayor realismo que Abreu, se preocuparon de mejorar las
condiciones de vida del proletariado. En tal sentido podemos citar al
empresario barcelonés Eusebio Güell, promotor de pequeñas colonias industriales
como la de Santa Coloma de Cervelló, debida a Antoni Gaudí.
El visionario Ledoux
construye para Luis XVI la fábrica de sal en Arc-et-Senans, magno proyecto que
recoge aspectos del colbertismo y que se articula en torno a grandes
canalizaciones de madera y cobertizos que, bien ventilados, estaban destinados
a la obtención de sal por evaporación. La obra, comenzada en 1775, se realiza
poco antes del estallido de la Revolución Francesa, de entre cuyos motivos se
ha señalado la elevación de las gabelas -impuestos sobre la venta de sal-.
Dicha revolución política va unida a las ocurridas en los campos tecnológicos y
científicos.
El arquitecto francés,
imbuido de ideas roussonianas, con generosas e ingenuas nociones
antropológicas, y convencido de que la cultura y la educación conseguirían
hacer al hombre libre, empleará las formas epocalmente tenidas por racionales. En
la Salina Real
se observa la influencia de las ideas propias de la modernidad arquitectónica,
en particular de la razón específicamente dieciochesca[6]. Un
acercamiento a este proyecto permite aludir al modo en el que se están configurando
dos ramas ideológicas en el continente europeo.
La primera rama, la
liberal, propugna la hegemonía de la iniciativa privada sobre la potestad regulativa
del Estado. Se confía en que el mercado, por medio de una mano invisible, es
capaz de operar al margen de las estructuras estatales –o al menos esta es la
representación emic de tal forma de liberalismo económico- y puede
autorregularse en función de las armónicas reglas de la oferta y la demanda. La
segunda rama reúne a los que propugnan una redistribución de las condiciones de
vida, hacia un equilibrio y respeto de la clase trabajadora, que era quien
alimentaba la maquinaria de producción.
Sobre el terreno, el
conjunto arquitectónico salinero, dependiente de la de madera como fuente de
energía -el bosque de Chaux-, es un semicírculo de 370 m de diámetro en el que
se instalan las unidades de producción y los alojamientos de los obreros. La
ciudad ideal se instaló en el borde de un valle, buscando una buena circulación
de aire. Una implantación nada novedosa, por cuanto Vitruvio ya aconsejaba
ubicaciones salutíferas para emplazar las ciudades.
Ledoux soñaba con una
ciudad concebida sobre un círculo perfecto que armonizaba «el arte, las
costumbres y la legislación». Influenciado por el pensamiento de Rousseau, el
arquitecto otorga un gran papel a la ciencia y al arte, de un modo parecido a
como lo hiciera Étienne-Louis Boullée, autor de un proyecto para la
construcción del cenotafio de Newtown.
En esta ciudad ideal el
poder es materializado en la casa del Director, desde donde se controlan las
actividades que los demás realizan, recordando al panóptico de Bentham. Las
murallas aún no están del todo derrumbadas, y la simetría impera como el orden
supremo. El papel del arquitecto, que pasa a ser el de un artista que construye
para el dieciochesco ideal de la ciudad de la felicidad, suscita el sueño de
una Arquitectura regenerada.
3.2 El Manchester que hace a Owen: un apunte británico.
La referencia a Francia en
el siglo XVIII es obligada. Se vincula lo francés a la llamada racionalidad
moderna que marca todo un haz de disciplinas en las ciencias, las artes y las
letras.
El neoclásico
arquitectónico y urbanístico francés, dieciochesco e ilustrado desde el punto
de vista filosófico, va a ser una referencia en la evolución de un primer y
lanarkiano Roberto Owen. Owen, no obstante, hecho en el Reino Unido al amparo
del protestantismo y la ilustración escocesa, mostrará significativas
diferencias.
Cuando se tratan las
consecuencias de la Revolución Industrial
en el Reino Unido, la alusión a la ciudad de Manchester es inevitable[7]. Un
Manchester que hace a Owen, y de cuya evolución es en buena medida de donde
surgen las propuestas del Owen dieciochesco de Nueva Lanark y del más
definidamente romántico de Nueva Armonía.
Las condiciones de vida
en el Manchester del siglo XVIII eran difíciles. Ambientalmente, el hollín de
las chimeneas amenazaba la salubridad del aire. La contaminación que resultaba
de la densidad del progreso industrial lo cubría todo, y comienzan en este
contexto a trazarse los primeros jardines desgajados del afán geometrizante
propio de la jardinería dieciochesca. En Manchester aparecen los jardines en
cubículos de cristal para proteger del hollín a las plantas: para defender a una
naturaleza que no hay ya que ordenar, sino que está seriamente amenazada. Es un
anticipo de la búsqueda de soluciones que pasan por la vuelta al origen –lo
natural- que representan los «utópicos», con Owen a la cabeza. Cercanas a las
fábricas proliferaban las miserables viviendas obreras.
Manchester, en
Lancashire, es el primer centro industrial moderno. Un asentamiento con cierta
tradición, no muy antigua, pero de suficiente entidad como para reclamar
representación en el Parlamento Británico. Una ciudad histórica en la que,
cuando accede la industrialización, su población todavía se organiza como un
señorío en el que persisten los derechos tradicionales hasta nada menos que
1845[8].
Manchester va a transformarse en la difícil coyuntura entre el progreso material
y el olvido social, pasando de 25.000 habitantes en 1772 a 455.000 en 1851. En
Francia o Prusia la planificación urbana es mayor, pero en Manchester la
modernidad irrumpe de un modo abrupto. No es hasta 1835 cuando se articula
alguna forma de crecimiento de las ciudades en el Reino Unido, rasgo que hace,
si cabe, más significativa y aún profética la aportación owenita.
