Artículo publicado el 31 de marzo de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
Rolling Stones en Cuba. Los pegajosos dedos de la filantropía
Los Rolling Stones actuaron el pasado 25 de marzo en la Ciudad
Deportiva de La Habana ante una multitud de cubanos que pudieron ver, gratis,
cómo las espectrales figuras del cuarteto inglés hacían un repaso de sus
clásicos, toda vez que su genio creativo parece haberse esfumado. La llegada a
la isla de los Stones se producía tras las visitas de los representantes del
poder político –Barack Hussein Obama- y el
religioso –Jorge Bergoglio, el Papa Francisco-. Sir Mick Jagger, así
distinguido por la Papisa Isabel, vendría a representar el mundo de la Cultura,
una Cultura que acaso no sea sino un subproducto, calificado paradójicamente
como contracultural, del democrático capitalismo de mercado pletórico que
contempla codicioso a la Perla del Caribe desde la península de Florida. Los
medios de comunicación se han apresurado a interpretar estas visitas, en
flagrante contradicción climática, como el inicio del definitivo deshielo…
Sea como fuere, conviene indagar, paralelamente a las cuestiones
ideológicas, en otras más prosaicas: las financieras que han auxiliado a las
tecnológicas. Al cabo, los Rolling Stones necesitan de un aparato humano,
tecnológico y logístico mastodóntico imprescindible para que puedan escucharse
los guitarreos de Richards. En efecto, tras el anuncio de que el cuarteto
tocaría en La Habana sin que el público tuviera que pagar el habitual y
cuantioso precio de sus entradas, la gran pregunta es: ¿quién ha pagado una
actuación cuyo coste ronda los siete millones de dólares?
La respuesta, según parece, conduce a la Fundashon Bon Intenshon,
institución filantrópica radicada en la isla de Curazao, ínsula antaño
perteneciente a las Antillas Holandesas que no pasó inadvertida para piratas
mediterráneos como Oleguer Pujol, quien trató de ocultar en aquellas lejanas
arenas caribeñas más de 4 millones de euros. A la cabeza de tal fundación
figura el abogado Gregory Elias, presidente de la asesora United Trust Company
N.V. que da servicio a empresas pertenecientes al mundo del turismo, tan
interesado en implantarse en una isla donde hasta la fecha alguna cadena
hotelera española ha arraigado. Las conexiones entre el mundo financiero y el
del espectáculo de La Habana han sido desmentidas, sin embargo, por el propio
Elias, que se ha limitado a subrayar la coincidencia del paso de Obama y Jagger
por la isla.
No obstante, tal coincidencia entre música y política dista mucho de
ser original. La propia Cuba, satélite de la URSS durante tanto tiempo,
protagonista de la célebre crisis de los misiles de 1962 que supuso un hito en
la Guerra Fría, nos da la pista más adecuada para indagar en tan procelosas
relaciones. No en vano, desamparada desde la caída de un muro a cuya caída
tanto contribuyó Pink Floyd, la isla, un cuarto de siglo después de aquel
derrumbe, sigue teniendo un enorme simbolismo.
La escala de la amenaza nuclear evidenciada tras las nubes hongo de
Hiroshima y Nagasaki impulsó diversas iniciativas muy anteriores al pacifismo
estupefaciente de los años 60 que adquirió sus mayores dimensiones en masivos y ahumados festivales como el de Woostock,
macroconcierto que prefiguraría los de grupos como los Rolling Stones,
protagonistas ese mismo año de 1969, del festival de Altamont, en el que los
Ángeles del Infierno, al servicio de Sus Satánicas Majestades, desplegaron su
violencia.
Más sosegada y elegante sería la estrategia, con la presencia musical
de Shostakovich, que desplegó la Unión Soviética. La forma escogida fue la de
la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial. El escenario: el
neoyorquino Hotel Waldorf-Astoria. Las fechas: los días del 25 al 27 de marzo
de 1949. La organización de la Conferencia, en el corazón del imperio
capitalista, correría a cargo de la Kominform, ayudada desde dentro de los
Estados Unidos que pronto activarían la caza de brujas de la mano de Joseph
McCarthy.
La reacción no se haría esperar. Alarmada, la CIA se ocuparía de
reclutar trotskistas y comunistas renegados para armar la contraofensiva. El
lugar escogido para desplegarla sería ese Berlín tantas veces cantado por
artistas a menudo tolerados, cuando no financiados, que abrirían fisuras más
profundas que las de los aseados representantes políticos. Apenas un años
después de la celebración de la conferencia neoyorkina, el Congreso por la
Libertad de la Cultura se ponía de largo en el Palacio Titania, dando inicio a
un conjunto de medidas que irían encaminadas a fortalecer a determinados
hombres de la Cultura marcados por el anticomunismo.
El reparto de los fondos no se haría, naturalmente, bajo los símbolos
imperiales de la CIA, sino gracias a la interposición de una serie de
fundaciones. Ford y Fairfield servirían a tales propósitos ofreciendo un rostro
más amable.
España no quedaría fuera de esta estrategia propagandística, y ello a
pesar de no contar con un sistema democrático homologable con el impulsado por
unos Estados Unidos que trabajarían para que la devastada Europa pudiera
suponer un dique ante la amenaza soviética. Más fuertes que las murallas
berlinesas serían las promesas, envueltas en libertario celofán, de una vida
asegurada por el estado del bienestar que surgiría como contrafigura del
impulsado desde Moscú.
La estrategia yanqui también desembarcaría en España de la mano de una
música que no necesitaba de la electricidad que formaba parte del lema del comunismo.
Un año antes de firmarse los pactos con los Estados Unidos, en marzo de 1952,
el Congreso ya anunciaba en las páginas de ABC la celebración de una serie de
conciertos en París bajo el título: «La obra del siglo XX». En ellos se insertó
la hispana presencia del Ballet del Marqués de Cuevas. Música y literatura
serían dos excelentes vehículos para introducir en nuestro país nuevas
corrientes ideológicas. Los españoles se irán alejando del casticismo para
abrazar unos modos británicos a los que contribuyó la televisión, pero también
la llegada a España de los Beatles, que romperían el mito del aislamiento
español. Durante los 60 comenzarían a fraguar diversos grupos, algunos
financiados por las citadas fundaciones, transidos de espíritu democrático. Los
primeros pasos hacia la actual democracia coronada, dados desde las filas del
federalcatolicismo, han de buscarse en esa década. Finalmente, la culminación
de la celebrada transición española bien puede situarse en aquel lluvioso
concierto que los Rolling Stones dieron en 1982, año de la apoteosis
socialdemócrata, en el Vicente Calderón.
Con décadas de retraso, los británicos han desembarcado por fin en una
Cuba a la que se pretende incorporar dentro del orbe capitalista. La isla,
alejada del ateísmo científico soviético y en pleno auge de un catolicismo que
convive con la santería, ha podido escuchar por fin el Sympathy for the devil stoniano. Lejos queda el sueño de un hombre
politécnico que se quedó en humilde mecaniquero.
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