Borges
frente a Neruda
Iván Vélez
De
cómo se fomentó la literatura fantástica del porteño para neutralizar el
realismo socialista del chileno
Como
si de la futbolística querella entre menottistas
y bilardistas se tratara, lectores ha
habido que han llevado una parecida controversia al terreno literario, y si en
el caso de los aludidos el pasto es el terreno sobre se asienta la polémica, en
el del par Borges/Cortázar es la llamada literatura fantástica la que los une y
a la vez distancia[1].
Al diferente modo de escribir de las dos plumas argentinas se unen ideologías
que los diferenciaban notablemente, asunto este que sirve para polarizar más la
cuestión. Una cuestión, la ideológica, que tiene un importante peso en la
industria que sustenta la literatura y las instituciones que la rodean, como
veremos en el caso que vamos a tratar.
Reconstruir
la vasta trayectoria vital y literaria de Borges sería un esfuerzo vano dada la
gran cantidad de monografías y estudios existentes, por lo que nos ceñiremos a
una etapa concreta de su vida, aquella que servirá para introducir en escena a
Pablo Neruda (1904–1973), de quien Borges será, en cierto modo, su
contrafigura. Para ello habremos de situarnos en el contexto que surgió tras la
Segunda Guerra Mundial.
El
poeta chileno, que había ingresado el 8 de julio de 1945 en el Partido
Comunista de Chile, recibió en 1953 el Premio
Stalin de la Paz entre los pueblos que otorgaba una URSS que ya había
visitado en 1949 para asistir a los actos conmemorativos del 150º aniversario
del nacimiento de Pushkin y recibir un homenaje de la Unión de Escritores Soviéticos
en Moscú. La concesión de tal premio tuvo una amplia repercusión internacional
y dejaría una gran impronta en la figura de Neruda en un año, 1949, en el que también
participa en el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz celebrado en París.
Es allí donde conoce a Ricardo Paseyro (1925-2009), militante comunista
uruguayo y autor en 1936 de un libro que emplea en su título el neologismo
acuñado por Haya de la Torre: 1897: la
conciencia revolucionaria de Indo-América: Borda y Terra. Pronto, sin embargo, el acercamiento
del uruguayo a Neruda, tras un brusco giro ideológico, dará paso a una feroz y
obsesiva crítica.
En
efecto, instalado en París tras su matrimonio en 1951 con Anne-Marie
Supervielle, hija del poeta Jules Supervielle, cuya obra «La bella del bosque»,
publicada en el número 4 de Primer acto
(octubre 1957), es traducida por el propio Paseyro, y con atribuciones diplomáticas,
Paseyro mantendrá estrechas relaciones con la España de los años cincuenta, que
visitará con frecuencia. Así, en 1952, la editorial Índice le publica una obra
breve titulada Plegaria por las cosas,
al que seguirán libros como El costado
del fuego, también editado por Indice en 1956 bajo el cuidado del
falangista Gumersindo Montes Agudo[2],
autor de «Historia de la Falange».
A
estas alturas de la década de los 50, el visitante del pacifista congreso
parisino exhibía un furibundo anticomunismo vinculado a la figura de Neruda que
se hará plenamente visible con la publicación, en diciembre de 1957, dentro de
la revista Índice, de «Neruda o el
deshonor de la palabra», al que seguiría el panfleto La palabra muerta de Pablo Neruda (H.E. Munuesa, Madrid 1958), que
en Francia dará lugar, años más tarde y convenientemente traducido, al libro El mito de Neruda. Paseyro denunciaba el
utilitarismo político de la obra de Neruda, objetivo que a sus ojos conllevaba
la expulsión de la obra nerudiana del campo, al parecer desideologizado, de la
poesía…
Esas
buenas relaciones de Paseyro con la España franquista las comentará Félix Durán
en la revista comunista Nuestras Ideas.