El nuevo Manchester, iba
a dejar percibir a Owen ciertas limitaciones de los sistemas clásicos de
análisis económico. La ciudad tendía a convertirse en un lugar oscuro y gris,
en el que las viviendas de los trabajadores se construían con rapidez, y hacían
viable, a través de la escasez, una gran especulación. Familias enteras vivían
en una sola habitación, resquebrajando la institución familiar. La tradición y
el orden moral se desmoronarían también. Frente a esta realidad, Owen pretende
abrir nuevas vías sociales y urbanísticas que garantizaran el principio de
equidad, pues a sus ojos, los hombres felices lo son cuando se desarrolla coordinadamente
el espacio urbano, el laboral y el privado[9]. He
aquí, condensado, el ideario owenita.
4 Roberto Owen: Arquitectura y urbanismo
Desde tal contexto se
puede presentar sucintamente el aporte owenita al urbanismo.
El uso del adjetivo «socialista»
presentano pocos problemas. Owenitas, fourieristas, saintsimonianos, cabetianos…,
todos ofrecen cierta resistencia para definirse a sí mismos como socialistas,
ya sea por cuestiones identitarias, ya por las restrictivas condiciones que
eventualmente sus programas hubieron de afrontar[10]. Cuando
Owen se dice socialista, lo hace tarde y diferenciando su socialismo del
socialismo continental y de las evoluciones posibles que en el marco de los
programas socialistas, el de País de Gales alcanza a ver.
En
lo urbanístico, Nueva Lanark, a la que llega Owen, puede tratarse atendiendo a
dos aspectos: por un lado, se multiplican los puntos de concentración, y por
otro, hay un aumento del tamaño de la población[11].
Esto último es de la mayor importancia.
Existía conciencia –al
menos desde una perspectiva interna-, de estar ofreciendo soluciones a un
problema desde una suerte de izquierda ilustrada europea. Pese a todo, central
en el discurso de Owen, va a ser la idea de la posibilidad de perfectibilidad
del ser humano mediante la educación y la mejora de su entorno. La morfología
del espacio, la división de las tareas desde el tratamiento del mismo, la
ordenación de usos y funciones de un asentamiento... temas que van a preocuparle
desde fechas tan tempranas como el cambio de siglo.
En cuanto al panorama político, en la izquierda europea del momento se
pueden distinguir dos corrientes:
La izquierda continental, de sesgo dieciochesco, marcada y señaladamente
cristiana por un sustrato profundo, que tendrá como referente a Saint Simon; y
la izquierda británica, que da lugar al llamado «socialismo utópico». De entre
las figuras más destacadas de esta modulación izquierdista, cabe destacar a Owen,
preocupado por la
importancia y persistencia de los factores urbanísticos y arquitectónicos. Veamos:
La implantación: es
característico de los «socialistas utópicos» asentarse con una clara intención
de alternativa a la ciudad, esto es, distanciarse de la misma y obligar a una
peregrinación, acaso con la idea de purificación sacra y procesional, hasta los
pies de su gran portal de acceso. Ello conduce al desplazamiento, incluso, a los
Estados Unidos de América, a una planicie que se percibe como terreno virgen,
sin cargas históricas.
La morfología del
conjunto: la comunidad se concibe como si estuviera sitiada por las influencias
exteriores.
La morfología
arquitectónica: no hubo grandes innovaciones, si bien resultó un tímido precedente
de los preceptos modernistas de la
Bauhaus «la forma sigue a la función»[12].
La funcionalidad: se
trata de un ejemplo de funcionalismo, tanto en lo productivo como en la zonificación de áreas
de trabajo, dormitorios, estancias, cocina, y recreación. Un adelanto en
comparación con las formas empleadas por Ledoux y un predecesor de la «máquina
de habitar» de Le Corbusier. La fascinación por la máquina no fue exclusiva de
arquitectos o reformistas sociales, ejemplo de ello es, dentro de la literatura
británica, la obra de H. G. Wells.
La tecnología: se impulsa
la reducción de las horas de trabajo, con una creciente tecnificación. La
máquina de vapor es clave en el movimiento proteccionista del trabajador.
La urbanidad: tal aspecto
se refuerza en las comunidades owenitas.
4.1 Nueva Lanark más allá de 1802.
Podemos describir el modo
en el que el periodo de la gestión de Nueva Lanark nos llevará hasta 1806. Tal
periodo corresponde, por una parte, con una progresiva mejora del aparato
productivo de las plantas de Nueva Lanark. Por otra parte, el periodo de 1802 a 1806 va a suponer una
etapa de mejora de las condiciones de vida de la comunidad de Nueva Lanark.
Aquí es donde materializa parte de sus planteamientos, con obras de
arquitectura cuyos destinatarios serán los trabajadores del complejo.
1806 es un año de
desavenencias diplomáticas entre el Reino Unido y Estados Unidos, con lo que,
una vez decretado el embargo de exportación, los precios del algodón del que
dependía el Nueva Lanark de Owen van a elevarse de manera tan significativa
como inoportuna.
En aquel momento, Owen
descarta comprar algodón al excesivo precio que éste había alcanzado. Las
consecuencias de aquella política deberían haber derivado en un ajuste de los
trabajadores contratados, con una plantilla que tendría que haber reducido
significativamente el tamaño de la comunidad. Pero la solución adoptada por Owen
consiste en detener la maquinaría y ralentizar la producción, con el objeto de
retener a los trabajadores, pagando además los salarios íntegros a cambio de obras
de mantenimiento y construcción de las instalaciones. Owen piensa que la
actividad constructiva, mantenedora de mano de obra, puede ayudar a amortiguar
el impacto de la crisis, que duró unos cuatro meses.
