Artículo publicado el 28 de enero de 2018 en Disidentia:
https://disidentia.com/adn-refuta-la-leyenda-negra/
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El ADN refuta la ‘Leyenda Negra’ antiespañola
De un tiempo a esta parte, los
estudios relacionados con la Leyenda Negra antiespañola gozan de una apreciable
popularidad. Los títulos que incorporan ese rótulo más que centenario –Emilia
Pardo Bazán ya lo empleó en 1899- han crecido, saltando a los medios de
comunicación y a los auditorios. En este contexto, la publicación de algunos
trabajos de laboratorio relacionados con algunos aspectos del Imperio español,
no hacen sino realimentar este auge negrolegendario.
El primero al que hemos de
referirnos nos lleva a Bélgica. Allí se ha indagado en relación a la notoria presencia
de población morena y de baja estatura en determinadas regiones. La causa de la
existencia de esas trazas sería el paso de las tropas imperiales españolas, siempre
acompañadas de su consustancial violencia sexual. En definitiva, muchos de
quienes presentan esos rasgos serían descendientes no deseados de españoles, circunstancia de la que quedaría un
recuerdo popular del que da cuenta el responsable del trabajo, Maarten
Larmuseau, investigador de la Universidad Católica de Lovaina, quien ha
manifestado que durante sus intervenciones públicas es frecuente la pregunta en
relación a la huella de ADN español en el torrente sanguíneo flamenco. Las conclusiones
hechas públicas desmienten este mito, pues ni siquiera en los lugares –Amberes,
Malinas- donde los tercios españoles se emplearon con mayor furia, hay una
impronta cromosómica reconocible. Añade el genetista belga que, frente a estos
resultados, es en otros lugares -la Inglaterra a la que llegaron los vikingos,
o la Sicilia a la que accedieron los griegos- donde la penetración invasora
dejó más descendencia. Aunque reducido al siempre limitado círculo académico, el
trabajo de Larmuseau abre otra fisura en la estructura propagandística que
funcionó en esa parte de Europa gracias en gran medida a la imprenta, si bien
ello probablemente no impedirá que el Duque de Alba siga conservando su
terrible halo, ni que los futbolistas vestidos de naranja canten un himno que
sigue denostando al rey de España.
El estudio referido
nos invita a recorrer el Camino Español para dirigirnos a Roma. Su saqueo por
parte de las tropas imperiales el 6 de mayo de 1527 arrojó una espesa sombra
sobre la imagen española, y ello a pesar de que la composición de las tropas y
el propio mando que arrasaron la ciudad no procedían mayoritariamente de España,
sino de Alemania. Convertido en un negro episodio, no fueron pocas las plumas
que se cebaron sobre las huestes del emperador Carlos, queriendo ver en la
conducta desplegada por la milicia, el verdadero y desagradable rostro de unos
españoles enfermos de codicia y brutalidad. Dentro de esta ofensiva de papel
destacó el obispo de Nocera, Paulo Jovio, cuyos escritos no se quedaron sin
respuesta. El encargado de darla fue Francisco Jiménez de Quesada, que contestó
en un libro no por casualidad titulado El
Antijovio, obra en la que refutó las acusaciones del distinguido clérigo.
En ella, el fundador de Bogotá se detuvo de este modo en el turbio episodio de
las violaciones: «Pero béase de vn escritor graue a qué propósito pone vn
egenplo tan ynfimo y tan vmilde, que en vn saco de vna çiudad tan grande
quisiesen dos soldados acometer a vna muger para sus suzios pensamientos,
porque si no aconteçió más de aquel caso, no avía para qué ponello, qu'era
avajar la ystoria de su estimaçión». Denunciaba así Jiménez de Quesada la
metodología negrolegendaria, basada en la exageración y distorsión de los datos,
en la interesada confusión entre la parte y el todo. El saqueo de Roma, en el
que sin duda se produjeron violaciones, no fue muy diferente, más allá del
simbolismo adherido a la Ciudad Eterna, de los que las tropas de la época
realizaban al entrar en una población. No en vano el saqueo, acompañado de
violencias, constituía a menudo una parte de la paga de los soldados.
Dejando atrás Bélgica
e Italia, el siguiente hito relacionado con el laboratorio nos conduce al
actual México. Es allí donde el ADN, analizado por los investigadores del
Instituto Max Planck, ha servido para concluir que la alta mortandad de los
naturales ocurrida tras la llegada de los españoles se pudo deber a una bacteria
doméstica: la salmonella. El material de campo lo han ofrecido 30 esqueletos
enterrados en un cementerio de la ciudad de Teposcolula, en Oaxaca. Es decir,
en los predios que dieron nombre al Marquesado del Valle, cuyo primer titular
fue nada más y nada menos que Hernán Cortés, cuya osamenta fue en su día objeto
de unos análisis que sirvieron de pretexto al muralista Diego Rivera para
presentar a un individuo cuya deformidad física pretendía extenderse hacia la
moral. La epidemia ahora estudiada, causante de una mortandad estimada entre 12
y 15 millones de muertos, se produjo entre 1545 y 1550, es decir, décadas
después de una conquista que se llevó a cabo bajo una atmósfera enfermiza que
invita a la reflexión.
A menudo ligada a la
descollante personalidad de un Cortés perfilado bajo los cánones del héroe
romántico, la caída del sangriento Imperio mexica sólo fue posible tras el
establecimiento de alianzas entre la escasa hueste española y las naciones
étnicas sojuzgadas por Moctezuma, a las que el conquistador liberó de su
sujeción. Fue el músculo de la oprimida nación tlaxcalteca, unido a su respaldo
en lo logístico, el que permitió descabezar la estructura mexica en cuya
cúspide se situaba el emperador. Al mismo tiempo, como es sabido, la toma final
de Tenochtitlan estuvo marcada por la devastación producida por una epidemia
que llegó al continente del modo en que, con su habitual naturalidad, lo cuenta
Bernal Díaz del Castillo:
«Y
volvamos agora al Narváez e a un negro que traía lleno de viruela, que harto
negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la
tierra dellas, de lo cual hobo gran mortandad, que, segund decían los indios,
jamás tal enfermedad tuvieron, y como no lo conoscían, lavábanse muchas veces,
y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la
ventura del Narváez y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos.»
La viruela, concluirá
el analista afecto a la Leyenda Negra, allanó el camino de los españoles. Sin
embargo, la epidemia no pudo hacer distingos entre mexicas y tlaxcaltecas, pueblos
igualmente indefensos ante los agentes patógeno y, a la vez, enemigos jurados
cuyo antagonismo hace añicos la ingenua idea de un Anáhuac que, visto bajo el
prisma del indigenismo, poseería atributos arcádicos. Por otro lado, las
pestilencias se sucedieron, y conviene reparar en el hecho de que la mortandad objeto
del trabajo del Max Planck afectó a una población integrada en las
instituciones virreinales. En definitiva, los muertos fueron en gran medida hombres
a los cuales se había tratado de proteger mediante numerosas leyes, y para
cuyos males no existían remedios sanitarios eficaces. Pese a estas evidencias,
la idea de que en América los españoles llevaron a cabo un genocidio, sigue
siendo cultivada por muchos, mostrando hasta qué punto las cadenas ideológicas son
más fuertes que las helicoidales.
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