En concreto en su artículo «Paseyro ante Pablo Neruda» (Nuestras Ideas, nº 5, noviembre 1958, p. 55 y 69), en el cual lanza
un demoledora crítica al así llamado «anti-Neruda» de Paseyro que se había
reproducido en el número 28 de los «Cuadernos del Congreso por la Libertad de
la Cultura», correspondiente a enero-febrero de 1958, con el título de: «La
palabra muerta de Pablo Neruda». Durán, amén de hacer una crítica estilística
de Paseyro, a quien califica de orate y bellaco, desvelará la burda
manipulación que éste hace de unas lejanas palabras de Juan Ramón Jiménez dirigidas
a Neruda -«gran poeta malo»-, para atacar al chileno:
Paseyro nos dice que J.R.J.
afirmó, en dictamen lapidario, que Neruda era un «gran poeta malo». Y dicho
así, sin las ulteriores explicaciones inmediatas de J.R.J., no es só1o una
falsedad, sino una estúpida mutilación. ¿Y qué pretende Paseyro: Que unas
consideraciones tan elementales como las que nosotros acabamos de hacer a la
vista de lo que é1 dice y no lo que dice J.R.J., no podrá hacerlas también
cualquier lector de «Indice» y de «Cuadernos»? ¿No están -Paseyro y los
directores de esas revistas- haciéndose una autocrítica demasiado justa, al
creer que escriben para gentes de tan obtusas discurrideras que habrán de ser
víctimas de su burda superchería? Pero en esto, como en tantas otras cosas,
Paseyro y sus cómplices se equivocan: los lectores de esas revistas, o por lo
menos, una gran mayoría de ellos- van sabiendo ya a qué atenerse.
Además, si recordamos que esto
fue escrito hace unos 30 años, es
decir, cuando Neruda era un adolescente y su obra poética estaba apenas
iniciada, esos mismos lectores apreciaran qué clase de maniobras utilizan,
para la difamación, Paseyro y los directores de «Indice» y «Cuadernos»
que han pretendido hacer pasar el juicio de J.R.J., realmente condicionado;
hacia el futuro, como juicio definitivo y total acerca de la obra de un poeta que ahora –y no entonces- se halla en su plena madurez: los 54 años de Pablo Neruda.
decir, cuando Neruda era un adolescente y su obra poética estaba apenas
iniciada, esos mismos lectores apreciaran qué clase de maniobras utilizan,
para la difamación, Paseyro y los directores de «Indice» y «Cuadernos»
que han pretendido hacer pasar el juicio de J.R.J., realmente condicionado;
hacia el futuro, como juicio definitivo y total acerca de la obra de un poeta que ahora –y no entonces- se halla en su plena madurez: los 54 años de Pablo Neruda.
Más
adelante, Durán acomete una de las cuestiones más controvertidas de la época,
la que viene dada por la oposición, por decirlo de modo simplificado,
abstracción/realismo. Y ello a cuenta de una de las afirmaciones de Paseryo:
A voz en cuello, la poesía de
Neruda se publica hija y madre del realismo socialista, se ufana de su fin
político, rezuma odio por quien no acate, entera, la línea del partido.
Durán
niega con rotundidad las afirmaciones de Paseyro, a quien califica de «purísimo
poeta», y le recuerda que ya Virgilio empleaba su obra con fines políticos.
Todo ello antes de desvelar las continuas manipulaciones y tergiversaciones
que, mediante transcripciones erróneas, omisiones y alteración de palabras, el
uruguayo, en quien Durán ve aromas heideggerianos, hace de la obra de Neruda
bajo la protección de las citadas revistas.
Finalmente
Durán ofrece una conclusión que de forma más o menos velada, apunta a las
estructuras transidas de libertad que respaldan a Paseyro:
La poesía de Neruda sigue, pues
en pie -«los muertos que vos matáis, gozan de buena salud»- porque no bastan a
destruir los turbios delirios bellacos de un orate.