La inversión total de los
socios de Nueva Lanark supera las 7.000 libras esterlinas de la época, y con
ellas, tanto como con la entereza demostrada, se produce una transformación
radical en lo que a la postura más comúnmente extendida entre la comunidad se
refiere:
El ensayo de moralización
de los procesos económicos y sociales encontraría ahora menor resistencia. Si
para nuestro autor dejar desempleados a sus más de 500 familias hubiera
supuesto un paso atrás en relación con sus proyectos productivos y sociales, ello
hubiera también representado la lamentable pérdida de un personal formado para
llevar a cabo una tarea. Una mano de obra cualificada era un activo tan
importante como la propia maquinaria.
Las reformas que Owen
logró establecer en distintos aspectos, para las personas que trabajaban en su
fábrica textil, para el periodo 1806 fueron:
En el orden laboral:
-Jornada
laboral de 12 horas cuando lo normal era de 14 horas.
-La
edad mínima de los aprendices era 10 años y sólo para niños próximos a la
fábrica.
-En
la fábrica, el comportamiento de los trabajadores era registrado por
supervisores quienes calificaban cada puesto de trabajo con un sistema de
colores.
En el orden educativo:
-La
educación era importante, por lo que se introdujo progresivamente la enseñanza
de la historia natural, música, bailes, juegos y arte. En las escuelas de Nueva
Lanark se empezaron a utilizar nuevos métodos de enseñanza, con el apoyo de
gráficos y mapas.
-En
1816 se construyó un Instituto para la Formación del Carácter, en el que se
daba clases diurnas a los jóvenes y nocturnas charlas y conciertos a los
trabajadores.
-Se
crean jardines de infancia, como centros pre-escolares hasta la edad de seis
años.
Las mejores introducidas
por Owen suponen una reflexión en contexto moderno–industrial sobre la
importancia del espacio en un sentido radical. La financiación de tales
evoluciones se buscó cerrando los comercios particulares y abriendo una tienda del
Consorcio. Con las ganancias se pudo mantener una escuela gratuita para toda la
comunidad. En lo relativo a la gestión, Owen estableció un sistema de gobierno
local que supuso un esbozo de una visión de la comunidad basada en la
organización cooperativa de la industria y de la agricultura.
[…] Hacia 1809 había
conseguido tal progreso en la instrucción de la gente en hábitos más
industriosos y serios, así como en el descubrimiento de la capacidad de la
localidad para más amplias operaciones, que recomendé a mis socios en Londres y
Manchester las ventajas que se derivarían de los cambios y reformas por las que
abogaba.
Las afirmaciones que les
hice iban más allá de sus miras y les alarmaron por su amplitud.[…]. Roberto
Owen, The life of Robert Owen written by
himself.
Owen dedicó sus mayores
esfuerzos a la reflexión sobre la situación de las personas más pobres de su
tiempo, llegando a la conclusión de que buena parte de las carencias y de los
infortunios sociales tienen su raíz en el modo en el que determinados grupos
sociales educan a sus hijos y el espacio en el que desarrollan sus actividades.
Vivir, descansar, trabajar y habitar, contienen todo tipo de carencias en las
ciudades de la época que nos ocupa. Llega así a la conclusión de que si
aquellas jóvenes criaturas pudieran ser influidas positivamente para introducir
buenos y saludables hábitos en sus vidas, el producto final vendría a ser muy
diferente. La arquitectura debía jugar un papel central en este proyecto.
Las disciplinas que se
imparten en la escuela de Nueva Lanark van desde historia natural, a música,
bailes, juegos y arte, pero la puesta en marcha de un plan formativo puede
llegar a suponer más de 5.000
libras esterlinas y, siendo el presupuesto un gran obstáculo,
el proyecto ha buscar soluciones. Para alcanzar tan elevada cifra, no se hace
esperar una visita a Nueva Lanark por parte de los socios de Owen. En una
segunda visita éste se esfuerza en explicar sus proyectos, con magros resultados.
Nueva Lanark había
ofrecido sustanciales beneficios, pero para algunos socios, las ideas de Owen
estaban reñidas con la posibilidad de obtener mayores beneficios. 1809 es el
año en el que Owen ha de decidir si renuncia al proyecto o, por el contrario,
asume la responsabilidad económica plena para desarrollar sus ideas. Tras las
negociaciones en torno al precio de Nueva Lanark, Roberto Owen aparece como
comprador final, pero nuestro autor no cuenta con los recursos necesarios para
afrontar la compra en solitario. A alguno de los viejos socios de Owen, que
continuaría en el proyecto, se unían ahora dos comerciantes de Glasgow
parientes del acaudalado presbítero David Dale (1739-1806), con cuya hija,
Carolina, estaba casado el propio Owen. Dale, el fundador, ya había implantado
algunas medidas morales y educativas dirigidas a la infancia de Nueva Lanark
antes de que el galés accediera a puestos destacados en la misma, si bien éstas
le parecían insuficientes a Owen.
Ahora, los dividendos de Nueva
Lanark se repartirán entre los nuevos socios, asumiendo Owen la mayor parte de
las cargas y los beneficios, así como permaneciendo a cargo de la explotación.
El asentamiento -en la actualidad bajo la protección del New Lanark Conservation Trust-, había sido fundado en 1786l y, tras
la entrada de nuevos socios, siguió sin demasiados cambios, al menos en su
apariencia morfológica.
Las plantas algodoneras
siguieron en funcionamiento hasta 1968, aunque las ruedas hidráulicas fueron
sustituidas por turbinas, sufriendo así una clásica evolución mumfordiana. En
consonancia con los avances tecnológicos, las fábricas empezaron a generar su
propia energía hidroeléctrica en 1898 buscando la autosuficiencia, adelantos
que luego serán tomados como modelo por las comunidades que le son próximas.
En cuanto a sus
habitantes, en la actualidad aún permanecen 180 vecinos, descendientes de los
antiguos residentes, en los edificios que ya han sido restaurados. Nueva Lanark
pasó a integrar la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO en diciembre de
2001.
