Libertad Digital, de septiembre de 2019:
De
Nolasco a Camps, de la Orden de la Merced al Open Arms
Los recientes sucesos protagonizados
por la organización española no gubernamental Proactiva Open Arms, ofrecen una
magnífica oportunidad para establecer paralelismos, pero también diferencias,
en relación a una institución ocho veces centenaria: la Orden de la Merced,
fundada por el mercader Pedro Nolasco después de que, durante la madrugada del
2 de agosto de 1218, la Virgen se le apareciera en sueños solicitándole que
dedicara sus esfuerzos a la redención de cautivos. De cautivos cristianos en
manos musulmanas, se entiende. «En voluntad de mi Santísimo Hijo y Mía fundes
en el mundo una Orden que en mi honor deberá llamarse Orden de la Virgen María
de la Merced de la Redención de Cautivos». Este fue, al parecer, el contenido
de aquella onírica mariofonía que no privó a Nolasco de detalles como los
relacionados con la vestimenta y los símbolos que debían cubrir a sus miembros:
«El hábito será blanco en honor a mi pureza, en el pecho llevará una cruz roja
en recuerdo de mi Hijo y el escudo del Rey al que sirves». Solícito ante tan
prodigiosa petición, el 10 de agosto del mismo año Pedro Nolasco fundó en
Barcelona la Orden de la Merced arropado por Jaime I de Aragón y el obispo de
la ciudad, Berenguer de Palou. Años después, el 17 de enero de 1235, el Papa
Gregorio IX otorgó carácter universal a una Orden que hasta finales del siglo
XVIII redimió a más de 60.000 cristianos, cifra similar a la que se atribuye la
organización liderada por Óscar Camps. Hoy, la Orden de la Merced se estructura
en provincias, vicarías y delegaciones, y tiene presencia en 4 continentes y en
22 naciones, la mayoría de ellas pertenecientes al orbe ibérico. En lo que se
refiere a España, los mercedarios se dividen en dos provincias: Aragón, con sede
en Barcelona, y Castilla, que tiene sus oficinas en Madrid.
Casi ocho siglos después de la
puesta en marcha de la piadosa iniciativa de Nolasco, Óscar Camps, al que no
hay noticias de que se le haya aparecido la Virgen pero sí se sabe que ha sido
recibido por el Papa, fundó su organización no gubernamental que, como todas
las de su especie, dependen del amparo de gobiernos capaces de resolver
aquellas situaciones en las cuales la presencia de actores o deportistas es
insuficiente, por más que estos participen en una ficción según la cual, a la
palabra «migrante» se le tribuyan la taumatúrgica virtud de hacer borrar esas
incómodas líneas trazadas sobre los mapas llamadas fronteras.
Reconstruidos de tan morosa forma los
orígenes de la Orden y de la ONG, surgen de inmediato las similitudes: ambas
operan en el Mediterráneo y transportan personas desde el Magreb a Europa. De
manera simultánea, aparecen notables diferencias. Quienes redimieron durante
siglos lo hacían sobre aquellos cristianos que eran capturados,
fundamentalmente, en los bordes costeros peninsulares en los cuales todavía se
yerguen torres desde las que se vigilaba la siempre temible llegada de piratas
dispuestos a hacer razzias para surtirse de esclavos. El viaje, cuando las
condiciones lo permitían, era de ida y vuelta, a diferencia de aquellos
protagonizados por el remolcador de Proactiva Open Arms, en cuya cubierta se han
hacinado personas que trataban de dejar atrás un continente en el cual el
cristianismo, a pesar de la larga presencia colonial de países como Francia, no
arraigó con profundidad. No había en los transportados por Camps intención
alguna de regresar al continente africano, sino tan sólo la búsqueda de unas
mejores condiciones de vida que tendrá consecuencias –religiosas, económicas,
demográficas- en las naciones a las que han llegado estos viajeros denominados
migrantes, con el propósito de desposeerlos de atributos políticos.
Llama, no obstante, la atención un
factor que distorsiona la atmósfera eticista que caracteriza las acciones
protagonizadas por Camps: su empeño en dirigir la quilla de su barco hacia las
costas italianas, es decir, allí donde opera Matteo Salvini. En efecto, antes
de que el Gobierno español, que tan receptiva y mediáticamente se mostró en el
caso del Aquarius, decidiera enviar un
barco de la Armada, el Audaz, para
traer a España a 15 de los rescatados, la derrota de la nave de Camps tenía
mucho de señalatorio. No era, en definitiva, la búsqueda de un puerto seguro lo
único que condicionaba el rumbo del Open
Arms. Sea como fuere, la crisis, una más de las muchas que vendrán, ha evidenciado
lo errático de la política española respecto a un problema que obliga a deslindar
con claridad la esfera ética de la política, distinción que no están dispuestos
a realizar aquellos que, bien por impotencia bien por hipocresía, prefieren
adoptar un perfil suave que encubre una desagradable realidad de la cual forman
parte mafias, piratas y negreros.
Iván Vélez
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