Sigue en pie, cantando lo único
que de veras merece ser cantado en este tiempo duro: la lucha de los hombres
por su libertad. (Mientras los hombres no sean, realmente, libres, ¿en qué
podrá consistir esa «libertad de la Cultura», objeto de importantísimos
Congresos?). Como dijo Nicolás Guillén, «Vivimos tiempos no de gestación, sino
de parto».
El
propio César González Ruano trató de esta sonora controversia, en la que
también terció, a favor de Neruda, Eduardo Pons-Prades en las páginas de la
cenetista España Libre, en un
artículo titulado «Polémica poética» que vio la luz en las páginas de ABC (miércoles 22 de enero de 1958, p.
47). En él, el periodista suscribía las palabras de Paseyro, en las que tildaba
de pseudopoesía a la llamada poesía social. Ruano caracteriza a Neruda como poeta
«químicamente impuro» sin desaprovechar la ocasión de hablar de su condición
judía, concluyendo de este modo:
Hora va siendo de revisar las
etiquetas y mirar despacio y sin mirada “snob” ni rasgarse las rojas ni blancas
vestiduras el caso del más enorme mistificador de la lírica contemporánea: el
judío Neftalí, llamado Neruda, que por pasarse de judío se pasó a negro
honorario director de almacenes de cantos generales.
Si
Supervielle tuvo una importante presencia en los medios españoles, por lo que
respecta a Neruda, su relación con España era intensa al menos en determinados
ambientes y fechas concretas. Tras sus primeras publicaciones de 1930 en Revista de Occidente, el chileno fue homenajeado
en 1954 al cumplir medio siglo de vida en las páginas de la revista Cuadernos de Cultura, publicada en
Madrid por el Partido Comunista de España. El extenso artículo se tituló «Los
50 años de Pablo Neruda».
Circunstancias
como el hecho de que en la capital de España se publicara tal revista
propiciaron que Julián Gorkin alertara de la presencia de comunistas en una
España caracterizada por una ideología claramente refractaria a la URSS,
circunstancia que había servido para atraerse la atención y protección de los
Estados Unidos. La preocupación de Gorkin quedó fijada en un texto de diciembre
de 1957 con elocuente título: «La infiltración comunista en España» , en el que
se alude directamente al propio Neruda. La polémica entre ambos alcanzó su
punto álgido durante una gira de Gorkin por Hispanoamérica realizada en 1958 y
tuvo como escenario la prensa chilena. Gorkin admiraba la poesía nerudiana, pero
denunciaba su colaboración, como embajador chileno en México, en el primer
atentado contra Trotski. Por su parte, parece ser que Neruda trató de boicotear
las actividades de Gorkin en Chile.
A
pesar de todo, durante la siguiente década la figura de Neruda no dejará de
crecer. De este modo, en 1963 será a ser candidato al Premio Nobel de
Literatura junto con W. H. Auden, Samuel Beckett, Yukio Mishima, Aksel
Sandemose y Giorgos Seferis. No obstante, aunque llegó a formar parte de la
terna final junto con Auden y Seferis, el premio recayó sobre el griego. Neruda
relatará desde Isla Negra las nobelescas
vicisitudes en un texto que publicará la revista soviética Novosti[3].
El premio le será otorgado finalmente en 1971.
Es
precisamente en 1963 cuando se ponen en marcha una serie de acciones destinadas
a resaltar la figura de otro escritor hispanoamericano sin mácula de veleidades
comunistas: Jorge Luis Borges, cuya obra, además, se distanciaba estilística y temáticamente
de la de Neruda.
Todo
ello ocurrirá un año después de la cristalización de la Comisión española del
Congreso por la Liberta de la Cultura. Será tal Comisión, apoyada en otras
instituciones colaboradoras, la que propicie la visita del argentino a España
cuatro décadas después de su última estancia. Nada tenía de extraña la
invitación de Comité español, pues Borges pertenecía a la Asociación
Argentina por la Libertad de la Cultura desde su constitución en diciembre de
1955, coincidiendo precisamente con la gira de Julián Gorkin por Argentina.