4.2 Nueva Armonía, Estados Unidos y una crítica estética romántica.
Como ustedes, soy un
fabricante que persigue un beneficio pecuniario. Pero habiendo actuado durante
muchos años basado en principios en muchos aspectos inversos a aquellos en que
ustedes han sido instruidos, y habiendo encontrado que mi proceder era
beneficioso para otros así como para mí mismo, incluso desde un punto de vista
pecuniario, quiero explicar estos valiosos principios, para que ustedes, así
como aquellos que se encuentran bajo su influencia, puedan compartir sus
ventajas.
Roberto Owen.
Prefacio del tercer ensayo de New View Of
Society.
Las
dificultades que entre 1821 y 1823 encuentran los planes de Owen[13]-,
van a terminar por empujar a éste a intentar llevar a cabo sus planes lejos del
Reino Unido[14].
En 1824, viaja a los Estados Unidos buscando un contexto[15] en el
que implantar sus ideas y proyectos[16],
dejando a Roberto Dale Owen, su hijo, al cargo de la situación en Nueva Lanark[17].
En
el nuevo continente era posible comprar grandes extensiones de terreno a bajo
coste. Una posibilidad tentadora para un Owen que así podía volver a trabajar
de manera autónoma, sin tener que realizar concesiones a terceros y, lo que es
más importante, sin excesivos problemas legales. En abril de 1825 el acuerdo de
compra se formaliza[18].
Treinta mil acres de tierra situados entre los estados de Indiana e Illinois,
en el curso del río Wabash, a unos cincuenta kilómetros de su desembocadura. En
el lugar, ya colonizado, se consideraba adecuado para los asentamientos
humanos, dado que los datos demográficos apuntaban a una baja mortalidad en la
zona[19].
La compra se formaliza a través del acuerdo con una comunidad preexistente de
setecientos alemanes, pastoreados por el profético pietista Juan Jorge Rapp[20],
que llamaban al lugar Armonía[21].
En
cuanto a la forma de la población, las casas estaban dispuestas de manera
regular en alrededor de un centro con edificios públicos y dos grandes iglesias[22].
Entre las actividades industriales, se encontraban las destilerías, las
fábricas de maquinaria y herramienta para el trabajo en la zona o las dedicadas
a materiales de construcción. El asentamiento, se encontraba cubierto de
vegetación, si exceptuamos los tres kilómetros más cercanos al río, despejados y
más llanos por extenderse en la llanura de inundación del Wabash. La tierra
estaba ya adaptada para el cultivo y el regadío, existiendo la posibilidad de
obtener energía a partir del agua[23].
A
Owen le resultó bucólica la apariencia del lugar que, por lo demás, parecía
diseñado para sus propósitos, por cuanto ofrecía facilidades para el desarrollo
de la agricultura y la industria. Owen lo adquiere mientras los cristianísimos
alemanes deciden alejarse por sentir demasiado cercano el aliento de la
civilización en una Indiana que comienza a experimentar un crecimiento
significativo como nudo de comunicaciones.
La
diferencia con respecto al continente europeo es evidente para nuestro autor,
que lanza en Indiana un guiño a los planteamientos de los liberales americanos[24].
La apelación a la libertad es la puerta de entrada escogida por Owen para la
ocasión[25].
En su pensamiento, lo que de atractivo tienen los Estados Unidos la posibilidad
de deshacerse de los restos del naufragio del Antiguo Régimen para emprender
una aventura que incorporara la libertad religiosa y de conciencia[26].
Lo que en principio podía haber sido recibido como un pensamiento excéntrico,
encuentra una acogida favorable en Washington.
Desde
el prisma owenita, sólo la construcción de una sociedad alejada de cualquier
enseñanza histórica de la religión y la creencia, podía permitir la creación de
un mundo verdaderamente libre en el que se generasen acuerdos sociales bajo los
que no existieran grupos privilegiados o modelos de pensamiento con papeles
hegemónicos.
El
primer paso para su construcción tendría que ver con el tipo de personas escogidas
para la experiencia. No obstante, tal sociedad no podía ser dirigida por
cualquier persona, por lo que una primera distinción entre los individuos debía
imponerse. Se distinguirían dos tipos de personas clasificadas con criterios
economicistas: las que pudieran aportar alguna suma de dinero y las que no
pudieran hacerlo. Los que pudieran aportar capital, se integrarían en Nueva
Armonía tras un pago anual. Las personas que no pudieran aportarlo recibirían
empleo en actividades que incluían la construcción, el trabajo en granjas, agricultura
o fábricas de útiles.
De
entre los beneficios que ofrecía Nueva Armonía destaca la protección por vejez
y enfermedad. En el ámbito educativo, todos los niños recibirían una educación
esmerada. La experiencia owenita es entendida como necesariamente sostenible, y
por ello, el consumo de las familias debe ser inferior a su rendimiento
económico para la comunidad.
El
proyecto comienza cuando Owen abandona Washington para dirigirse a Indiana. En
la antigua iglesia de los armonistas lanza un discurso señalando los puntos que
marcarían el tránsito desde la vieja sociedad a la regida por el nuevo orden
moral. La constitución de una Sociedad Preliminar[27] queda
dispuesta para el 1 de Mayo de 1825. La constitución incluye menciones
específicas al ingreso en la comunidad o al derecho a la propiedad. Excepto
para los negros, el ingreso a la comunidad estaba abierto a las personas de
todas las edades.
La
libertad religiosa y de conciencia quedaba reconocida para todos los
componentes de la comunidad. Todos deberían contribuir, en la medida de sus
posibilidades, al común beneficio, y cada persona recibiría crédito para
conseguir alimentos o comida. El crédito se obtenía a partir del servicio
prestado a la comunidad y estaría en relación directa a la cantidad de miembros
útiles que habitasen cada hogar, no disponiéndose la igualdad absoluta en
términos económicos. La familia es una institución central en el ideario
owenita del momento.
