OkDiario, 1 de abril de 2019
https://okdiario.com/opinion/cortes-serpiente-emplumada-sobrecargados-agravios-3926660
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Cortés, la serpiente emplumada y los sobrecargados agravios
«El
Gobierno de México propone a Su Majestad que se trabaje a la brevedad, y en
forma bilateral, en una hoja de ruta para lograr el objetivo de realizar en
2021 una ceremonia conjunta al más alto nivel; que el Reino de España exprese
de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados y que
ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de
su historia común, a fin de iniciar en nuestras relaciones una nueva etapa
plenamente apegada a los principios que orientan en la actualidad a nuestros
respectivos estados y brindar a las próximas generaciones de ambas orillas del
Atlántico los cauces para una convivencia más estrecha, más fluida y más
fraternal». Las palabras reproducidas forman parte de la carta que Andrés
Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, envió al rey
de España, Felipe VI, luego de hacer lo propio con el Papa Francisco.
Bajo
las vaharadas posmodernas que envuelven las manifestaciones de AMLO, subyacen
los viejos resabios negrolegendarios que, acuñados en el XIX, afloran cuando la
ocasión lo requiere. En este caso, el recientemente elegido por los votantes
mexicanos, ha decidido introducir el factor Cortés dentro de la complicada
situación a la que le ha conducido su guerra contra el guachicoleo, que así se
denomina el tráfico ilegal de combustible en el petrolífero México. Maniobra de
distracción o no, el recurso al victimismo ligado a la conquista muestra hasta
qué punto gran parte de la opinión pública, que no académica, mexicana, sigue
imbuida de una visión distorsionada de hechos acaecidos hace ahora quinientos
años.
La
petición de AMLO llega, no obstante, casi dos siglos de retraso, pues el 29 de
diciembre de 1836, la reina Isabel II estampó su firma en el Tratado definitivo de Paz entre la República
Mexicana y S.M.C. la Reina Gobernadora de España, documento en el que se
contienen estas declaración de intenciones: «Y esta amnistía se estipula y ha
de darse por la alta interposición de S. M. C., en prueba del deseo que la
anima de que se cimente sobre principios de justicia y beneficencia la estrecha
amistad, paz y unión que desde ahora en adelante, y para siempre, han de
conservarse entre sus súbditos y los ciudadanos de la república mexicana». No
hay, por lo tanto, motivo alguno para buscar polémicas que ya estaban cerradas,
en el terreno oficial en el que ahora pretende moverse AMLO, apenas quince años
después de ese 1821, fecha fundacional de la nación política mexicana, a la que
don Andrés Manuel parece no encontrar tantas objeciones como las que encuentra
en los hechos ocurridos tres siglos antes.
Muchos
son, por otro lado, los errores que contiene la carta del Presidente. En ella,
por ejemplo, afirma que la incursión hispana fue «un acto de voluntad personal
contra las indicaciones y marcos legales del Reino de Castilla y la conquista
se realizó bajo innumerables crímenes y atropellos». Sin embargo, el conocimiento
documental que poseemos desmiente por completo esta visión personalista de los
hechos encabezados por Hernán Cortés. Una visión que ya combatió en su día el
propio Bernal Díaz del Castillo, cuya firma aparece en la Petición al cabildo de
Veracruz hecha por los vecinos de aquel primer municipio fundado en 1519.
El documento, estudiado por María del Carmen Martínez, es un ejemplo de la
compleja estructura del Imperio español, tan apoyado en la espada como en la
pluma que, con tanta destreza, sostuvo Cortés, tan vencedor sobre el campo de
batalla como en la atmósfera legalista de los despachos. Al cabo, el de
Medellín conservó la cabeza sobre sus hombros hasta el momento de su
fallecimiento, en lugar de perderla, como hubiera ocurrido si se le hubiera
considerado rebelde al rey.
Las
palabras de AMLO desvían también la atención hacia unos terrenos, los del «relato»,
que no pueden ocultar la realidad con la que se toparon los barbudos. Entre los
volcanes y lagos por los que se adentraron aquellos españoles, los mexicas,
gobernados por un emperador con atributos de semidiós y por una casta
sacerdotal que hundía el cuchillo pétreo en el tórax de los destinados a
ofrecer su corazón a los dioses, mantenían un cruel y hegemónico poder militar
que Cortés se encargó de desmantelar. La obediencia al lejano rey del que
hablaba el de Medellín a través de sus intérpretes- Jerónimo de Aguilar y la
esclava Malintzin, convertida, agua bautismal mediante, en doña Marina-, era
más llevadera que la entrega de vidas humanas cuyo punto final se localizaba en
el altar de Huitzilopochtli, dios tutelar de los mexicas. Estas y no otras eran
las condiciones que hallaron los españoles que, percibidos como libertadores
del poder mexica, incorporaron a miles de guerreros indígenas sedientos de
venganza. Sin el apoyo tlaxcalteca, los blancos hubieran, sin duda, fracasado.
Caída
Tenochtitlan, los hispanos, acompañados, entre otros, por mexicas, emprendieron
otras conquistas, las de pueblos también enfrentados con el gobernado por
Moctezuma. Mientras las fronteras del territorio gobernado por barbudos y
tonsurados se iban ampliando, cristalizaron las estructuras de un virreinato,
el de la Nueva España, sobre el que se cimentó la nación hoy gobernada por
AMLO. Una nación hermana cuyos problemas reales nada tienen que ver con
pretendidos agravios cometidos hace medio milenio sobre unas sociedades
inasumibles dentro de marco político mexicano.
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