Ya
en España, Borges dio cuatro conferencias en lo que constituyó el arranque de
una gira europea. En el Ateneo, con Manuel Fraga como testigo, habló el jueves
31 de enero sobre «La metáfora»; el viernes 1de febrero lo hizo en el Instituto
de Cultura Hispánica sobre «La literatura fantástica», respaldado por el embajador
de Argentina; el sábado 2, en presencia de Gregorio Marañón, director general
de Cultura Hispánica, habló en el Instituto Municipal de Educación sobre «La
poesía de los celtas», para finalizar en la Asociación Española de Cooperación
Europea el domingo 3 al tratar sobre «Poesía gauchesca». La presentación en la sede
de la AECE estuvo a cargo de Carlos María Bru, destacado miembro de la Comisión
española del CLC. En este último caso, el CLC aportó 1.600 pesetas.
La
visita ya venía preparándose en las páginas de los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, en los que
Borges había ido ganando espacio. Concretamente en los números de agosto (número 75, p. 10) y de septiembre
(número 76, pp. 17-19), en el que se reproduce el artículo «La muerte de
Leopoldo Lugones».
Tras
su paso por Madrid, la presencia en la revista editada en París se mantendrá,
esta vez reproduciendo una entrevista -Cuadernos del Congreso por la
Libertad de la Cultura,
abril 1964, número 83, p. 90- en la cual Héctor Charry le interroga sobre la
posibilidad de que Neruda reciba el Nobel:
«— ¿Qué opina usted sobre la
candidatura de Pablo Neruda para el Premio Nóbel? ¿Qué opina usted sobre la
poesía del chileno?
— Pablo Neruda en este momento es
uno de los buenos continuadores de la tradición de Walt Whitman, como lo es
Carl Sandburg. Políticamente estamos distanciados; recuerdo que publicó un
poema sobre los tiranos verdaderos o falsos de América, y nos dolió mucho a los
argentinos que no hubiera una sola palabra contra Perón.»
Dos
meses más tarde, en Cuadernos del Congreso por la
Libertad de la Cultura
-junio 1964, número 85, p. 86-, se inserta el anuncio de una obra colectiva
dedicada a Borges.
Cincuenta
años después de que Neruda se quedara a las puertas del Nobel, a principios de
2014 se confirmaba documentalmente un secreto a voces. Según una publicación
del diario sueco, Svenska Dagbladet,
las anotaciones del secretario permanente de la Academia en 1963, Anders
Österling, dejan en evidencia los recelos que despertaba el poeta chileno dado su
activismo político y su indisimulada admiración por Stalin.
Superada
la Guerra Fría, Borges y Neruda ocupan distinguidas plazas en el particular
parnaso configurado por quienes visitan anualmente la academia sueca para
recibir un galardón fuertemente sometido a ideologías e intereses editoriales.
Tras la caída del Muro que delimitaba los territorios de la libertad y la
estatalización, emergería una inesperada y amenazante alternativa: aquella que
se rige por un único libro.
[1] Saúl Yurkiévich (1931-2005),
albacea de la obra de Cortázar, en su libro Julio
Cortázar: mundos y mitos (1994) da cuenta de cómo los referentes míticos
de Borges chocan con los modelos que Cortázar tomaba de la realidad inmediata.
[2] En relación con Montes Agudo, véase,
dentro del Proyecto de Filosofía en Español, el artículo «El cine al servicio
de la política», http://www.filosofia.org/hem/194/esp/9430424c.htm
[3] Véase David Schidlowsky, Neruda y su tiempo. Tomo 2: 1950-1973, RIL
Editores, Santiago de Chile, Chile 2008, pp.
1088-1089.
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