El
pensamiento romántico y la intención de reconciliar hombre, espacio humanizado
y Naturaleza, iba a obtener el inicial acuerdo entre la población de Nueva
Armonía. Los rasgos más liberales del Owen del periodo americano, se perciben
en documentos como el del 4 de julio de 1826[28].
Aquella fecha es la de la owenita Declaración de Independencia Mental[29],
que expresa un desbordante optimismo sobre el futuro del asentamiento en
Indiana. En la declaración, nuestro autor condena los males de la religión, del
matrimonio entendido como propiedad y no como felicidad y de la propiedad
privada misma, asumiendo el papel del trabajo como fuente –algo fundamental en Owen-
de riqueza.
[…] Como adelanto a este
gran objetivo estamos preparando los medios para hacer crecer a vuestros hijos
con hábitos industriosos y útiles, con naturales, y por supuesto racionales
ideas y perspectivas, con sinceridad en todos sus procederes, y para darse
amables y cariñosos sentimientos unos a otros, y caridad, en el más amplio
sentido del término unos muchachos a otros. Haciendo esto al unir vuestros
separados intereses en uno y apartando las transacciones individuales de
dinero, por medio del intercambio de trabajo por trabajo […].
Roberto Owen[30], en Declaration of Mental Independence.
Los
fracasos acumulados por Owen no impidieron que a partir de 1836, coincidiendo
con su nuevo proyecto en Queenwood, comenzara a publicarse el Book of the
New Moral World, que recoge su evolución a partir de 1830, recuperando materiales
pretéritos.
El galés
centra sus esfuerzos en la propaganda y difusión de sus ideas hasta 1840[31].
El éxito de esta labor es refrendado por la constatación de que Owen encuentra
un amplio reconocimiento social[32].
Merece especial atención su paso a la Europa continental[33] -en
1837-, para presentar sus proyectos de reforma social al Príncipe Metternich[34].
Visita París, contactando con los seguidores de Fourier, antes de pasar a Múnich,
donde es recibido por el Primer Ministro y presenta por escrito a Luis I de
Baviera sus ideas para la reforma social.
La táctica
habitual en Owen se hace presente de nuevo: la transformación social sería más
sencilla si contaba con el beneplácito de los diferentes gobiernos antes de su
implantación. Tras la visita a Viena, Owen continúa viaje hacia Dresde y
Berlín, donde vuelve a contactar con lo más elevado del escalafón político,
financiero[35]
e intelectual. En Berlín se entrevista con Von Humboldt, con quien ya había
tenido relación en París durante 1818.
En el Reino Unido, 1837 viene marcado por la
actividad de la Association of All Classes of All Nations Formed to Effect
an Entire Change in the Character and Condition of the Human Race[36]. En su Congreso de Manchester, la Asociación
acuerda apoyar la institución de formas de gobierno paternalistas para la
sociedad británica, que consigan relajar las posturas que en el terreno social
y político comienzan a aparecer como enfrentadas de manera nítida. Estamos a
poco más de una década de la publicación del Manifiesto Comunista.
Los
objetivos suponen toda una declaración de búsqueda de una edad de oro y de una
vuelta a las raíces, mediante una transformación pacífica de la humanidad
atendiendo al principio de la caridad extendida a todos los individuos, sin
distinción de sexo, clase, religión, partido político o país. Esa
transformación debería acompañarse de la existencia de la propiedad, entendida
desde la justicia social y el respeto a la legalidad y el orden social.
Tras la actividad
desarrollada entre 1850 y 1858, no vamos a encontrar un modelo owenita tan
organizado como el emprendido en tierras americanas en la década de los
treinta. Tampoco hallaremos experiencias filantrópicas o socialistas al modo de
las de los tiempos de Nueva Lanark o Nueva Armonía. En este periodo de la vida
de Owen se observará en sus publicaciones un tono repetitivo que se recrea
sobre sus conocidas posiciones. Las novedades son mínimas hasta el año de su
muerte –1858-, momento en el que sigue insistiendo en los términos básicos de su
cosmovisión y discute las posibilidades para transformar el estado del mundo[37].
Así pues, entre 1848 y 1858 a penas
ofrece alguna variante con respecto a lo ya expuesto o realizado con
anterioridad.
No obstante, en 1853, la Rational Quarterly Review, nos ofrece
información en lo relativo a la
actividad espiritista a la que se adhirió un ya anciano Owen. El acercamiento a
tales prácticas, las establece nuestro autor a través de una célebre médium
norteamericana: María B. Hayden, cuyos métodos van a fascinar al Owen de los
últimos días, tal vez excesivamente preocupado por la posibilidad de su propia
muerte. Mediante de las efectistas ceremonias desplegadas por la Sra. Hayden,
el galés va a plantearse la posibilidad de contactar con personas fallecidas de
su propia familia o de especial relevancia en la historia[38].
Los detalles de algunas de estas conversaciones son recogidos en diversas
fuentes[39].
En 1853, Owen, siempre
reticente a fijar una residencia definitiva, aparece de manera más permanente
en el Hotel Cox, sito en la calle Jermyn de Londres[40].
El Owen de los últimos años, con alguna iniciativa intelectual y política, pero
escaso de energía, vive sujeto a los fondos que sus descendientes le envían
desde América, dinero que el galés destinará, apartado lo necesario para
subsistir, a la difusión de sus ideas. Las relaciones de Owen con la familia
Cox son excelentes, admitiendo éstos sus retrasos en los pagos.
