Artículo publicado en El Debate el 12 de octubre de 2018:
https://eldebate.es/rigor-historico/nada-que-celebrar-20181012
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¿Nada
que celebrar?
Como viene siendo habitual, una
parte importante de la autodenominada izquierda estatal, evitamos el adjetivo
nacional para no herir susceptibilidades plurinacionales, se ha mantenido al
margen de las conmemoraciones del 12 de octubre, fecha que, desde 1987, es
oficialmente Fiesta Nacional de España. Los motivos que llevaron al PSOE de
entonces, precedente del que ahora -Iglesias dixit- cogobierna con Ahora
Podemos, para marcar en rojo esa jornada, fueron los siguientes: «La fecha
elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España,
a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra
pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una
misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más
allá de los límites europeos.»
Aunque es evidente que el día
feriado apunta a la fecha en que Colón tocó unas costas que creyó
pertenecientes a Las Indias, la fiesta, al menos en España, vocablo que en su
día Iglesias dijo no poder pronunciar, tiene un carácter nacional, y es sin
duda esa tonalidad, junto a otras, la que produce el común rechazo de la grey
podemita y del resto del espectro hispanófobo, partitocrático y sociológico,
patrio. Al cabo, desde la particular perspectiva de ese heterogéneo colectivo, España,
a la que simultáneamente niegan y combaten desde sus mismas instituciones,
sería la responsable de varios genocidios. El primero de ellos, el vinculado al
viaje de Colón, abrió la puerta a un genocidio que exterminio pueblos y
culturas, por más que esta última idea no existiera en el siglo XVI tal y como
hoy se entiende. Desde estas coordenadas ideológicas, los españoles que pisaron
el Nuevo Mundo, lo hicieron con la codicia como única meta y la violencia como
modo exclusivo. Y si la espada dejó un rastro sangriento que permitió el
expolio, una forma similar, la de la cruz, impuso un tiempo de sombras y
oscurantismo. La solución, como en tantas otras ocasiones, que así reza el
prontuario del papanatas europeísta al que ya caracterizó Unamuno, vino de esa
Europa en el que los secesionistas encuentran la coartada para evadirse de esa
cárcel de pueblos llamada España, exterminadora, en este caso, de las culturas
ibéricas. Europa, así entendida, por más que en ella han estado integrados los
imperios depredadores inglés y holandés, sería la irradiadora de la razón
ilustrada, aquella que permitió arrumbar las cruces hispanas y liberar pueblos
gracias a las acciones de los próceres ilustrados, capaces de liderar a sus
pueblos y de cortar la relación con una España convertida, como si de un cuento
infantil se tratara, en madrastra. Asumidas esas tesis, morosamente
presentadas, es evidente que no hay nada que celebrar en octubre. Antes al
contrario, procede dedicar la duodécima jornada del mes a rigurosos ejercicios
de contrición.
Sin embargo, esta interpretación de
lo ocurrido entre 1492 y las primeras décadas del siglo XIX, es muy grosera.
Entre otras razones, porque no ha de olvidarse que el célebre «Nada que
celebrar» viene acompañado de lemas que aluden a la resistencia indígena. Y es
esta última apelación la que nos obliga a analizar las abstracciones que lleva
aparejada. Acaso la más evidente es la que sitúa en el centro de la escena resistente
al indio, un sujeto tan inexistente
como idealizado, tan arcádico, que sólo resulta asumible para mentalidades
infantiles capaces de creer en el mito del buen salvaje. Acaso sea esa la razón
por la que los refractarios al 12 de octubre prefieren hablar de unos pueblos
sobre los que se proyecta una visión igualmente beatífica. Sin embargo, los
restos de esa pluralidad, que sería más frondosa a finales del siglo XV, nos
remiten a una realidad histórica mucho más compleja y violenta que la que
responde a la visión idílica y armonista comúnmente manejada entre los
defensores de los pueblos primigenios. Como las crónicas y el escaso número de
españoles que participaron en ella demuestran, la conquista no pudo ser posible
sin el factor indígena, que halló en los barbudos una posibilidad de sacudirse
yugos como el mexica. El despliegue hispano sólo se realizó gracias a las
alianzas con una serie de pueblos, por ejemplo el tlaxcalteca, enfrentados a
sus opresores, en este caso el mexica. Para decirlo de otro modo, polémico, sin
duda: la llegada de los cristianos supuso una oportunidad de liberación. Cortés
fue un libertador.
En cuanto a la mortandad, fue en la
estela de esa conquista, la primera de escala continental, en la que irrumpió
el verdadero agente que causó estragos entre los naturales. Conviene aclarar
que tanto entre los aliados como entre los enemigos, pues la adscripción al
bando hispano no otorgó inmunidad bacteriológica alguna. Fueron las enfermedades,
incontrolables tanto durante la conquistas como durante el virreinato, las que
diezmaron la población nativa, cuya pureza racial, sea eso lo que fuere, quedó
también alterada gracias a un mestizaje incompatible con la idea de exterminio
o genocidio.
Hechas estas consideraciones, el 12
de octubre ofrece la oportunidad de ahondar en la compleja realidad en la que intervino
España, y las transformaciones impulsó bajo el canon escolástico al que
respondieron las Leyes de Indias, que en ningún momento cuestionaron la
humanidad de los indios. Un cuerpo legal que contemplaba, como fin último, la
construcción de unas sociedades civilizadas homologables a la de referencia, a
la metrópoli que tanto decepcionó a fray Servando cuando pisó Madrid procedente
de la Nueva España. Aquel objetivo, con sus imperfecciones, se alcanzó gracias
a las estructuras virreinales, que no coloniales, que posibilitaron la configuración
de una serie de repúblicas en las que residen poblaciones indígenas tratadas de
un modo paternalista por sus pretendidos salvadores. Esos que ignoran que si tales
pueblos alcanzaran la soberanía política, desdibujarían las actuales fronteras
nacionales, y harían las delicias, a través del clásico divide et impera, de aquellas potencias que en su día exterminaron
o confinaron a otros pueblos ancestrales.
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