De los últimos días de
Owen debe apuntar a la fundación de la Asociación Nacional para la Promoción de
la Ciencia Social, en octubre de 1857, como lo que más llama su atención. En sus
circunstancias, no le es posible acudir a la cita, pero todavía reúne fuerzas
para enviar un The Human Race Governed Without
Punishment. Es precisamente en la convocatoria de 1858 de Asociación,
cuando se produce la última aparición pública de Roberto Owen. En ella, nuestro
personaje exprime sus fuerzas consciente de la cercanía de la muerte–ha
publicado su The Life of Robert Owen
Written by Himself en 1857-. Su discípulo Holyoake, en Life and Last Days of Robert Owen, describe los últimos días de
Owen hasta su muerte[41].
En la mañana del 17 de
Noviembre de 1858, Owen fallece. Su cuerpo se llevó desde el Hotel de Newtown
hasta la casa en la que nació[42].
El 21 de Noviembre de 1858 el César[43]
es enterrado junto a la tumba de sus padres, tras una ceremonia religiosa que
algunos de sus discípulos, allí presentes, llegan a discutir.
Desde 1902, el movimiento
cooperativo británico adorna la tumba del pensador galés con una afirmación que
resume las propias enseñanzas de Roberto Owen:
It is the one great and universal interest of the human race to be
cordially united, and to aid each other to the full extent of their capacities.
4.3 Owen y el sionismo
Queda finalmente una vía
owenita por explorar, la que lo vincula con el sionismo. El contacto de Robert Owen
con los ambientes judíos se remonta a su estancia en Manchester y Nueva Lanark.
En cualquier caso, será en Queenwood donde esta conexión quede patente de un
modo explícito en lo que a nuestro artículo se refiere.
La
parroquia en torno a la que se iba a ensayar Queenwood había sido propiedad de
la corona británica hasta el siglo XIV. Sin embargo, a finales del XIX, siglo
en el que comienza el sueño de la emancipación judía[44],
el templo de Tytherley aparece ligado a un judío: el barón Isaac Lyon Goldsmith[45].
Goldsmith, hombre con grandes inquietudes intelectuales, se sentía atraído por
las iniciativas educativas de Owen, hasta el punto de tratar de conciliar sus
enseñanzas con el judaísmo en lo relativo a la educación de sus ocho hijos. La
sintonía de pensamiento facilitó la implantación de la experiencia owenita en
Queenwood, pues el barón era propietario de los terrenos aledaños.
Pese
a la atracción que el owenismo causa en Goldsmith, tal fascinación no impidió
que éste obtuviera mayor beneficio económico que los owenitas en los procesos
de compra–venta que acompañan el lanzamiento de Queenwood, si bien hay que
ponderar el provecho que el owenismo obtuvo con la adhesión de personas de la
relevancia de Goldsmith, en aras de una posible futura estabilización de tales
iniciativas políticas en el contexto victoriano, después de que el 1 de octubre
de 1839, los primeros colonos owenitas se incorporaran al proyecto. A Queenwood,
experiencia de seis años de duración, habremos de añadir otras relaciones entre
owenismo y judaísmo ya en su versión sionista. Nacionalismo y romanticismo
están relacionados de manera fundamental, si bien el sionismo no es meramente
otro más de los nacionalismos occidentales. Y decimos owenismo, porque dichos nexos
se establecerán tras la muerte del propio Owen.
El
testigo de la obra de su padre lo recogió Roberto Dale Owen, miembro del
Partido Demócrata de los Estados Unidos, firme defensor del control de
natalidad y del divorcio, opuesto a la esclavitud y, como no, afecto a las
prácticas espiritistas.
Dale
Owen llegó desde Nueva Lanark a Nueva Armonía en 1825, donde funda la New
Harmony Gazette. En 1827, cuando la comunidad cae en el
individualismo y el padre se encuentra en el Reino Unido, Dale Owen, junto a
Frances Wright, viaja a la comunidad
experimental en Nashoba, posteriormente a Nueva York y de nuevo a Europa. De
regreso a Nueva York, funda un periódico, The Enquirer. Finalmente, se
integró en proyectos políticos de más firme implantación sin perder nunca el
contacto con Nueva Armonía.
Será
su hija, Rosamunda Dale Owen (1846-1937), quien
aparece ahora en escena. Criada en la Nueva
Armonía en la que acabaría siendo enterrado su padre, Rosamunda será la segunda
esposa de Lorenzo Oliphant. Nacido en Sudáfrica en 1829 en el seno de una
importante familia escocesa, Oliphant fue un exitoso empresario que, además de
trabajar como corresponsal de guerra para The Times, ser diplomático en
Japón y miembro del Parlamento Británico, realizó labores de espionaje para el
Foreign Office. Al igual que Owen, durante un tiempo cayó bajo la influencia de
un espiritista norteamericano: Tomás Lake Harris, fundador de la Hermandad de la Nueva Vida. En 1878 propuso
el establecimiento de un estado judío en Palestina que fue rechazado por el
sultán otomano Abdulhamid II. Pese a aquel fracaso, realizó gestiones ante S.
M. la Reina Victoria para conseguir la cesión de tierras al Este del río
Jordán. Su implicación con el proyecto le llevó a Palestina, destacando de
entre sus obras la precisamente titulada Haifa. El fugaz matrimonio de Rosamunda con
Oliphant no puso fin a su relación con las nuevas poblaciones judías, de la que
surgió una obra publicada en 1928: Mi peligrosa vida
en Palestina.
El owenismo fue estudiado
y tenido en cuenta en los kibbutz de Israel. En
1909 un grupo de judíos rusos llegan a Palestina para comenzar una nueva
experiencia poblacional con el kibbutz como protagonista. Una década más tarde,
y no como utopía socialista urbanística, sino como realidad, resultó el
proyecto del arquitecto judío alemán Ricardo Kauffmann (1887-1958), quien, tras
formarse en su Alemania natal como discípulo de Teodoro Fisher, se traslada a
Israel 1920, y comienza a desarrollar el proyecto de Nahalal.
La ciudad,
construida sobre una colina baja cuyos aledaños empantanados hubieron ser
drenados para combatir la malaria, es famosa por su forma circular[46].
Cerrada perimetralmente por una carretera, extendiéndose por el territorio
mediante una forma radial, su perímetro lo constituye una serie de 75 granjas
agrícolas. Las instituciones públicas se encuentran en el eje central del
pueblo: jardines de infantes, escuelas primarias y secundarias, junto a
servicios como un club para residentes veteranos, un club juvenil, una
sinagoga, una piscina, una biblioteca y un archivo. Dispone también de fábricas
agrícolas y de un centro de alimentación.
Vista aérea de Nahalal
Los primeros pobladores eran
experimentados colonos que facilitaron la constitución de la estructura
cooperativista. El movimiento cooperativista, conocido como moshav, responde a
unos principios que redactó Eliezer Yoffe, y que se resumen en los siguientes
puntos:
-Para
evitar el comercio y la división de fincas, los arrendamientos se extienden a
los miembros del colectivo que cultivan derechos que pasan de generación en
generación.
-Todos
miembros de la familia participan en el trabajo de la granja.
-Las
granjas agrícolas serán mixtas, conteniendo todas las variedades agrícolas a
fin de evitar la dependencia estacional y garantizar la existencia de la misma.
-Se
establece el principio de ayuda mutua a fin de evitar el fracaso individual
debido a enfermedad, accidente, desastres naturales, etcétera. Un servicio nacional
da asistencia pública a los necesitados.
-Se
delimitarán las responsabilidades y garantías que permitan la financiación de
granjas y fábricas públicas, así como para ayudar a restaurar las granjas que
han fracasado.
-Se
prevendrá la competencia para evitar la subida de precios o la explotación de
los agricultores por distribuidores externos y proveedores, facilitando de este
modo a los cooperativistas dirigir la mayor parte de sus esfuerzos en trabajar
para sus granjas.
En cuanto a su forma de
gobierno, todos los miembros tienen derecho de voto en la asamblea general. Las
decisiones tomadas van dirigidas fundamentalmente a cuestiones agrícolas y
financieras. Junto a los órganos de gobierno se sitúan comités con residentes
voluntarios que trabajan en actividades sociales, actividades públicas -educación,
actividades culturales, contacto con soldados, deportes, salud, religión,
seguridad, planificación, etcétera-. Por último, a las propiedades privadas, se
suma un lote de tierras cultivadas comunalmente.
Pese a la
claridad de estos postulados, el rigorismo de su inicial aplicación se
flexibilizó con el tiempo, añadiéndose, a las actividades agrícola y ganadera, otras
de diversa índole que no impiden que, Nahalal siga siendo un modelo de
socialismo implantado en la realidad con un recorrido histórico superior a las
iniciativas que con tanta abnegación trató de impulsar Roberto Owen, cuya
figura y obra hemos tratado de completar a través del trabajo que ahora
concluye.
[1] Bueno, G., Revista Ábaco, núm. 12/13, Madrid 1997.
[2] Vg. Arizmendi, L. J., Albert Speer, arquitecto de Hitler. EUNSA, Pamplona 1978.
[3]
Cf. Augé, M., Los no lugares, espacios del anonimato. GEDISA, Barcelona 1992.
[4] Bertini
Guidetti, S., Iacopo da Voragine, Cronaca
Della cittá di Genova dalle origini al 1297. ECIG, Génova
1995, p. 436.
[5] El inventor estadounidense Jorge M. Pullman,
(1831-1897), organizó en 1867 la Pullman Palace Car Company, que fabricó coches cama,
coches salón y coches restaurante para ferrocarriles. En 1880 fundó la ciudad
de Pullman -hoy en Chicago, Illinois-, para sus trabajadores. La violenta
huelga de Pullman de 1894, tuvo lugar cuando la compañía redujo los salarios
sin bajar los alquileres en que se alojaban los trabajadores.
[6] La utopía moderna, como Sinapia, es
geometrizante. Interesa situarla en oposición al Owen de Nueva Armonía. Cf.
Avilés Fernández, M., Sinapia, una utopía
española del siglo de las luces. Ed. Nacional, Madrid 1976, p. 23.
[7]
Es clásica esta aproximación ya desde Engels, F., La situación de la clase obrera en Inglaterra. Ediciones en Lenguas
Extranjeras, Moscú 1952, p. 379 y ss.
[8] Cf. Palmer
y Colton, Historia Contemporánea. AKAL,
Madrid, 1985, p. 170.
[9] Cf. Lewis, D., El crecimiento de las ciudades. Gustavo Gilli, Barcelona 1974, p. 4.
[10] Vg. Podmore, F. Robert Owen, A Biography.
University Press of the Pacific, Honolulu 2004, p. 522.
[11] Hope
Eldridge T., «The Process of Urbanization». Social Forces, núm. 10 (1942), Cambridge 1964.
[12] La frase «la forma sigue a la función»
(las tres F en inglés: form follows function), era uno de los principios
fundamentales de la Bauhaus ,
aunque hay quien atribuye su autoría original a Frank Lloyd Wright o incluso al
también arquitecto Louis Sullivan.
[13]
Cf. Taylor, A., Visions of Harmony. A
study in Nineteenth Century Millenarianism. Clarendon Press, Oxford 1987, p. 115.
[14]
Cf. Owen, R., A letter to the moderator
of the general assembly, requesting his attention to the complexity of the
times, to the late attack of the christian instructor upon Mr. Owen,
Edimburgo 1823.
[15] Cf. McCabe, J., Robert Owen.
Londres, Watts
& Co. 1920, p. 60.
[16] Los progresos de la ciencia en el
Reino Unido encuentran eco en los EE.UU. en tales fechas, lo que propicia un
clima favorable a la implantación del modelo educativo owenita. Cf.
Bestor, A. E., Education and Reform at New
Harmony. Correspondence of William Maclure and Marie Duclos Fretageot 182 –1833,
Indiana Historical Society, Indianapolis 1948, p. 311.
[17]
Cf. Donnachie, I., Robert Owen. Owen of New
Lanark and New Harmony. Tuckwell Press, Edimburgo, 2000, p. 206. La fuente primaria es la Correspondencia de Manchester.
[18] Cooperative
Magazine, I. 12.
[19] Este periodo está muy documentado
en: Bestor, A. E., Backwoods Utopias. The Sectarian and Owenite Phases of
the Communitarian Socialism in America: 1663–1829. Oxford University
Press, Londres, 1950, pp. 164 ss.
[20] No iba a ser esta la primera vez que
Owen oyera hablar del religioso, ya que, a través de relaciones comerciales con
Escocia, había aparecido ya un perfil público del personaje. Cf.
Donnachie, I., y Hewitt, G., Historic Nueva
Lanark. The Dale and
Owen Industial Community since 1785. Edinburg
University Press, Edimburgo, 1993, p. 124.
[21] Los armonistas fueron un grupo de
colonos originarios de Wirtemberg dirigidos por el Pastor Rapp. Secta luterana,
defendía el abandono del deseo y la noción de ser para la muerte. Para los armonistas
lo mundano resultaba abominable. La fiesta, el escándalo o la risa eran mal
vistas. La dedicación a la producción y el comercio ocupaba, junto a la
religiosidad, la mayor parte de su tiempo. Cf. Lockwood,
G. B., The New Harmony Movement. D.
Appleton and Company, Nueva York
1905, p. 15. Ver: Arndt, R., y John, K., The
Indiana Decade of George Rapp´s Harmony Society: Worcester, American
Antiquarian Society, 1971.
[22] Cooperative Magazine, I, 13.
[23]
Ibidem. II, 415.
[24] Cf. Owen, R., First Discourse
at Washington. Heywood, Londres 1825.
[25]
Cf. New Harmony Gazette, I, 102. Aquí, se pueden encontrar referencias
acerca del impacto que las aportaciones owenitas en el ámbito teológico llegan
a tener en aquella América.
[26]
Cf. Owen, R., First Discourse at
Washington. Heywood, Londres 1825.
[27] Cooperative Magazine, I, 16.
[28] Muy al contrario, buena parte de sus
correligionarios han abandonado la fe en unos planteamientos que ya consideran
obsoletos. Cf. Bestor, A. E., Education
and Reform at New Harmony. Correspondence of William Maclure and Marie Duclos
Fretageot 1820–1833. Indiana
Historical Society, Indianapolis 1948, pp.
396-397.
[29] Cf. Post, A., Popular
Freethought in America, 1825-1850.
Octagon Books,
Nueva York, 1974.
[30] La cuestión y el discurso ha sido
descrita en: Taylor, A., Visions of
Harmony. A study in
Nineteenth Century Millenarianism: Oxford, Clarendon
Press, 1987, p. 150.
[31] En este momento se publica uno de
tantos panfletos de Owen: The Social
Beasts: Liverpool, Taylor, 1840.
[32] Cf. Correspondencia de Manchester. Carta de 2 de Febrero de 1836.
[33] Cf. Correspondencia de Manchester. Carta de 2 de Mayo de 1837, donde C.
T. Watkins propone a Owen liderar el movimiento socialista francés.
[34] Constatamos el contacto de Owen con
Metternich en la Correspondencia de
Manchester, de la que, lamentablemente, sólo se conservan los sobres, y no
las cartas intercambiadas.
[35] Owen es presentado a los banqueros
europeos por el magnate judío Barón Rothschild. Cf. Correspondencia de Manchester. Carta de 22 de Septiembre de 1837.
[36] Cf. New Moral World, I, p.
404.
[37] Cf. Millennial Gazette, II, 21 de Junio de 1858.
[38]
Cf. Rational Quarterly Review, p.
126.
[39]
Ibid, p. 142.
[40]
Cf. Podmore, F., Robert Owen, A Biography:
Honolulu, University Press of the Pacific, 2004, p. 615.
[41]
Ver la breve y judaizante: Holyoake, G. J., Life and Last Days of Robert Owen. Trubner & Co., Londres 1871. Obra principal respecto de los últimos
días de Owen, investigaciones recientes han corregido ciertos errores. Cf.
Shigeru Goto, Robert Owen and the World
of Cooperation. Robert Owen Association of Japan, Tokyo 1992, p.
192.
[42]
Holyoake, G. J., Life and Last Days of Robert Owen. Trubner & Co., Londres
1871.
[43] Así se refiere a Owen su discípulo
Holyoake en un discurso al que hemos tenido acceso: Cf. Holyoake, G. J., Roberto Owen Co-operative Memorial at
Newtown, 12 de Julio de 1902.
Co-operative Union Limited, Manchester 1902.
[44] Proceso sucinta, pero afilada y
tremendamente bien abordado en: Karady, V., Los
judíos en la modernidad europea, experiencia de la violencia y utopía. Siglo
XXI, Madrid 2001, p. 62.
[45] Sir Isaac Lyon Goldsmith fue el primer judío con título
hereditario en el Reino Unido. Nacido en 1778 y muerto en 1859 fue una figura
financiera clave en la emancipación judía en el Reino Unido bajo el reinado de
la Reina Victoria. Fundó también el University College of London.
[46] Bueno, G., «Arquitectura y
Filosofía», integrado en Filosofía y
cuerpo. Debates en torno al pensamiento de Gustavo Bueno, Ed. Libertarias,
Madrid 2003, pp. 470 y 471.
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